Authors: Alfredo Grimaldos
La CIA siempre ha tenido especial interés por penetrar en el mundo de la educación y la cultura, pero en España ese ámbito no es el que mejor se ha prestado a sus actividades. Se puede destacar a un veterano de la Agencia en Madrid, Edward Kresler, norteamericano de origen húngaro, propietario de dos galerías de arte, en las calles de Serrano y Hermosilla, durante los años setenta y ochenta. Kresler también llega a ser «director del Patronato del Hospital Angloamericano y una de las pocas personas galardonadas en este país con la Encomienda de Isabel la Católica», según
Cambio 16
.
13
La formación de profesores afines al American Way of Life ha estado entre los objetivos de los norteamericanos. En un memorándum confidencial sobre España, del 7 de marzo de 1970, dirigido al presidente de Estados Unidos y desclasificado recientemente, se señala:
Está efectuándose una reforma educativa que se espera sea aprobada por el Parlamento español el próximo mes de abril. Los aspectos del plan para la formación del profesorado nos capacitarían a nosotros para influenciar la modelación de la educación de la juventud española en los próximos años, a través de la formación del profesorado. El Departamento de Estado se está gastando ahora alrededor de 180.000 dólares en intercambios académicos con España. Los programas que ya existen se podrían expandir para ofrecer más formación adicional en los Estados Unidos para profesores, administradores y asociados. Esta ayuda debería ser precedida por una revisión de los fondos necesarios para invertir en la reforma educativa de España. Creemos que entre uno y cinco millones de dólares al año nos darían espacio para jugar un papel eficaz en las reformas.
Clarito y sin literatura, como les gusta a ellos, para que se entienda bien.
Uno de los profesores que trabajan bajo la dirección de Miró Morville en el Centro Cultural de Estados Unidos es Tom Sorensen, un singular personaje con una vena artística muy marcada. Durante el día imparte clases de inglés en el centro y por las noches toca la guitarra flamenca, con el nombre artístico de Tomás de Utrera. Además, también hace sus pinitos con el saxofón y, de vez en cuando, se le puede ver en el Whisky Jazz de la calle de Diego de León. «La bohemia de su vida nocturna contrastaba con las actividades que desarrollaba en el Centro y con el nivel de vida que llevaba: sus dos hijas estudiaban en el Colegio Americano, el más caro y exclusivo de Madrid», señala un antiguo compañero de Sorensen. «A veces nos invitaba a acompañarle por las noches al Patio Andaluz, de la calle de Arlabán, y a otros garitos cercanos a la Plaza de Santa Ana. Esa era su zona cuando iba de flamenco.» Retirado de las clases de inglés, Sorensen, en su vertiente de Tomás de Utrera, llega a realizar giras por todo el mundo.
Durante los últimos años sesenta y la década de los setenta hay una importante corriente dentro del flamenco cercana a la izquierda comunista y todo tiene que estar controlado. El pintor y poeta Francisco Moreno Galván, militante del PCE, renueva las letras tradicionales del arte jondo dotándolas de claro contenido social. Y cantaores como José Menese, Paco Moyano, Manuel de Paula o Manuel Gerena, y posteriormente El Cabrero, van por esa senda. «Se ve desde la alta mar, / en Cái, caray, ¡qué letrero! / Se ve desde la alta mar. / Escrito "fuera la muerte / de Rota y de Gibraltar"», canta Paco Moyano por aires gaditanos.
Otro personaje singular dentro de este peculiar universo es la norteamericana Moreen Silver, fotógrafa de prensa muy bien relacionada con la embajada de la calle de Serrano. Dirige la agencia Silver Press y, al mismo tiempo, con el nombre artístico de María la Marrurra, graba un disco, en 1971, secundada nada menos que por la guitarra del gran Melchor de Marchena. Aparece en el programa de TVE
Rito y geografía del cante
, e incluso consigue cierto reconocimiento artístico de figuras de la talla de Antonio Mairena. Un caso insólito, la única norteamericana que ha llegado a hacer el cante con fundamento. Y mientras continúa templándose con la soleá de Fernanda de Utrera, participa en tertulias radiofónicas defendiendo a George Bush.
Sólo seis meses después de la Revolución de los Claveles, el 14 de octubre de 1974, se celebra en la ciudad de Suresnes, cercana a París, el XIII Congreso del PSOE, que va a llevar a un tal «Isidoro» hasta la cúpula de la organización. Desde el 14 de julio pasado, Franco sufre una complicada flebitis y se ha llegado a temer por su vida. La situación que se está creando en la península Ibérica resulta muy preocupante para los norteamericanos, se les ha ido de las manos el asunto portugués y van a impedir, a toda costa, que la historia se repita en España.
