Con aquel ADN vital, podrían desarrollar enfermedades especiales capaces de borrar del mapa las casas Vernius y Atreides. Si los tleilaxu se sentían especialmente vengativos, podrían clonar incluso simulacros de Leto y Rhombur, y torturarlos en público hasta la muerte, cuantas veces quisieran. ¿Hasta cuándo podrían aguantar los Atreides? Incluso fragmentos de material genético de su linaje serían suficientes para llevar a cabo muchos experimentos.
Pero la negativa del duque había dado al traste con esos planes.
Para la mente hiperconcentrada de Ajidica, las palabras de Zaaf sonaban distantes e irrelevantes, pero escuchó sin hacer comentarios, y permitió que Zaaf desvelara sus planes para acabar con la Casa Vernius y la Casa Atreides. Describió un memorial de guerra en las selvas de Beakkal, donde casi un milenio antes, tropas Atreides y Vernius habían luchado codo con codo en una legendaria hazaña conocida como la Defensa de Senasar. Varios de sus heroicos antepasados estaban enterrados en un altar de la selva.
Ajidica combatió el aburrimiento, mientras Zaaf continuaba.
—Hemos llegado al acuerdo de que el gobierno de Beakkal exhume y tome muestras celulares de los cadáveres que encuentren. No es una situación ideal, pero debería proporcionarnos suficientes fragmentos genéticos para nuestros propósitos.
—Y Leto Atreides no podrá hacer nada para impedirlo —coreó uno de sus acompañantes—. Así, conseguiremos lo que deseamos: la venganza perfecta.
Sin embargo, los tleilaxu nunca pensaban en todas las posibilidades. Ajidica intentó disimular su disgusto.
—El duque se pondrá furioso cuando descubra vuestras intenciones. ¿No teméis las represalias de los Atreides?
—Leto está abrumado por el dolor, y ha descuidado sus deberes en el Landsraad. —El amo Zaaf parecía demasiado ufano—. No hemos de temer nada de él. Nuestras operaciones de desquite ya están en marcha, pero hemos encontrado un pequeño impedimento. El primer magistrado de Beakkal nos exige una suma enorme. Yo… confiaba en que pudiéramos pagarle con amal, y dejarle pensar que es melange. ¿Vuestro sustituto es lo bastante bueno para engañarles?
Ajidica rió, mientras ya imaginaba nuevas posibilidades. —Por supuesto.
Pero utilizaría una fórmula primitiva, lo bastante parecida para engañarles sin desperdiciar el precioso ajidamal. En cualquier caso, los beakkali solo utilizaban la melange en la comida y la bebida, de modo que no notarían la diferencia. Sería un asunto sencillo…
—Puedo producir tanto como necesitéis.
Existen mareas de liderazgo, que se elevan y caen. Las mareas inundan el reinado de cada emperador, suben y bajan.
Príncipe R
APHAEL
C
ORRINO
,
Discursos sobre liderazgo en un imperio galáctico
, duodécima edición
Bajo la marquesina adornada con borlas de una plataforma de observación, Shaddam IV estaba sentado a la sombra, mientras presenciaba las maniobras de sus tropas. De todas las maravillas de Kaitain, estos Sardaukar eran la mejor, al menos desde su punto de vista. ¿Podía haber una visión más espléndida que hombres uniformados obedeciendo todas sus órdenes con fría precisión?
Cuánto deseaba que sus subditos respondieran a las instrucciones imperiales con igual prontitud.
Shaddam, un hombre delgado y elegante, de nariz aguileña, vestía un uniforme Sardaukar gris, adornado con plata y oro. Era su comandante en jefe, además de sus otras responsabilidades. Un casco almohadillado de Burseg, con el emblema imperial en oro, descansaba sobre su pelo rojizo.
Al menos, podía contemplar el desfile en paz, pues hacía mucho tiempo que su esposa Anirul se había cansado de exhibiciones militares. Por suerte, aquella tarde había decidido ocuparse de asuntos Bene Gesserit, mimaba en exceso a sus hijas y las educaba para que también fueran brujas. O tal vez estaba haciendo los preparativos para el funeral de Lobia. Confiaba en que las Bene Gesserit le proporcionaran cuanto antes una nueva Decidora de Verdad. ¿Para qué otra cosa servían las malditas hermanas?
En la plaza, los Sardaukar desfilaban en perfecto orden, sus botas resonaban como cañonazos sobre las losas. El Supremo Bashar Zum Garon, un leal veterano de Salusa Secundus, guiaba a sus soldados como un titiritero consumado, realizaban espectaculares maniobras que desplegaban eficientes formaciones de batalla. Perfecto.
Todo lo contrario de la familia del emperador.
Por lo general, al emperador le gustaba ver hacer maniobras a sus tropas, pero en aquel momento tenía el estómago revuelto. No había comido en todo el día, después de tragar una mala noticia que todavía quemaba su estómago. Ni siquiera el mejor médico Suk podría curar su dolencia.
