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Authors: Harriet Beecher Stowe

Tags: #Clásico, Drama, Infantil y Juvenil

La cabaña del tío Tom (68 page)

BOOK: La cabaña del tío Tom
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Me siento algo perdido en cuanto a mi rumbo futuro. Es cierto, como tú me has comentado, que podría mezclarme en los círculos de blancos de este país, pues mi color es muy claro y el de mi familia apenas perceptible. Quizás me lo consintieran, pero, a decir verdad, no siento ningún deseo.

No tengo simpatía por la raza de mi padre sino por la de mi madre. Para él yo no era más que un bello perro o caballo; para mi pobre madre afligida era un niño; y aunque nunca la volví a ver desde la cruel venta que nos separó, sé que me quiso mucho hasta su muerte. Lo sé por mi propio corazón. Cuando pienso en todo lo que padeció ella, en mis propios sufrimientos cuando era niño, en los infortunios y luchas de mi heroica esposa y de mi hermana, vendida en el mercado de esclavos de Nueva Orleans, aunque espero no tener sentimientos poco cristianos, creo que se me puede perdonar si digo que no quiero hacerme pasar por estadounidense ni identificarme con ellos.

Quiero compartir la suerte de la esclavizada raza africana y, si pudiese tener un deseo, sería que fuera más oscura mi piel y no más clara.

El deseo y afán de mi corazón es conseguir la nacionalidad africana. Quiero un pueblo que tenga su propia existencia tangible e independiente. ¿Dónde he de buscarlo? No en Haití, porque allí no han tenido nada desde el principio. Un arroyo no puede superar su manantial de origen. La raza que formó el carácter de los haitianos estaba desgastada y afeminada y, por lo tanto, tardará siglos esa raza en llegar a ser algo.

¿Dónde puedo buscar, entonces? En las orillas de África veo una república formada por hombres selectos que, por su energía y su afán de mejorarse, en muchos casos han sabido salirse individualmente de su condición de esclavos. Después de pasar una época inicial de debilidad, esta república por fin se ha convertido en una nación reconocida en toda la faz de la tierra, aceptada tanto por Francia como por Inglaterra. Allí es donde quiero ir para encontrar a mi pueblo.

Soy consciente de que os voy a tener a todos en contra, pero antes de golpear, escuchadme. Durante mi estancia en Francia, he estudiado con enorme interés la historia de mi pueblo en América. He estudiado la lucha entre los abolicionistas y los colonizacionistas y he sacado algunas impresiones como espectador distante que nunca se me hubieran ocurrido como participante.

Reconozco que esta Liberia ha podido servir a todo tipo de propósitos al ser utilizada contra nosotros por nuestros opresores. Es indudable que el proyecto se ha utilizada, de forma injustificable, como medio de retrasar nuestra emancipación. Pero, a mi modo de ver, la cuestión es que hay un Dios por encima de todos los proyectos humanos. ¿No es posible que Él haya invalidado sus designios para fundar una nación para nosotros?

En estos tiempos nace una nación en un día. Ahora una nación empieza con todos los grandes problemas de la vida y la civilización republicanas ya planteados delante de ella; no tiene que descubrirlos, sino aplicarlos. Pongámonos todos juntos, entonces, manos a la obra con toda nuestra fuerza para ver qué podemos hacer con esta nueva empresa, y todo el maravilloso continente africano se abrirá ante nosotros y nuestros hijos. Nuestra nación desplegará la marea de la civilización y el cristianismo a lo largo de sus orillas para instaurar allí grandes repúblicas que crecerán con la misma rapidez que la vegetación tropical y durarán para todas las épocas venideras.

¿Decís que abandono a mis hermanos esclavos? Yo creo que no. Si los olvido durante una hora, un minuto de mi vida, ¡que Dios me olvide a mí! Pero ¿qué puedo hacer por ellos aquí? ¿Puedo romper sus cadenas? No, como individuo, no puedo; pero si voy a formar parte de una nación que tendrá voz en los tribunales de las naciones, entonces podremos hablar. Una nación tiene el derecho a discutir, protestar, implorar y presentar la causa de su pueblo que no tiene el individuo.

Si Europa se convierte alguna vez en una federación de naciones libres, como confío en Dios que sucederá, y si son abolidas la esclavitud y todas las desigualdades sociales injustas y opresivas, y si esas naciones reconocen nuestra posición, tal como lo han hecho Francia e Inglaterra, entonces, en el gran congreso de las naciones, haremos nuestra petición y presentaremos la causa de nuestra raza esclavizada y doliente; y no será posible que la gran América libre e iluminada no quiera borrar de su reputación la mancha que la avergüenza ante las demás naciones y es una maldición tanto para ella como para los esclavos.

