La batalla de Corrin (42 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
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—Eres el señor de todo cuanto te rodea —dijo Juno.

Agamenón no habría sabido decir si le estaba tomando el pelo o estaba admirando su minúscula victoria.

—Es patético. Después de todo, parece que no había nada que temer. La Liga casi no puede ni sonarse las narices, y han eliminado a Omnius en todos los Planetas Sincronizados con la excepción de Corrin, donde se esconde parapetado detrás de todo su armamento.

—¿Igual que nosotros nos escondemos aquí?

—¿Escondernos? Ya no hay razón para esconderse. —Con una pesada extremidad metálica, Agamenón aporreó el suelo ante él, formando un cráter en el hielo—. ¿Qué podría detenernos ahora?

Los pensamientos del titán retumbaban por su mente como un trueno lejano. Era vergonzoso haber permitido que sus sueños se fueran apagando… quizá tendría que haber muerto, como tantos otros de sus amigos conspiradores. Casi nueve décadas después de su nueva rebelión contra Omnius, el general y el puñado de supervivientes cimek que quedaban habían logrado bien poco, y se escondían como ratas.

—Me estoy cansando de esto —dijo—. De todo.

Juno y él se entendían muy bien. Y le sorprendía que la ambiciosa titán hubiera permanecido a su lado durante más de mil años. Quizá solo era porque no tenía ninguna alternativa viable… o porque de verdad le importaba.

—¿Qué estás esperando exactamente, mi amor? Tanta complacencia nos ha convertido en apáticos soñadores, como la población del Imperio Antiguo que tanto despreciábamos. Tantos años sentados, sin hacer nada, igual que… —su voz se tiñó de autodesprecio— ¡que pensadores! La galaxia es un campo abierto para nosotros. Sobre todo ahora.

Con sus fibras ópticas, Agamenón escaneó el paisaje montañoso y yermo, las inexorables masas de hielo.

—Hubo un tiempo en que las máquinas pensantes nos servían. Ahora Omnius ha sido destruido y los hrethgir están debilitados… tendríamos que aprovechar la ocasión. Aunque sigue habiendo muchas posibilidades de que fracasemos.

La voz de Juno demostraba un profundo desprecio, y no dejaba de pincharle, como siempre.

—¿Desde cuándo eres un niño caguica, Agamenón?

—Tienes razón. A mí mismo me desagrada mi actitud. Gobernar para poder oprimir a un puñado de subordinados no es suficiente. Está bien tener esclavos a tu disposición, pero incluso eso acaba cansando.

—Sí, mira lo que le pasó a Yorek Thurr en Wallach IX. Tenía a su disposición un planeta entero, pero no le parecía bastante.

—Wallach IX es un pozo radiactivo. Como los otros Planetas Sincronizados. Es irrelevante.

—Todos los planetas que pertenecieron al Imperio Sincronizado ahora son irrelevantes, mi amor. Debes buscar un paradigma distinto.

Juntos, siguieron contemplando el paisaje desolado de Hessra, tan muerto como los Planetas Sincronizados que habían explorado y descartado después de la Gran Purga. Al poco, Agamenón dijo:

—Debemos promover los cambios, en lugar de ser los receptores pasivos de lo que la historia nos quiera dejar.

Los dos titanes giraron las torretas de sus cabezas y caminaron de vuelta a las torres de los pensadores.

—Ha llegado el momento de que empecemos de nuevo.

Beowulf no sospechaba nada, aunque hacía ya tiempo que el general tenía planes para él.

—Su cerebro dañado ya no tiene capacidad para percibir detalles o sacar conclusiones —comentó Dante.

—El muy patán casi no anda recto ni por un pasillo —dijo Agamenón—. Ya le he aguantado suficiente.

—Quizá bastaría con dejar que salga ahí fuera y se despeñe por alguna fisura del glaciar —propuso Juno—. Eso nos evitaría a todos muchos problemas.

—Ya cayó en una grieta cuando llegamos a Hessra. Fuimos unos necios al rescatarlo.

Los tres titanes convocaron al indeciso neocimek en la cámara central donde en otro tiempo estuvieron los pedestales de los pensadores. Las runas muadru de los bloques de las paredes habían sido destrozadas con garabatos obscenos. Desplazándose con rapidez con sus cuerpos móviles limitados, los neos-subordinados esclavizados seguían con sus labores en el laboratorio, controlando el equipo de procesamiento del electrolíquido para los gobernadores cimek.

Agamenón tenía todo lo que necesitaba. Pero ahora necesitaba más.

Beowulf entró pesadamente, porque los mentrodos que controlaban sus extremidades eran algo inestables. Las señales se confundían y se superponían, de modo que iba dando tumbos, como un borracho que trata de andar de un punto a otro.

—S-s-s-sí, Agamenón. ¿M-m-me ha llamado?

La voz del general era escrupulosamente neutra.

—Siempre te he estado muy agradecido por el servicio que nos prestaste al ayudarnos a liberarnos de Omnius. Ahora estamos ante un momento decisivo. Nuestras circunstancias están a punto de cambiar drásticamente a mejor, Beowulf. Pero antes de que eso pase, tenemos que hacer un poco de limpieza.

