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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Komarr (48 page)

BOOK: Komarr
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Sólo el leve suspiro de Cappell indicó su pesar, pero sus ojos se humedecieron.
Jaque
, pensó Miles.
Ya me pareció que protestaba demasiado
. Nadie pareció sorprendido, solamente oprimido.

—De modo que, si consiguen hacer funcionar su juguetito, lo que conseguirán es destruir esta estación, las cinco mil personas que hay a bordo y a ustedes mismos. Y mañana por la mañana, Barrayar seguirá allí —Miles dejó que su voz se convirtiera casi en un susurro—. Todo por nada, y menos que nada.

—Miente —dijo Foscol ferozmente en medio del aturdido silencio—. Miente.

Soudha bufó extrañamente, se pasó las manos por el pelo y sacudió la cabeza. Entonces, para desazón de Miles, soltó una carcajada.

Cappell miró a su colega.

—¿Crees que entonces es por eso? ¿Funcionó mal por eso?

—Explicaría —empezó a decir Soudha—. Explicaría… oh, Dios —guardó silencio—. Creí que era la nave minera —dijo por fin—. Que de algún modo interfería.

—También debería mencionar —intervino Miles, todavía observando incómodo la extraña reacción de Soudha—, que SegImp ha arrestado a todo el personal de Calor Residual y a sus familias que dejaron en las instalaciones de Transportes Puerto Sur de Solsticio. Y luego están todos sus otros parientes y amigos, los inocentes que no sabían nada. El juego de los rehenes es un mal juego, un juego triste y feo que resulta mucho más fácil empezar que terminar. Las peores versiones que he visto terminaron sin nadie al control, ni consiguiendo nada de lo que querían. Y la gente que perdió más ni siquiera estaba jugando.

—Amenazas barrayaresas —Foscol alzó la barbilla—. ¿Cree, después de todo esto, que no podemos enfrentarnos a ustedes?

—Estoy seguro de que pueden, pero ¿por qué motivo? No quedan demasiados premios que ganar. El mayor se ha perdido: no pueden aislar a Barrayar. No pueden mantener el secreto ni proteger a nadie de los que dejaron en Komarr. Lo único que pueden hacer ya es matar a más gente inocente. Los grandes objetivos requieren grandes sacrificios, sí, pero sus posibles recompensas se reducen cada vez más.

Sí, eso era: no aumentes la presión, baja la muralla.

—No hemos pasado por todo esto sólo para entregar el arma del siglo a manos barrayaresas —susurró Cappell, frotándose los ojos con el dorso de la mano.

—Ya es tarde. Como arma, parece tener algunos defectos fundamentales, por ahora. Pero Riva dice que hay pruebas de que sacaron ustedes más energía del agujero de gusano de la que introdujeron. Eso sugiere posibles usos pacíficos y económicos, cuando esos fenómenos sean comprendidos mejor.

—¿De verdad? —dijo Soudha, enderezándose—. ¿Cómo lo calculó? ¿Cuáles son sus cifras?

—¡Soudha! —reprochó Fosco. La señora Radovas dio un respingo, y Soudha lo dejó correr, reacio, y miró a Miles con los ojos entornados.

—Por otro lado —continuó Miles—, hasta que nuevas investigaciones nos aseguren que colapsar un agujero de gusano es imposible, ninguno de ustedes va a ir a ninguna parte, en especial a ningún otro gobierno planetario. Es una de esas feas decisiones militares, ¿saben? Y me temo que es mía.

Las damas Vor no son sacrificables
, le había dicho a Vorgier. ¿Estaba mintiendo entonces o ahora? Bueno, si él no podía decidirlo, tal vez los komarreses no podrían tampoco.

—Todos ustedes acabarán, inexorablemente, en una prisión barrayaresa —continuó—. Lo malo de ser Vor, cosa que un montón de gente pasa por alto, incluidos algunos Vor, es que nuestras vidas están hechas para el sacrificio. No hay ninguna amenaza, ninguna tortura, ningún lento asesinato que puedan aplicar a dos mujeres de Barrayar que cambie el resultado.