Pero, me dirás, nuestra raza tiene el mismo derecho a incorporarse en la república americana como los irlandeses, los alemanes o los suecos. De acuerdo, lo tiene. Deberíamos ser libres para incorporarnos y mezclamos, para mejorar nuestra posición por nuestra valía individual, sin importar la casta o el color; y los que nos niegan tal derecho traicionan sus supuestos principios de igualdad humana. En Estados Unidos sobre todo se nos debería admitir. Tenemos más derechos que los demás hombres, pues tenemos los derechos a la reparación de una raza injuriada. Pero, no quiero eso; quiero un país propio, una nación mía. Creo que la raza africana tiene sus rasgos característicos aún sin descubrir por la civilización y la cristiandad que, si bien no son los mismos que los de los anglosajones, pueden resultar ser incluso de un tipo moral más alto.

A la raza anglosajona se le ha encomendado el destino del mundo durante el período pionero de lucha y conflicto. Para esa misión, sus rasgos severos, inflexibles y enérgicos eran muy apropiados, pero, como cristiano, espero que surja otra era. Creo que nos hallamos en el borde de esta era; y los dolores que convulsionan las naciones en estos momentos no son sino los dolores de parto de una nueva hora de paz y fraternidad universales.

Espero que el desarrollo de África sea esencialmente cristiano. Si no es una raza dominante y autoritaria, por lo menos es una raza cariñosa, magnánima y poco rencorosa. Después de forjarse en el horno de la injusticia y la opresión, necesitan abrazar con mayor fuerza la sublime doctrina de amor y perdón, que es su único medio de vencer y que es su misión difundir por todo el continente africano.

Yo mismo, lo reconozco, no sirvo para esto, pues la mitad de la sangre que corre por mis venas es sangre sajona caliente e impulsiva; pero tengo siempre a mi lado a un predicador elocuente de las Sagradas Escrituras en la persona de mi bella esposa. Siempre que divago, su espíritu más sereno me trae de vuelta y mantiene ante mis ojos la vocación cristiana y la misión de nuestra raza. Como patriota y profesor del cristianismo, voy a mi patria, es mi elegida, ¡gloriosa África!, a la que a veces aplico en el fondo de mi corazón estas maravillosas palabras proféticas: «¡Por haber sido desamparada y odiada de modo que ningún hombre quería acudir a ti, yo haré de ti una excelencia eterna, la alegría de muchas generaciones!».

Me llamarás exagerado, me dirás que no he pensado bien dónde me meto. Pero lo he pensado y he calculado el coste. Voy a Liberia no como a un Elíseo romántico sino como a un campo de trabajo. Pretendo trabajar con las dos manos, trabajar a fondo; trabajar contra toda clase de dificultades y desalientos, trabajar hasta que muera. Por eso me voy; y estoy seguro de que no quedaré decepcionado.

Cualquiera que sea tu opinión de mi decisión, no dejes de tener confianza en mí y no dejes de creer que todo lo que hago, lo hago dedicado de corazón al bien de mi pueblo.

G
EORGE
H
ARRIS
.

Unas pocas semanas más tarde, Jorge embarcó con su esposa, sus hijos, su hermana y su madre rumbo a África. Si no nos equivocamos, el mundo tendrá noticias suyas en el futuro.

De los demás personajes no tenemos nada especial que contar, excepto una palabra referente a la señorita Ophelia y Topsy, y un capítulo de despedida, que dedicaremos a George Shelby.

La señorita Ophelia se llevó a Topsy consigo a su casa de Vermont, para gran sorpresa de esa institución seria y cavilosa que los habitantes de Nueva Inglaterra conocen con el término «los nuestros». Al principio «los nuestros» pensaban que era una advenediza innecesaria en su establecimiento doméstico bien organizado; pero la señorita Ophelia fue tan terriblemente eficiente en su empeño concienzudo de cumplir con su deber hacia su protegida que la niña se granjeó rápidamente la simpatía y el favor de la familia y los vecinos. Al hacerse mayor, fue bautizada por petición propia y se convirtió en miembro de la iglesia cristiana del lugar, donde dio muestras de tanta inteligencia, actividad y celo y un deseo tan fuerte de hacer el bien en el mundo, que finalmente fue recomendada y aceptada como misionera para un pueblo de África; y hemos oído decir que ahora emplea la misma inquietud e inventiva que la hicieron tan voluble y revoltosa de niña de una forma más cautelosa y prudente para instruir a los niños de su propia tierra.

P. D. Será también una satisfacción para algunas madres enterarse de que unas indagaciones que hizo Madame de Thoux han resultado hace poco en la localización del hijo de Cassy. Siendo un joven enérgico, se había escapado unos años antes que su madre y había sido acogido y educado por amigos de los oprimidos en el norte. Pronto seguirá a su familia a África.

Capítulo XLIV

El Libetador

George Shelby había escrito sólo unas líneas a su madre para decirle en qué fecha podía esperar su regreso. No se hizo el ánimo de escribirle sobre la muerte de su viejo amigo. Lo intentó varias veces pero sólo conseguía emocionarse, y acababa invariablemente rompiendo el papel, enjugándose las lágrimas y refugiándose en algún lugar tranquilo.

Un alegre bullicio recorría la mansión de los Shelby aquel día en espera de la llegada del joven señorito George.

