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Authors: Julio Verne

Tags: #Ciencia ficción

La caza del meteoro (16 page)

BOOK: La caza del meteoro
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—He aquí las mías —dijo Mrs. Stanfort.

—He aquí las mías —agregó Mr. Stanfort.

Cogió Mr. Proth los papeles, los examinó, asegurándole de que estaban en debida forma, y se limitó a responder:

—Y he aquí el acta de divorcio impresa; no hay que hacer otra cosa que inscribir los nombres y firmar. Pero no sé si podremos nosotros aquí...

—Permítame proponerle esta estilográfica perfeccionada —intervino Mr. Stanfort, tendiendo el instrumento al juez.

—Y este cartón, que hará perfectamente oficio de carpeta —agregó Mrs. Stanfort, cogiendo aquél de manos de su doncella.

—Tienen ustedes respuesta para todo —dijo el juez, que comenzó a llenar los huecos del acta impresa.

Terminado este trabajo, presentó la pluma a Mrs. Stanfort.

Sin una sola observación, sin que la más ligera vacilación hiciera temblar su mano, Mrs. Stanfort firmó con su nombre; Arcadia Walker.

Con la misma sangre fría, Mr. Stanfort firmó después que ella.

Luego, lo mismo que dos meses antes, presentando cada uno de ellos un billete de quinientos dólares:

—Como honorarios —dijo de nuevo Mr. Stanfort.

—Para los pobres —replicó Mrs. Arcadia Walker.

Sin detenerse un instante, se inclinaron ante el magistrado, se saludaron recíprocamente y se alejaron sin volver la cabeza, subiendo el uno hacia el Faubourg de Wilcox, y la otra en una dirección opuesta.

Cuando hubieron desaparecido, Mr. John Proth entró definitivamente en su casa, en la que le esperaba el almuerzo largo tiempo hacía.

—¿Sabe usted, Kate, lo que yo debería poner encima de mi puerta? —dijo a su vieja sirvienta, al mismo tiempo que se ponía la servilleta bajo la barba.

—No, señor.

—Pues debería poner lo siguiente: «Aquí se casa a las gentes a caballo y se las divorcia a pie.»

Y sin más, atacó la comida.

Capítulo XIII

Donde se ve surgir, como lo previno el juez John Proth, un tercer ladrón, muy pronto seguido de un cuarto

No es necesario pintar el profundo dolor de la familia Hudelson y la desesperación de Francis Gordon. Seguro e indudable es que no habría éste vacilado en romper con su tío, en pasarse sin él y en desafiar su cólera y sus inevitables consecuencias. Pero lo que podía respecto de Mr. Dean Forsyth no le era posible respecto del doctor Sydney Hudelson.

Mrs. Hudelson había intentado en vano obtener el consentimiento de su marido y hacerle volver sobre su acuerdo; ni sus súplicas ni sus reproches hicieron vacilar al doctor. Loo, la misma pequeña Loo, se había visto implacablemente rechazada a pesar de sus ruegos, de sus caricias y de sus impotentes lágrimas.

Para lo sucesivo, ni aun se podía ya volver a empezar nuevas gestiones ni a hacer otras tentativas, ya que lo mismo el tío del uno que el padre de la otra, definitivamente atacados de locura, habían partido para lejanos países.

¡Cuan inútil, no obstante, era esta doble partida! ¡Cuan inútil el divorcio de que había sido causa determinante para Mr. Seth Stanfort y Mrs. Arcadia Walker las afirmaciones de los dos astrónomos!

Si esos cuatro personajes se hubiesen impuesto tan sólo veinticuatro horas de reflexión, su conducta habría sido seguramente por completo distinta.

En la mañana del siguiente día publicaron, en efecto, los periódicos de Whaston y de otros puntos, con la firma de J. B. K. Lowenthal, director del observatorio de Boston, una nota que variaba extraordinariamente la situación.

Nada tierna era esta nota para las dos glorias whastonianas; y se hallaba concebida en los siguientes términos :

Una comunicación, hecha en los días últimos por dos aficionados de la ciudad de Whaston, ha conmovido profundamente al público. Creemos deber restablecer las cosas en su verdadero y lógico punto.

Se nos permitirá, en primer término, deplorar que comunicaciones de tal gravedad sean hechas a la ligera, sin haber sido previamente sometidas a la comprobación de verdaderos sabios, que no faltan.

Muy glorioso es, sin duda, ser el primero en descubrir un cuerpo celeste que tiene la complacencia de atravesar el campo de un anteojo dirigido hacia el cielo. Pero ese favorable azar no tiene la virtud de transformar de repente a simples aficionados en matemáticos de profesión.

Exacto es, efectivamente, que el bólido de que toda la Tierra se ocupa actualmente ha experimentado una perturbación. Los señores Forsyth y Hudelson han padecido la grave equivocación de contentarse con una sola observación y de basar sobre ese dato incompleto cálculos que, además, son falsos. Teniendo solamente en cuenta la perturbación, que ellos pudieron comprobar en la tarde del 11 ó en la mañana del 12 de mayo, se llegaría a resultados completamente diferentes de los suyos. Pero hay más. La perturbación en la marcha del bólido ni comenzó ni acabó en tos días 11 y 12 de mayo. La primera perturbación se remonta al día 10 de mayo, y se produce aún a la hora presente.

