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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Komarr (43 page)

BOOK: Komarr
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—La vida privada de los hombres poderosos no es lo que esperamos, a veces.

Él alzó la barbilla.

—La gente alberga ilusiones muy extrañas respecto al poder. Principalmente consiste en encontrar un desfile y dar codazos hasta situarte a la cabeza de la banda. Igual que la elocuencia consiste en persuadir a la gente de cosas que quieren creer desesperadamente. La demagogia, supongo, es la elocuencia en su nivel de energía moral más bajo —sonrió mirando sus pies—. Empujar a la gente cuesta arriba es mucho más difícil. Te puedes partir el corazón, intentándolo.

Literalmente, pero no tenía sentido discutir con ella el historial médico del Carnicero.

—Tenía entendido que la política del poder le había hecho daño.

Sin duda ella no podía ver las cicatrices a través de su traje gris.

—Oh —Miles se encogió de hombros—, el daño prenatal fue sólo el prólogo. El resto me lo hice yo mismo.

—Si pudiera retroceder en el tiempo y cambiar las cosas, ¿lo haría?

—¿Impedir el ataque con soltoxina a mi madre embarazada? Si pudiera elegir sólo un acontecimiento que cambiar… tal vez no.

—¿Por qué, porque no querría arriesgarse a perder la posibilidad de conseguir ser Auditor a los treinta años? —su tono era sólo levemente burlón, suavizado por su triste sonrisa. ¿Qué demonios le había contado Vorthys sobre él? Sin embargo, era consciente del poder de una Voz del Emperador.

—Casi llegué a los treinta metido en un ataúd, un par de veces. El cargo de Auditor nunca fue mi ambición. Ese nombramiento fue un capricho de Gregor. Yo quería ser almirante. No es eso —hizo un pausa, tomó aire, y lo dejó escapar lentamente—. He cometido un montón de errores terribles en mi vida hasta llegar aquí, pero… ahora no cambiaría mi viaje. Tendría miedo de ser más pequeño.

Ella ladeó la cabeza, midiendo su enanismo, sin dejar de entender su significado.

—Es una clara definición de lo que es la satisfacción.

Él se encogió de hombros.

—O de la pérdida de valor.

Maldición, había venido aquí a sondear el cerebro de ella.

—Y bien, ¿qué es lo que piensa de ese nuevo aparato?

Ella sonrió, y se frotó las manos lentamente, palma con palma.

—A menos que quiera postular que fue inventado con el propósito de dar dolor de cabeza a los físicos, creo… que es hora de hacer una pausa para almorzar.

Miles sonrió.

—Eso sí podemos proporcionárselo.

El almuerzo, como habían amenazado, estaba compuesto por comidas preparadas de estilo militar, aunque de la mejor calidad. Todos se sentaron en torno a una de las mesas de la habitación grande, apartaron montones de equipo para hacerse hueco, y quitaron los envoltorios de las bandejas calentadoras. Los komarreses miraron la comida con resquemor; Miles explicó que podría haber sido mucho peor, lo cual hizo soltar una risita a Riva. La conversación se hizo general, sobre maridos y esposas e hijos y cargos, y un intercambio de anécdotas divertidas sobre la inutilidad de algunos antiguos colegas. D'Emorie contó un buen par de casos sobre SegImp. Miles estuvo tentado de superarlos a todos contando un par de anécdotas de su primo Iván, pero se abstuvo noblemente, aunque explicó que una vez se hundió junto con su vehículo personal en varios metros de lodo ártico. Esto llevó al tema del progreso de la terraformación de Komarr, y de ahí a la vuelta al trabajo. Miles advirtió que Riva se fue quedando más y más callada.

Mantuvo su silencio cuando todos se dirigieron a las comuconsolas después del almuerzo. No volvió a caminar. Miles la observó con disimulo, luego sin disimulo alguno. Ella repasó varias simulaciones, pero no jugó con nuevas alteraciones. Este tipo de resolución de problemas era más parecido a pescar que a cazar: esperar con paciencia y, hasta cierto punto, con impotencia, a que salieran cosas de las profundidades de la mente. Pensó en la última vez que había pescado.

Reflexionó sobre la edad de Riva. Era una adolescente cuando se produjo la conquista barrayaresa de Komarr. Veintipocos en la época de la Revuelta. Había sobrevivido, había prevalecido, había cooperado; sus años bajo el dominio imperial habían sido buenos, incluyendo una clara vida de éxito dedicada al cultivo de la mente, y un solo matrimonio. Había hablado de sus hijos con Vorthys, y de cómo su hija mayor iba a casarse pronto. No era ninguna terrorista komarresa.

Si pudiera retroceder en el tiempo y cambiar las cosas

El único momento en el tiempo en que podías cambiar las cosas era el elusivo «ahora», que se te escapaba entre los dedos tan rápido como venía. Miles se preguntó si ella estaría pensando en eso en ese instante también. «Ahora.»

Ahora, la nave de la profesora que venía de Barrayar estaría dispuesta a dar su último salto en el agujero de gusano. Ahora, el ferry de Ekaterin estaría aproximándose a la estación del punto de salto. Ahora, Soudha y su grupo de técnicos estarían haciendo… ¿qué? ¿Dónde?

