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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Komarr (3 page)

BOOK: Komarr
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—Oh, vaya.

Nikolai mostró una sonrisa satisfecha, y se miró los dedos de los pies, que agitó especulativamente. El dedo gordo del pie derecho asomaba a través de un agujero nuevo en su calcetín.

Su pelo claro infantil se estaba oscureciendo; tal vez acabaría siendo tan castaño como el de ella. Le llegaba a la altura del pecho, aunque podría haber jurado que sólo le llegaba a la cadera hacía unos quince minutos. Tenía los ojos marrones como su padre. Su mano sucia (¿dónde encontraba tanta porquería en esta cúpula?) era tan firme como inocentes sus ojos.
No hay temblores
.

Los primeros síntomas de la Distrofia de Vorzohn eran engañosos, pues imitaban a los de media docena de otras enfermedades, y podían comenzar en cualquier momento, desde la pubertad a la madurez.
Pero hoy no, no a Nikolai
.

Todavía
.

Ruidos en la entrada del apartamento y graves voces masculinas la hicieron salir de la cocina. Nikolai se le adelantó y echó a correr. Cuando Ekaterin lo alcanzó, ya estaba siendo levantado en volandas por el grueso hombretón de pelo blanco que parecía llenar todo el espacio.

—¡Ooof! —dejó de hacer dar vueltas a Nikolai—. ¡Has crecido, Nikki!

El tío Vorthys no había cambiado, a pesar de su impresionante título nuevo: la misma nariz y orejotas, la misma enorme túnica y los pantalones arrugados como si hubiera dormido vestido, la misma risa grave. Dejó a su sobrino-nieto en el suelo, y se inclinó y rebuscó en su maleta.

—Creo que tengo algo para ti, Nikki…

Nikolai dio saltos a su alrededor. Ekaterin se apartó de momento, esperando su turno.

Tien atravesaba la puerta con el equipaje. Sólo entonces vio ella al hombre que se mantenía apartado, sonriendo algo distante ante la escena familiar.

Se tragó su sorpresa. Apenas era más alto que Nikolai, que tenía nueve años, pero estaba claro que no se trataba de un niño. Tenía la cabeza grande y el cuello corto, y una postura levemente encorvada; por lo demás parecía delgado pero sólido. Llevaba pantalones y túnica gris claro sobre una bonita camisa blanca y botines pulidos. Sus ropas carecían por completo de los adornos pseudomilitares de los que a menudo hacían gala los altos Vor, pero la perfección del corte (tenía que ser hecho a medida, para que sentara bien a aquel extraño cuerpo) indicaba un precio que Ekaterin no se atrevió a calcular.

No estaba segura de qué edad podía tener: ¿quizá no mucho mayor que ella? No había canas en el pelo oscuro, pero sí arrugas en torno a los ojos y la boca, expresiones de risa y dolor que marcaban su piel pálida. Se movió con rigidez al dejar su maleta en el suelo y volverse para ver cómo Nikolai monopolizaba a su tío-abuelo, pero por lo demás no parecía lisiado. No era una figura que se mezclara con el entorno, pero su aspecto era discreto. ¿Socialmente incómodo? Ekaterin recordó bruscamente sus deberes como hija de los Vor.

Avanzó hacia él.

—Bienvenido a mi hogar… —Aagh, Tien no había mencionado su nombre—, Milord Auditor.

Él extendió la mano y capturó la suya en un gesto totalmente corriente.

—Miles Vorkosigan —su mano era seca y cálida, más pequeña que la de ella, pero claramente masculina; tenía las uñas limpias—. ¿Y usted, señora?

—¡Oh! Ekaterin Vorsoisson.

Para su alivio, él le soltó la mano sin besarla. Ekaterin contempló por un instante su coronilla, a la altura de su clavícula; advirtió que él le hablaba a su escote y retrocedió un poco. Él la miró, todavía sonriendo ligeramente.

