Komarr (16 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Komarr
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—Se solicita, y se les paga dinero.

Nikki parecía asombrado.

—¿Mucho dinero?

—Hum, no más que cualquier otro colegio o escuela de comercio. El coste mayor es instalar quirúrgicamente la interfase neurológica. En eso hay que procurar lo mejor. Puedes hacer lo que quieras, pero conviene explotar las posibilidades. Hay algunas becas y contratos de interinidad que pueden facilitarte el camino, si los buscas. Pero hay que tener al menos veinte años, así que tienes tiempo de sobra para planearlo.

—Oh —Nikki pareció contemplar esta enorme cantidad de tiempo, igual a toda su vida hasta ahora, extendiéndose ante él. Miles lo comprendía muy bien: imagine que alguien le dijera que tenía que esperar treinta años más para conseguir algo que deseara apasionadamente. Trató de pensar en algo que deseara apasionadamente. Que quisiera tener. El campo estaba deprimentemente libre.

Nikki empezó a guardar sus modelos en la caja acolchada. Mientras colocaba el Halcón-9 en su sitio, sus dedos acariciaron sus insignias imperiales.

—¿Todavía tiene sus ojos de plata de SegImp?

—No, me hicieron entregarlos cuando me despi… cuando dimití.

—¿Por qué dimitió?

—No quería hacerlo. Tenía problemas de salud.

—¿Entonces le nombraron Auditor?

—Algo así.

Nikki buscó un modo de continuar esta amable conversación adulta.

—¿Le gusta?

—Es un poco pronto para decirlo. Parece implicar un montón de deberes —miró con sentimiento culpable el montón de discos con informes que todavía le esperaban en la comuconsola.

Nikki le dirigió una mirada compasiva.

—Oh. Lástima.

La voz de Tien Vorsoisson les hizo a ambos dar un salto.

—Nikki, ¿qué estás haciendo aquí dentro? ¡Levántate del suelo!

Nikki se puso en pie, dejando a Miles sentado con las piernas cruzadas y bruscamente consciente de que su cuerpo helado había vuelto a quedarse tieso.

—¿Estás molestando al Lord Auditor? ¿Mis disculpas, lord Vorkosigan! Los niños no tienen modales.

Vorsoisson entró y se alzó sobre ellos.

—Oh, sus modales son correctos. Estábamos teniendo una interesante discusión sobre el tema de las naves de salto.

Miles reflexionó sobre el problema de levantarse con agilidad delante de un compatriota barrayarés, sin dar ningún tropezón desafortunado o caerse y dar una falsa impresión de inestabilidad. Se estiró, sentado, a modo de preparación.

Vorsoisson sonrió amargamente.

—Ah, sí, la obsesión más reciente. No pise descalzo una de esas malditas cosas: le hará daño. Bueno, todos los chavales pasan por esa etapa, supongo. Todos la superamos. Recoge todo eso, Nikki.

Nikki tenía la mirada gacha, pero desde su posición Miles podía ver que lamentaba la situación. El chico se agachó para recoger los restos de su flota en miniatura.

—Algunas personas crecen y cumplen sus sueños, en vez de olvidarlos —murmuró Miles.

—Eso depende de si los sueños son razonables —dijo Vorsoisson, retorciendo los labios en un torvo gesto de diversión. Ah, sí. Vorsoisson debía de ser plenamente consciente de la muralla médica secreta entre Nikki y su ambición.

—No —Miles sonrió levemente—. Depende de cómo se crezca.

Era difícil interpretar cómo entendía eso Nikki, pero lo oyó; sus ojos se volvieron hacia Miles mientras llevaba la caja hacia la puerta.

Vorsoisson frunció el ceño, receloso de esta contradicción.

—Kat me envía a decirle a todo el mundo que la cena está lista —dijo solamente—. Ve a lavarte las manos, Nikki, y díselo a tu tío Vorthys.