Ahora, él estaba sentado en una habitación en Komarr observando a una mujer inteligente y silenciosa que había dejado de pensar.

Se levantó, y se acercó para colocar una mano en el hombro uniformado del mayor D'Emorie.

—Mayor, ¿puedo hablar con usted ahí fuera?

Sorprendido, D'Emorie desconectó su comuconsola, donde estaba comprobando alguna pregunta referente a los transformadores de energía disponibles que le había planteado Vorthys. Siguió a Miles al vestíbulo y luego al pasillo.

—Mayor, ¿tiene disponible un equipo de interrogatorio con pentarrápida?

D'Emorie alzó las cejas.

—Puedo comprobarlo, milord.

—Hágalo. Consiga uno y tráigamelo, por favor.

—Sí, milord.

D'Emorie se marchó. Miles se quedó junto a la ventana. D'Emorie regresó veinte minutos más tarde, pero traía en la mano el familiar maletín.

Se lo pasó a Miles.

—Gracias. Ahora, me gustaría que llevara a pasear al doctor Yuell. Discretamente. Le haré saber cuándo pueden volver a entrar.

—Milord… si es un asunto con pentarrápida, estoy seguro de que SegImp querrá que actúe como observador.

—Sé lo que SegImp quiere. Puede estar seguro de que le contaré lo que necesiten saber, después.

Un desquite, ja, por todas aquellas reuniones, donde faltaban piezas vitales que el teniente Vorkosigan había soportado en tiempos… La vida era buena, a veces. Miles sonrió un poco agriamente. D'Emorie, inteligentemente, se retractó.

—Sí, Lord Auditor.

Miles se hizo a un lado para que D'Emorie saliera con el doctor Yuell. Cuando entró en la sala, cerró la puerta con cerrojo. Tanto el profesor Vorthys como la doctora Riva lo miraron sin comprender.

—¿Para qué es eso? —preguntó la doctora Riva, mientras él depositaba el maletín sobre la mesa y lo abría.

—Doctora Riva, solicito y requiero una conversación más sincera con usted que la que mantuvimos antes.

Alzó el hipospray y calibró la dosis. ¿Comprobación de alergia? No le pareció necesaria, pero era un procedimiento estándar. Arrancó un punto de prueba de la tira que los contenía y se acercó a ella. La doctora estaba demasiado confusa para resistirse cuando él le tomó la mano, le dio la vuelta, y apretó el analizador contra su muñeca, pero retiró el brazo tras el picotazo. Miles la soltó.

—Miles —dijo el profesor Vorthys con voz agitada—, ¿qué es esto? No puedes aplicar la pentarrápida… ¡La doctora Riva es mi invitada!

Aquella expresión estaba sólo a un paso del desafío Vor que acababa en duelo, en los viejos tiempos. Miles inspiró profundamente.

—Lord Auditor. Doctora Riva. Hasta ahora he cometido dos serios errores de juicio en este caso. Si hubiera evitado cualquiera de ellos, su sobrino todavía estaría vivo, habríamos capturado a Soudha antes de que huyera con todo el equipo, y ahora no estaríamos sentados en el fondo de un agujero jugando a los rompecabezas. En el fondo los dos fueron el mismo error. El primer día que visitamos el Proyecto de Terraformación, no le insistí a Tien para que aterrizara aquí con el aerocoche, aunque quería ver el lugar. Y la segunda noche, no insistí en interrogar con pentarrápida a la señora Radovas, aunque quería hacerlo. Usted es el analista de fallos, profesor: ¿me equivoco?

—No… ¡Pero no podías haberlo sabido, Miles!

—Oh, claro que sí. De eso se trata. Pero no elegí hacer lo que era necesario, porque no quería que pareciera que usaba o abusaba de mi poder como Auditor de manera ofensiva. Sobre todo aquí en Komarr, donde todo el mundo me está observando, al hijo del Carnicero, para ver qué hago. Además, me pasé una carrera luchando contra los poderes fácticos. Ahora el poder soy yo. Naturalmente, me sentía un poco confundido.

Riva se llevó la mano a la boca; no había ningún sarpullido ni línea roja en el interior de su brazo. Muy bien. Miles regresó a la mesa y alzó el hipospray.

—¡Lord Vorkosigan, no consiento esto! —dijo Riva, envarada, mientras se acercaba a ella.

—Doctora Riva, no le he pedido que lo hiciera —su mano derecha guardó la izquierda como si jugara con un cuchillo; el hipospray se adelantó para tocarla en el cuello cuando ella se volvía y trataba de levantarse de la silla—. Sería un dilema demasiado cruel.

Ella se desplomó, mirándolo. Furiosa, pero no desesperada; estaba dividida en su fuero interno, lo que sin duda les ahorró a ambos el embarazo de tener que perseguirla por la habitación. A pesar de su edad y su dignidad, probablemente podría vencerlo corriendo si estaba decidida a hacerlo.

