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Authors: Erika Lust

Tags: #Erótico

La canción de Nora (28 page)

BOOK: La canción de Nora
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También aprovechó para pasar cuatro días en Estocolmo, donde salió a cenar con su madre y el nuevo novio de esta, y se reencontró con su hermano Nikolas, que ya tenía casi treinta años y se había mudado seis meses antes a una casa en las afueras con su «compañera», como él la llamaba. Una muchacha encantadora, militante ecologista y ferviente defensora de lo que ella denominaba «vida natural», de sonrisa franca y ojos azules y limpios, que había conseguido —precisamente a base de no intentarlo— convertirse en la única mujer de su vida. Él había descubierto la ebanistería y se ganaba la vida más que dignamente, su nueva faceta laboral le hacía muy feliz y se sentía «completo» cuando trabajaba la madera, según le dijo, pletórico.

Cuando ya pensaba que no podía flipar más con la nueva personalidad de su hermano, le soltó una frase que hizo que casi se ahogara con el delicioso
kanelbulle
casero que había preparado su cuñada.

—El año que viene queremos tener un hijo…

Nora esperó unos segundos, a ver si la tierra se abría y se los tragaba, o Nikolas confesaba que le estaba tomando el pelo. Cuando vio que no pasaba ninguna de las dos cosas, abrazó a la parejita y les brindó sus mejores deseos, pensando que ya no le quedaba nada por ver.

La vuelta a Barcelona fue triste, pero también una liberación. Desde luego, Nora no era una persona especialmente familiar, y los silencios que se generaban entre su madre y ella cuando compartían habitación durante demasiado rato eran casi dolorosos. Aunque cuando le llevó de regalo —«para poner encima de la chimenea», le dijo quitándole importancia— los premios que había conseguido en el Festival de Venecia (el Luigi de Laurentiis a la mejor ópera prima y el especial del jurado), con una dedicatoria que rezaba «sin tu apoyo esto no habría sido posible», vio cómo Inga lloraba de emoción por primera vez en su vida.

Ni siquiera Nora se creía todavía lo bien que se habían portado la crítica y los jurados con ella y su película. Excepto un par de medios y críticos —bastante conocidos en el sector por ser «más papistas que el Papa»—, la película había sido un éxito arrollador. Y aunque una gran acogida entre la crítica más sesuda no tenía por qué traducirse en buenas cifras de público y taquilla, en este caso ambas cosas fueron a la par, y la productora estaba encantada. Pero, aún en pleno proceso de posparto —como lo llamaba más en serio que en broma—, Nora no se sentía preparada para volver a empezar de nuevo con todo aquello. O quizás en realidad tenía miedo de que su próxima película —cuyo guion ya había desarrollado en secreto— no alcanzara el mismo éxito. «Es uno de los riesgos que tiene triunfar tan joven como tú», le decía Xavier.

Nora, como muchas mujeres, a veces se sentía un poco como un fraude, como si el éxito no fuera solo suyo, sino en realidad de todos los que habían trabajado en aquella película. A diferencia de los hombres, que no tienen problema en acaparar la fama y reconocer su genialidad, Nora se debatía entre una fuerte confianza en sí misma algunos días y de una sensación de «van a descubrir que no sé nada» otros.

El teléfono vibró encima de la mesita.

Llamada entrante de
Susana
.

Nora se puso algo nerviosa, carraspeó un poco para no parecer demasiado dormida y respondió, simulando despreocupación (algo que, siendo sinceros, no solía funcionarle).

—¡Hola! ¿Cómo estás? Llegué ayer por la noche, pensaba llamarte esta misma tarde…

Una voz masculina, muy difícil de relacionar con el nombre de Susana, susurró al otro lado de la línea.

—Acabo de salir de una reunión y me he enterado por casualidad de que Dalmau está de viaje, Virginie estará todo el día haciendo una memoria en el Instituto Cervantes y he pensado que podríamos pasar un rato donde tú ya sabes. Tengo ganas de ti, Nora.

«Yo siempre tengo ganas de ti, Matías», pensó Nora, pero se cuidó mucho de decirlo, ya que este tipo de sincericidios entre ellos nunca terminaban bien. Su respuesta fue estudiadamente fría.

—Vale, nos vemos allí, dame un par de horas que tengo que organizarme. ¡Hasta luego! —Y colgó, sin hacer concesiones de ningún tipo a los sentimentalismos.

Matías y ella se habían estado acostando esporádicamente durante el último año. Para ser justos, habría que puntualizar que «esporádicamente» significaba por lo menos dos veces al mes, cuando no cuatro o cinco. Lo suficiente como para que Nora camuflara el nombre de Matías en su teléfono por el de una Susana que no existía, para que, en el improbable caso de que Xavier cotilleara sus llamadas, no sospechara nada.