La última cena familiar de Miles con el clan Vorsoisson fue un tanto forzada. La señora Vorsoisson logró mantenerse muy ocupada sirviendo una comida excelente, y su pose apresurada fue tan efectiva como si llevara un cartel que dijera «Déjeme en paz». La conversación corrió a cargo del profesor, que estaba abstraído, y de Tien quien, a falta de dirección, farfulló sin sentido sobre la política local komarresa, explicando el funcionamiento interno de las mentes de gente a la que nunca había conocido. Nikolai, temeroso de su padre, no sacó el tema de las naves de salto.

Miles se preguntó cómo, aquella primera noche, pudo confundir el silencio de la señora Vorsoisson con serenidad, o la tensión de Etienne Vorsoisson por energía. Hasta que vio aquellos breves destellos de animación en ella esta mañana, no imaginaba cuánto de su personalidad quedaba oculto, cuánto se anulaba en presencia de su marido.

Sabiendo qué pistas buscar, pudo ver en Tien un leve tono grisáceo bajo la palidez típica de las cúpulas y localizó los traicioneros tics físicos que él enmascaraba como la torpeza de un hombre grande hacia los objetos pequeños. Al principio, Miles temió que la enfermedad fuera cosa de ella, y casi estuvo dispuesto a desafiar a Tien a un duelo por no tomar medidas efectivas para resolver el problema… Pero, al parecer, Tien jugaba con su propio estado. Miles conocía, mejor que nadie, el miedo innato de los barrayareses hacia cualquier distorsión genética.
Morirse de vergüenza
era algo más que una frase. Él no iba por ahí precisamente avisando de su invisible desorden y sus ataques… aunque en privado le había confiado a Ekaterin ese secreto. No es que importara, puesto que iba a marcharse. Tien estaba en su derecho a negarlo todo, por estúpido que pareciera: tal vez el hombre esperaba que lo alcanzara un meteoro antes de que su enfermedad se manifestara. El impulso de Miles hacia el homicidio quedó renovado con la idea:
Pero ha elegido lo mismo para Nikolai
.

Cuando estaban a mitad del segundo plato (filetes de pescado exquisitamente aromáticos rehogados en patatas con ajo), llamaron a la puerta. La señora Vorsoisson se levantó rápidamente para atenderla. Sintiendo que no era bueno que fuera sola, Miles la siguió. Nikolai, quizá buscando aventura, trató de acompañarlos, pero tuvo que quedarse a terminar la cena junto a su padre. La señora Vorsoisson miró a Miles por encima del hombro, pero no dijo nada.

Comprobó el monitor junto a la puerta.

—Es otro correo. Oh, esta vez es un capitán. Normalmente viene un sargento.

La señora Vorsoisson abrió la puerta y en ella apareció un joven con el uniforme verde barrayarés, con las insignias del ojo de Horus de SegImp en el cuello.

—Pase.

—Señora Vorsoisson —el hombre la saludó con un ademán, entró y miró a Miles—. Lord Auditor Vorkosigan. Soy el capitán Tuomonen. Soy el jefe de la oficina de SegImp aquí en Serifosa.

Tuomonen parecía tener veintitantos años, con el pelo oscuro y ojos marrones como la mayoría de los barrayareses, y un poco más acicalado y en forma que el soldado de oficina normal, aunque tenía la piel pálida por vivir bajo la cúpula. Llevaba en una mano una caja con discos y un maletín más grande en la otra, así que saludó cordialmente con la cabeza en vez de ofrecer un saludo militar.

—Sí, el general Rathjens lo mencionó. Nos honra tener un correo semejante.

Tuomonen se encogió de hombros.

—SegImp de Serifosa es una oficina muy pequeña, milord. El general Rathjens ordenó que se le informara a usted cuanto antes tras la identificación del nuevo cadáver.

Miles observó la caja de discos que llevaba el capitán en la mano.

—Excelente. Pase y siéntese.