—Miles —advirtió el profesor—, puede que sea tu privilegio como Auditor, pero será mejor que puedas justificar esto.

—No es un privilegio. Es sólo mi deber.

Observó los ojos de Riva mientras sus pupilas se dilataban y ella se hundía flácida en el asiento. No se molestó con la letanía habitual de cuestiones neutras mientras esperaba a que la droga hiciera efecto, y tan sólo estudió sus labios. La tensión se suavizó lentamente hasta alcanzar la sonrisa típica producida por la pentarrápida. Sus ojos permanecieron más enfocados que los del sujeto habitual: Miles apostó a que ella podría convertir este interrogatorio en algo largo y tedioso, si quería. Él haría todo lo posible para hacerlo lo más breve posible. El camino más corto para cruzar por un Distrito hostil era rodear tres lados.

—El problema pentaespacial que le planteó el profesor Vorthys era realmente interesante —le hizo observar Miles—. Es una especie de privilegio participar en él..

—Oh, sí —reconoció ella cordialmente. Sonrió, frunció el ceño, retorció las manos, y luego su sonrisa se afianzó.

—Podría significar premios y ascensos académicos, cuando todo se resuelva por fin.

—Oh, mejor que eso —le aseguró ella—. Sólo una vez en la vida aparece una física nueva, y normalmente se es demasiado joven o demasiado viejo.

—Qué curioso, he oído a militares de carrera hacer la misma queja. ¿Pero no se llevará Soudha el crédito?

—Dudo que fuera Soudha quien lo ideó. Apuesto a que fue el matemático, Cappell, o tal vez el pobre doctor Radovas. Deberían ponerle el nombre de Radovas. Murió por ello, sospecho.

—No quiero que nadie más muera.

—Oh, no —reconoció ella.

—¿Cómo dijo que se llamaba, profesora Riva? —Miles hizo todo lo posible para que su voz sonara como la de un estudiante asombrado—. No lo entendí.

—La técnica de colapso de agujero de gusano. Tendría que haber un nombre mejor. Me pregunto si el doctor Soudha tiene un nombre más breve.

El Lord Auditor Vorthys, que había estado observando con un gesto de reproche, se enderezó lentamente en su asiento, los ojos como platos, silabeando.

La última vez que Miles sintió que su estómago se comportaba como en ese instante fue en un salto de combate en órbita baja.
¿Técnica de colapso de agujero de gusano? ¿Significa eso lo que creo que significa?

—Técnica de colapso de agujero de gusano —repitió en tono neutro, con su mejor estilo de interrogador de pentarrápida—. Los agujeros de gusano se colapsan, pero no creía que nadie fuera capaz de provocar una cosa así. ¿No requeriría un horrible montón de energía?

—Parecen haber encontrado un medio de evitarlo. Resonancia, resonancia pentaespacial. Aumento de amplitud. Cerrarlo para siempre. Pero no creo que funcionara al revés. Puede ser antientrópico.

Miles miró a Vorthys. Las palabras obviamente significaban algo para él. Bien. La doctora Riva agitó las manos, como adormilada.

—Cada vez más y más alto y más alto y… ¡boop!

Soltó una risita. Era una risita típica de la pentarrápida, de esas que indicaban que a algún otro nivel, en su cerebro alterado por la droga, no se estaba riendo para nada. Tal vez estaba gritando. Igual que Miles… —Excepto que —añadió—, hay algo equivocado en alguna parte.

No me digas
. Miles se acercó, alzó el hipospray de antídoto y miró a Vorthys.

—¿Algo que quiera usted añadir mientras aún está bajo los efectos de la pentarrápida? ¿O es hora de volver a lo normal?

Vorthys todavía tenía una expresión abstraída, pues obviamente estaba repasando todo lo que había aprendido en la investigación a la luz de esta nueva idea revolucionaria. Miró de arriba abajo a la sonriente Riva.

—Creo que necesitamos toda la inteligencia que podamos —sus cejas se curvaron en algo parecido al dolor—. Comprendo, claro, por qué vaciló en confiarnos su teoría. Pero si tiene razón…

Miles se acercó a Riva con el segundo hipospray.

—Esto es el antídoto de la pentarrápida. Neutralizará la droga en su sistema en menos de un minuto.

Para su asombro, ella alzó una mano.

—Espere. Lo tenía. Casi pude verlo, en mi mente… como una proyección vid… transferencia de energía, fluyendo… reserva de campo… espere.

Cerró los ojos y echó atrás la cabeza; sus pies tamborileaban rítmicamente el suelo. Su sonrisa iba y venía, iba y venía. Abrió los ojos por fin, y miró breve e intensamente a Vorthys.

—La palabra clave —entonó— es
retroceso elástico
. Recuérdela —miró a Miles y extendió un lánguido brazo—. Puede continuar, milord.

Volvió a reírse.

Él aplicó el hipospray sobre la vena azul, en el codo que le ofrecía; siseó un momento. Le dirigió un extraño saludo, se retiró y esperó. Los miembros fofos de ella se tensaron; se cubrió el rostro con las manos.

Después de un minuto, alzó de nuevo la cabeza, parpadeando.

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