Sus encuentros eran tan breves como intensos. Normalmente quedaban en un «hotel para parejas» cerca del Paralelo, donde llegaban siempre por separado. Algunas veces llegaban, follaban sin quitarse la ropa, con urgencia, con una cierta brutalidad, y salían de allí en menos de cuarenta minutos, apenas saciados. Otras dormían un rato, abrazados. Y otras pasaban dos o tres horas juntos, haciendo el amor y viendo la tele casi sin decirse nada.

Las palabras nunca habían sido la mejor parte de su relación, eso estaba claro.

Hasta que descubrieron una cosa para la que sí servían: cuando Nora estaba de viaje, a veces le llamaba «para ver cómo estaba», y solían acabar subiendo la conversación de tono y poniéndose tan cachondos que Nora se corría tocándose solo con una mano, mientras sujetaba el teléfono con la otra. Si Virginie estaba cerca, Matías simulaba una llamada de trabajo y colgaban rápidamente.

Era excitante en sí, con el plus que siempre aporta lo prohibido. No habían vuelto a coincidir en público ni con sus parejas: después de la fulminante mirada de Virginie la noche del estreno —y la posterior confirmación de Matías de que, efectivamente, tenía serias sospechas sobre su infidelidad—, Nora había evitado a toda costa encontrarse con ellos en cualquier tipo de fiesta o evento. Tampoco es que —excepto la temporada en la que no fueron amantes— su vida social conjunta anterior fuera trepidante; Matías era de esos hombres que en público se tensan y no gestionan nada bien sus relaciones, así que siempre había preferido tenerle para ella sola.

Nora se vistió con lo primero que encontró y cogió la bolsa de deporte.

Cuando ya estaba a punto de salir por la puerta, volvió a su habitación y metió un pequeño —pero potente— vibrador en la bolsa. «Por si acaso tarda», se dijo, juguetona.

Pasó por el gimnasio —ese que pagaba cada mes y al que no iba nunca, con lo que, según calculó en unos segundos, le salía por la friolera de ciento cincuenta euros cada clase de aeróbic— antes de dirigirse a su cita. Siguiendo con la tónica de «falso encuentro casual», no quería que Matías pensara que sus citas eran nada especial para ella, para evitar el efecto rebote que los acompañaba desde el principio de su relación, según el cual, cada vez que ella daba un paso hacia delante, Matías daba un par hacia atrás.

Cogió un taxi en la puerta del
gym
—esa era la mejor parte de ir a sudar a un sitio pijo, que siempre encontrabas taxi— y le dio la dirección del
meublé
donde había quedado con Matías. El conductor levantó una ceja (todos los del gremio conocían esa dirección perfectamente) e inmediatamente intentó entablar conversación con Nora, tardando algo más de cinco minutos en darse cuenta de que no estaba interesada en su vida, sus gemelos ni la vez que había llevado al aeropuerto a Ricky Martin.

Cuando llegó, se despidió del taxista con un seco «adiós» y se vengó de su cháchara no dándole ni un céntimo de propina. Siguió al botones —al que ya conocía de muchas otras veces, pero con el que no podía tener ningún tipo de relación cordial, como saludarle por su nombre, dado el estricto protocolo del sitio— por el complicado sistema de cortinas y semáforos que daba al lugar su merecida fama de ser el más discreto de la ciudad.

Matías todavía no había llegado, y se alegró de ser la primera, así se podía tomar su tiempo y preparar la habitación a su gusto. Hacía bastante que no se veían y tanto Virginie como Dalmau estaban ocupados, así que, suponía Nora, hoy se tomarían su tiempo.

Pidió una Coca-Cola Light y unas galletas saladas al servicio de bar, saltó encima de la cama y cotilleó los canales porno. Cada vez le interesaba más como género cinematográfico, y se le ocurrían fórmulas bastante sencillas para convertirlo en algo visualmente atractivo para un público que tuviera sensibilidad más allá de la punta de su polla.

Justo cuando le daba al botón de
off
—asqueada después de haber visto un trozo de una escena demasiado violenta para su gusto que le había revuelto el estómago—, llamaron a la puerta.

¡Toc, toc, toc! ¡Toc, toc, toc! ¡Toc, toc, toc!

Tres bloques de tres toques rápidos, la contraseña que indicaba que era Matías el que estaba al otro lado. Cuando abrió, vio que además este llevaba su Coca-Cola y los
snacks
en la mano (y que, por tanto, el camarero ya no iba a aparecer), así que le empujó directamente hacia la cama.

El sexo fue sublime, como uno puede esperar después de semanas deseándose mutuamente pero sin posibilidad de verse. Besarse-desnudarse-tocarse-lamerse-pene-tración-orgasmo. Fin. Ahora que eran amantes oficiales, podía esperarse que cayeran en esa especie de rutina pseudomatrimonial donde follar acaba consistiendo en hacer lo que ya se sabe que le gusta más al otro, como apretar la combinación de botones que hace que la máquina funcione pero sin usar demasiado la imaginación. Pero con Matías no era nunca así, en la cama, sin la tensión de una posible relación sentimental debido a que ambos tenían pareja, se seguían llevando de maravilla.