Condujo al capitán al círculo de conversación, un sofá hundido que era la pieza central del salón de Vorsoisson. Como la mayor parte del resto de los muebles, era del típico estilo komarrés. ¿Sentía a veces la señora Vorsoisson que estaba viviendo en un hotel, en vez de en su hogar?

—Señora Vorsoisson, ¿quiere pedirle a su tío que nos acompañe? Pero que termine de comer primero.

—Me gustaría hablar también con el administrador Vorsoisson, cuando haya terminado —dijo Tuomonen. Ella asintió y se retiró, los ojos llenos de interés pero siempre contenida, como si deseara hacerse invisible a los ojos de Miles.

—¿Qué tenemos? —preguntó Miles, sentándose—. Le dije a Rathjens que me gustaría acompañar y observar el primer contacto de SegImp sobre este asunto.

Podría hacer las maletas y marcharse esta noche, y así no tendría que regresar.

—Sí, mi señor. Por eso estoy aquí. Su misterioso cadáver resulta ser un tipo local, de Serifosa. Está, o estaba, registrado como empleado del Proyecto Terraformador.

Miles parpadeó.

—No será un ingeniero, un tal doctor Radovas, ¿verdad?

Tuomonen lo miró, sorprendido.

—¿Cómo lo sabía?

—Una suposición descabellada. Desapareció hace unas semanas. Oh, demonios, apuesto a que Vorsoisson podría haberlo identificado de una mirada. O… tal vez no. Estaba en bastante mal estado. Hum. El jefe de Radovas creía que se había fugado con su técnico, una joven llamada Marie Trogir. Su cuerpo no ha aparecido, ¿no?

—No, mi señor. Pero parece que deberíamos empezar a buscarlo.

—Sí. Una investigación y comprobación total, supongo. No den por hecho que está muerta: si está viva, sin duda querremos interrogarla. ¿Necesitan una orden especial por mi parte?

—No necesariamente, pero apuesto a que despejaría las cosas —un ligero brillo de entusiasmo iluminó los ojos de Tuomonen.

—Ya la tiene, entonces.

—Gracias, milord. Pensé que querría esto —le tendió a Miles la maleta—. Traje el dossier completo sobre Radovas antes de salir de la oficina.

—¿Lleva SegImp archivos sobre todos los ciudadanos komarreses, o era alguien especial?

—No, no tenemos archivos universales. Pero sí un programa de búsqueda que recopila información de la red. La primera parte es su biografía pública, notas del colegio, informes médicos, documentos financieros y de viaje, lo de costumbre. Sólo tuve tiempo de echarle una ojeada. Pero Radovas también tiene un pequeño archivo en SegImp, que se remonta a sus días de estudiante, durante la Revuelta de Komarr. Se cerró con una amnistía.

—¿Es interesante?

—Yo no sacaría demasiadas conclusiones sólo con eso. La mitad de la población de Komarr de esa edad tomó parte en alguna protesta estudiantil o grupo revolucionario, incluyendo a mi suegra. —Tuomonen esperó a ver qué respondía Miles a su comentario.

—Ah, ¿se casó usted con una chica local?

—Hace cinco años.

—¿Cuánto tiempo lleva destinado en Serifosa?

—Unos seis años.

—Bien hecho.

¡Sí! Eso deja a una mujer barrayaresa más para los demás
.

—Deduzco que se lleva bien con la gente del lugar.

El envaramiento de Tuomonen se suavizó.

—Con casi todos. Excepto con mi suegra. Pero no creo que sea por asuntos enteramente políticos —Tuomonen reprimió una mueca—. Pero nuestra hijita la tiene ahora bajo control.

—Ya veo —Miles le sonrió. Con el ceño fruncido, pensativo, le dio la vuelta al maletín, buscó su sello de Auditor en el bolsillo, y lo abrió—. ¿Ha subrayado su sección de Análisis algo para mí?

