La batalla de Corrin (10 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
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10

El universo nos desafía constantemente con más oponentes de los que podemos manejar. Así pues, ¿por qué siempre hemos de granjeamos más enemigos entre los nuestros?

M
AESTRO DE ARMAS
I
STIAN
G
OSS

Aunque un terrible tsunami había matado a la mayor parte de la población y arrasó toda la vegetación del archipiélago, después de casi seis décadas densas junglas cubrían de nuevo las islas de Ginaz. Poco a poco la gente había ido volviendo, aspirantes a mercenarios que querían aprender el arte de la lucha desarrollado por el legendario Jool Noret.

Ginaz siempre había sido cuna de mercenarios para la Yihad, de grandes guerreros que combatían a las máquinas pensantes en sus propios términos, mediante sus propias técnicas, en lugar de ceñirse a la burocracia reglamentada del ejército de la Yihad. En Ginaz la tasa de muertes era muy alta, y el número de héroes desproporcionado.

Istian Goss había nacido en el archipiélago y formaba parte de la tercera generación de supervivientes de la gran catástrofe, almas valientes que habían luchado para repoblar su mundo. El joven quería pasar su vida luchando para liberar a humanos esclavizados por las máquinas; había nacido para eso. Mientras pudiera tener varios hijos antes de perder la vida, moriría contento.

Chirox, el robot de combate con múltiples brazos, avanzó por la playa, con su cuerpo flexible de metal erguido. Volvió sus brillantes fibras ópticas hacia el grupo de alumnos.

—Habéis terminado el programa de instrucción. —La voz del mek era neutra y poco sofisticada, a diferencia de la de modelos más avanzados. Había sido diseñado con unas aptitudes para la comunicación y la personalidad muy rudimentarias—. Todos habéis demostrado vuestra capacidad frente a mis técnicas de lucha avanzadas. Sois oponentes dignos para las verdaderas máquinas pensantes. Como Jool Noret. —Chirox señaló con uno de sus brazos armados hacia un pequeño promontorio de roca volcánica donde habían construido un altar con un ataúd de plazcristal. En su interior, reposaba el cuerpo reconstruido de Noret, fundador involuntario de la nueva escuela de maestros de armas.

Todos los alumnos se volvieron a mirar. Istian se acercó un paso más que los otros, con reverencia, acompañado por su amigo y compañero de entrenamientos, Nar Trig.

—¿No te gustaría haber vivido hace décadas para haber podido entrenar a las órdenes del mismísimo Noret? —dijo con expresión maravillada.

—¿En vez de las de una maldita máquina? —gruñó el otro—. Sí, habría estado bien. Pero me alegro de vivir ahora, cuando estamos mucho más cerca de derrotar a nuestro enemigo… en todas sus encarnaciones.

Trig era descendiente de los humanos que habían huido de la colonia Peridot cuando las máquinas la invadieron ochenta años atrás. Sus padres estaban entre los esforzados humanos que trataban de reconstruir de nuevo la colonia, pero él no creía que su sitio estuviera allí. Sentía un profundo odio por las máquinas, y había dedicado su vida y su energía a aprender a luchar contra ellas.

A diferencia de Istian, que tenía la piel dorada y una espesa mata de pelo de color cobrizo, Trig era bajito y recio, con pelo oscuro, hombros anchos y una poderosa musculatura. Como compañeros de entrenamiento, estaban igualmente capacitados, y utilizaban sus espadas de impulsos, diseñadas para descodificar los cerebros de circuitos gelificados de los robots de combate. Cuando Trig se enfrentaba al
sensei
mek, su ira y su apasionamiento se inflamaban y luchaba con una entrega y un desinterés por su seguridad que le convirtieron en el alumno más destacado de su grupo.

En una ocasión, después de una sesión de entrenamiento especialmente intensa, el propio Chirox le había elogiado.

—Nar Trig, solo tú has descubierto la técnica de Jool Noret de dejarte llevar por el combate, eliminando cualquier preocupación por tu integridad personal o tu supervivencia. Esa es la clave.

El elogio no hizo que Trig se sintiera orgulloso. Chirox había sido reprogramado y ahora luchaba del lado de los humanos, pero para él seguía siendo una máquina. Istian ya tenía ganas de que se fueran de Ginaz, así su amigo podría volver su ambición y su rabia contra el verdadero enemigo, y no contra aquel adversario ficticio…

Chirox siguió hablando al grupo de jóvenes y decididos guerreros.

—Al derrotarme, cada uno de vosotros ha demostrado que es digno y está preparado para combatir a las máquinas pensantes. Por lo tanto, os nombro guerreros de la Yihad santa.

El mek de combate retrajo sus apéndices armados, dejando únicamente dos brazos manipuladores que le daban un aspecto más humanoide.

—Antes de enviaros al servicio activo para la Yihad, seguiremos la tradición de Ginaz y celebraremos una ceremonia establecida mucho antes de los tiempos de Jool Noret.

