—Me sorprende que te hayas quedado.
—Me quedaré mientras tú me necesites.
Tessia no paraba de trabajar para su bienestar, supervisaba las modificaciones de sus aposentos de Caladan y preparaba aparatos auxiliares. Dedicaba la mayor parte de su tiempo a fortalecerle.
—En cuanto el príncipe Rhombur se sienta mejor —había anunciado—, conducirá al pueblo de Ix hasta la victoria.
Jessica ignoraba si la mujer obedecía a los dictados de su corazón o a las instrucciones secretas que le había dado la Hermandad.
Durante su infancia, Jessica había escuchado a su profesora y mentora, la reverenda madre Gaius Helen Mohiam. Había seguido hasta la última de sus instrucciones draconianas y aprendido todas sus lecciones.
Pero ahora, la Hermandad quería que los genes del duque se combinaran con los de ella. Le habían ordenado, de manera muy explícita, que sedujera a Leto y concibiera una hija Atreides. Sin embargo, cuando había empezado a experimentar sentimientos de amor desconocidos y prohibidos hacia este sombrío duque, Jessica se había rebelado y retrasado el momento de quedar embarazada. Después, tras la muerte de Victor y la depresión autodestructiva de Leto, se había permitido concebir un hijo varón, contraviniendo las órdenes. Mohiam se sentiría traicionada y decepcionada, pero Jessica siempre podía concebir una hija más adelante, ¿no?
Rhombur dobló el brazo izquierdo e introdujo con cautela sus dedos rígidos en un bolsillo del manto. Tras algunos intentos, agarró un trozo de papel, que desdobló con dificultad.
—Fijaos en la sensibilidad del control motriz —dijo Yueh—. Esto va mejor de lo que yo esperaba. ¿Habéis estado practicando, Rhombur?
—Cada segundo. —El príncipe alzó el papel—. Cada día recuerdo cosas nuevas. Este es el mejor boceto que he sabido hacer de algunos túneles secretos de acceso a Ix. Serán de utilidad para Gurney y Thufir.
—Las demás entradas han resultado ser muy peligrosas —dijo el mentat. Durante decenios, los espías habían intentado penetrar las defensas tleilaxu. Varios agentes Atreides lo habían conseguido, pero nunca habían regresado. Otros no habían sido capaces de infiltrarse en el mundo subterráneo.
Pero Rhombur, el hijo del conde Dominic Vernius, se había devanado los sesos en busca de información sobre los sistemas secretos de seguridad y las entradas ocultas a las ciudades subterráneas. Durante su larga y forzosa convalecencia, había empezado a recordar detalles que creía olvidados, detalles que tal vez allanarían el camino de los espías.
Rhombur dedicó su atención a la comida y cogió un generoso pedazo de parapescado con el tenedor. Después, al reparar en la mirada de desaprobación del doctor Yueh, dejó el pedazo en el plato y cortó un trozo más pequeño.
Leto contempló su reflejo en la pared de obsidiana azul de la sala.
—Como lobos dispuestos a saltar sobre una presa que dé señales de debilidad, algunas familias nobles están esperando que yo vacile. Los Harkonnen, por ejemplo.
Desde el desastre del dirigible, un endurecido duque Leto se había negado a aceptar la injusticia en silencio. Necesitaba demostrar algo tanto como Rhombur, y sería en Ix.
—Hemos de demostrar a todo el Imperio que la Casa Atreides es más fuerte que nunca.
Cuando intentamos ocultar nuestros impulsos más secretos, todo nuestro ser expresa a voz en grito la traición.
Doctrina Bene Gesserit
Era doloroso para lady Anirul ver morir a la Decidora de Verdad Lobia sobre una estera tejida de su austero aposento.
Ay, amiga mía, te mereces mucho más que esto.
La anciana hermana se había ido debilitando durante los últimos años, pero se aferraba con tenacidad a la vida. En lugar de regresar a la Escuela Materna de Wallach IX, como le correspondía por derecho, Lobia había insistido en seguir al servicio del Trono del León Dorado. Su mente maravillosa (que ella describía como su «más preciada posesión») continuaba despierta. Como Decidora de Verdad imperial, Lobia descubría las mentiras y engaños que se decían en presencia de Shaddam IV, aunque el emperador pocas veces le demostraba su agradecimiento.
La mujer miró a Anirul, aureolada por la luz de los globos, en tanto las sombras ocultaban sus lágrimas. Esta anciana hermana era su confidente más querida en todo el inmenso palacio, no solo una Bene Gesserit como ella, sino también una persona vivaz y fascinante, con la que podía compartir pensamientos y secretos. Ahora, estaba agonizando.
—Os pondréis bien, madre Lobia —dijo Anirul. Las paredes de plaspiedra de la sencilla habitación, sin calefacción, retenían un frío que calaba los huesos—. Creo que estáis recuperando las fuerzas.
La voz de la anciana sonó como el crujido de hojas secas.