—Yo soy la sección de Análisis de Serifosa —admitió tristemente Tuomonen. Su mirada se agudizó—. Tengo entendido que usted formó parte de SegImp, milord. Creo que es mejor que lo lea usted primero, antes de que yo haga ningún comentario.

Miles alzó las cejas. ¿No confiaba Tuomonen en su propio juicio, la llegada de dos Auditores Imperiales lo ponía nervioso, o estaba simplemente aprovechando la oportunidad para compartir opiniones?

—¿Y qué tipo de dossier sacó de la red sobre un tal Miles Vorkosigan y leyó a toda velocidad antes de dejar la oficina?

—La verdad es que lo hice anteayer, mi señor, cuando me notificaron que vendría usted a Serifosa.

—¿Y cuál es su análisis al respecto?

—Dos terceras partes de su carrera están bajo un sello que necesita permiso especial del Cuartel General de SegImp en Vorbarr Sultana. Pero sus condecoraciones y premios públicos aparecen en una pauta estadística significativa después de misiones de correo aparentemente rutinarias que les fueron asignadas por la oficina de Operaciones Galácticas. Cinco veces más que el siguiente correo más condecorado en la historia de SegImp.

—¿Y su conclusión, capitán Tuomonen?

Tuomonen sonrió ligeramente.

—Usted no fue nunca un maldito correo, capitán Vorkosigan.

—¿Sabe, Tuomonen? Creo que me va a gustar trabajar con usted.

—Eso espero, señor —alzó la mirada cuando el profesor entró en el salón, seguido de Tien Vorsoisson.

Vorthys terminó de limpiarse la boca con su servilleta, se la guardó ausente en el bolsillo, y saludó a Tuomonen con un apretón de manos antes de presentar a su sobrino político.

—Tuomonen nos ha traído la identidad de nuestro cadáver de más —dijo Miles cuando todos estuvieron sentados.

—Oh, bien —dijo Vorthys—. ¿Quién era el pobre tipo?

Miles vio que Tuomonen miraba a Tien antes de hablar.

—Curiosamente, administrador Vorsoisson, uno de sus empleados. El doctor Barto Radovas.

La tez grisácea de Tien se volvió aún más pálida.

—¡Radovas! ¿Qué demonios estaba haciendo allí arriba?

El horror y la sorpresa en la cara de Tien eran genuinos. Miles podría haber jurado que el asombro en su voz no era fingido.

—Esperaba que usted tuviera alguna idea, señor —dijo Tuomonen.

—Dios mío. Bueno… ¿estaba a bordo de la estación, o de la nave?

—No lo hemos determinado todavía.

—La verdad es que no puedo decirle gran cosa sobre él. Estaba en el departamento de Soudha. Nunca recibí ninguna queja sobre su trabajo. Consiguió todos sus ascensos según lo previsto —Tien sacudió la cabeza—. ¿Pero qué demonios estaba haciendo…? —Miró preocupado a Tuomonen—. En realidad no es mi empleado, ¿sabe? Dimitió hace varias semanas.

—Cinco días antes de su muerte, según nuestros cálculos —dijo Tuomonen.

Tien frunció el entrecejo.

—Bueno… no podía estar a bordo de esa nave minera, ¿no? ¿Cómo pudo llegar hasta el segundo cinturón de asteroides y subir a bordo antes de salir de Komarr?

—Podría haberse unido a la nave en ruta —dijo Tuomonen.

—Oh. Supongo que es posible. Dios mío. Está casado. Estaba casado. ¿Su esposa sigue en la ciudad?

—Sí —dijo Tuomonen—. Me reuniré dentro de poco con el oficial de seguridad civil de la Cúpula que le llevará la notificación oficial de su muerte.

—Ha estado tres semanas sin recibir noticias suyas —dijo Miles—. Otra hora más no importará mucho a estas alturas. Creo que me gustaría revisar su informe antes de que nos marchemos, capitán.

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