—El mek no sabe lo que está haciendo —musitó Trig—. Las máquinas no comprenden el sentido del misticismo y la religión.

Istian asintió.

—Pero está bien que Chirox honre nuestras creencias.

—Él lo único que hace es seguir un programa, repetir las palabras que ha oído pronunciar a los humanos. —Y aun así, Trig avanzó sobre la arena junto con el resto de alumnos cuando Chirox se acercó a las tres grandes canastas llenas de discos de coral, como cofres del tesoro llenos de monedas. Cada uno de aquellos pequeños discos llevaba grabado el nombre de algún guerrero caído de Ginaz; y algunos estaban en blanco. Después de siglos y siglos de lucha, los mercenarios creían que aquella misión era tan poderosa que literalmente mantenía sus espíritus guerreros con vida. Cada vez que uno de ellos moría en combate, su espíritu renacía en un guerrero potencial.

En teoría, aquellos aspirantes, incluidos Istian Goss y Nar Trig, llevaban en su interior el espíritu dormido de otro guerrero que esperaba a que lo despertaran para seguir con la lucha, hasta que consiguieran la victoria total. Solo entonces podrían descansar en paz. Conforme el número de víctimas aumentaba en aquella larga Yihad de Serena Butler, las canastas se llenaban con más y más discos, y sin embargo el número de aspirantes también aumentaba, de modo que cada año los nuevos aspirantes aceptaban sus espíritus y cada generación tenía más empuje que la anterior, lo que los convertía en una fuerza tan implacable como las máquinas.

—Ahora cada uno de vosotros escogerá un disco —dijo Chirox—. El destino guiará vuestra mano para ayudaros a descubrir la identidad del espíritu que habita en vuestro interior.

Los aspirantes apenas se movieron; estaban nerviosos, ninguno quería ser el primero. Al ver que sus compañeros dudaban, Trig dedicó una mirada inexpresiva al mek de combate y se inclinó sobre la canasta que tenía más cerca. Cerró los ojos y metió la mano, y se puso a moverla entre los pequeños discos. Finalmente, cogió uno al azar. Lo sacó, miró el nombre y asintió con expresión reservada.

Nadie esperaba que reconocieran los nombres porque, aunque entre los mercenarios había figuras legendarias, eran muchos los que morían dejando solo sus nombres. En Ginaz, se llevaba un registro cuidadoso de todos los fallecidos, y estos registros se guardaban en cámaras acorazadas. Todo mercenario que lo deseara podía recurrir a aquella inmensa base de datos para buscar información sobre el espíritu que llevaba en su interior.

Cuando Trig se apartó, Chirox indicó al siguiente aspirante que cogiera una pieza, luego al siguiente. Istian fue uno de los últimos y, cuando finalmente le llegó el turno, vaciló, temblando por la curiosidad y la renuencia. Ni siquiera conocía la identidad de sus padres. En Ginaz muchos niños se criaban en guarderías, en grupos comunales de entrenamiento cuya única misión era formar luchadores que dieran honor al archipiélago. Por fin iba a conocer el nombre de aquella presencia intangible que sentía correr por sus venas, el espíritu que guiaba sus pasos, su desarrollo como guerrero, su destino.

Hundió la mano bien adentro en la segunda canasta y movió los dedos, tratando de sentir si alguno de aquellos discos le llamaba. Miró a Trig, y luego al rostro inexpresivo de metal de Chirox, consciente de que tenía que escoger el correcto. Finalmente, la superficie de un disco le pareció más fría que las otras, sintió que conectaba con las espirales de las yemas de sus dedos. Lo sacó.

El resto de discos, los que no había sacado nadie, quedaron quietos en la canasta. Istian bajó la vista para mirar el nombre… y el disco casi se le cayó de la sorpresa. Pestañeó. Se notaba la garganta seca. ¡No podía ser! Siempre se había sentido orgulloso de sus capacidades, siempre había sabido que llevaba algo grande en su interior, como todos los aspirantes. Pero, aunque tenía talento, no era sobrehumano. No podría estar a la altura de algo así.

Otro de los aspirantes se inclinó para mirar al ver la reacción de perplejidad de Istian.

—¡Jool Noret! ¡Ha sacado a Jool Noret!

Mientras sus compañeros se exclamaban, Istian musitó:

—No puede ser. Debo de haber elegido el disco equivocado. Este espíritu… es demasiado poderoso para mí.

Pero Chirox hizo girar su torso metálico y sus fibras ópticas brillaron con intensidad.

—Me alegra que hayas vuelto con nosotros para continuar la lucha, maestro Jool Noret. Ahora estaremos mucho más cerca de la victoria contra Omnius.

—Tú y yo lucharemos lado a lado —le dijo Nar Trig a su amigo—. Quizá hasta podamos superar a la leyenda a la que debes hacer honor.

Istian tragó con dificultad. No tenía más remedio que aceptar la dirección de aquella presencia que hasta entonces había guardado silencio en su interior.

11

Aquellos que lo tienen todo no valoran nada. Los que no tienen nada lo valoran todo.