Nikolai arrastraba ya la más grande de las maletas del tío Vorthys hacia la habitación de invitados, alardeando de fuerza. Tien siguió a su huésped. Ekaterin hizo un rápido cálculo: podría acomodar al Vorkosigan en la habitación de Nikolai, pero ofrecerle la cama del niño sería bastante embarazoso. ¿Invitar a un Auditor Imperial a dormir en el sofá del salón? Imposible. Le indicó que la siguiera por el pasillo opuesto, hacia la sala que le servía de oficina y taller botánico a un tiempo. Todo un lado estaba ocupado por un banco de trabajo y por estantes repletos de suministros; numerosas placas de luz nutrían las nuevas plantas, que caían en cascada, formando un manto del verde terrestre y el rojizo de Barrayar. Una gran zona despejada en el suelo daba a un amplio ventanal.

—No tenemos mucho espacio —se disculpó—. Me temo que aquí incluso los administradores de Barrayar tenemos que aceptar lo que se nos asigna. Pediré una gravi-cama para usted: estoy segura de que la traerán antes de que acabe la cena. Pero, al menos, la habitación es privada. Mi tío ronca tanto… El baño está en el pasillo, a la derecha.

—Está muy bien —le aseguró él. Se acercó a la ventana y contempló el parque. Las luces de los edificios circundantes brillaban cálidamente en el luminoso crepúsculo del espejo medio eclipsado.

—Sé que no es a lo que usted está acostumbrado.

Una comisura de su boca se curvó hacia arriba.

—Una vez dormí durante seis semanas en el suelo. Con diez mil marilacanos terriblemente sucios, muchos de los cuales roncaban. Le aseguro que esto está muy bien.

Ella sonrió a su vez, sin saber cómo interpretar ese chiste, si era un chiste. Lo dejó colocando sus cosas, y corrió a llamar a la compañía de alquiler y a terminar de preparar la cena.

Todos se reunieron, a pesar de sus mejores intenciones de un servicio más formal, en la cocina, donde el pequeño Auditor chafó de nuevo sus expectativas al permitir que le sirviera sólo medio vaso de vino.

—He empezado el día con siete horas en un traje de presión. Me quedaré dormido con la cabeza dentro del plato antes del postre —sus ojos grises chispeaban.

Ella los condujo a la mesa del balcón y presentó el guiso ligeramente picante de tinaproteínas que tanto le gustaba a su tío. Cuando hubo servido el pan y el vino, por fin pudo hablar con él.

—¿Qué tal vuestra investigación? ¿Cuánto tiempo puedes quedarte?

—No mucho más de lo que has oído en las noticias, me temo —respondió su tío—. Sólo podemos tomarnos este respiro en la superficie mientras los equipos de análisis terminan de recoger los trozos. El carguero minero estaba repleto hasta los topes, y tenía una masa tremenda. Cuando los motores estallaron, pedazos de todos los tamaños salieron en todas las direcciones y a todas las velocidades posibles. Queremos encontrar desesperadamente todos los fragmentos de sus sistemas de control. Si tenemos suerte, habrán recuperado la mayor parte dentro de tres días.

—¿Entonces fue un sabotaje deliberado? —preguntó Tien.

El tío Vorthys se encogió de hombros.

—Con el piloto muerto, va a ser muy difícil demostrarlo. Puede haber sido una misión suicida. Las cuadrillas de trabajo no han encontrado todavía ningún rastro de explosivos militares o químicos.

—Los explosivos habrían sido redundantes —murmuró Vorkosigan.

—El carguero golpeó el espejo solar en el peor ángulo posible, de lado —continuó el tío Vorthys—. La mitad de los daños fueron producidos por los componentes del propio espejo. Con todo el impulso acumulado por las diferentes colisiones, se hizo pedazos.

—Si todos esos resultados fueron planeados, tuvieron que hacer unos cálculos realmente sorprendentes —dijo Vorkosigan secamente—. Es lo que me inclina a pensar que pudo ser realmente un accidente.

