Komarr (37 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Komarr
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—Nadie sabrá que la tienes a menos que se lo digas —ensayó Miles—. No es que puedan olerlo, ¿no?

La expresión testaruda se redobló.

—Es lo que dijo mamá.

Dirección equivocada. Había un problema inherente con los secretismos de todas formas, como demostraba la vida de Tien.

—¿Has desayunado ya? —preguntó Miles reprimiendo el deseo de estrangular al niño por causar más inquietud a su madre.

—Sí.

Entonces, dejarlo pasar hambre o sobornarlo con comida sería demasiado lento.

—Bueno… vale. No te diré que estás exagerando las cosas si tú no me dices que no lo comprendo.

Nikki alzó la cabeza, despistado.
Sí. Mírame, chaval
. Miles consideró, y descartó inmediatamente, cualquier argumento que oliera a amenaza, que intentara conducir a Nikki en el camino adecuado aumentando la presión. Por ejemplo, el que empezaba:
¿Cómo esperas tener el valor de saltar por agujeros de gusano si no tienes valor para enfrentarte a esto?
Nikki estaba ahora contra la pared. Aumentar la presión tan sólo lo aplastaría. El truco era bajar la pared.

—Fui a un colegio parecido al tuyo. No puedo recordar ni un momento en que mis compañeros no me consideraran un muti Vor. Cuando tenía tu edad, ya había desarrollado una docena de estrategias. Admito que algunas fueron bastante contraproducentes.

Había pasado un infierno médico en su infancia sin parpadear. Pero unos cuantos amigos de juegos que aún recordaba, al descubrir que sus huesos frágiles hacían que las peleas físicas fueran demasiado peligrosas (para sí mismos, cuando descubrieron que no podían ocultar las pruebas), aprendieron a hacerlo llorar de humillación sólo con palabras. El sargento Bothari, que se encargaba de llevar todos los días a Miles a aquel purgatorio escolar, se acostumbró rápidamente a hacer un experto registro rutinario y a aliviarlo de armas que oscilaban entre un cuchillo de cocina hasta un aturdidor militar robado al capitán Koudelka. Después de eso, Miles pasó a hacer la guerra de modo más sutil. Tardó casi dos años en enseñar a algunos compañeros de clase a dejarlo en paz. Un buen aprendizaje. Pensándolo bien, ofrecer sus propias soluciones tal vez no fuera una buena idea… De hecho, dejar que Nikki descubriera cuáles habían sido algunas de esas soluciones podría ser una idea malísima.

—Pero eso fue hace veinte años, en Barrayar. Los tiempos han cambiado. ¿Qué piensas que te harán exactamente tus amigos?

Nikki se encogió de hombros.

—No lo sé.

—Bueno, dame alguna pista. No se puede planear una estrategia sin información.

Nikki volvió a encogerse de hombros.

—No es lo que vayan a hacer. Es lo que pensarán —añadió al cabo de un rato.

Miles resopló.

—Eso… es un poco tenue como pista de trabajo, ya sabes. Lo que temes que vaya a pensar la gente en el futuro. Yo normalmente tengo que recurrir a la pentarrápida para averiguar qué piensa de verdad la gente. Y ni siquiera la pentarrápida dice lo que van a pensar en el futuro.

Nikki se encorvó. Miles descartó la idea de decirle que si seguía haciendo esos gestos de tortuga se le quedaría así la espalda, igual que le había pasado a él. Existía la leve y horrible posibilidad de que el niño lo creyera.

—Lo que necesitamos —suspiró Miles—, es un agente de SegImp. Alguien que analice territorio inexplorado, y no sepa lo que los desconocidos que encuentre vayan a hacer o pensar. Que escuche con atención, observe, recuerde y nos informe. Y tienen que hacerlo una y otra vez, en sitios nuevos, constantemente. La primera vez es terrible.

Nikki alzó la cabeza.

—¿Cómo lo sabe? Dijo usted que fue correo.

Maldición, el crío era listo.

—No, hum, no puedo hablar de ello. No tienes permiso de seguridad. ¿Pero crees que tu cole es tan peligroso como, pongamos por caso, Jackson's Whole, o Eta Ceta? Por poner un par de ejemplos al azar.

Nikki lo miró en silencio y, como temía Miles, con algo de desprecio ante este tropiezo adulto.

—Pero te contaré algo que aprendí.

Nikki se sintió atraído, o al menos lo miró.

Sigue adelante: no te hará más concesiones
.

—No es tan terrible la segunda vez. Ojalá pudiera haber empezado con la segunda vez. Pero la única forma de llegar a la segunda vez es haciendo antes la primera. Parece paradójico, la manera más rápida de facilitar las cosas es empezando por lo difícil. En cualquier caso, no puedo enviarte a un agente de SegImp para que compruebe si en tu colegio hay actividad antimutante.

Nikki hizo una mueca, alerta al menor síntoma de sermón por su parte. Miles sonrió, advirtiéndolo.

—Además, sería pasarnos un poco, ¿no?

—Probablemente —y se encogió otra vez.