Esa perturbación, o más bien, esas perturbaciones sucesivas, han tenido como resultado, de una parte, aproximar el bólido a la superficie de la Tierra, y de otra, hacer desviar su trayectoria.

Esta doble modificación no se ha realizado de una sola vez, sino que es, por él contrario, el resultado de cambios muy pequeños, que no han cesado de añadirse unos a otros desde el día 10 de este mes.

Ha sido imposible hasta ahora descubrir las razones de la perturbación que el bólido ha experimentado; nada hay en el cielo que sea de naturaleza propia para explicarla. Las investigaciones continúan acerca de este punto, y no cabe dudar de que en un plazo breve darán resultados satisfactorios.

Sea de ello lo que quiera, es cuando menos prematuro anunciar la caída de este bólido y el fijar
a fortiori
el sitio y la fecha de esta caída. Es evidente e indudable que si la causa desconocida que influye en él bólido continúa obrando en el mismo sentido, dicho bólido acabará por caer, pero nada hay hasta ahora que autorice a afirmar que será así. Actualmente su velocidad relativa ha aumentado por leyes lógicas, puesto que describe una órbita más pequeña.

No tendría, por consiguiente, ninguna tendencia a caer, en el caso de que la fuerza que lo solicita dejase de serle aplicada.

En todo caso, seria de todo punto imposible precisar hoy la fecha y él sitio de su caída.

En resumen, nuestras conclusiones son: la caída del bólido parece probable, pero no cierta. En todo caso, no es inminente.

Aconsejamos, pues, la calma ante una eventualidad que es sólo hipotética, y cuya realización, por añadidura, puede no conducir a ningún resultado práctico.

Por lo demás, tendremos al público al corriente de los acontecimientos.

¿Tuvieron conocimiento Mr. Seth Stanfort y Mrs. Arcadia Walker de las conclusiones de Lowenthal?

Este punto permanece en la oscuridad.

En lo que concierne, a Mr. Dean Forsyth y al doctor Sydney Hudelson, el primero recibió la noticia en San Luis, Estado de Missouri; y el segundo en Nueva York. Ambos enrojecieron de vergüenza.

Por cruel que su humillación fuera, no tenían más remedio que inclinarse; no se discute con un sabio como Lowenthal.

Volviéronse, pues, con las orejas gachas a Whaston, sacrificando los billetes, que ya tenían pagados, para San Francisco el uno y hasta Buenos Aires el otro.

De vuelta a sus domicilios respectivos, subieron impacientes a su torre el uno y el otro a su torrecilla. Poco tiempo les bastó para comprender que el director del observatorio de Boston tenía razón sobradísima, ya que muy a duras penas lograron encontrar su bólido vagabundo y al cual no descubrieron en el sitio en que, según sus cálculos, debía encontrarse, lo cual probaba claramente que se habían equivocado de medio a medio.

Mr. Dean Forsyth y el doctor Hudelson no tardaron en experimentar los efectos de su lastimoso error. ¿Dónde eran idos aquellos brillantes cortejos que les habían conducido triunfalmente a la estación? Indudable era que el favor público se había retirado de ellos.

¡Qué doloroso hubo de parecerles, después de haber saboreado a grandes sorbos la popularidad, el verse de súbito privados de aquel brebaje embriagador!

Pero un más grave cuidado se impuso pronto a su atención.

Como lo había predicho el juez John Proth con palabras encubiertas, un tercer competidor se alzaba frente a ellos.

Al principio fue un rumor sordo que corrió en la muchedumbre; luego en muy pocas horas ese sordo rumor se convirtió en una noticia oficial, anunciada a son de trompeta
urbi et orbi
.

Difícil, muy difícil de combatir era ese tercer ladrón que reunía en su persona a todo el Universo civilizado. Si Mr. Dean Forsyth y el doctor Hudelson no hubieran estado ciegos, habrían previsto lo que tenía que ocurrir, y se habrían evitado un proceso ridículo, pensando que todos los gobiernos se interesarían por un acontecimiento que podía ser causa de la más terrible revolución financiera. No se habían hecho ese razonamiento tan natural y sencillo y el anuncio de la reunión de una Conferencia internacional les llenó de sorpresa.

Corrieron a adquirir informaciones. La noticia era rigurosamente exacta; hasta se designaban ya los miembros de la futura Conferencia que se reuniría en Washington. Los gobiernos, no obstante, apremiados por las circunstancias, habían decidido que, sin esperar a los delegados, se celebrarían en Washington reuniones preparatorias entre los diversos diplomáticos acreditados cerca del Gobierno americano. Los delegados extraordinarios llegarían después.