Gracias a su diligente red de espionaje, Shaddam acababa de descubrir que su padre, Elrood IX, había engendrado un bastardo con una de sus concubinas favoritas, una mujer cuyo nombre aún no se había determinado. Más de cuarenta años antes, Elrood había tomado medidas para proteger y esconder al hijo ilegítimo, que ahora sería ya un adulto, unos diez años más joven que Shaddam. ¿Estaba enterado el bastardo de su herencia? ¿Seguía con impaciencia los fracasos de Shaddam y Anirul respecto a tener un heredero varón? Solo hijas, hijas y más hijas. Cinco, de las cuales la última era Rugi, todavía un bebé. ¿Planeaba sus movimientos el bastardo, pretendía usurpar el Trono del León Dorado?
En la plaza, los soldados se dividieron en dos grupos y se enzarzaron en una falsa lucha, dispararon láseres de fogueo para tomar posesión de una fuente que representaba a un león rugiente. Naves militares ascendieron en formación hacia el cielo, donde las escasas nubes parecían pintadas por un artista.
Un distraído Shaddam aplaudió con entusiasmo moderado las maniobras de los Sardaukar, mientras maldecía en silencio la memoria de su padre.
¿Cuántos hijos más engendró en secreto el viejo buitre?
Era un pensamiento preocupante.
Al menos, sabía el nombre de este. Tyros Reffa. Gracias a sus contactos con su Casa Taligari adoptiva, Reffa había pasado gran parte de su vida en Zanovar, un planeta taligari dedicado al turismo. Como vivía una existencia regalada, el hombre debía estar todo el día soñando con apoderarse del poder imperial.
Sí, el bastardo de Elrood podía causarle muchos problemas. Pero ¿cómo matarlo? Shaddam suspiró. Aquellos eran los retos del liderazgo.
Tal vez debería consultarlo con Hasimir.
Pero en cambio, se devanaría los sesos, con la intención de demostrar que Fenring se equivocaba con él…, que podía gobernar sin constantes entrometimientos y consejos.
¡Yo tomo mis propias decisiones!
Shaddam había nombrado a Fenring ministro imperial de la Especia, le había enviado a Arrakis, además de encargarle en secreto la responsabilidad de supervisar el desarrollo del amal. ¿Por qué tardaba tanto en volver de Ix con su informe?
El aire era tibio, y soplaba la brisa suficiente para que las banderas ondearan. El Control Meteorológico imperial había cuidado todos los aspectos del día, siguiendo las especificaciones del emperador.
Las tropas se desplazaron hasta un campo de polihierba dispuesto en mitad de la plaza, y dieron una demostración de lucha cuerpo a cuerpo. Dos grupos atacaron, mientras fuego enemigo falso iluminaba la plaza con destellos púrpura y naranja. En los palcos que rodeaban el perímetro, un público compuesto por nobles menores y funcionarios de la corte prorrumpieron en vítores de cortesía.
El veterano Zum Garon iba impecablemente ataviado, con expresión crítica, pues había puesto el listón muy alto en todas las representaciones que tenían lugar ante el emperador. Shaddam fomentaba tales demostraciones de poderío militar, sobre todo ahora que diversas Casas del Landsraad empezaban a mostrarse rebeldes. Tal vez, muy pronto, tendría que hacer una demostración de fuerza…
Una gordezuela araña marrón colgaba frente a él, suspendida de un hilo de telaraña que procedía de la marquesina escarlata y dorada.
—¿No sabes quién soy, pequeño monstruo? —susurró, irritado—. Yo rijo incluso sobre las cosas más diminutas de mi reino.
Más banderas, más desfiles, más fuego simulado en la trastienda de sus cavilaciones. Un caleidoscopio de Sardaukar atravesó el campo. Pompa y gloria. En lo alto, pasaron tópteros en formación y ejecutaron osadas maniobras aéreas. El público aplaudió, pero Shaddam apenas se dio cuenta, obsesionado por el problema de su hermanastro bastardo.
Sopló y vio que la araña se ha balanceaba. El insecto empezó a ascender por su hilo hacia la marquesina.
No estarás a salvo de mí ahí arriba
—pensó Shaddam—.
Nada escapa a mi ira.
Pero sabía que se engañaba. La Cofradía Espacial, la Bene Gesserit, el Landsraad, la CHOAM… Todos tenían sus planes, le ataban y amordazaban, impedían que gobernara el Universo Conocido como un emperador debería.
¡Maldito sea su control sobre mí!
¿Cómo habían permitido sus antepasados Corrino que se instaurara una situación tan lamentable? No había cambiado en siglos.
El emperador alzó la mano y aplastó la araña antes de que se revolviera y le mordiera.
Un individuo sólo adquiere significado en su relación con la sociedad entendida como un todo.
Planetólogo P
ARDOT
K
YNES
,
Un manual de Arrakis
, escrito para su hijo Liet
El monstruo corría entre las dunas con un sonido de fricción que, aunque pareciera incongruente, recordaba a Liet una fina cascada de agua fresca. Kynes había visto las cascadas artificiales de Kaitain, un símbolo de su indudable decadencia.