Agamenón levantó su cuerpo móvil, alzándose con su forma imponente en la cámara de piedra. Sacó una de las antiguas armas que tenía guardadas en el interior de su cuerpo. Beowulf parecía intrigado.

Dante corrió a desactivar los motores y la fuente de alimentación que impulsaba el cuerpo robótico del cimek.

—¿Q-q-q-qué…?

La voz de Juno sonaba dulce y razonable.

—Tenemos que deshacernos de algunos trastos viejos antes de seguir adelante, Beowulf.

—Doy gracias a los dioses en todas sus encarnaciones porque Jerjes no esté aquí con sus torpes intentos de ayudarnos. Pero tú, Beowulf… tú eres un desastre en ciernes.

Los titanes rodearon a la forma móvil desactivada, extendiendo sus brazos articulados, formando las herramientas necesarias para iniciar el proceso de desmantelamiento. Agamenón esperaba poder probar alguna de las piezas de anticuario que tenía en su colección.

—N-n-nooo…

—Incluso yo llevo tiempo esperando esto, general Agamenón —dijo Dante—. Los titanes están listos para su gran resurgimiento, por fin.

—Lo que importa realmente es que extendamos nuestra base de poder, tomando nuevos territorios y controlándolos con mano de hierro. Durante mucho tiempo me ha torturado el deseo de tomar los planetas habitados por los hrethgir, pero desde la Gran Purga, hay innumerables bastiones para conquistar. Será un placer construir nuestro nuevo imperio sobre la tumba de Omnius. Antes, cuando descarté esta posibilidad, no pensé lo irónico y satisfactorio que podía ser. La radiactividad no supone ninguna amenaza para nuestras armaduras protectoras y nuestros contenedores cerebrales. El Infierno será solo el primer paso. A partir de ahí, recuperaremos nuestra fuerza y atacaremos los mundos de la Liga.

—No hay nada malo en iniciar un nuevo imperio entre ruinas, mi amor. —Como si estuviera partiendo un cangrejo gigante, Juno desmontó el primer grupo de patas de la forma móvil de Beowulf—. Siempre y cuando sea solo el principio.

El neocimek siguió gimoteando y suplicando, cada vez con menos articulaciones y una mayor sensación de urgencia. Finalmente, con desagrado, Agamenón desactivó el simulador de voz conectado a su contenedor cerebral.

—Bueno. Ahora es mejor que nos concentremos y finalicemos esta eutanasia.

—Por desgracia —siguió diciendo Dante—, solo quedamos tres titanes. Muchos de nuestros neos son muy leales a su manera, pero siempre han sido pasivos. Los sacamos de poblaciones oprimidas.

Agamenón arrancó un grupito de mentrodos de la forma móvil de Beowulf.

—Debemos crear una nueva jerarquía de titanes, pero nunca encontraremos el material que necesitamos entre nuestros menguantes recursos. Los neos son como un rebaño.

—Pues busquemos en otro sitio —señaló Juno—. Aunque Omnius ha hecho lo posible por exterminarlos, siguen quedando muchos hrethgir. Y los supervivientes son los más fuertes.

—Incluido mi hijo, Vorian. —Mientras seguía desmantelando los diferentes componentes que mantenían a Beowulf con vida, el general titán recordó los tiempos en que su leal Vor limpiaba, pulía y restauraba meticulosa y amorosamente los delicados componentes cimek de su padre, en un gesto que se remontaba a los albores de la historia, el de lavar los pies de un líder amado. Oh, aquellos momentos tan íntimos entre padre e hijo eran tan especiales…

Agamenón añoraba aquellos tiempos y deseó que las cosas no hubieran ido tan mal con Vorian. Con él estuvo más cerca que nunca del éxito, pero los humanos se lo corrompieron.

Juno no se dio cuenta de que estaba perdido en sus ensoñaciones.

—Tendríamos que buscar candidatos entre ellos, candidatos con talento a los que podamos convertir a nuestra causa. Estoy segura de que tenemos la astucia y la técnica para lograr algo tan simple. Una vez que extraigamos el cerebro de una persona, no hay nada que no podamos hacer para manipularlo.

El general pensó en aquello.

—Primero exploraremos los planetas con radiación y decidiremos dónde establecernos.

—Wallach IX sería una buena opción —dijo Dante—, está cerca de Hessra.

—Estoy de acuerdo —dijo Agamenón—. Y destrozaremos lo que quede del trono de ese chiflado de Yorek Thurr.

El cuerpo mecánico de Beowulf ya estaba desmantelado, y sus componentes se habían ido separando para su reciclaje y reacondicionamiento. Los neos-subordinados se acercaron en silencio para llevarse las piezas.

Mientras Agamenón pensaba en todos aquellos Planetas Sincronizados echados a perder, se le ocurrió que Vorian había sido el verdadero cerebro de aquello. Después de todo, quizá sería un sucesor apropiado para los titanes.

50

Si nos volvemos a mirar al pasado lejano, apenas lo veremos, tan imperceptible se ha vuelto.