R
AQUELLA
B
ERTO
-A
NIRUL
,
Valoraciones
sobre revelaciones filosóficas

Si Omnius volvía con una fuerza militar completa, Richese estaba perdido. Al escapar, el odioso robot Seurat sin duda habría proporcionado a la supermente información vital sobre los titanes rebeldes. Las máquinas evaluarían sus fracasos pasados y calcularían la necesidad de una flota mucho mayor, aceptarían un mayor número de pérdidas y regresarían con las suficientes naves y la suficiente potencia de fuego para aniquilar las instalaciones de los cimek. No tenían ninguna posibilidad.

El general Agamenón no creía que le quedara más de un mes.

Él y sus seguidores cimek tenían que irse, pero no podía escapar como un perro asustado y quedarse en el planeta disponible más cercano, que tal vez sería defendido con uñas y dientes por los hrethgir o incluso por otras máquinas. No, no tenía la suficiente información ni el personal para buscar y someter otro mundo.

Gracias a sus mil años de experiencia como comandante, comprendía la necesidad de un trabajo concienzudo de inteligencia y un análisis detenido de las posibilidades. Solo quedaban tres de los titanes originales; no podía permitirse riesgos innecesarios. Había vivido más de once siglos, y sin embargo valoraba su vida más que nunca.

Juno, su amante, tenía ambiciones y objetivos similares. Tras regresar del otro planeta cimek, Bela Tegeuse, se reunió con él en su extensa fortaleza de Richese y lo miró, haciendo girar la torreta de su cabeza para que viera sus brillantes fibras ópticas. Incluso con aquella extraña configuración no humana, su cerebro y su personalidad le parecían hermosos.

—Amor mío, ahora que nos hemos liberado del yugo de Omnius, necesitamos nuevos territorios, nuevas poblaciones que dominar. —La voz simulada de la titán tenía un toque sonoro y musical—. Pero no somos bastantes para enfrentarnos ni a los hrethgir ni a los Planetas Sincronizados. Y las máquinas pensantes volverán a Richese muy pronto.

—Al menos a nosotros tres Omnius no puede destruirnos.

—¡Flaco consuelo! Omnius destruirá todo lo que hemos creado, eliminará a nuestros seguidores y separará nuestros contenedores cerebrales de nuestras formas móviles. Incluso si no morimos, podría despojarnos de nuestros mentrodos y dejarnos en un infierno eterno de privación sensorial. Sería peor que estar muertos… ¡no serviríamos para nada!

—Eso nunca. Antes te mataría yo mismo que permitir que eso pase —dijo Agamenón con una voz grave y resonante que hizo que las columnas de la espaciosa cámara vibraran.

—Gracias, amor mío.

Con una velocidad imponente, Agamenón pasó con su forma móvil bajo la arcada, dando instrucciones a los neos para que le prepararan su nave más veloz.

—Tú y Dante os quedaréis aquí para apuntalar nuestras defensas. Mientras, yo buscaré otro mundo que podamos gobernar. —Hizo destellar sus fibras ópticas, enviando una constelación de imágenes de Juno a su cerebro—. Con un poco de suerte, Omnius no podrá encontrarnos durante un tiempo.

—No me hables de suerte… prefiero confiar en tus excepcionales capacidades.

—Es posible que necesitemos las dos cosas.

Alejándose de Richese con una aceleración que habría matado a cualquier frágil humano, el titán viajó al encuentro de su contacto secreto en el imperio de las máquinas.

Wallach IX era un Planeta Sincronizado insignificante en el que Yorek Thurr dominaba a un patético rebaño de esclavos humanos. Durante décadas, Thurr había sido una fuente de información fiable pero subrepticia sobre Omnius y la Liga de Nobles. Había informado a Agamenón del regreso de la largamente perdida Hécate y su inesperado apoyo a la causa hrethgir, y le informó de la ruta de Venport y la odiada hechicera Cenva, lo que permitió que Beowulf les tendiera una emboscada en el sistema de Ginaz. A Thurr no le inquietaba lo más mínimo jugar a tres bandas.

El general titán se había instalado cómodamente en una extravagante nave hecha con estructuras inquietantemente angulosas, con un arsenal completo de armas exóticas y poderosos brazos. Le servía a la vez como nave y como forma móvil. Cuando aterrizó en una plataforma descubierta en Wallach IX, desplegó unos pies planos y poderosos, reconfiguró el cuerpo robótico y se irguió, adoptando una nueva forma igual de imponente. Sí, puede que el consejo de Thurr fuera útil, pero no acababa de fiarse de él.

Los cautivos humanos retrocedían asustados a su paso mientras avanzaba pesadamente por las avenidas en dirección a la imponente ciudadela que Thurr había construido cuando se nombró a sí mismo rey del planeta. Aunque aparentemente Wallach IX seguía siendo un Planeta Sincronizado, Thurr decía haber evitado los controles externos de la supermente y haberlos manipulado para mantener su encarnación local tortuosamente aislada y engañada, con una programación que era obra suya.

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