La batalla de Corrin (66 page)

Read La batalla de Corrin Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
4.65Mb size Format: txt, pdf, ePub

—El universo no es estático, padre.

—Y has vuelto en el momento justo. Albergaba grandes esperanzas con respecto a Quentin Butler, pero se resiste a lo inevitable y hace inútiles nuestros esfuerzos. Nos odia, aunque su futuro está a nuestro lado, porque nunca podrá volver a la Liga, no podrá volver a ser humano. Podríamos seguir con nuestra labor de manipulación, y tal vez consigamos convertirlo en un aliado. Pero si te tengo a ti, ya no necesito la experiencia de Quentin. Cuando te convierta en cimek, serás mi heredero, el próximo general de los titanes.

—La historia es imprevisible, padre. Quizá sobrevaloras mis capacidades.

—No, Vorian. —La inmensa forma móvil levantó un brazo articulado para achuchar al pequeño humano—. Cuando seas cimek, serás invencible, como yo. Y entonces podré llevarte sin riesgo a muchos de los mundos que hemos reconquistado y convertirte en rey de los que tú quieras.

Vor no estaba impresionado.

—Podía haber gobernado cualquier mundo de la Liga si hubiera querido, padre.

—Cuando seas cimek, tu nueva existencia será por sí sola una maravillosa recompensa. Según creo recordar, cuando eras un humano de confianza, me suplicabas que te diera una oportunidad. Estabas deseando que te permitiera someterte a la intervención para ser tan fuerte como los otros titanes.

—Y aún lo deseo —dijo Vor, tragándose la bilis que sentía en la garganta y asegurándose de que su voz parecía entusiasta. Finalmente, caminando lado a lado, volvieron a las torres medio enterradas de los pensadores—. Espero que ese día llegue pronto.

—Antes de la conversión, debes saber que tu forma biológica tiene una ventaja, un recurso que yo perdí hace tiempo.

—¿Y cuál es, padre? —De pronto, Vor sintió frío por dentro.

La forma móvil gigante siguió avanzando sobre el hielo.

—Eres mi hijo, mi descendencia, el único vestigio que queda de la antigua casa de Atreus. Y, aunque todo mi esperma se destruyó en la Tierra, tú aún tienes la capacidad de continuar nuestra estirpe. Debes donarlo. Juno ya tiene el aparato preparado en las cámaras de los pensadores. Antes de que te permita convertirte en cimek, debes cumplir con tu deber.

A Vorian el estómago se le revolvió, pero sabía que no lograría disuadir a su padre. Por tanto, tendría que proporcionar las muestras genéticas que el líder titán le pedía. Pensó en Estes y Kagin, en Raquella. No importa lo que pasara allí, ellos serían su verdadero legado. Se notaba la garganta seca por los nervios, pero no vaciló.

—Haré lo que haga falta, padre. He venido a ti para demostrarte mi lealtad. Que done parte de mi esperma para asegurar las generaciones futuras de Atreides… no es ningún gran sacrificio.

Mientras estaban en pie, frente a las torres de los pensadores, las arcadas que llevaban a los oscuros pasajes los esperaban como fauces hambrientas. Vor entró, preparado para lo que fuera.

82

Sinceramente, ¿qué es mejor, recordar u olvidar? Debemos sopesar bien esta decisión entre nuestra humanidad y nuestra historia.

B
ASHAR
A
BULURD
H
ARKONNEN
, diarios privados

El asesinato del Gran Patriarca provocó un gran revuelo en la Liga. El virrey Butler trataba de mantener la calma y la estabilidad mientras las acusaciones y las sospechas volaban en todas las direcciones. Todo personaje que ostentara una posición de poder tenía su cuota de rivales políticos, pero Xander Boro-Ginjo era demasiado blando, no podía inspirar un odio tan grande como para que lo asesinaran. Resultaba difícil creer que alguien pudiera sentir otra cosa que no fuera irritación o impaciencia por él.