—Nunca mientas a una Decidora de Verdad…, sobre todo a la del emperador. —Era una reprimenda que se repetía con frecuencia. Un brillo picaro bailó en los ojos de Lobia, aunque a su pecho le costaba mantener el ritmo de la respiración—. ¿Es que no has aprendido nada de mí?
—He aprendido que sois tozuda, amiga mía. Deberíais dejarme llamar a las hermanas Galenas. Yohsa podría curaros de vuestra enfermedad.
—La Hermandad ya no me necesita con vida, hija, por más que tú lo desees. ¿Debo reprenderte por tener sentimientos, o nos ahorro a las dos esa vergüenza? —Lobia tosió, y después adoptó la suspensión Bindu, respiró hondo dos veces y completó el ritual. Su respiración se tranquilizó, como si fuera joven de nuevo, sin las preocupaciones de la mortalidad—. No estamos destinadas a vivir eternamente, aunque a veces lo parezca, por obra de las voces de la Otra Memoria.
—Creo que os encanta contradecir mis ideas preconcebidas, madre Lobia.
Solían nadar juntas en los canales subterráneos del palacio. Practicaban complicados juegos de estrategia, mirándose durante horas, y ganaban gracias a matices imperceptibles. Anirul no quería perderla.
Si bien la anciana Decidora de Verdad vivía en el lujoso palacio imperial, no había adornos en las paredes de sus aposentos, ni alfombras en los suelos de piedra. Lobia había ordenado quitar los cuadros, alfombras y cortinas de las ventanas.
—Tales comodidades obnubilan la mente —decía a Anirul—. Los objetos personales son una pérdida de tiempo y energía.
—¿Acaso no es la mente humana la que crea tales lujos?
—Las mentes humanas superiores crean cosas maravillosas, pero la gente estúpida las codicia para su particular deleite. Yo prefiero no ser estúpida.
Cómo añoraré estas discusiones cuando ya no esté con nosotros…
Anirul, invadida por una enorme tristeza, se preguntó si el emperador había reparado en la ausencia de la anciana. Durante años, Lobia había sido la mejor Decidora de Verdad, capaz de percibir el mínimo brillo de sudor en la piel, un ladeo de la cabeza, un mohín de los labios, un tono de voz, y muchas cosas más.
Lobia, sin moverse, abrió de repente los ojos. —Ha llegado la hora.
El miedo abrasó el corazón de Anirul como un carbón al rojo vivo.
No tendré miedo. El miedo es el asesino de mentes. El miedo es la pequeña muerte que provoca la aniquilación total.
—Lo entiendo, madre Lobia —susurró—. Estoy dispuesta a ayudaros.
Plantaré cara a mi miedo. Permitiré que pase por encima y a través de mí.
Anirul reprimió las lágrimas, se obligó a mantener la compostura Bene Gesserit, se inclinó hacia delante y apoyó la frente sobre la sien de la anciana Decidora de Verdad, como agachada sobre una estera de oraciones. Quedaba una tarea importante antes de que Lobia se permitiera morir.
Anirul no quería perder las conversaciones y la amistad de la anciana en aquel solitario palacio, pero no era preciso que renunciara a la compañía de la Decidora de Verdad. No del todo.
—Habladme, Lobia. Tengo espacio para todos vuestros recuerdos.
En el fondo de su conciencia, Anirul sentía el entusiasmo y el clamor de la multitud agazapada: la Otra Memoria, las experiencias conservadas genéticamente de todas sus antecesoras. Como madre Kwisatz, la mente de Anirul era muy receptiva a los pensamientos y vidas antiguas, que se remontaban a muchas generaciones atrás. Pronto, Lobia se reuniría con ellas.
Notó el pulso de la anciana bajo su palma. Los latidos del corazón se estabilizaron, sus mentes se abrieron… y se inició el flujo, como un torrente que atravesara un dique abierto. Lobia vertió su vida en Anirul, transfirió recuerdos, aspectos de su personalidad, todos los datos contenidos en su larga vida.
Un día, Anirul transmitiría la información a otra hermana más joven. De esta forma, la memoria colectiva de la Hermandad se acumulaba y estaba disponible para todas las Bene Gesserit.
Lobia, vacía de vida, se transformó en un pellejo, como un suspiro contenido durante mucho tiempo. Ahora, el libro de su vida habitaba en el interior de Anirul, entre todas las demás voces. Cuando llegara el momento, la madre Kwisatz convocaría los recuerdos de Lobia, y volverían a estar juntas…
Anirul oyó una vocecilla, miró a un lado y disimuló al punto sus sentimientos. No podía permitir que otra hermana fuera testigo de su debilidad, ni siquiera en momentos de intenso dolor. En la puerta había aparecido una joven acólita.
—Una visita importante, mi señora. Os ruego que me sigáis.
Anirul quedó sorprendida por la serenidad de que hizo gala cuando habló.
—La hermana Lobia ha muerto. Hemos de informar a la madre superiora de que el emperador necesita una nueva Decidora de Verdad.
