Authors: Alfredo Grimaldos
Durante el mandato de Reagan, el director de la CIA, William Casey, promueve, de forma sistemática, a todos los oficiales de la Agencia conocidos por ser partidarios de la «intervención». Es el caso de Leonard D. Therry. Nacido el 27 de junio de 1937, llega a Madrid en agosto de 1984, para sustituir a N. Richard Kinsman en la dirección de la estación de la CIA en Madrid. Su actividad como espía le ha llevado antes a Quito (Ecuador), donde permanece destinado desde 1969 hasta 1971, con la cobertura de «funcionario económico comercial» de la embajada. Después trabaja en Montevideo (Uruguay) y Tegucigalpa (Honduras). Y en 1978, ya como jefe de estación de operaciones, con la cobertura de «agregado» en la embajada norteamericana, llega a Madrid acompañado de su mujer, Bárbara, y se alojan en la habitación 512 del hotel Castellana.
Aterrizó en Uruguay cuando acababa de ser secuestrado y asesinado por los «tupamaros» su colega de la CIA Dan Mitrione. Therry participó de forma directa en el desarrollo de la operación de exterminio contra los integrantes de este movimiento guerrillero. Colaboró estrechamente con las fuerzas policiales y militares de un país que se ganó el sobrenombre de «cámara de tortura de América Latina», varios años antes de los golpes de Estado de Chile, en 1973, y Argentina, en 1976.
Los hombres de la CIA que intervinieron en aquellos acontecimientos son contemplados dentro de la propia organización como las «fuerzas de choque» de la casa. Una característica común en muchos de los agentes de la CÍA que son destinados a España es que antes de venir, se han curtido en países latinoamericanos marcados por el signo de las dictaduras militares.
Como suele ser habitual en esa época, la estación de la CIA en Madrid cuenta con una media de quince agentes que operan de modo permanente con cobertura diplomática. Bajo la dirección de Therry, se agrupan algunos de los que trabajaron con el anterior jefe, N. Richard Kinsman (expulsado a finales de 1984, como consecuencia de la Operación Gino), y los que se incorporaron a Madrid cuando él ya estaba destinado aquí. Al primer grupo pertenecen Dennis David Lamb, de cuarenta y ocho años; Hermán Wesley Odom, de cuarenta y siete; Richard Para y Norman M. Descoteaux, de cuarenta y nueve; John W. Mertz y Edward John Bash Jr., y Paul Graham Nyhus. De todos ellos, el último es quien tiene mayor responsabilidad. Ostenta la jefatura adjunta de la CIA en España. El controla materialmente la labor de cada uno de los demás. Todos los agentes tienen una larga experiencia en operaciones encubiertas. Sobre todo, cómo no, en países latinoamericanos. Descoteaux, por ejemplo, nacido el 15 de junio de 1936, ha estado destinado en Guayaquil, Buenos Aires y Kingston. Por su parte, Wesley Odom, nacido el 27 de febrero de 1944, ha pasado por Perú, Uruguay, Bolivia y Chile antes de llegar a España.
Cada uno de ellos está sometido a una fuerte presión por parte de su jefe inmediato. Deben constituir una red de agentes que les permita acumular información y, en su momento, influir en los sectores que sean de su interés. Cada operación que llevan a cabo se hace a través de un intermediario. Durante la etapa anterior al referéndum de la OTAN, los agentes de la CIA en Madrid tienen una misión primordial: el estudio minucioso de todo grupo que pueda suponer un riesgo para los intereses norteamericanos en España. Quieren, a toda costa, que España permanezca en la estructura de la OTAN. Ya en ese momento, la CIA también considera de vital importancia realizar un detallado análisis de las organizaciones islámicas en España.
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Además, a la ya vieja actitud de controlar cualquier elemento que pueda modificar la postura de España ante la OTAN, se une un nuevo factor: el proyecto Eureka, la iniciativa francesa para el desarrollo tecnológico europeo que el Gobierno de François Mitterrand ha lanzado como propuesta alternativa a la «Guerra de las Galaxias» patrocinada por Estados Unidos.
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Hasta ese momento, la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica desarrollada por los norteamericanos era el único proyecto de ese tipo en el que los intereses de las multinacionales de la electrónica tenían puestas sus apetencias en Europa. La actitud respondona de los franceses, ante la que España se mantiene entre dos aguas, supone una causa de preocupación para los planes económicos estadounidenses. Este asunto, junto al permanente sondeo y la vigilancia de los perfiles políticos y privados de los responsables de la política y la economía españolas, son los objetivos de las operaciones rutinarias a las que dedican sus esfuerzos los espías norteamericanos. Fuentes de la inteligencia española señalan que, en los últimos meses, coincidiendo con la expulsión de los dos «fotógrafos» de La Moncloa y, posteriormente, con la preocupación por aumentar la seguridad de las instalaciones norteamericanas, los agentes de la CIA se replegan aparentemente, reduciendo incluso sus contactos, antes mucho más frecuentes, abiertos y periódicos, con miembros de los servicios de inteligencia españoles.