—El explorador ideal de SegImp sería alguien que pudiera mezclarse con el terreno. Alguien que conociera el territorio como la palma de su mano, y no cometiera peligrosos errores por ignorancia. Alguien que pudiera seguir su propio dictado y no dejar que sus suposiciones se interpongan en sus observaciones. Y que no se meta en peleas, porque eso destrozaría su tapadera. Son gente muy práctica, los agentes imperiales de renombre que he conocido.

Miró a Nikki, meditabundo. Esto no estaba saliendo bien. Prueba otra cosa.

—La subagente más joven que he empleado jamás tenía unos diez años. No era en Barrayar, no hace falta decirlo, pero no creo que seas menos listo ni competente que ella.

—¿Diez? —dijo Nikki, temporalmente distraído de su empecinamiento—. ¿Era una niña?

—El trabajo era de simple correo. Podía pasar desapercibida donde un merce… donde un adulto uniformado no podría. Ahora bien, estoy dispuesto a ser tu asesor táctico en esta… misión de penetración escolar, pero no puedo trabajar sin información. Y el mejor agente para recopilar información, en este caso, ya está en su sitio. ¿Te atreves?

Nikki se encogió de hombros. Pero su ceñuda expresión se había vuelto especulativa.

—Diez… una niña…

Un éxito, un éxito palpable
.

—La incluí en mi diario de gastos como informadora local. Le pagaron, naturalmente. Igual que a un adulto. Una pequeña contribución que aceleró esa misión concreta hasta su conclusión.

Miles miró a la nada un momento, con ese aire de recordar algo que siempre precede a largas y aburridas historias de adultos. Cuando consideró que ya había picado, fingió recuperarse y le sonrió débilmente a Nikki.

—Bueno, ya está bien. El deber llama. No he desayunado todavía. Si decides salir, estaré aquí otros diez minutos o así.

Miles descorrió el cerrojo y salió. No creía que Nikki se hubiera tragado más de una de cada tres palabras suyas, aunque para variar y en contraste con varias de sus históricas negociaciones, todo era cierto. Pero al menos había conseguido ofrecer una retirada honrosa desde una posición imposible.

Ekaterin esperaba en el pasillo. Él se llevó un dedo a los labios y esperó un momento. La puerta permaneció cerrada, pero el cerrojo no volvió a chasquear.

Miles le indicó a Ekaterin que lo siguiera, y caminó de puntillas hasta el salón.

—Fiuuuu —dijo Miles—. Creo que es la misión más difícil que he tenido que cumplir jamás.

—¿Qué ha pasado? —demandó Ekaterin, ansiosa—. ¿Va a salir?

—Todavía no estoy seguro. Le di un par de cosas en que pensar. No parecía tan asustado. Y va ser muy aburrido quedarse ahí dentro mucho rato. Démosle un poco de tiempo, a ver.

Miles estaba terminando los copos y el café cuando Nikki asomó cautelosamente la cabeza por la puerta. Se quedó allí, dando golpecitos con el talón contra el marco. Ekaterin, sentada frente a Miles, puso las manos en jarras y esperó.

—¿Dónde están mis zapatos? —preguntó Nikki.

—Debajo de la mesa —dijo Ekaterin, manteniendo, con obvio esfuerzo, un tono perfectamente neutral. Nikki se arrastró bajo la mesa para recogerlos, y se sentó en el suelo para ponérselos.

—¿Quieres que te acompañe alguien? —dijo Ekaterin con mucho cuidado cuando volvió a levantarse.

—No.

Su mirada se cruzó brevemente con la de Miles, entonces se fue al salón a recoger su mochila y salió por la puerta.

Ekaterin, que casi se había levantado de su silla, se desplomó.

—Dios mío. Me pregunto si debería llamar al colegio para asegurarme de que llega.

Miles se lo pensó.

—Sí. Pero no deje que Nikki sepa que lo ha comprobado.

—Bien —ella meneó el café en el fondo de la taza, y añadió, vacilante—: ¿Cómo lo ha conseguido?

—¿Conseguido qué?

—Sacarlo de ahí. Si hubiera sido Tien… los dos eran testarudos. Tien se enfadaba a veces con Nikki, no sin motivo. Habría amenazado con echar la puerta abajo y con llevar a Nikki a rastras hasta el colegio; yo me habría pasado la mañana tranquilizándolo, temerosa de que las cosas se le fueran de las manos. Aunque nunca sucedía del todo. No sé si era por mí, o… Tien siempre se sentía un poco avergonzado más tarde, aunque no se puede decir que pidiera disculpas, pero compraba… Bueno, ya no importa.

Con la cuchara, Miles trazó una cruz en el fondo de su plato, esperando que su deseo de ganarse su aprobación no fuera tan embarazosamente obvio.

—Las soluciones físicas nunca me han parecido bien. Yo sólo… jugué con su mente, para tranquilizarlo. Nunca intento avergonzar a nadie cuando estoy negociando.

—¿Ni siquiera a un niño? —ella hizo una mueca, y sus cejas se alzaron en una expresión que él no estuvo seguro de cómo interpretar—. Una rara medida.