Ekaterin observó a su marido, que miraba subrepticiamente al pequeño Auditor, y leyó en sus ojos el silencioso juicio: ¡Mutante! ¿Cómo iba a reaccionar Tien ante aquel hombre que mostraba abiertamente, sin intentar disculparse o ni siquiera parecer importarle, tales estigmas de anormalidad?

Tien se dirigió a Vorkosigan, la mirada curiosa.

—Comprendo que el Emperador Gregor enviara al profesor, que es la principal autoridad del Imperio en análisis de fallos y todo eso. ¿Cuál es, ejem, su parte en esto, Lord Auditor Vorkosigan?

La sonrisa de Vorkosigan se convirtió en una mueca.

—Tengo cierta experiencia en instalaciones espaciales —se inclinó hacia atrás, alzó la barbilla y borró de su cara el extraño brillo de ironía—. De hecho, en lo que se refiere a esta investigación de causas probables, simplemente vengo como acompañante. Es el primer problema realmente interesante que ha surgido desde que hice el juramento de Auditor hace tres meses. Quería ver cómo se hacía. Con su matrimonio komarrés en puertas, Gregor está muy interesado en todas las posibles repercusiones políticas de este accidente. Éste sería muy mal momento para un contratiempo serio en las relaciones entre Barrayar y Komarr. Pero, ya fuera accidente o sabotaje, el espejo dañado afecta directamente al Proyecto de Terraformación. Tengo entendido que su Sector Serifosa es bastante representativo.

—Ciertamente. Les llevaré mañana de visita —prometió Tien—. He ordenado a mis asistentes preparar un informe técnico completo, con todas las cifras. Pero lo más importante sigue siendo pura especulación. ¿Cuánto se tardará en reparar el espejo solar?

Vorkosigan hizo una mueca mientras extendía una mano, la palma hacia arriba.

—Eso depende, en parte, de cuánto dinero esté dispuesto a gastar el Imperio. Y ahí es donde las cosas se vuelven políticas. Con la propia Barrayar todavía sometida a terraformación, y con el planeta de Sergyar atrayendo inmigrantes de ambos mundos casi tan rápido como pueden subir a las naves, algunos miembros del gobierno se preguntan abiertamente por qué gastamos tanto dinero en un mundo marginal como Komarr.

Ekaterin no pudo decidir por su tono comedido si estaba de acuerdo con esos miembros o no.

—La terraformación de Komarr —dijo, molesta— llevaba tres siglos en marcha antes de que lo conquistáramos. No podemos dejarlo ahora.

—Entonces ¿vamos a seguir tirando dinero porque ya lo hayamos tirado antes? —Vorkosigan se encogió de hombros, declinando responder a su propia pregunta—. Hay una segunda línea de pensamiento, puramente militar. Restringir la población a las cúpulas hace que Komarr sea militarmente más vulnerable. ¿Por qué dar a los ciudadanos de un mundo conquistado territorio extra donde esconderse y reagruparse? Esta opinión presupone que, dentro de unos trescientos años, cuando la terraformación esté terminada por fin, las poblaciones de Komarr y Barrayar aún no se habrán asimilado la una a la otra. Si lo hicieran, entonces las cúpulas serían nuestras, y tampoco querríamos que fueran vulnerables, ¿no?

Hizo una pausa para comer un poco de pan y de guiso, tomó un sorbo de vino y luego continuó.

—Ya que la asimilación es declaradamente la política de Gregor, y está intentando guiar por el ejemplo… la cuestión de la motivación del sabotaje se vuelve… compleja. ¿Podrían los saboteadores haber sido barrayareses aislacionistas? ¿Extremistas de Komarr? ¿Cualquiera de los dos, con la esperanza de echar la culpa al otro? ¿Hasta qué punto se sienten unidos emocionalmente los komarreses medios que viven en la cúpula a un objetivo que nadie llegará a ver terminado? ¿No preferirían ahorrarse su dinero ahora? Sea sabotaje o accidente, no hay diferencia en términos científicos, pero sí políticamente.

