Komarr (38 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Komarr
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—No estoy seguro de que los komarreses lo sepan tampoco. Cuando habló conmigo, Soudha parecía ansioso por averiguar si yo sabía algo de ella. A menos que fuera un intento de despistarme.

—¿Has encontrado algo en tu inventario? —preguntó Vorthys.

—Hum, no exactamente lo que estoy buscando. El informe final de la autopsia de Radovas reveló algunas distorsiones celulares, además de los grandes daños, y uso el término moderadamente. Me recordaron un poco lo que sucede a los cuerpos humanos que no llegan a ser alcanzados de pleno por un rayo de implosión gravítica. Si son alcanzados la cosa está muy clara, pero si no les llega a dar, puede matar sin reventar el cuerpo. No paro de preguntarme, desde que vi por primera vez los escáneres celulares, si Soudha ha reinventado la lanza de implosión gravítica, o algún otro tipo de arma de campos gravíticos. Sé que reducirlas a tamaño portátil es la ambición de los fabricantes de armas. Pero… las partes no encajan. Hay un montón de equipo de transmisión de alta potencia entre ese material, pero que me zurzan si sé adónde transmiten.

—Los cálculos que hallamos en la biblioteca de Radovas me intrigan —dijo Vorthys—. Hablaste con el matemático de Soudha, Cappell… ¿qué impresión te produjo?

—Es difícil de decir, ahora que sé que estaba mintiendo durante toda la entrevista —dijo Miles tristemente—. Deduzco que Soudha confió en que mantendría la calma, en un momento en que todo el equipo corría como loco para completar la retirada. Ahora me doy cuenta de que Soudha fue muy selectivo a la hora de engañarme. —Miles vaciló, no muy seguro de poder explicar la lógica de su siguiente conclusión—. Creo que Cappell era un hombre clave. Tal vez el segundo tras el propio Soudha. Aunque la contable, Foscol… No. Eran cuatro. Soudha, Foscol, Cappell y Radovas. Ésos son el núcleo. Le apuesto dólares betanos contra arena a que la historia de amor entre Radovas y Trogir fue una invención, una cortina de humo que desarrollaron después del accidente, para ganar tiempo. Pero en ese caso, ¿dónde está Trogir ahora?

—¿Y planeaban usar su aparato, o venderlo? —añadió tras un instante de pausa—. En el segundo caso, sin duda tendrían que buscar un cliente fuera del Imperio. Tal vez Trogir los engañó a todos, encontró un mejor postor y se largó con la música a otra parte. SegImp está vigilando a todos los komarreses que salen del Imperio a través de los puntos de salto.

»Sólo tuvieron un par de horas de ventaja, así que no pueden haber escapado antes de que echáramos el cerrojo. Pero Trogir tuvo dos semanas de ventaja. Podría estar ya en cualquier parte.

Vorthys sacudió la cabeza, declinando razonar antes de tener datos. Miles suspiró, y regresó a su lista.

Una hora después, Miles estaba bizco después de tanto mirar metros y metros de aburridísimo inventario. Su mente daba vueltas, buscando un plan para aferrarse como una sanguijuela hiperactiva a todos los agentes de campo que buscaban a los fugitivos komarreses. Secuencialmente, supuso; había aprendido a no desear ser gemelo, ni ningún otro yo múltiple. Miles recordó el viejo chiste barrayarés sobre el lord Vor que saltó a su caballo y cabalgó en todas direcciones. Avanzar al ataque sólo funcionaba como estrategia si uno había identificado antes correctamente dónde estaba la dirección que pudiera llamar delante. Después de todo, el Lord Auditor Vorthys no corría en círculos: se sentaba tranquilamente en el centro y dejaba que todo viniera hacia él.

Las meditaciones de Miles sobre las reconocidas desventajas de la clonación fueron interrumpidas por la llamada del coronel Gibbs, quien mostraba una sonrisita de sorprendente complacencia. El profesor se acercó al radio de alcance del vid y se apoyó en el respaldo de la silla de Miles mientras Gibbs hablaba.