¿Era la táctica adecuada? En el vid, sus imágenes eran diminutas, un poco espectrales, difíciles de leer. Miles deseó mantener esta conversación cara a cara. La mitad de las pistas subliminales, del lenguaje corporal, de los sutiles matices de expresión y voz, se perdían en la transmisión, fuera del alcance de sus instintos. Pero presentarse ante ellos en persona para aumentar su colección de rehenes sólo podría servir para reforzar su resolución. El recuerdo de una mano de mujer, resbalando entre sus dedos mientras caía hacia la niebla, cruzó por su mente: cerró los puños sobre su regazo, indefenso. Nunca más, dijiste.
No son sacrificables
, dijiste. Observó con atención los rostros de los komarreses en busca de cualquier atisbo de expresión que pudiera encontrar, reflejos de verdad, mentiras, creencias, sospechas, confianza.

—Las prisiones tienen sus ventajas —continuó persuasivamente—. Algunas de ellas están cómodamente amuebladas, y al contrario que las tumbas, a veces se puede volver a salir de ellas. Estoy dispuesto, a cambio de su rendición pacífica y su cooperación, a garantizar personalmente sus vidas. No su libertad, adviertan: eso tendrá que esperar. Pero el tiempo pasa, las antiguas crisis son relevadas por crisis nuevas, la gente cambia de opinión. Los vivos, al menos. Siempre están las amnistías que celebran este o aquel acontecimiento público… el nacimiento de un heredero imperial, por ejemplo. Dudo que alguno de ustedes se vea forzado a cumplir más de una década en prisión.

—Vaya oferta —dijo Foscol amargamente.

Miles alzó las cejas.

—Es sincera. Tienen una esperanza de futuro mejor que Tien Vorsoisson. La piloto del carguero no disfrutará de ninguna visita de sus hijos. Repasé su autopsia, ¿recuerdan? Todas las autopsias. Si tengo algún escrúpulo moral, es porque estoy anulando los derechos de las familias de los muertos del espejo solar a buscar justicia. Debería haber juicios civiles por asesinato en este caso.

Incluso Foscol apartó la mirada ante estas palabras.

Bien. Continúa
. Cuanto más tiempo gastara, mejor, y ellos estaban siguiendo sus argumentos; mientras pudiera impedir que Soudha cortara la comunicación, estaría haciendo progresos.

—No paran ustedes de hablar de la tiranía de Barrayar, pero de algún modo no creo que todos ustedes hicieran una votación entre todos los accionistas planetarios de Komarr antes de intentar sellar, o robar, su futuro. Y si pudieran haberlo hecho, no creo que se hubieran atrevido. Hace veinte años, incluso hace quince, tal vez podrían haber contado con un apoyo mayoritario. Pero hace diez años ya era demasiado tarde. ¿Querrían sus compatriotas cerrar el mercado más cercano ahora, y perder todo el comercio? ¿Perder a todos los parientes que se han mudado a Barrayar y a sus nietos medio barrayareses? Sus flotas de comercio han descubierto que las escoltas militares barrayaresas son extraordinariamente útiles. ¿Quiénes son los verdaderos tiranos aquí: los barrayareses que buscan, incluso torpemente, incluir a Komarr en su futuro, o la élite intelectual de komarreses que pretende excluir a todo el mundo menos a ellos mismos de ese futuro?

Inspiró profundamente para controlar la insospechada furia que se había acumulado en sus palabras, consciente de que estaba forzando demasiado la presión.
Cuidado, cuidado
.

—Así que todo lo que nos queda por hacer es intentar salvar del desastre tantas vidas como sea posible.

—¿Cómo garantizaría nuestras vidas? —preguntó la señora Radovas después de un instante.