La señora Shelby estaba sentada en su cómoda sala, donde un alegre fuego de nogal templaba la fría tarde de finales de otoño. La mesa estaba puesta para la cena, centelleante de plata y cristal tallado, y nuestra vieja amiga Chloe era la encargada de los preparativos.

Ataviada con un vestido nuevo de percal, un limpio delantal blanco y un alto turbante bien almidonado, su negro y lustroso rostro reluciente de satisfacción, se dilataba en los arreglos de la mesa con una meticulosidad innecesaria, simplemente buscando una excusa para hablar con el ama.

—¡Señor, Señor! Lo verá todo como siempre, ¿verdad? —dijo—. Ya está, he puesto su plato como a él le gusta, cerca del fuego. El señorito George siempre quiere el sitio más cálido. ¡Oh, vaya! ¿Por qué no habrá sacado Sally la mejor tetera: ésa pequeña que el señorito George le compró al ama en Navidad? ¿Ha tenido el ama noticias del señorito George? —preguntó ansiosa.

—Sí, Chloe, pero sólo unas palabras para decir que llegaría a casa esta noche si podía, nada más.

—No decía nada de mi viejo, supongo —dijo Chloe, toqueteando las tazas de té.

—No, nada. No decía nada sobre ninguna cosa, Chloe. Dijo que lo contaría todo al llegar a casa.

—Eso es típico del señorito George. Siempre se empeña en contar las cosas en persona. Siempre me he fijado en esa cualidad suya. De todas formas, no comprendo cómo los blancos soportan escribir las cosas tal como lo hacen, con lo pesado y lento que es escribir.

La señora Shelby sonrió.

—Estoy pensando que mi viejo no va a conocer a los muchachos y la nena. ¡Señor, con lo grande que se ha puesto ahora nuestra Polly! Y es buena, también, y lista. Está en la cabaña ahora mismo vigilando la torta de maíz que estoy preparando, justo como le gusta a mi viejo. Le hice una así la mañana que se marchó. ¡Que el Señor nos ampare, cómo me sentía yo aquella mañana!

La señora Shelby suspiró y sintió un gran peso en el corazón al oír esta alusión. Se sentía inquieta desde la llegada de la carta de su hijo por si había algo oculto tras el velo de silencio que éste había corrido.

—¿El ama tiene esos billetes? —preguntó Chloe ansiosa.

—Sí, Chloe.

—Porque quiero enseñar a mi viejo los billetes que me dio el
pastero
. «Y bien», me dijo, «me gustaría que te quedaras más». «Gracias, señor», dije yo, «me quedaría, pero mi viejo vuelve a casa y el ama ya no puede prescindir de mí por más tiempo». Eso es exactamente lo que le dije. Un hombre muy agradable, ese señor Jones.

Chloe había insistido con gran terquedad en que se conservaran los mismísimos billetes con los que le habían pagado su salario para mostrarlos a su marido, como recuerdo de su valía. Y la señora Shelby consintió de buena gana en darle ese gusto.

—Mi viejo no conocerá a Polly, desde luego. ¡Señor, si hace cinco años que se lo llevaron! Ella era un rorro entonces; apenas sabía ponerse de pie. Me acuerdo de la gracia que le hacía a él su forma de caerse cada vez que intentaba caminar. ¡Ay, Señor, Señor!

Se oyó el traqueteo de ruedas.

—¡El señorito George! —dijo la tía Chloe, corriendo a la ventana.

La señora Shelby salió apresurada a la puerta principal, donde su hijo la estrechó entre sus brazos. La tía Chloe permaneció forzando ansiosamente la vista para ver en la oscuridad.

—¡Ay, pobre tía Chloe! —dijo George, cogiéndole la mano compasivamente entre las suyas—. Habría dado toda mi fortuna por haberlo traído conmigo, pero se ha marchado a un país mejor.

La señora Shelby dejó escapar una exclamación emotiva, pero la tía Chloe no dijo nada.

El grupo entró al comedor. El dinero del que la tía Chloe se sentía tan orgullosa se encontraba aún sobre la mesa. Tenga —dijo, recogiéndolo y ofreciéndolo con mano temblorosa a su ama—, nunca más quiero verlo ni oír hablar de él. Ha ocurrido exactamente lo que me esperaba: ¡Vendido y asesinado en aquellas plantaciones!

Chloe se dio la vuelta y empezó a salir orgullosamente de la habitación. La señora Shelby la siguió suavemente y, cogiéndole una mano, la hizo sentarse en una silla y se sentó yunto a ella.

—¡Mi pobre y buena Chloe! —dijo.

Chloe apoyó la cabeza en el hombro de su ama y dijo entre sollozos:

—¡Ay, ama, perdóneme, pero se me ha roto el corazón!

—Lo sé —dijo la señora Shelby, cuyas lágrimas caían abundantemente—, y yo no puedo curártelo, pero Jesús sí. Él socorre a los afligidos y les cura las heridas.

Siguieron unos minutos de silencio, durante los cuales todos lloraban. Finalmente se sentó George al lado de la viuda y con sencilla emoción le relató la escena triunfante de la muerte de su marido y sus últimos mensajes de amor.

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