Aunque la visita de Ronald Reagan, a principios de 1985, supone una relativa normalización en las relaciones entre los hombres de la CIA y sus colegas españoles, en los días inmediatamente posteriores al viaje del presidente norteamericano esa tendencia al repliegue de los agentes norteamericanos se vuelve a poner de manifiesto. Es la hora de los espías con cobertura profunda. Ni el propio jefe de estación conoce la identidad de cada uno de ellos, sólo parte de las informaciones que esos agentes han enviado a sus contactos y les llegan analizadas y ampliadas desde el cuartel general de Langley o desde la República Federal de Alemania, adonde previamente han sido remitidos.
Esa restricción de la actividad pública de los hombres de la CIA es la antesala de una reorganización interna de la estación en Madrid que tendrá lugar tras las incorporaciones de nuevos funcionarios-espías durante el verano de 1985. El referéndum de la OTAN se acerca.
Las fuerzas de la CIA en España están centralizadas en la séptima planta de la embajada de Estados Unidos en Madrid. Allí se encuentra la sede de la denominada estación de operaciones, que está formada por un número variable de hombres y mujeres de la Agencia que oscila entre quince y veinte personas. Éstos mantienen contacto con la base del consulado norteamericano en Barcelona y las bases encubiertas en las instalaciones militares estadounidenses en nuestro país.
Los agentes que actúan desde la embajada con cobertura diplomática constituyen el núcleo de élite encargado de coordinar y organizar los trabajos habituales de la Agencia en España. Los agentes norteamericanos de la CIA intentan no participar directamente en la mayoría de estas operaciones. Su técnica de actuación se basa, generalmente, en la utilización de intermediarios. Como punto de partida, no se consideran ni agentes ni espías: son funcionarios de carrera que desempeñan el papel de oficiales de operaciones. Intentan que los «agentes» sean los individuos contratados por la CIA en cada país.
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En 1985, fuentes de la inteligencia española continúan estimando que la CIA puede disponer en España de alrededor de mil quinientos agentes y colaboradores. Un antiguo oficial de los servicios de inteligencia españoles señala: «A pesar de lo que pueda parecer, los agentes "activos" son los menos numerosos. La auténtica cantera que la CIA cuida y mima, con atenciones que van desde pequeños obsequios, como regalos de empresa, a sumas periódicas ya establecidas, son los "durmientes", que desempeñan su actividad diaria sin mayor preocupación. Sólo ante una necesidad concreta responden, según el cauce que tengan establecido. Y lo hacen con el mayor tacto posible, diciendo a cada persona lo que espera oír, poniendo de manifiesto los puntos que benefician a ambas partes, borrando continuamente cualquier suspicacia que pueda hacer al agente encontrarse incómodo en el cumplimiento de su tarea». La estación de Madrid controla toda una red cualificada, bien situada en sectores periodísticos, profesionales, políticos o militares. Vernon Walters, según él mismo proclama públicamente, tuvo, durante más de veinte años, «excelentes contactos en el Ejército español».
Un elemento fundamental son los «agentes con cobertura profunda». Se instalan en su punto de interés y no mantienen contacto alguno con la estación de la CIA. Para preservar su seguridad, la Agencia envía, a la hora de mantener contactos con ellos, a funcionarios que trabajan en otros países, con billetes de ida y vuelta, y mantienen los intercambios o la recogida de información con la mayor discreción. Ni siquiera en la estación local se conoce la identidad de todos ellos. Son los más difíciles de descubrir. Dentro de este enorme complejo orgánico, los oficiales de operaciones son la élite cualificada. La mayor parte de ellos pertenece a la Dirección de Operaciones, una de las cuatro direcciones generales de la CIA, donde están centralizados los servicios clandestinos de acción y las operaciones encubiertas en todo el mundo. El jefe de operaciones en Madrid, como es el caso de Leonard D. Therry, está orgánicamente conectado con la rama de España de la organización, que pertenece a la División de Europa Occidental, integrada a su vez en la Jefatura de Divisiones de Área y conectada con la Jefatura de Acción Encubierta, todo ello englobado en la Dirección de Operaciones.
Las chapuzas de los norteamericanos en sus intentos de controlar al Gobierno continúan incluso después del referéndum de la OTAN. Esa obsesión de los responsables de la CIA por acumular incesantemente todo tipo de información y la absoluta impunidad que sienten les hace, a veces, actuar de forma disparatada, como principiantes. Algunos descalabros de los superagentes tienen cada vez más repercusión pública. A principios de 1988, el descubrimiento de un microemisor en el teléfono del director de Asuntos Consulares, Rafael Pastor Ridruejo, levanta una gran polémica sobre quién es el autor de las escuchas.