Eran las primeras palabras que pronunciaba, aunque había escuchado con atención.

—Por una orden mía, como Auditor Imperial. Sólo el Emperador Gregor podría anularla.

—Pero… ¿por qué no la anularía el Emperador? —preguntó Cappell, escéptico.

—No va a hacerle ninguna gracia todo esto —respondió Miles sinceramente.
Y yo voy a tener que presentarle el informe, Dios me ayude
—. Pero… si pongo mi palabra en juego, no creo que me desautorice —vaciló—. O tendré que dimitir.

Foscol hizo una mueca.

—Qué bueno será saber que después de muertos usted dimitirá. Vaya consuelo.

Soudha se frotó los labios, observando a Miles… observando su imagen truncada, se recordó Miles. No era el único que perdía pistas corporales. El ingeniero guardaba silencio, pensando… ¿qué?

—¿Su palabra? —Cappell hizo una mueca—. ¿Sabe lo que significa para nosotros la palabra de un Vorkosigan?

—Sí —dijo Miles fríamente—. ¿Sabe usted lo que significa para mí?

La señora Radovas ladeó la cabeza, y su silenciosa mirada se volvió, si era posible, más concentrada.

Miles se inclinó hacia delante.


Mi palabra
es lo único que se interpone entre ustedes y los aspirantes a héroes de SegImp que quieren atravesar sus paredes. No necesitan los pasillos, ¿saben?
Mi palabra
acompañó a mi Juramento de Auditor, que me ata en este momento a un deber que me resulta más horrible de lo que pueden imaginar. Sólo tengo una palabra. No puedo serle fiel a Gregor si mi palabra es falsa para ustedes. Pero si una cosa me enseñó la dolorosa experiencia de mi padre en Solsticio es que será mejor que no empeñe mi palabra en hechos que no controlo. Si se rinden sin causar más problemas, podré controlar lo que suceda. Si SegImp tiene que detenerlos por la fuerza, todo quedará en manos del azar, el caos y los reflejos de unos jóvenes nerviosos armados hasta los dientes y con la cabeza llena de visiones valerosas en las que se imaginan a sí mismos aplastando a locos terroristas komarreses.

—Nosotros no somos terroristas —dijo Foscol, acaloradamente.

—¿No? Pues han conseguido aterrorizarme —dijo Miles con tristeza.

Ella apretó los labios, pero Soudha parecía menos seguro.

—Si nos sueltan encima a SegImp, las consecuencias serán cosa suya —dijo Cappell.

—Casi correcto —reconoció Miles—. Si suelto a SegImp, las consecuencias serán responsabilidad mía. Es esa endiablada distinción entre estar al mando y tener el control. Yo estoy al mando; ustedes, tienen el control. Pueden imaginarse cuánto me gusta esto.

Soudha hizo una mueca. Inconscientemente, la boca de Miles se curvó un poco hacia arriba.
Sí, Soudha lo sabe también
.

Foscol se inclinó hacia delante.

—Todo esto es una cortina de humo. El capitán Vorgier dijo que iban a enviar una nave de salto. ¿Dónde está?

—Vorgier mintió para ganar tiempo, lo cual es su deber. No habrá ninguna nave de salto.

Mierda, ya estaba hecho. Sólo había dos formas de continuar ahora.
Sólo hubo dos formas antes
.

—Tenemos un par de rehenes. ¿Tenemos que eliminar a una de ellas para demostrar que vamos en serio?

—Creo que van ustedes totalmente en serio. ¿A cuál van a elegir, a la tía o a la sobrina? —preguntó Miles en voz baja—. Dicen ustedes que no son terroristas, y les creo. No lo son. Todavía. Tampoco son asesinos; acepto que todas las muertes que han dejado a su paso fueron accidentes. Hasta ahora. Pero también sé que esa línea es cada vez más fácil de romper. Por favor, observen que han llegado a convertirse en una perfecta réplica del enemigo al que buscan oponerse.

