La batalla de Corrin (31 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
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—¿Qué le pasa? Leronica, ¿estás bien?

—Soy vieja, Vor. —Le hizo una señal al médico—. Déjenos solos un rato. Tenemos muchas cosas que contarnos.

El hombre insistió en quedarse un momento para colocarle bien las almohadas y comprobar la lectura del monitor.

—Está todo lo cómoda que puede estar, comandante supremo, pero hay…

Vor siempre había temido que llegara aquel día, y no llegó a oír lo que decía el doctor. Prefirió concentrarse en ella. Leronica le sonrió valientemente, un gesto débil y forzado.

—Siento no haber podido salir a recibirte con los brazos abiertos.

Cuando Vor levantó su mano cálida y seca, era como una escultura de papel maché.

—Tendría que haber venido antes. No tendría que haberme ido a Parmentier. Abulurd podía haber cumplido la misión él solo. No sabía…

Deseó poder huir de lo que estaba viendo, pero eso era imposible. Ver cómo el amor de su vida avanzaba lentamente hacia la muerte le asustaba mucho más que ninguna batalla contra las máquinas pensantes. Notó una vertiginosa sensación de desesperanza.

—Encontraré la forma de ayudarte, Leronica. No te preocupes por la parte médica. Seguro que tiene arreglo. Yo me ocuparé de eso.

Todas las oportunidades perdidas empezaron a agolparse en su mente de forma apabullante. Si hubiera podido aplicarle también a ella el tratamiento para extender su vida… si hubiera podido convencerla para que tomara melange regularmente… si pudieran compartir unos años más. Si su nieta Raquella hubiera estado allí para cuidar de ella. Si Raquella siguiera con vida…

Los labios resecos de Leronica formaron una sonrisa, y le oprimió la mano.

—Tengo noventa y tres años, Vorian. A lo mejor tú has encontrado la forma de mantener los años a raya, pero para mí sigue siendo un misterio. —Lo miró a la cara y levantó el brazo para limpiarle un poco de maquillaje que se había aplicado en torno a la boca para parecer más mayor. Sus dedos eliminaron las falsas arrugas. Siempre le habían divertido aquellos intentos suyos por aparentar más edad—. No has cambiado nada.

—Para mí tú sigues siendo tan hermosa como siempre —le dijo él.

Durante el resto de la noche y todo el día siguiente, Vor apenas se movió de su lado. La casa estaba llena de gente, Estes y Kagin y sus respectivas familias, y todos trataban de controlar el nerviosismo. Incluso los gemelos veían que Leronica parecía más animada ahora que Vor estaba con ella.

La mujer no pedía gran cosa, solo alguna golosina de vez en cuando, y Vor le conseguía lo que pedía, a pesar de las miradas de desaprobación de Kagin, que no dejaba de recordarle las instrucciones del médico. Vor se aferraba a un hilo de esperanza… pero el hilo parecía más y más endeble a cada hora que pasaba.

Al atardecer del segundo día, mientras la luz rojiza del sol se colaba por las ventanas, Vor miró a la anciana, que dormía a ratos. La noche antes, le habían llevado un catre para que pudiera echar alguna cabezada sin apartarse de su lado, pero durmió tan mal y tan incómodo que el cuerpo le dolía del cansancio. Había dormido mejor en refugios improvisados o en campos de batalla.

En aquellos momentos, mientras veía la luz del sol del atardecer sobre el rostro arrugado de Leronica, Vor la recordó como era cuando la conoció sirviendo cerveza de algas y comida en la taberna de Caladan. Ella se movió y abrió los ojos. Vor se inclinó para besarle la frente. Por un momento, Leronica no le reconoció, pero entonces se concentró y le dedicó una sonrisa melancólica. Sus oscuros ojos de color pacana seguían siendo hermosos… y reflejaban la intensidad del amor desinteresado que había profesado por él durante años.

—Abrázame, amor mío —dijo Leronica, y su voz se quebró por el esfuerzo de pronunciar esas pocas palabras. Luego, con el corazón desbordado, Vor sintió que la perdía mientras la tenía en sus brazos. En el último instante, con su último aliento, Leronica susurró su nombre y él respondió pronunciando el de ella, muy despacio, como una caricia.

Finalmente, no pudo seguir conteniéndose y se puso a llorar en silencio.

Kagin apareció en la puerta.

—Quentin Butler quiere verte. Es algo de la Yihad, insiste en que es importante. —Luego, al mirar a su madre y ver las lágrimas de Vor, comprendió. Se puso blanco—. ¡Oh, no! ¡No! —Corrió hasta la cama y se arrodilló junto a Leronica, pero ella no se movió. Y Vor no la soltó.

Kagin empezó a sollozar de forma convulsiva, y parecía tan afectado que Vor se apartó de Leronica y le pasó un brazo por los hombros. Por un momento, su hijo lo miró compartiendo su pena. Luego entró Estes, y se quedó en pie, tambaleándose, como si quisiera retrasar aquella realidad por unos segundos.

—Se ha ido —dijo Vor—. Lo siento tanto… —Miró con incredulidad a aquellos dos hombres de pelo oscuro que se parecían tanto.