Felipe González es el joven abogado sevillano, casi desconocido incluso para algunos de sus compañeros, que se enmascara tras el nombre de guerra de «Isidoro». Consigue suceder como secretario general del partido al veterano militante socialista Rodolfo Llopis,
1
que no reconoce las resoluciones adoptadas en Suresnes. El congreso ha sido convocado por un grupo de jóvenes militantes desgajados de lo que, en adelante, se conocerá como PSOE (Histórico). En realidad, Nicolás Redondo era la figura menos discutida para acceder a la Secretaría General, pero el sindicalista vasco se niega a presentarse a la elección, a pesar de ser propuesto mayoritariamente para ocupar el cargo que está en liza.
González y otros miembros de la nueva dirección del partido han conseguido llegar a Francia gracias al apoyo prestado por el propio Servicio Central de Presidencia de Gobierno. Los oficiales del organismo de inteligencia creado por el almirante Carrero Blanco son los encargados de proporcionarles los pasaportes. «En un restaurante de la calle madrileña de Santa Engracia,
2
hablamos con González, en presencia de Enrique Múgica, para garantizarle su viaje a Suresnes», señala el entonces capitán del SECED Manuel Fernández Monzón.
3
«Otros compañeros se entrevistaron con Nicolás Redondo, y él entendió enseguida que debía ceder el puesto a un secretario general más joven y con otras características. Cuando Felipe González volvió de Francia, después de haber sido elegido, un comisario de Sevilla le detuvo, creyendo que había dado un pelotazo. Se llevó una bronca tremenda y tuvo que soltarle enseguida, claro.»
Otros dos miembros relevantes del SECED, Andrés Cassinello y José Faura, mantienen una larga entrevista con Felipe González y con Alfonso Guerra, inmediatamente después de que el clan sevillano se haga con los mandos del PSOE.
«Entre 1964 y 1975 estuve precisamente en la información del mundo universitario, muy estrechamente relacionado con la política entonces clandestina. Y lo que viví fue que, a partir de cierto momento, la dictadura propició el resurgir del PSOE, para ahogar al PCE», declara el comisario Manuel Ballesteros a la periodista Pilar Urbano.
4
«A los socialistas no se les detenía, a los comunistas, sí. Estando yo en la Brigada Social, esa era una indicación de los mandos. Más aún: la policía no sólo miraba para otro lado, haciendo la vista gorda, sino que a veces ayudaba a pasar la valija con la propaganda y los documentos internos del partido que los de Rodolfo Llopis (el PSOE del exterior) enviaban de allá para acá.»
A finales de los setenta, con Adolfo Suárez como primer ministro, Ballesteros aparece detrás de algunas acciones criminales de guerra sucia contra ETA protagonizadas por el Batallón Vasco Español. Posteriormente, el Gobierno de Felipe González le recupera para nombrarle nada menos que jefe del MULC (Mando Unificado de Lucha Contraterrorista), durante la época de actuación de los GAL.
Meses antes de la celebración del Congreso de Suresnes —que se financia con fondos provenientes del Partido Socialdemócrata de Willy Brandt—, el comandante Miguel Paredes, del SECED, y el inspector Emi Mateos, destinado en la Jefatura Superior de Policía de Bilbao, ya han empezado a trabajar en lo que llaman Operación Primavera: una serie de contactos con algunos miembros del PSOE del interior, para ver cuáles son sus planteamientos políticos. Especialmente con Nicolás Redondo y Enrique Múgica. «En el SECED nos propusimos empezar a reunirnos con ellos —recuerda el entonces comandante Paredes—, para ver hasta dónde llegaba su izquierdismo, su ímpetu revolucionario, su afán izquierdista... y tratar de acercarlos hacia posiciones más templadas, menos radicales, más en la línea de la moderación pragmática que les recomendaba Willy Brandt.»
5
Los encuentros entre los agentes del SECED y los socialistas continúan, y a ellos se incorporan algunos militantes más. «Después de cada encuentro redactábamos un informe para el Servicio», continúa Paredes su relato. «Nuestra impresión entonces era que el líder ideológico, el que pensaba más largo, más rápido y con más calado era Pablo Castellano. El mayor peso moral lo tenía Nicolás Redondo. Felipe González nos pareció un conversador ágil, brillante, con "charme"... Pero, de pronto, sacó un largo Cohiba, lo encendió con parsimonia y se lo fumó como un sibarita. A mí ese pequeño detalle me chocó, me extrañó. Era un trazo burgués que no encajaba con sus calzones vaqueros, ni con su camisa barata de cuadros, ni con su izquierdismo... En mi informe oficial no mencioné esa bobada del habano ni lo que me sugirió. Pero en mi agenda privada de notas sí que escribí: "Felipe González, el sevillano, parece apasionado pero es frío. Hay en él algo falso, engañador. No me ha parecido un hombre de ideales, sino de ambiciones".»