Anirul dirigió una breve y anhelante mirada a la anciana tendida sobre su estera, y se encaminó hacia la puerta sin hacer el menor ruido.
La bonita joven aceptó la noticia, no sin mirarla antes con asombro. Guió a Anirul hasta un elegante saloncito, donde aguardaba la reverenda madre Mohiam. Vestía el hábito negro tradicional de la Hermandad.
Antes de que Mohiam pudiera hablar, Anirul la informó de la muerte de Lobia sin demostrar la menor emoción. La otra reverenda madre no pareció sorprendida.
—Yo también soy portadora de noticias largo tiempo esperadas, Anirul. Te confortarán en un día como este. —Hablaba en un idioma antiguo y olvidado que ningún espía podría traducir—. Por fin, Jessica está embarazada del duque Leto Atreides.
—Tal como se le había ordenado.
La expresión de Anirul perdió su aire de tristeza, y se aferró a la perspectiva de una nueva vida.
Tras milenios de meticulosa planificación, el proyecto más ambicioso de la Bene Gesserit se haría pronto realidad. La hija que Jessica llevaba en su seno se convertiría en la madre de su objetivo tan anhelado, el Kwisatz Haderach, un mesías controlado por la Hermandad.
—A fin de cuentas, puede que no sea un día tan nefasto.
Si todos los seres humanos poseyeran el poder de la presciencia, no serviría de nada. ¿A qué podría aplicarse?
N
ORMA
C
ENVA
,
El cálculo de la filosofía
, antiguos documentos de la Cofradía, colección privada Rossak
El planeta Empalme estaba habitado desde antes de que el legendario patriota y magnate del comercio Aurelius Venport fundara la Cofradía Espacial. Siglos después de la Jihad Butleriana, cuando la todavía balbuceante Cofradía buscaba un planeta capaz de dar cabida a sus enormes cruceros, las llanuras ondulantes y la escasa población de Empalme se adaptaron a la perfección a sus exigencias. Ahora, el planeta estaba cubierto de pistas de aterrizaje, talleres de reparaciones, inmensos hangares de mantenimiento y escuelas de alta seguridad para los misteriosos Navegantes.
El timonel D’murr, que ya no era del todo humano, nadaba en el interior de un tanque hermético de gas de especia, y contemplaba Empalme con los ojos de su mente. El penetrante olor a canela de la melange en estado puro impregnaba su piel, sus pulmones, su mente. Nada podía oler mejor.
La presa mecánica de un módulo volador transportaba su cámara blindada, en dirección al nuevo crucero que le habían asignado. D’murr vivía para realizar viajes en el espacio plegado a través de los sistemas estelares, en un abrir y cerrar de ojos. Y eso era solo una ínfima parte de lo que comprendía, ahora que había evolucionado hasta tal punto desde su forma primitiva.
El bulboso módulo cruzó un enorme campo de cruceros aparcados, kilómetros y kilómetros de naves monstruosas, las herramientas del comercio del Imperio. El orgullo era un sentimiento humano primitivo, pero saber el puesto que ocupaba en el universo todavía deparaba placer a D’murr.
Echó un vistazo al taller principal y a las instalaciones de mantenimiento, donde se reparaban y ponían a punto las naves. El casco de un inmenso crucero estaba abollado por el impacto de varios asteroides. Un veterano Navegante había sufrido graves heridas a bordo. D’murr experimentó un destello de tristeza, otra sombra persistente del muchacho ixiano que había sido. Si algún día concentrara su mente expandida, hasta los restos de su antiguo yo se desvanecerían.
Más adelante, se veían las señales blancas del Campo de los Navegantes, erigidas en recuerdo de los Navegantes caídos. Había un par de señales nuevas, instaladas recientemente, tras la muerte de dos pilotos que habían sido sujetos experimentales. Los voluntarios habían sufrido transformaciones provocadas por un peligroso proyecto de comunicación instantánea llamado Vínculo Cofrade, basado en la comunicación a larga distancia de D’murr con su hermano gemelo C’tair.
El proyecto había sido un completo fracaso. Después de haber sido utilizado con éxito unas cuantas veces, los Navegantes acoplados mentalmente habían caído en un coma cerebral. La Cofradía había prohibido continuar las investigaciones, pese a los enormes beneficios potenciales. Los Navegantes tenían demasiado talento y salían demasiado caros para correr tales riesgos.
El módulo se posó junto al perímetro del campo funerario, cerca de la base del Oráculo del Infinito. El enorme globo de plaz transparente contenía remolinos y franjas doradas, una nebulosa de estrellas que se movía y cambiaba de forma sin cesar. La actividad aumentó cuando un funcionario uniformado de la Cofradía ayudó a sacar el tanque de D’murr del transporte.
Antes de cada expedición, los Navegantes tenían por costumbre «ponerse en comunicación» con el Oráculo, con el fin de potenciar y afinar sus capacidades prescientes. La experiencia, similar al acto de atravesar las glorias del espacio plegado, le ponía en contacto con los misteriosos orígenes de la Cofradía.