Estes parecía una estatua de hielo, totalmente inmóvil. Kagin miró a Vor con frialdad.

—Ve a atender tus responsabilidades con el primero Butler. Siempre es lo mismo… ¿por qué iba a ser diferente ahora que ha muerto? Déjanos a solas con nuestra madre.

Aturdido, sin apenas poder moverse, Vor se puso de pie y salió a la sala de estar. Quentin Butler, que tenía una expresión extraviada por sus propios motivos, se puso en posición de firmes, con su uniforme verde y carmesí de la Yihad.

—¿Qué hace aquí? —preguntó Vor con voz apagada—. Ahora quiero estar solo.

—Tenemos una crisis, comandante supremo. Faykan y yo acabamos de regresar de Corrin. Nuestros peores temores se han confirmado. —Respiró hondo—. Es posible que tengamos menos de un mes antes de que la Liga sea aniquilada por completo.

35

A los humanos que inventaron las máquinas pensantes no se les ocurrió que podían convertirse en armas implacables que se volverían contra nosotros. Y, sin embargo, es exactamente lo que ha pasado. El genio mecánico ha escapado de la botella.

F
AYKAN
B
UTLER
, mitin político

Durante la sesión de emergencia del Consejo de la Yihad que se convocó para buscar una estrategia, Quentin Butler notó que el pánico iba en aumento. Lo veía en las expresiones exangües de los líderes políticos, en el rostro pálido del Gran Patriarca, en la expresión perpleja del virrey interino. Fueron tantos los miembros del Consejo que asistieron, además de expertos e invitados del Parlamento, que tuvieron que reunirse en la sala de audiencias en lugar de la sala habitual. El Consejo sabía que no podría mantener aquella noticia tan terrible en secreto por mucho tiempo.

—La plaga no ha sido suficiente —dijo Quentin en voz alta en medio del silencio—. Ahora Omnius quiere asegurar nuestra extinción definitiva.

Desde el momento en que los primeros miembros del Consejo vieron en imágenes la imponente flota de exterminio de Omnius, supieron que la Liga no podría defenderse.

—Dios, esto llega en el peor momento posible —dijo finalmente el Gran Patriarca. Su collar de mando parecía pesarle—. Un desastre detrás de otro. Más de la mitad de nuestra gente ha muerto o morirá a causa del virus. Las sociedades y los gobiernos están en ruinas, hay refugiados por todas partes, y no tenemos forma de satisfacer sus necesidades… y ahora esta flota que se prepara para partir desde Corrin. ¿Qué vamos a hacer?

Quentin y Faykan se movieron inquietos en sus asientos. La misión del Gran Patriarca era inspirar a otros, no lloriquear y quejarse.

Una vez más, ante una audiencia mucho mayor, pasaron las imágenes que habían recogido en Corrin hacía solo unos días. Especialistas de la Yihad en táctica militar y mercenarios de Ginaz se apresuraron a hacer sus análisis, pero la conclusión era evidente. Omnius pretendía lanzar una ofensiva abrumadora contra una humanidad debilitada. Las transmisiones interceptadas dejaban muy claro cuál era el objetivo de las máquinas: Salusa Secundus. Los políticos no tenían palabras para expresar su desesperación.

Detrás del podio, una proyección holográfica mostraba iluminados los planetas donde las fuerzas militares de la Liga seguían siendo operativas, mientras que las zonas sin iluminar señalaban sistemas que aún seguían bajo una estricta cuarentena. Había muchísimas bajas en el ejército, y no se había producido ninguna ofensiva coordinada contra Omnius desde la conquista de Honru. Y aunque tenían gran cantidad de naves militares, no había suficientes soldados sanos para llenarlas. Los yihadíes que aún podían trabajar, estaban repartidos en labores de cuarentena y de ayuda.

—Quizá tendríamos que hablar con el pensador Vidad… y decidir los términos de un nuevo cese de actividades —propuso el representante de Hagal.

El contenedor cerebral de Vidad descansaba en un pedestal especial a un lado de la mesa del Consejo, asistido por dos subordinados, un anciano llamado Keats y una nueva incorporación, Rodane. Keats habló con voz susurrante.

—El pensador no ha salido de Zimia desde hace años, pero con mucho gusto volverá a Hessra para consultar con sus compañeros pensadores.

El Gran Patriarca Boro-Ginjo se volvió hacia el representante de Hagal con incredulidad.

—¿Está sugiriendo que nos rindamos ante Omnius?

—¿Tiene alguien una idea mejor para que podamos sobrevivir?

—No hay tiempo para eso —dijo Faykan Butler agitado—. ¡Miren esas imágenes! ¡Omnius está preparado para lanzar su flota!

Mientras el electrolíquido emitía un resplandor azulado que indicaba actividad mental, los pensamientos del pensador salieron en forma de palabras a través de su simulador de voz.

—Entonces recomiendo la evacuación de Salusa Secundus. Las fuerzas mecánicas no pueden llegar antes de un mes. Dejad el planeta vacío y cuando lleguen las máquinas Omnius no tendrá su victoria.