Y prosigue el antiguo agente del SECED: «El Ministerio de la Gobernación tenía entonces la facultad de conceder o denegar el pasaporte a un ciudadano. Ellos lo habían pedido muchas veces y siempre les habían dicho que no. Me dieron una lista en la que figuraban los nombres de Enrique Múgica, Eduardo López Albizu, Nicolás Redondo, Ramón Rubial, Alfonso Guerra, Pablo Castellano, Felipe González y otros dos militantes asturianos. El Gobierno lo dudó mucho, le dieron mil vueltas, que sí, que no... Al final se aceptó bajo la condición de que, al volver a España, devolvieran enseguida esos pasaportes. Y lo hicieron. Tardaron mucho pero los devolvieron. Aunque no todos: Felipe González se lo quedó. A Múgica, por el retraso, le hicimos pagar una "multa" especial: invitarnos a comer a base de bien. Y lo hizo. En la Panière Fleurie de Rentería».
6
Los delegados que asisten al Congreso de Suresnes representan, oficialmente, a tres mil militantes del interior, pero, en realidad, esa cifra hay que rebajarla a menos de la mitad. Durante los últimos años del franquismo, el PSOE es poco más que una sigla. El mayor peso de la resistencia contra el régimen lo han llevado los comunistas. En definitiva, lo que se produce en 1974 es una refundación del partido creado por Pablo Iglesias, con el modelo portugués como telón de fondo. En el país vecino no existía ni siquiera un partido socialista histórico y hubo que inventar uno. Su primer secretario general, Mário Soares, tenía contacto con la CIA desde los años sesenta. «Exiliado, en 1973 recibiría ayuda para fundar bajo el patrocinio del Gobierno de Bonn un "partido socialista portugués"», escribe Joan Garcés en su excelente libro
Soberanos e intervenidos
.
7
«Derrocada la dictadura en 1974 por el MFA (Movimento das Forças Armadas), Soares regresaba a Portugal, donde pronto pediría y recibiría ayuda clandestina directa del Gobierno de Estados Unidos y sus aliados europeos (RFA, Reino Unido y Francia), e indirecta a través de empresas y fundaciones alemanas y de otros países.»
La escasa incidencia del PSOE en la realidad política española de los primeros años setenta la reconoce el propio Francisco Bustelo, uno de los militantes elegidos como miembros de la Comisión Ejecutiva del partido en Suresnes. Sin embargo, todo cambia a partir de ese congreso:
Las embajadas en Madrid empezaron a recibir entonces instrucciones de que se pusieran en contacto con nosotros. Acompañé a González a visitar a algunos embajadores, entre ellos el estadounidense, y tuve que entrevistarme con otros funcionarios norteamericanos de menor categoría. A los norteamericanos les causé buena impresión. Durante los años siguientes me solía llamar el consejero político de esa embajada, persona muy enterada de lo que sucedía en España, para que comiésemos juntos.
8
En la dirección surgida de Suresnes hay tres grupos fundamentales: los vascos, con Redondo, López Albizu, Múgica y Benegas; los andaluces, con González, Guerra y Galeote, y los madrileños, con Castellano y Bustelo. «Los vascos, o mejor dicho, Redondo, que era su peso pesado, decidían, por tanto», señala Francisco Bustelo. «Si apoyaban a los andaluces, como hicieron en Suresnes, González tenía el poder asegurado. Redondo sabrá por qué lo hizo.» Felipe González controla el partido a partir de ese momento e, inmediatamente, pasa a convertirse en un personaje público de primer orden, con un papel estelar en la gran maniobra de actualización controlada del régimen franquista. Joan Garcés escribe:
Una campaña subsiguiente introduciría ante la opinión pública nombres hasta entonces desconocidos que, a poco andar (1975-1976), aislaron y marginaron a los militares de la Unión Militar Democrática y, en general, a quienes eran reacios a que en España entraran la CEE y la OTAN sin condiciones.
9
Los servicios secretos norteamericanos y la socialdemocracia alemana se turnan celosamente en la dirección de la Transición española, con dos objetivos: impedir una revolución tras la muerte de Franco y aniquilar a la izquierda comunista. Este fino trabajo de construir un partido «de izquierdas», para impedir precisamente que la izquierda se haga con el poder en España, es obra de la CIA, en colaboración con la Internacional Socialista. El primer diseño de esta larga operación se remonta hasta la década de los sesenta, cuando el régimen empezaba ya a ceder, inevitablemente, bajo la presión de las luchas obreras y las reivindicaciones populares. El crecimiento espectacular del PCE y la desaparición de los sindicatos y partidos anteriores a la Guerra Civil, especialmente la UGT y el PSOE, hacen temer una supremacía comunista en la salida del franquismo. Los cerebros de la Transición comienzan a marcarse objetivos muy concretos.
En 1962, el PSOE y la UGT sólo cuentan con unos centenares de militantes en toda España, mientras que en el extranjero, un grupo de viejos socialistas, con Rodolfo Llopis al frente, intentan aparentar una presencia en escena que no va mucho más allá de la asistencia a «contubernios» como el de Munich. Convencidos de que este PSOE no logrará tener la suficiente implantación para competir con ventaja, frente a los comunistas españoles, al final del franquismo, los servicios de información norteamericanos y alemanes se ponen manos a la obra para construir un nuevo partido, más vistoso en lo externo y manejable en lo interno.