En un principio, las acusaciones tienen como objetivo a los servicios secretos españoles, el CESID. Pero miembros del Cuerpo Superior de Policía adscritos a este servicio descubren al verdadero autor del pinchazo: Kenneth Moskow, nada menos que el tercer secretario de la embajada de Estados Unidos en Madrid y destacado oficial de la CIA. La operación, coordinada desde la séptima planta de la embajada, se ha realizado con la colaboración de tres inspectores de policía, dos capitanes y un comandante, todos ellos españoles, «que seguían las instrucciones del señor Kenneth Moskow, oficial de la CIA destinado en la Estación de Madrid y con cobertura diplomática», según se señala en un informe confidencial de los servicios de inteligencia españoles. Francisco Fernández Ordóñez, entonces ministro de Asuntos Exteriores, comunica personalmente la expulsión de Moskow al nuevo embajador norteamericano, Reginald Bartholomew, en el transcurso de una cena en el palacio de Santa Cruz, a mediados de abril. Una semana después, el espía norteamericano abandona España con destino a Nueva York.
El oficial de operaciones de la CIA Kenneth Moskow, nacido en Boston en 1960, es un viejo conocido de los miembros de los servicios de inteligencia españoles. Se refieren a él con el apelativo de «El Niño», debido a su rostro barbilampiño. Moskow llega a Madrid en 1984 y comienza a desarrollar sus acciones clandestinas en España bajo las órdenes del texano Richard Para. Desde el principio, lleva un ritmo de vida insólitamente alto: suele vivir en las suites de los grandes hoteles madrileños, cambiando con frecuencia de residencia. Sin embargo, oficialmente se aloja en un chalet de la plaza de Aunós, en la colonia de El Viso, alquilado a nombre de la supuesta puertorriqueña Margarita Isabel Caballer Caballer. En realidad, un nombre pantalla de los muchos que se utilizan en las operaciones encubiertas.
Moskow tiene un papel fundamental en el seguimiento de la campaña anti OTAN para la CIA. Según un informe del Ministerio del Interior, el agente norteamericano dirige operaciones técnicas de controles telefónicos a embajadas extranjeras en España y a partidos políticos de izquierda (PCE, MC, PCPE, LCR...). Además, sigue de cerca las actividades de la Comisión anti OTAN y los actos que se celebraban en el Ateneo de Madrid y en el Club Internacional de Prensa. Su vida social es muy activa, le gusta ejercer de superagente, según los más repetidos tópicos cinematográficos, y resulta muy facil encontrarle en recepciones oficiales, a las que acude frecuentemente conduciendo un «discreto» Ford Mustang rojo. El mismo informe del Ministerio del Interior señala que en su red de agentes están incluidos «miembros del exilio cubano, directores de hoteles, empresas de detectives privados, propietarios de restaurantes y socios del INCI que trabajan en medios de comunicación y en instituciones públicas».
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Y además, varios inspectores y comisarios del Cuerpo Superior de Policía y algunos oficiales del Ejército. Su red se extiende a Barcelona, Marbella, Torremolinos, Málaga y Tarifa, lugares a los que viaja frecuentemente para coordinar las actividades de sus colaboradores. También, según el informe, «Moskow tiene estrechas relaciones con conocidos traficantes de armas que viven en la Costa del Sol y con otros personajes con antecedentes delictivos».
La expulsión de Kenneth Moskow es el resultado de las cada vez más tensas relaciones que mantienen los hombres de la estación de la CIA en Madrid con un minoritario sector de los servicios de inteligencia españoles. Sin embargo, la colonización continúa existiendo. En 1988, el máximo responsable del CESID, Emilio Alonso Manglano, durante una comparecencia en el Congreso de los Diputados, preguntado sobre las relaciones del espionaje español con la embajada norteamericana y la CIA, declara, evasivamente: «Se colabora buscando zonas de interés común». Y agrega que, sólo en 1987, «se han intercambiado diez mil documentos con otros países». La inmensa mayoría de ellos con Estados Unidos.
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Uno de los agentes norteamericanos que provoca más rifirrafes con sus colegas españoles, por su actitud prepotente y chulesca, es Richard Para, responsable de las operaciones encubiertas de la CIA en España a mediados de los ochenta y jefe directo del después expulsado Moskow. Oriundo de Texas y de origen hispano, durante su destino en España opera bajo la cobertura de «tercer secretario» de la embajada y dedica su atención preferente a los asuntos militares. Su actitud pública se contradice con las normas de actuación más elementales que debe guardar un agente con su posición. Un oficial de los servicios de información españoles le califica como «el clásico vaquero zafio, rnaleducado y prepotente». Los miembros de !a Brigada de Relaciones Informativas de la Policía española llegaron a elaborar una queja contra él que se le presentó, por conducto diplomático, al anterior embajador, Thomas Enders.