Bajo el abrasador sol amarillo, él y un grupo de leales cabalgaban sobre un gigantesco gusano de arena. Como jinetes experimentados que eran, lo habían llamado, montado y abierto sus segmentos con separadores. Liet, sobre la cabeza del animal, se sujetaba a las cuerdas para no caer.
El animal corría hacia el sietch de la Muralla Roja, donde la esposa de Liet, Faroula, le esperaba, y donde el Consejo fremen aguardaba con impaciencia sus noticias. Noticias decepcionantes. El emperador Shaddam IV también le había decepcionado como hombre, pues había confirmado los peores temores de Liet.
Stilgar había recibido a Liet en el espaciopuerto de Carthag. Habían viajado al desierto, lejos de la Muralla Escudo, lejos de los ojos inquisitivos de los Harkonnen. Al llegar, tras reunirse con ellos un pequeño grupo de fremen, Stilgar había plantado un martilleador, cuyo ritmo resonante había atraído a un gusano. Lo habían capturado, utilizando técnicas conocidas por los fremen desde la antigüedad.
Liet había trepado por las cuerdas con seguridad, y plantado estacas para sujetarse. Recordó el día en que se había convertido en un jinete de gusanos, demostrando a la tribu que ya era un adulto. El viejo naib Heinar había presenciado la prueba. Liet había sentido terror, pero había superado el ritual.
Ahora, aunque montar en un gusano de arena era tan peligroso como siempre, y nunca debía tomarse a la ligera, consideraba a la ingobernable bestia un medio de transporte, sin más.
Stilgar guiaba al gusano con expresión impenetrable. Miró a Liet, que parecía preocupado. Sabía que su informe de Kaitain no era bueno. Sin embargo, al contrario que los cortesanos de palacio, el silencio no ponía nervioso a un fremen. Liet hablaría cuando estuviera preparado, de modo que Stilgar respetó la voluntad de su amigo. Estaban juntos, cada uno absorto en sus propios pensamientos. Las horas transcurrieron, a medida que atravesaban el desierto en dirección a las montañas rojinegras que se alzaban cerca del horizonte.
Cuando creyó que había llegado el momento, en sintonía con la expresión del planetólogo, y al ver que su rostro reflejaba la preocupación que le provocaban los pensamientos que cruzaban por su mente, aún bajo la máscara del destiltraje, Stilgar dijo lo que Liet necesitaba escuchar.
—Eres el hijo de Umma Kynes. Ahora que tu padre ha muerto, eres la esperanza de todos los fremen. Cuentas con mi vida y mi lealtad, tal como prometí a tu padre.
Stilgar no trataba al joven de manera paternalista, sino como a un auténtico camarada.
Ambos conocían la historia. Muchas veces había sido contada en el sietch. Antes de que fuera a vivir con los fremen, Pardot Kynes había luchado contra seis soldados Harkonnen que tenían acorralados a Stilgar, Turok y Ommun, un audaz trío de jóvenes fremen. Stilgar resultó herido de gravedad, y hubiera muerto si Kynes no los hubiera ayudado a matar a los hombres del barón. Después, cuando el planetólogo se convirtió en el profeta de los fremen, los tres juraron que le ayudarían a cumplir su sueño. Incluso después de que Ommun muriera con Pardot en la Depresión de Yeso, al derrumbarse una cueva, Stilgar recordaba la deuda de agua contraída con el padre, y ahora, con el hijo como heredero del Umma.
Stilgar apretó el brazo del joven. Liet era igual que su padre, y aún más. Había sido educado como un fremen.
Liet le dirigió una pálida sonrisa, con la gratitud impresa en los ojos.
—No es tu lealtad lo que me preocupa, Stil, sino el futuro de nuestra causa. No recibiremos ayuda ni simpatía de la Casa Corrino.
Stilgar rió.
—La simpatía del emperador es un arma de la que prefiero prescindir. Y no necesitamos ayuda para matar a los Harkonnen.
Contó a su amigo el ataque al profanado sietch Hadith. Liet pareció complacido.
Al llegar a la fortaleza aislada, Liet se encaminó inmediatamente hacia sus aposentos, sucio y agotado. Faroula le estaría esperando, y antes que nada pasaría un rato con ella. Después de su estancia en el planeta imperial, Liet necesitaba unos momentos de paz y tranquilidad, que su esposa siempre le proporcionaba. El pueblo del desierto estaba ansioso por escuchar su informe, y aquella noche ya se había anunciado una asamblea, pero la tradición decía que ningún viajero debía presentar su informe antes de descansar un poco, salvo en casos excepcionales.
Faroula le recibió con una sonrisa. Su beso de bienvenida se prolongó cuando la cortina de privacidad cayó sobre la puerta de su habitación. Faroula le preparó café de especia y pastelillos de melange con miel, que él encontró muy agradables, aunque no tanto como el simple hecho de volver a verla.
Después de otro beso, Faroula hizo salir a los niños, Liet-chih, hijo de Warrick, el mejor amigo de Liet, y la hija de ambos, Chani. Abrazó a los niños, que jugaron y corretearon, hasta que una niñera se los llevó para que los esposos estuvieran a solas.