—Lord Auditor. Lord Auditor —Gibbs los saludó a ambos—. He encontrado algo extraño. Finalmente conseguimos localizar las órdenes reales de compra de los gastos de equipos más caros de Calor Residual. En los dos últimos años, han comprado cinco generadores de campo de Necklin a una empresa komarresa de tecnología de salto. Tengo el nombre y la dirección de la compañía, junto con copia de los envíos. Diseños Bollan… Ésa es la constructora, todavía tiene los detalles técnicos archivados.

—¿Soudha estaba construyendo una nave de salto? —murmuró Miles, tratando de imaginarlo—. Espere un momento, las varas de Necklin vienen por parejas… ¿tal vez rompieron una? Coronel, ¿ha visitado ya SegImp a Bollan?

—Lo hicimos, para confirmar la falsificación de la factura. Diseños Bollan parece ser una compañía legítima, aunque pequeña; llevan unos treinta años en el negocio, cosa que precede bastante a este plan de desfalco. Son incapaces de competir de igual a igual con los constructores importantes como Industrias Toscane, así que se han especializado en diseños extraños y experimentales, y en la reparación de sistemas anticuados y varas de salto obsoletas. Como compañía, Bollan no parece haber violado ninguna regulación, y parece haber tratado con Soudha como cliente de buena fe. Los envíos salieron de Bollan sin alterar; al parecer eso se hizo en la comuconsola de Foscol cuando llegaron. Sin embargo… el ingeniero de diseño jefe, que trabajó directamente a las órdenes de Soudha, no ha ido al trabajo desde hace tres días, ni lo han encontrado en casa.

Miles maldijo entre dientes.

—Seguro que está esquivando un interrogatorio con pentarrápida. A menos que su cadáver aparezca en una zanja. Podrían ser las dos cosas, a estas alturas. Confío en que habrá cursado una orden de detención contra él.

—Por supuesto, milord. ¿Descargo todo lo que hemos conseguido esta mañana en su canal seguro?

—Sí, por favor —dijo Miles.

—Sobre todo los detalles técnicos —intervino Vorthys—. Después de echarles un vistazo, tal vez quiera hablar con la gente de Bollan que todavía esté allí. ¿Puedo pedirle a SegImp que se asegure de que ninguno se tome unas vacaciones antes de que me ponga en contacto con ellos, coronel?

—Ya se han tomado medidas, milord.

Gibbs cortó la comunicación, todavía con aquella expresión relamida, y entonces aparecieron los prometidos datos financieros y técnicos. Vorthys trató de pasar los archivos financieros a Miles, quien enseguida los grabó y se puso a mirar los informes técnicos de Vorthys.

—Bien —dijo el profesor cuando, después de un repaso inicial, pudo producir un esquema holográmico que rotaba lentamente en tres dimensiones sobre la placavid—. ¿Qué demonios es eso?

—Esperaba que me lo dijera usted —suspiró Miles, apoyado en el respaldo de la silla de Vorthys—. Desde luego no se parece a ninguna vara de Necklin que yo haya visto.

Las líneas que giraban en el aire esbozaban una forma que parecía un cruce entre un sacacorchos y un embudo.

—Todos los diseños son ligeramente distintos —advirtió Vorthys, recuperando cuatro formas más junto a la primera—. A juzgar por las fechas, cada modelo era mayor que el anterior.

Según las medidas, los tres primeros diseños eran relativamente pequeños, de un par de metros de largo y un metro de ancho. El cuarto doblaba en tamaño al tercero. El quinto probablemente tenía cuatro metros de ancho en el extremo más grande y seis metros de longitud. Miles recordó el tamaño de las puertas de la sala de montaje del edificio que tenía al lado. Dondequiera que hubieran entregado este último (¿hacía cuatro semanas?), no había sido aquí. Y no se deja un delicado aparato de precisión como una vara de Necklin a la intemperie.