Dejó que estas últimas palabras flotaran en el aire durante un momento, para ganar énfasis.

—Creo que Vorkosigan tiene razón —dijo Soudha inesperadamente—. Hemos llegado al final de nuestras opciones. O al principio de otras nuevas. Eso no es lo que acordamos.

—Tenemos que permanecer juntos, o no servirá de nada —dijo Fosco— Si tenemos que enviar a una de las mujeres al espacio, voto por esa fiera Vorsoisson.

—¿Lo harías con tus propias manos? —dijo Soudha lentamente—. Porque creo que yo declino el honor.

—¿Incluso después de lo que nos ha hecho?

En nombre de Dios, ¿qué os ha hecho la gentil Ekaterin?
Miles permaneció todo lo imperturbable que pudo, la expresión inmóvil. Soudha vaciló.

—Parece que no hay ninguna diferencia después de todo.

Cappell y la señora Radovas empezaron a hablar a la vez, pero Soudha alzó una mano para hacerlos callar. Resopló como un hombre dolorido.

—No. Continuemos como empezamos. La elección es clara. Detenernos ahora, rendición incondicional, o levantar el farol de Vorkosigan. No es ningún secreto que yo propuse escondernos e intentarlo más tarde, antes de salir de Komarr.

—Lamento haber votado en tu contra la última vez —le dijo Cappell.

Soudha se encogió de hombros.

—Sí, bueno… Si vamos a dejarlo, éste es el momento.

No, no lo es
, pensó Miles frenéticamente. Era demasiado brusco. Quedaban otras diez horas de parloteo como mínimo. Quería hacer que se rindieran lentamente, no arrojarlos de estampida al suicidio. O al asesinato. Si le creían en lo referente a los defectos de su aparato, como así parecía, pronto debería ocurrírseles que podían mantener toda la estación como rehén, si no les importaba inmolarse. Bueno, si no se les iba a ocurrir por su cuenta, él no iba a señalarlo. Se acomodó en su asiento, se mordió un dedo, esperó y escuchó.

—No ganamos nada esperando —continuó Soudha—. El riesgo aumenta por minutos. ¿Lena?

—Nada de rendición —dijo Foscol, testaruda—. Continuaremos —y, más sombría, añadió—: De algún modo.

El matemático vaciló largo rato.

—No puedo soportar que Marie muriera por nada. Aguantemos.

—En cuanto a mí… —Soudha abrió su gran mano cuadrada—. Basta. Ahora que hemos perdido la sorpresa, esto no va a ninguna parte. La única cuestión es cuánto tardará en llegar el final —se volvió hacia la señora Radovas.

—Oh. ¿Ya es mi turno? No quería ser la última.

—Tuyo será el voto decisivo en cualquier caso —dijo Soudha.

La señora Radovas guardó silencio, contemplando el cristal de la cabina de control. ¿Y mirando la compuerta, al otro lado de la bodega? Miles no pudo dejar de seguir su mirada; ella se volvió de pronto y le hizo dar un respingo.

Ahora la has hecho, muchacho. La vida de Ekaterin y tu juramento dependen de un maldito debate de accionistas komarreses. ¿Cómo dejaste que sucediera esto? No era lo planeado
… Localizó con la mirada el código de su comuconsola que lanzaría a Vorgier y a sus tropas a la espera. Lo pasó por alto.

La mirada de la señora Radovas volvió a la ventana.

—Nuestra seguridad antes dependió siempre del secreto —dijo, a nadie en particular—. Ahora, aunque vayamos a Pol o a Escobar, o más lejos, SegImp nos seguirá. No podremos liberar nunca a nuestras rehenes. En el exilio o no, serán prisioneras, siempre prisioneras. Estoy harta de ser prisionera, de la esperanza o del miedo.

—¡No eras una prisionera! —dijo Foscol—. Eras una de nosotros. Eso creía.

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