Aunque Faykan expresó su ira y su sorpresa por el asesinato, se tomó su tiempo para nombrar a un sustituto. De forma temporal, el hermano de Abulurd nombró a un grupo de delegados que asumieran las funciones de Xander que, una vez distribuidas, resultó que eran en su mayor parte insignificantes y de carácter puramente ceremonial.

Un puñado de individuos que aspiraba al cargo de Gran Patriarca exigió una solución rápida. El virrey hizo una firme declaración: dado que, por defecto, las personas más próximas a Xander debían considerarse sospechosas, no nombraría un sucesor hasta que la investigación terminara. Abulurd sospechaba que su hermano trataba de ganar tiempo, aunque no entendía para qué.

El nuevo bashar dedicaba la mayor parte de su energía a las investigaciones que se realizaban en los laboratorios próximos a la mansión administrativa del Gran Patriarca, que estaba acordonada debido a la investigación. En aquellos momentos, uno de sus trabajadores salió corriendo de una de las oficinas exteriores con expresión de alarma.

—Tendría que venir a ver lo que pasa en la calle, bashar. El Culto a Serena se está manifestando. Son una multitud.

—¿Otra vez? —El laboratorio estaba aislado por motivos de seguridad, por eso Abulurd no estaba al corriente de los disturbios del exterior. El bashar había visto muy pocas veces a su sobrina Rayna desde que la llevó a Salusa, pero conocía su afición por destruir material avanzado—. Quedaos aquí y atrancad las puertas. Hay que proteger nuestro trabajo a toda costa, porque si los del Culto entran aquí ya sabéis lo que harán.

Los técnicos y los ingenieros del laboratorio, que no sabían nada sobre autodefensa ni combate, parecieron asustados ante la idea.

—¿Si… si entran?

—Haced lo que podáis —dijo él al ver sus caras.

Y salió para ver qué había encendido a las masas aquel día.

En las calles, Rayna Butler, que se había convertido en una mujer delgada de treinta y tantos y seguía sin pelo y con la piel muy clara, marchaba a la cabeza de sus cruzados. Avanzaban como una marea por las avenidas, con estandartes y carteles, cantando, esgrimiendo armas. La vertiente más fanática y agresiva de aquel culto se había difundido por mundos devastados donde casi no había ni leyes. En cambio, allí, en Zimia, Rayna controlaba más a su gente debido a su acuerdo con Faykan. Abulurd temía que aquello no fuera más que una medida temporal. El Culto a Serena era como una olla de humanos desesperados que cada vez se acercaba más al punto de ebullición.

Muchos de aquellos fanáticos llevaban imágenes de figuras heroicas, incluidos los tres mártires, y gritaban pidiendo justicia. Desde sus casas y sus tiendas, la gente salía inquieta a ver pasar la procesión, temiendo que la chusma se desbocara si les azuzaban.

—¿Sabe por qué protestan esta vez? —preguntó Abulurd a un tendero que había allí cerca.

—El Parlamento acaba de difundir la imagen del hombre que asesinó al Gran Patriarca —contestó el hombre, mirando la insignia militar que Abulurd llevaba en su uniforme de trabajo.

—Entonces, ¿ya le han cogido? ¿Ya saben quién es?

—No, nadie lo sabe. No han podido reconocerle.

—¿Y por qué está tan ofendido el Culto a Serena? —Abulurd contempló a los seguidores que pasaban ante ellos exigiendo justicia—. Que yo sepa nunca les ha importado el Gran Patriarca.

—Pues ahora que ha muerto dicen que era un santo y que aceptó la visión de Rayna.

Abulurd frunció el ceño. El Culto a Serena hacía suyas muchas causas solo para aumentar su importancia. El tendero le entregó la fotografía, una imagen captada por las cámaras de seguridad que rodeaban la mansión administrativa del Gran Patriarca. Y coincidía con otra fotografía tomada en las oficinas de Xander Boro-Ginjo. Abulurd frunció el ceño mientras contemplaba la imagen del asesino, un hombre calvo y de piel cetrina. Le resultaba familiar.