—¿Estas cosas generan campos de Necklin? —dijo Miles—. ¿Con qué forma? Con un par de varas de salto, los campos rotan uno contra el otro y pliegan la nave a través del pentaespacio.

Extendió las manos en paralelo, las palmas hacia arriba, y luego las presionó hacia dentro. En la metáfora que daba, el campo se enroscaba alrededor de la nave para crear una aguja pentaespacial de diámetro infinitesimal y longitud ilimitada que permitía atravesar esa zona de debilidad del pentaespacio llamada agujero de gusano, y desplegarse de nuevo en el espacio tridimensional del otro lado. En su último trimestre en la Academia había tenido que ofrecer una demostración matemática más convincente, pero todos los detalles, como nunca había tenido que recurrir a ellos después, se evaporaron de su cerebro tras el examen final. Eso fue mucho antes de su criorresurrección, así que era una pérdida de memoria que no podía achacar a la granada de aguja del francotirador.

—Yo sabía de estas cosas… —murmuró, quejumbroso.

A pesar de la clara insinuación, el profesor no se enzarzó en una explicación aclaratoria. Permaneció sentado, la barbilla apoyada en la palma. Tras un momento, se inclinó hacia delante y recuperó una deslumbrante sucesión de archivos de datos de la investigación de causa probable.

—Ah. Aquí está.

Un gráfico apareció, flanqueado por una lista de elementos y porcentajes. Un rápido repaso a los datos de Bollan produjo otra lista similar. El profesor se echó hacia atrás.

—Que me zurzan.


¿Qué?
—dijo Miles.

—No esperaba tener tanta suerte. Eso —señaló el primer gráfico— es un análisis de la composición de un fragmento de masa muy derretido y retorcido que recogimos allá arriba. Tiene casi la misma pauta de composición que este cuarto aparato de aquí. Las cifras que no encajan del todo son sólo los elementos más ligeros y volátiles que se pierden en una fusión de ese tipo. Ja. No creí que pudiéramos reconstruir la fuente de esos amasijos. Ahora no tenemos que hacerlo.

—Si ése era el cuarto —dijo Miles lentamente—, ¿dónde está el quinto?

El profesor se encogió de hombros.

—¿En el mismo sitio que el primero, segundo y tercero?

—¿Tiene suficiente información en el inventario para reconstruir su suministro de energía? Si es así, ya tendríamos toda la máquina localizada, ¿no?

—Hum, tal vez. Desde luego nos proporcionaría más parámetros, ¿Cuánta energía? ¿Continua o por fases? Bollan tendría que saberlo, para suministrar el acoplador adecuado… Ah.

Jugueteó de nuevo con los detalles técnicos y se puso a estudiar el complicado diagrama.

Miles se meció impaciente sobre sus talones. Por fin consideró que ya no podía seguir manteniendo su respetuoso silencio sin que le estallara la cabeza.

—Sí, ¿pero qué es lo que
hace
? —preguntó.

—Al parecer, sólo lo que dice. Genera un campo de distorsión pentaespacial.

—¿Qué hace el qué? ¿A qué?

—Ah —el profesor se hundió en su asiento y se frotó la barbilla, pensativo—. Responder a eso puede que nos lleve más tiempo.

—¿No podemos hacer simulaciones en la comuconsola?

—Claro. Pero para conseguir la respuesta adecuada, primero hay que formular correctamente la pregunta. Quiero, ¡hum!, un físico matemático especializado en teoría pentaespacial. Probablemente la doctora Riva, de la Universidad de Solsticio.

—Si es komarresa, SegImp pondrá pegas.

—Sí, pero está aquí en el planeta. Ya he consultado con ella antes, cuando investigué un accidente en el agujero de gusano de la ruta de Sergyar hace dos años. Piensa en términos laterales mejor que ningún otro experto en pentaespacio que conozca.