El tío Vorthys y él intercambiaron una mirada triste.

—Así que observo, escucho y espero —concluyó Vorkosigan. Se volvió hacia Tien—. ¿Le gusta Komarr, administrador Vorsoisson?

Tien sonrió y se encogió de hombros.

—Está bien, excepto por los komarreses. Me parecen fastidiosamente quisquillosos.

Vorkosigan alzó las cejas.

—¿No tienen sentido del humor?

Ekaterin alzó la cabeza, alerta, ante el tono sutilmente cortante de su voz, pero al parecer Tien no lo advirtió, pues simplemente resopló.

—Se dividen a partes iguales entre los avaros y los huraños. Engañar a los barrayareses es considerado un deber patriótico.

Vorkosigan alzó su copa vacía hacia Ekaterin.

—¿Y usted, señora Vorsoisson?

Ella volvió a llenarla hasta el borde antes de que él pudiera detenerla. Tuvo cuidado con la respuesta. Si su tío era el experto técnico en este dúo de Auditores, eso convertía a Vorkosigan en… ¿el político?

¿Quién era en realidad el jefe del equipo? ¿Había captado Tien alguna de las sutiles implicaciones del discurso del pequeño lord?

—No ha sido fácil entablar amistad con los komarreses. Nikolai va a una escuela barrayaresa. Y yo no tengo trabajo como tal.

—Una dama Vor difícilmente necesita trabajar —sonrió Tien.

—Ni un lord Vor —añadió Vorkosigan, casi entre dientes—, sin embargo aquí estamos…

—Eso depende de la habilidad para escoger a los padres adecuados —dijo Tien, un poco seco. Miró fijamente a Vorkosigan—. Disculpe mi curiosidad. ¿Está usted emparentado con el antiguo Lord Regente?

—Mi padre —respondió Vorkosigan, con cortante brevedad. No sonrió.

—Entonces usted es el lord Vorkosigan, el heredero del Conde.

—Así es, sí.

Vorkosigan se estaba volviendo cada vez más seco. Ekaterin interrumpió.

—Su educación debe de haber sido enormemente difícil.

—Se las apañó —murmuró Vorkosigan.

—¡Me refería a usted!

—Ah —su breve sonrisa regresó, y desapareció de nuevo.

La conversación estaba resultando un verdadero desastre; Ekaterin lo notaba. Apenas se atrevía a abrir la boca para intentar reconducirla. Tien intervino.

—¿Aceptó su padre, el gran almirante, que no pudiera usted tener una carrera militar?

—A mi abuelo, el gran general, le costó más trabajo.

—Yo serví diez años, lo habitual. En Administración, muy aburrido. Créame, no se perdió gran cosa —Tien agitó una mano, como no dando importancia—. Pero no todos los Vor tienen que ser soldados hoy en día, ¿no, profesor Vorthys? Usted es la prueba viviente.

—Creo que el capitán Vorkosigan sirvió, hum, trece años, ¿no, Miles? En Seguridad Imperial. Operaciones Galácticas. ¿Te pareció aburrido?

La sonrisa que Vorkosigan dirigió al profesor fue auténtica, por un momento.

—No lo suficiente.

Alzó la barbilla, evidentemente un tic nervioso habitual. Por primera vez, Ekaterin notó las finas cicatrices blancas a cada lado de su corto cuello.

Ekaterin corrió hacia la cocina, para servir el postre y dar a la conversación tiempo de recuperarse. Cuando regresó, las cosas se habían suavizado, o al menos Nikolai había dejado de ser tan sobrenaturalmente bueno, es decir, callado, y había empezado a negociar con su tío-abuelo para que después de la cena echaran una partida a su juego favorito del momento. Continuaron así hasta que la compañía de alquiler llegó con la gravicama, y el gran ingeniero se fue con todos los hombres a supervisar la instalación. Ekaterin se dedicó agradecida a la tranquilizadora rutina de retirar la mesa.

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