—¡Estamos hablando de cien mil millones de personas! —dijo el virrey interino con voz quejumbrosa.

Un representante de los mercenarios de Ginaz carraspeó audiblemente.

—Gracias a la epidemia, contamos con gran cantidad de planetas vacíos a los que enviar a los refugiados.

—¡Inaceptable! —gritó Quentin; no daba crédito a sus oídos—. No podemos limitarnos a escondernos. Incluso si conseguimos escapar a tiempo de Salusa, nada impide que Omnius destruya los planetas de la Liga uno tras otro. Si evacuamos, la capital la Liga habrá muerto. —Juntó las manos, como si quisiera estrangular algo, pero obligó a su bello rostro a adoptar una expresión de calma—. Si alguna vez ha habido un momento para una acción desesperada y decisiva es ahora.

Todos los ojos se volvieron hacia el comandante supremo Vorian Atreides, que permanecía sentado con rigidez a un lado del podio. A pesar de su aspecto juvenil, parecía profundamente apenado por la pérdida de su mujer. Sin embargo, se puso derecho y de alguna forma recuperó la compostura.

—Los destruiremos —dijo con una voz dura como el acero—. No podemos hacer otra cosa.

Algunos miembros del Consejo gimieron, y el virrey interino dejó escapar una risa casi histérica.

—¡Oh, estupendo! ¡Así de sencillo! ¡Solo tenemos que destruir a las máquinas pensantes! ¿Cómo no se nos había ocurrido?

El comandante supremo se levantó sin siquiera pestañear. Quentin sintió pena por él, consciente de lo que él mismo sentía por Wandra. Sí, Leronica había muerto. Pero esperaba que Vor se consolara con la seguridad de que había tenido una vida larga y satisfactoria, arropada por el amor de su familia… y eso era algo muy raro en los tiempos que corrían. Tras un siglo de Yihad y el paso destructivo de la epidemia, todos tenían más dolor y más fantasmas de los que podían soportar.

Vor buscó apoyo en su ira, necesitaba hacer daño, destruir algo para poder aliviar el dolor de su corazón. Su uniforme, normalmente limpio y perfecto, se veía arrugado y manchado. Quentin era muy estricto con esas cosas, y no veía con buenos ojos que los oficiales descuidaran su disciplina personal, pero esta vez no le importó.

—De una forma o de otra, esta será nuestra última batalla. —Vorian fue hasta el podio y esperó durante un instante tortuosamente largo. Trató de ordenar sus pensamientos, de equilibrar la ira y el dolor, en medio de un silencio abrumador—. Después de ver estas imágenes, ¿alguien duda que se trata del conjunto de las fuerzas militares mecánicas? En los dos últimos días, hemos enviado once naves exploradoras adaptadas para plegar el espacio a Planetas Sincronizados elegidos al azar, y sus informes confirman esta conclusión. —Dos naves habían desaparecido, seguramente a causa de errores de navegación, pero la información que habían reunido las otras era crucial—. Sabemos que todas las flotas defensivas han sido convocadas desde sus diferentes planetas. Todas. Omnius ha reunido a todas sus fuerzas en Corrin para dar el golpe final.

El Gran Patriarca asintió con aire sombrío.

—Con una flota de exterminio como esa lo que pretenden es que nos echemos a temblar.

—Lo que pretenden es exterminarnos. —Vor sonrió y habló con expresión más enérgica—. Pero Omnius no sabe que su táctica puede ser su punto débil… si sabemos aprovecharla.

—¿De qué está hablando? —dijo el virrey interino O'Kukovich.

En lugar de contestarle, Vor miró directamente a Quentin. Sus ojos grises eran como fragmentos de cristal roto.

—¿No lo ven? Para consolidar sus fuerzas para este ataque masivo, Omnius ha dejado totalmente desprotegido todo lo demás.

Mientras las máquinas avanzan contra nosotros con sus pesadas naves de guerra, el ejército de la Yihad puede atacar los otros Planetas Sincronizados, porque no podrán defenderse.

—¿Y cómo vamos a hacer eso? —gritó el Gran Patriarca con voz chillona e infantil.

—Debemos hacer algo que no esperen. —Vor cruzó los brazos sobre el pecho—. Es la única forma de que ganemos.

Quentin levantó la voz por encima del murmullo general, tratando de acallar a los miembros del Consejo. Sabía que Vor tenía un plan, y quizá sería el único al que podrían agarrarse.

—Explíquenos cómo, comandante supremo. ¿Qué armas podemos usar contra las máquinas?

—Atómicas. —Vor paseó la mirada por su audiencia perpleja—. Una cantidad abrumadora de ojivas nucleares enriquecidas con impulsos. Podemos convertir cada Planeta Sincronizado en un pozo radiactivo, igual que hicimos con la Tierra hace noventa y dos años. Si tenemos el suficiente valor para volver a utilizar la energía atómica, podremos erradicar la presencia de Omnius. Destruiremos todas las encarnaciones de la supermente, igual que él pretende destruirnos a nosotros.

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