Miles tenía la impresión de que todos los expertos en matemáticas pentaespaciales pensaban de lado respecto al resto de la humanidad, pero asintió, comprendiendo la importancia de esta tendencia.

—La quiero; la tendré. Pero antes de sacarla de su cómoda rutina académica, creo que voy a visitar Bollan en persona. Tu coronel Gibbs es muy bueno, pero no puede haber hecho todas las preguntas.

Miles pensó en aclarar que no era dueño personal de SegImp y de todos los que había dentro, pero reconoció tristemente que lo identificaban como la autoridad en SegImp entre los Auditores, igual que Vorthys era identificado como el experto en ingeniería.
Es un problema de SegImp
, imaginó a sus colegas concluyendo en algún cónclave futuro.
Dejádselo a Vorkosigan
.

—Bien.

El viaje a la fábrica de Diseños Bollan no resultó tan esclarecedor como Miles esperaba. Un salto en lanzadera suborbital hasta una cúpula situada a un Sector al oeste de Serifosa pronto llevó a Miles y a Vorthys a encontrarse cara a cara con los estupefactos dueños de Bollan. Como ya habían abierto todos sus archivos para SegImp esa mañana, tenían poco más que ofrecer a los Auditores Imperiales. Los administradores sólo conocían detalles financieros y contractuales del mítico «instituto privado de investigación» de Soudha que al parecer había cursado el pedido; algunos técnicos que habían trabajado en el taller de fabricación tuvieron muy poco que añadir a los datos que Vorthys tenía ya en su poder. Si el ingeniero desaparecido hubiera sido tan inocente respecto a la verdadera identidad del cliente y la finalidad del aparato como el resto de los empleados de Bollan, no habría tenido ningún motivo para huir. Diseños Bollan no había cometido ningún crimen que Miles pudiera identificar.

Sin embargo, los técnicos pudieron recordar las fechas de varias visitas de hombres que respondían a las descripciones de Soudha, Cappell y Radovas, y desde luego una nueva visita de Soudha la semana anterior. Su supervisor nunca los había incluido en estas reuniones. Les habían dicho que nunca hablaran de los raros generadores Necklin fuera de su grupo de trabajo, ya que los aparatos eran experimentales y aún no habían sido patentados, y que los secretos comerciales pronto se convertirían en beneficios (o pérdidas). Hasta el momento parecía que habían tenido muchas más pérdidas que beneficios.

Los clientes siempre habían recogido los aparatos terminados en la propia fábrica, no los habían hecho entregar en ninguna parte. Miles tomó nota de que tendría que averiguar si Calor Residual poseía algún medio de transporte grande, y si no, que SegImp comprobara los recientes alquileres de aerocamiones que fueran lo bastante grandes para transportar los dos últimos generadores.

Al curiosear por la fábrica, mientras el profesor hablaba por los codos de Alta Ingeniería, Miles se sintió cada vez más atraído por la hipótesis de que el diseñador jefe había desaparecido voluntariamente. Un examen más minucioso había descubierto que muchas de las notas personales del hombre habían desaparecido con él. La seguridad de la fábrica de Bollan no tenía grado militar, pero sería muy descabellado imaginar que los apurados komarreses de Soudha asesinaran primero al hombre y luego eliminaran tantos archivos de tantos lugares sin ayuda interna. De todas formas, Miles no quería encontrar al tipo muerto en una zanja. Deseaba que estuviera vivito y coleando, delante del hipospray de Tuomonen. Ése era el problema, la gente esperaba la pentarrápida. Los conspiradores modernos eran mucho más callados que en los viejos tiempos de simple tortura física. Tres días atrás, si alguien le hubiera dicho a Miles que Gibbs iba a entregarle en bandeja los datos completos del diseño del arma secreta de Soudha, habría imaginado que tenía el caso casi resuelto. Ja.

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