—Bueno, tal vez mis tácticas tienen la novedad de la sorpresa. Admito que pensé en ordenar a mis lacayos de SegImp que derribaran la puerta, pero habría parecido una orden más bien tonta. La dignidad de Nikki no era la única que estaba en juego.

—Bueno… gracias por ser tan paciente. Normalmente no se espera que hombres ocupados e importantes se entretengan con los niños.

Su voz era cálida; estaba complacida. Oh, bien.

—Bueno, yo sí —farfulló—. Eso espero, quiero decir. Mi padre siempre lo hacía… se tomaba su tiempo conmigo. Más tarde, cuando descubrí que no todos los padres hacían lo mismo, supuse que era sólo una tendencia de los hombres más ocupados y más importantes.

—Hum —ella se miró las manos, a cada lado de la taza, y sonrió.

En ese momento entró el profesor Vorthys, vestido con su cómodo uniforme arrugado, apenas más formal que un pijama. Era un traje hecho a medida, apropiado para su posición como Voz Imperial, pero Miles dedujo que debió de volver loco al sastre hasta conseguir lo que quería.
Con montones de espacio en los bolsillos
, como una vez le explicó a Miles mientras la profesora miraba al cielo. Vorthys estaba guardando los discos de datos en estos amplios compartimentos.

—¿Estás preparado, Miles? SegImp acaba de llamar para decir que un aerocoche con conductor nos estará esperando en las Compuertas Occidentales.

—Sí, muy bien.

Miles dirigió una mirada de disculpa a Ekaterin, apuró el café y se levantó.

—¿Se encontrará bien hoy, señora Vorsoisson?

—Sí, por supuesto. Tengo un montón de cosas que hacer. Tengo una cita con un consejero patrimonial, y hay que hacer las maletas… El guardia no tendrá que acompañarme, ¿no?

—No si usted no quiere. Dejaremos un hombre de guardia, de todas formas. Pero si nuestros komarreses hubieran querido hacer rehenes, nos habrían tomado a Tien y a mí aquella primera noche.

Y se habrían buscado un montón más de problemas. Si al menos lo hubieran hecho, reflexionó Miles tristemente. El caso habría avanzado mucho más. Soudha era demasiado listo.

—Si pensara que usted y Nikki pudieran correr el menor peligro… —
Ya se me habría ocurrido algún medio de ponerla como cebo
… No, no—. Si se siente incómoda, le asignaré con mucho gusto un hombre.

—No, gracias.

Esa leve sonrisa otra vez. Miles sintió que podía pasar felizmente el resto de la mañana estudiando todas las sutiles expresiones de sus labios.
Listas de equipos. Vas a estudiar listas de equipos
.

—Entonces le deseo buenos días, señora.

Lord Vorthys, después de su primera exploración de la nueva situación, había decidido establecer su base personal en la estación experimental de Calor Residual. Miles tenía que admitir que la seguridad allí era magnífica: nadie iba a entrar por accidente, ni se iba a colar sin ser detectado. Bueno, Tien y él lo habían hecho, pero los ocupantes estaban distraídos en ese momento, y al parecer Tien tuvo una suerte endiablada. Miles se preguntó qué habría sido primero, para Soudha; si la adquisición de un sitio perfecto para trabajar en secreto le había dado la idea para su oscuro proyecto, o si tuvo primero la idea y luego consiguió ascender hasta conseguir el control de la estación. Una más en una larga lista de preguntas que Miles se moría por hacerle a aquel tipo bajo la acción de la pentarrápida.

Después de que el aerocoche de SegImp dejara a los dos Auditores, Miles fue a comprobar primero el progreso de su grupo de inventario… o más bien del grupo del mayor ingeniero D'Emorie. El sargento al mando le prometió que al final del día habrían terminado la tediosa identificación, clasificación y comprobación de todos los objetos portátiles de la estación. Miles regresó entonces con Vorthys, quien había establecido una especie de nido de ingenieros en una de las grandes salas de trabajo del piso de arriba, con mesas espaciosas, montones de luz y un puñado de comuconsolas de alta potencia. El profesor gruñó un saludo desde detrás de una multicolor cascada de proyecciones matemáticas que titilaban sobre una placavid. Miles se sentó ante una comuconsola para estudiar la creciente lista de objetos reales que el coronel Gibbs había identificado como comprados por Calor Residual, pero que no aparecían por ningún sitio, esperando que alguna pauta subliminal y familiar le iluminara.

Después de un rato, el profesor desconectó su holovid y suspiró.

—Bueno, sin duda construyeron algo. La gente de arriba encontró más fragmentos ayer, casi todos fundidos.

—¿Entonces nuestro inventario representa un algo, destruido junto con Radovas, o dos algos? —preguntó Miles en voz alta.

—Oh, yo creo que dos, al menos. Aunque el segundo tal vez no estuviera montado todavía. Si se piensa desde el punto de vista de Soudha, uno se da cuenta de que ha tenido un mes muy malo.

—Sí, y si ese lío de ahí arriba no fue una extraña misión suicida, o un mortífero sabotaje, o… ¿Y dónde está Marie Trogir, maldición?

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