Todas las naciones del mundo habían designado sus delegados, desde Rusia y China, representadas, respectivamente por Monsieur Iván Saratoff y por su excelencia Li-Mao-Tchi, hasta las repúblicas de San Marino y de Andorra, cuyos intereses defendían los señores Beveragi y Ramontcho, respectivamente.

La primera reunión preparatoria tuvo efecto el 25 de mayo, en Washington.

Dio principio por arreglar
ne varietur
la cuestión Forsyth-Hudelson, lo que no exigió más que cinco minutos. En vano insistieron esos señores para que se les oyera; se les despidió como a intrusos.

Puede calcularse su ira cuando regresaron a Washington. Pero la verdad nos obliga a decir que sus recriminaciones quedaron sin eco; en toda la prensa, que durante largo tiempo les había cubierto de flores, no se encontró un solo periódico que tomara su defensa.

«¿Qué venían a hacer a Washington esos dos fantoches...? Que habían sido los primeros en señalar el meteoro..., y eso, ¿qué...? ¿Les daba esa circunstancia algún derecho...? ¿Tenían algo que ver ellos en su caída...? ¡No había ni que discutir siquiera tan ridículas pretensiones!»

He aquí como al presente se expresaba la prensa.

¡
Sic transit gloria mundi
!.

Arreglada esta cuestión, como se ha dicho, principiaron los trabajos serios.

Consagráronse, en primer término, muchas sesiones para formar la lista de los estados soberanos a quienes se reconocería el derecho de asistir a la Conferencia, y este punto produjo bastantes discusiones, lo cual prometía para el porvenir.

Según había dicho, J. B. K. Lowenthal daba regularmente todos los días noticias del bólido, bajo forma de breves notas comunicadas a la prensa.

Nada de particular habían ofrecido hasta entonces esas notas, que se limitaban a informar al mundo de que la marcha del meteoro continuaba experimentando cambios muy pequeños, cuyo conjunto hacía la caída más y más probable, sin que se pudiese, no obstante, conceptuarla todavía como segura.

Pero la nota publicada el día 1.° de junio fue notablemente distinta de todas las precedentes.

No sin alguna emoción —decía— ponemos en conocimiento del público los extraños fenómenos de que hemos sido testigos, hechos que tienden a destruir las bases de la ciencia astronómica.

Nuestras comunicaciones anteriores han informado al público de que la marcha del bólido de Whaston m ha experimentado perturbaciones sucesivas y sin interrupción, cuya causa y ley ha sido imposible precisar hasta ahora. No dejaba ese hecho de ser muy anormal; pero aun cuando fuesen anormales, no por ello eran contrarias a los datos de la ciencia, y si su causa permanecía desconocida, podíamos acusar de ello a la imperfección de nuestros métodos de análisis.

Pero hoy no sucede ya lo mismo. Desde anteayer, 30 de mayo, la marcha del bólido ha sufrido nuevas perturbaciones, y estas perturbaciones se hallan en absoluta contradicción con nuestros conocimientos teóricos mejor cimentados.

Esto quiere decir que debemos perder la esperanza de encontrar jamás una explicación plenamente satisfactoria de ello, no siendo aplicables en este caso los principios que tenían fuerza de axiomas y sobre los cuales reposan y han reposado siempre nuestros cálculos.

El menos hábil de los observadores ha podido fácilmente observar que en la tarde del 30 de mayo el bólido, en vez de continuar aproximándose a la Tierra como venía haciéndolo sin interrupción desde el día 10 de mayo, habíase, por el contrario, alejado sensiblemente.

Ya este brusco fenómeno tenía algo de incomprensible, cuando ayer, 31 de mayo, en el cuarto paso del meteoro, después de la puesta del Sol, vímonos obligados a consignar que su órbita, que desde hacía veinticuatro horas tendía a ser cada vez más Nordeste-Sudoeste, había vuelto a su modo de ser primero; mientras que su distancia a la Tierra no había cambiado desde la víspera.

Tal es la situación actual.

En nuestra primera nota habíamos nosotros dicho que la caída, incierta aún, debía considerarse, cuando menos, poco probable. Actualmente no osamos ya ser tan afirmativos, y preferimos limitarnos a confesar modestamente nuestra ignorancia.

Si un anarquista hubiese arrojado una bomba en medio de la octava reunión preparatoria, no habría alcanzado un efecto comparable al obtenido por esta nota. Los periódicos que la insertaron llenaron columnas enteras con reflexiones y comentarios. La tarde entera se pasó en conversaciones y en cambios de puntos de vista, con gran perjuicio de los laboriosos trabajos de la Conferencia.

Los días siguientes fue aún peor.

Las notas de Lowenthal iban, en efecto, sucediéndose, y cada vez eran más sorprendentes. El bólido parecía danzar un baile sin orden ni medida. Tan pronto su órbita se inclinaba tres grados al Este como se desplazaba cuatro hacia el Oeste. Si en una de sus apariciones sobre el horizonte parecía haberse aproximado algo a la Tierra, habíase alejado en la otra muchos kilómetros.

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