Apenas se pusieron al día de su vida y sus planes para el futuro inmediato. Matías le habló de «un par de proyectos que tenía entre manos», pero sin matizar demasiado. A Nora a veces le parecía que el ego de su amante no llevaba demasiado bien que, mientras la dirección y el guion de la película habían barrido entre la crítica y en los festivales, la fotografía no hubiera sido precisamente lo más aplaudido.

Matías recibió una llamada y se fue a hablar en privado al lavabo. Cuando salió le dijo que tenía una reunión urgente —cuando decía este tipo de cosas, Nora siempre pensaba que era mentira, y que la engañaba para irse con Virginie, en un absurdo digno del mundo al revés— y se fue, besándola brevemente en la mejilla.

Nora también se fue del Love Hotel, ya que tenía una importante reunión programada a última hora en la productora. La secretaria —un nuevo fichaje, más joven y más
top model
que la anterior— la hizo pasar al despacho de diseño estudiado al milímetro de Jason Cullen, aunque ahora Nora ya se permitía llamarle J. C. Le había enviado hacía tres semanas el proyecto de su nueva peli y hoy él probablemente le contaría sus impresiones.

—Nora, Nora, Nora…
Good to see you
, ¿dónde te metes últimamente? —preguntó.

—No me creo que no tengas esa información: es tu departamento de prensa y promoción el que me manda a los
screenings
, las entrevistas y a casi todos los demás sitios —contestó Nora con desparpajo—. Creo que desde que firmé con vosotros el cuarto de baño es el único sitio del mundo que visito por voluntad propia.

Jason rio la broma:

—Yo creo que te escondes de mí para no hablar del guion que me has enviado, te he llamado por eso, lo sabes —le respondió.

—¿Qué te parece? Venga, dímelo —le apremió Nora.

Jason se pasó mas de cuarenta minutos explicándole a Nora que su proyecto era un drama muy interesante —ese adjetivo ya hizo que Nora sintiera el abismo—, pero que él pensaba que tenía que continuar con el mismo registro que su ópera prima, que era pronto para cambiar de género y demasiado arriesgado rodar una película tan seria como ella proponía. Nora se sintió como si no le llegara el aire para respirar, encasillada por su productor e incomprendida por el mundo.

Tras justificar su negativa, Jason le entregó un guion de una comedia urbana, argumentando que el éxito de la peli de Nora haría que el trabajo con este nuevo proyecto —incluidas las ventas internacionales— fuera muy fácil, y le hizo una sinopsis que Nora ya no escuchaba.

—Jason, gracias, pero yo no quiero dirigir un guion de otro, tengo ganas de seguir haciendo mi cine, de experimentar y crecer como directora —le explicó Nora.

Tras debatir un rato más, se despidieron y acordaron que Nora al menos leería el guion. Pero al recoger su bolso y dar dos besos a J. C., su subconsciente hizo que lo dejara olvidado en la propia mesa del productor.

La reunión no había transcurrido ni parecida a como Nora la había imaginado, J. C. no compró el proyecto sin pestañear; en su lugar, estaba claro que no le había gustado. «Pues lo hará otro productor —se consoló Nora mientras caminaba por el paseo de Grácia—; si no, la produzco yo.»

Para tranquilizarse un poco más deprisa (porque le estaba costando más de lo habitual), se comió dos helados de chocolate y se compró unos zapatos preciosos que no necesitaba. Cuando vio que se estaba haciendo de noche y que ya casi había llegado al puerto, cogió un taxi y volvió a casa. Xavi llegaba tarde esa misma noche, y antes de que lo hiciera Nora quiso charlar con alguien imparcial.

Cuando llegó a su casa, comprobó la diferencia horaria y llamó a Henrik a Nueva York. Llevaba casi un año viviendo allí, y en contra de sus temores, se había sentido como en casa desde el primer día. Tanto que solicitó el traslado inmediatamente —la agencia no podía estar más contenta, ya que el negocio en Europa ya funcionaba solo, y la oferta de Henrik les aseguraba una buena gestión también en Estados Unidos— y no volvió ni para hacer las maletas. Pidió a su empresa que le buscara un piso en Williamsburg y que le mandaran allí sus cosas.

Y, por supuesto, no se hicieron de rogar.

Al segundo tono oyó su voz, familiar y dulce al otro lado de la línea, y el drama en el que vivía se volvió por un momento más tolerable. Cuando su amigo le dijo que estaba en casa, decidieron usar la función de videoconferencia del Messenger para tener una de sus largas conversaciones.

Se puso cómoda, se sirvió una copa de vino y encendió el ordenador. Ver a Henrik, aunque estuviera casi en la otra punta del mundo, la puso instantáneamente de buen humor. Estaba un poco más delgado, llevaba un nuevo corte de pelo que le quedaba muy bien y a Nora le pareció ver un principio de canas en sus sienes.

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