M
ARCEL
P
ROUST
, antiguo autor humano

Vor estaba en su despacho nominal en la sede del ejército de la Humanidad, en Zimia, contemplando la llovizna del atardecer por la ventana abierta. Después de una tarde calurosa y una semana de un bochorno insoportable, era agradable sentir la lluvia en el rostro. La lluvia se agradecía, pero no ayudó al bashar supremo a sentirse mejor.

Vor tenía la sensación de que día tras día seguía perdiendo su batalla contra el estancamiento del gobierno, su letargo, su incapacidad de tomar decisiones difíciles. Los representantes de la Liga tenían miedo de hacer el trabajo sucio, y con cada año que pasaba, olvidaban más y más. Vivían inmersos en el limitado mundo de los problemas locales y los favores políticos, y trataban de convencerse de que la amenaza de Omnius y los cimek desaparecerían por sí solas. Vor no lograba hacerles entender que, aunque los cimek habían permanecido al margen durante años, Agamenón no había dado aún por terminado su reinado de terror.

Su larga guerra había acabado. Después de la Gran Purga, Quentin Butler no fue el único militar que buscó una forma pacífica de escabullirse. A todos les resultaba mucho más fácil dar prioridad a las tareas de recuperación y reconstrucción. Muchos eran los que querían convertir la Yihad en historia.

Pero lo cierto es que no había acabado. No todavía, no mientras Corrin y los cimek siguieran amenazando con su existencia a la humanidad. Y sin embargo, por lo visto Vor era el único que lo veía. La Liga se negaba a autorizar el envío de una fuerza ofensiva o incluso una simple misión de reconocimiento a Hessra, donde sabían que se ocultaban los últimos titanes. ¡Estúpidos!

El Gran Patriarca y los nobles estaban demasiado pendientes de los problemas financieros que conllevaba extender su administración a los Planetas No Aliados para ampliar el imperio y lograr un control centralizado. El Gran Patriarca había añadido varias argollas a la cadena de mando que llevaba al cuello.

Los Planetas Sincronizados serían inhabitables durante muchos siglos, pero algunos de los mundos más beligerantes de la Liga veían en los Planetas No Aliados una buena alternativa. La insaciable demanda de melange no había disminuido con el fin de la plaga. Y hacía años que había programas especiales para ayudar a recuperar la población, bajo la supervisión de la hechicera suprema Ticia Cenva.

Ahora que se había prohibido el uso de máquinas informatizadas, los proyectos de obras públicas exigían una cantidad ingente de mano de obra. Y eso significaba que hacían falta esclavos, en su mayoría budislámicos de planetas remotos. En las cámaras de la Liga hubo quien protestó porque aquello equivalía a tratar a otros humanos «igual que les habían tratado las máquinas», pero esta postura no tenía mucho apoyo.

Dado que sus deberes militares habían sido sustituidos por trabajo administrativo, discursos públicos y desfiles, Vor había decidido hacía tiempo encontrar a su nieta Raquella en Parmentier. Después de seis meses de búsqueda, dio con ella.

Cuando huyeron del Hospital de Enfermedades Incurables, ella y Mohandas Suk se instalaron en una remota población habitada en su mayor parte por un grupo insular que practicaba la antiquísima religión del judaísmo. Allí estuvieron ayudando a la gente a superar la plaga… hasta que una chusma paranoica que bebía de unos prejuicios más antiguos que el judaísmo arrasó el poblado, proclamando que los judíos tenían tanta culpa como las máquinas de la epidemia.

Así que Raquella y Mohandas siguieron su camino, acompañados por algunos de los judíos del poblado, que se vieron obligados a ocultar su identidad. Incluso después de acabarse la epidemia, Parmentier tardó años en recuperarse.

Cuando Vor la encontró, Raquella trabajaba en condiciones bastante primitivas. La mayor parte del material médico había sido destruido, así que Vor le envió generosamente todo lo que necesitaba, incluido material y guardias de seguridad para que la protegieran. Poco después, los reclutó a los dos para que le ayudaran en la creación de la Comisión Médica de la Humanidad —HuMed—, que sustituyó a la antigua Comisión Médica de la Yihad. Luego, pagando de su propio bolsillo, compró una nave hospital para ellos. La nave permitió a Raquella y sus compañeros viajar por la galaxia realizando su importante trabajo con mayor eficacia. Por mucho tiempo que hubiera pasado, había que vigilar atentamente los mundos de la Liga por si aparecían nuevos brotes de la epidemia.

Alguien tenía que estar alerta.

No todos los desembolsos que hacía la Liga eran tan beneficiosos para los ciudadanos. Iluminada por los focos, al otro lado de la plaza de Zimia, Vor veía los trabajos de construcción de la ostentosa catedral de Serena, uno de los muchos proyectos que Rayna Butler y sus seguidores cultistas habían obligado a aceptar al gobierno en los años recientes. Cuando estuviera terminada, sería la estructura religiosa más grande y cara de todos los tiempos. Vor amaba y respetaba a Serena —a la auténtica— más que nadie, y sin embargo consideraba que aquellos recursos tendrían que haberse destinado a labores de reconstrucción más importantes.

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