El texto del informe decía que en un primer momento el individuo en cuestión se infiltró en las oficinas del Gran Patriarca y provocó ciertos trastornos. Los guardas se lo llevaron bajo custodia, pero escapó antes de que la detención pudiera cursarse. Unas noches más tarde, el desconocido volvió, se coló en el dormitorio del Gran Patriarca y le mató. Se suponía que era un asesino a sueldo. Nadie lo reconocía entre el grupo habitual de conocidos y rivales de Boro-Ginjo.

Ya se habían hecho acusaciones de incompetencia en numerosas direcciones. Algunos hasta propusieron recuperar la ruda policía de la Yihad para que impusiera orden. Abulurd había estado revisando la documentación disponible sobre Xavier Harkonnen, y pensó en todos los supuestos espías de las máquinas que la Yipol había capturado en tiempos de su abuelo, en las purgas que se llevaron a cabo. ¿Es posible que el asesino de Xander fuera uno de los insidiosos humanos que eran leales a Omnius? ¿Seguiría con vida alguno de ellos, o habrían desaparecido todos, al igual que la Yipol?

Entonces la respuesta le golpeó como un mazazo. Entrecerró los ojos y miró el rostro de aquel individuo con mayor detenimiento. Las facciones no habían cambiado gran cosa… tenía prácticamente el mismo aspecto que en las imágenes de archivo. ¡El comandante de la Yipol Yorek Thurr!

A fin de ayudar a la comisión que se había creado a petición de Vor, Abulurd había estudiado los archivos con la carrera de su abuelo y su caída en desgracia. Conocía muy bien a Thurr. Y aunque el hombre siempre se mantuvo en la sombra y evitaba las holofotografías, Abulurd había tenido acceso a archivos confidenciales de la Liga y se acordaba muy bien de su cara. Thurr y Camie Boro-Ginjo habían dirigido una efectiva e implacable campaña para desacreditar los grandes logros de Xavier y pintarlo como un cobarde traidor. Ni siquiera Vorian Atreides había podido hacer nada para frenar la demonización sistemática de su amigo.

Pero la nave de Thurr había estallado hacía sesenta y cinco años. Había muerto. No tenía sentido. ¿Por qué querría nadie hacerse pasar por una figura histórica discreta y totalmente olvidada?

Se volvió hacia el tendero.

—¿Puedo quedarme esto?

El hombre se encogió de hombros.

—Claro. ¿No estará pensando atrapar al asesino y entregarlo a la chusma? Sería divertido.

Con un leve gesto de la cabeza, Abulurd se dirigió a toda prisa al edificio del Parlamento. Le mostraría a Faykan diferentes imágenes y plantearía sus dudas, aunque no tenía ninguna teoría para explicar cómo podía seguir Thurr con vida o por qué iba a querer nadie hacerse pasar por él.

En el vestíbulo de recepción de la cámara de asambleas, le dijeron que el virrey estaba en medio de una reunión comercial y que no estaría libre al menos en una hora. Abulurd dejó dicho que necesitaba hablar con él lo antes posible.

Desanimado, el bashar se alejó por el pasillo con paredes revestidas de mármol, hasta que se encontró con el pensador Vidad, que estaba sobre un pedestal ornamentado. Era el último de los antiguos pensadores, y sin embargo tenía un aire perdido y patético, allí, solo, dejando pasar los días absorto en profundos pensamientos.

Abulurd se detuvo ante el contenedor cerebral. Aquel prolífico cerebro había absorbido con diligencia los diferentes aspectos de la historia humana desde que los pensadores de la Torre de Marfil abandonaron su aislamiento en tiempos de Serena Butler. Abulurd buscó los sensores ópticos del pensador. No sabía si rozar con los nudillos la pared del contenedor para llamar su atención.

—Pensador Vidad, soy el bashar Abulurd Harkonnen. Deseo hablar contigo.

—Puedes hablar —contestó Vidad a través del simulador de voz del pedestal—. Pero solo un momento. Tengo cosas importantes que pensar.

Abulurd colocó la fotografía ante los sensores ópticos de Vidad y le explicó su teoría. Pidió al pensador que consultara sus archivos históricos y mencionara cualquier información relevante en relación con el antiguo comandante de la Yipol.

—El parecido es asombroso —admitió Vidad—, realmente asombroso. Sospecho que esta persona ha buscado expresamente el parecido con Yorek Thurr, o tal vez sea un clon. Los forajidos tlulaxa son muy hábiles con estas cosas.

—Es prácticamente idéntico a las últimas imágenes que se conservan de Thurr antes de su supuesta muerte —dijo Abulurd—. O Thurr sobrevivió y no ha envejecido, o alguien ha copiado su imagen a partir de las holofotografías.

—Hay muchas explicaciones posibles —dijo Vidad—. En tiempos del Imperio Antiguo, los humanos desarrollaron un tratamiento antiedad. Los pensadores lo utilizamos para conservar nuestros cerebros durante milenios. Ha habido otros casos…

Abulurd dio un respingo.

—Te refieres a Vorian… el bashar supremo Atreides. El general Agamenón le aplicó el tratamiento de extensión vital y apenas ha envejecido desde los veintipocos.

—Un tratamiento similar habría permitido a Yorek Thurr conservarse todo este tiempo. Si todavía está vivo.

Sin soltar la fotografía, Abulurd caminó arriba y abajo ante el pedestal. Las implicaciones de todo aquello le hicieron sentirse débil.

—Pero si las máquinas pensantes son las únicas con acceso a los tratamientos de extensión vital, ¿cómo pudo un comandante de la Yipol tener acceso a ellos? ¿Crees que alguno de nuestros científicos puede haber copiado el procedimiento?

—Siempre cabe esa posibilidad, pero no lo creo. Si un tratamiento como ese estuviera disponible en la Liga de Nobles, ¿de verdad crees que podría mantenerse en secreto? Las propiedades rejuvenecedoras de la melange han hecho que esta sustancia se extienda de forma exponencial. Un tratamiento perfecto de extensión vital jamás se podrá mantener en secreto en la Liga. Busca alternativas más sencillas.

Abulurd sabía que lo que Vidad decía era cierto.

—Pero… quieres decir que… —se interrumpió—. ¿Estás diciendo que seguramente el comandante de la Yipol estaba compinchado con las máquinas pensantes o los cimek?

—Una suposición legítima —dijo Vidad—. Si realmente se trata de Yorek Thurr.

Abulurd estrujó la fotografía, furioso. Aquel hombre no había dejado de envilecer el nombre de Xavier Harkonnen ¡y actuaba en connivencia con Omnius! Se sentía ultrajado, traicionado.

—Y parece que ahora ha vuelto para asesinar al Gran Patriarca.

Abulurd juró venganza para sus adentros y dejó al pensador en su pedestal. Ya no le hacía falta reunirse con Faykan. Lo que tenía que hacer era encontrar al asesino renegado.

83

Siento que la leyenda me envuelve, ¿o se trata quizá de una auténtica visión? Grandes cosas surgirán entre mis hermanas, si se las elige con cuidado.

R
EVERENDA MADRE
R
AQUELLA
B
ERTO
-A
NIRUL

Other books

Darkness Falls by Keith R.A. DeCandido
Grey by E L James
Destined To Fall by Bester, Tamsyn
Sisters in Sanity by Gayle Forman
Sara's Song by Fern Michaels
The British Lion by Tony Schumacher
Trouble in Texas by Katie Lane