Authors: Alfredo Grimaldos
Pero lo que conecta al «profesor de idiomas» Rodríguez Gallego con el caso Kennedy es la existencia, desde 1961 hasta 1972, de un centro de vigilancia fotográfica situado enfrente del consulado de Cuba en México, cuya misión es «fichar» a todas las personas que entran en él. El director de ese centro fotográfico de la CIA es, por supuesto, Alberto Rodríguez Gallego. Cuando la Comisión Warren pide las fotos de Oswald entrando y saliendo del consulado, la CIA entrega las correspondientes a un hombre de gruesísimo cuello, completamente diferente a Oswald. Y se desata el escándalo. Nunca se llega a saber si aquello fue un error, un intento de ganar tiempo o una maniobra para sembrar confusión. Lo cierto es que jamás aparecieron las fotos de Oswald. Rodríguez Gallego, director de ese centro de vigilancia fotográfica de la CIA, deja México para recalar en Madrid, en 1972, en un despacho situado en el edificio Cuzco, en la calle de Sor Ángela de la Cruz. Él sabrá dónde fue a parar el retrato de Oswald.
José Luis Cortina, destacado miembro de los servicios de información españoles, es quien coordina y dirige los movimientos de los militares que intervienen en el golpe del 23-F. Pocos días antes de que Tejero asalte el Congreso de los Diputados, el comandante Cortina, integrante del CESID, visita a dos importantes ciudadanos extranjeros acreditados en Madrid como diplomáticos: el embajador norteamericano, Terence Todman, y el nuncio del Vaticano, monseñor Antonio Innocenti. El golpe de Estado cuenta con el visto bueno del Imperio y con la bendición papal.
El propio Tejero afirmará, durante el juicio seguido contra él y los demás militares golpistas, que Cortina le aseguró que la operación tenía el apoyo de los norteamericanos. Y Juan García Carrés, el único civil procesado por participar en la operación, ratifica, en sus memorias inéditas,
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el testimonio del teniente coronel de la Guardia Civil: «Tejero me comentó que se había entrevistado con el general Armada en casa de los padres de Cortina y que juntos ultimaron los detalles de la ocupación del Congreso. El comandante Cortina le dijo que había hecho gestiones de índole internacional, que Estados Unidos había dado su conformidad y que en España se aplicaría la doctrina Estrada, que es la de no inmiscuirse en las cuestiones internas de otros estados, que nuestra operación tenía la bendición del secretario de Estado norteamericano, Mr. Haig».
Poco después de los sucesos de febrero de 1981, el entonces comandante Juan Alberto Perote es destinado al CESID para sustituir, al frente de la AOME, al encarcelado José Luis Cortina. En su nuevo puesto descubre algunas pruebas que acreditan los encuentros de su antecesor con el embajador y el nuncio, a pesar de que, desde el primer momento, encuentra serias dificultades en «la casa» para investigar la trama del 23-F.
Una de las principales pistas borradas era un informe «Delta Sur» en el que se evaluaba la actitud de cada mando del CESID respecto a un cambio de régimen. Sin embargo, según pude averiguar por confidencias de mis nuevos subordinados, el material más importante eran unos edictos y decretos que debían difundirse cuando hubiese triunfado el golpe. Al parecer, éstos reservaban al hermano de Cortina el cargo de jefe de seguridad del Palacio de la Moncloa. Los textos en cuestión habían sido borrados de una máquina Composer, un prehistórico ordenador IBM que, poco antes del golpe, se adquirió por un millón de pesetas para facilitar y modernizar los trabajos del taller de documentación de la AOME. De haber recuperado a tiempo aquella memoria informática, habría podido elaborar una detallada radiografía de un iceberg golpista que nunca afloró.
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En el juicio por el 23-F, el comandante José Luis Cortina será absuelto por falta de pruebas, a pesar de que todos los implicados le sitúan en el centro de los acontecimientos. Un informe reservado, elaborado por el CESID en mayo de 1981, cita también sus entrevistas con los diplomáticos norteamericano e italiano: «Se conocen contactos del comandante Cortina con el nuncio de Su Santidad y con el embajador de Estados Unidos, Mr. Todman, en fechas previas al 23-F, según manifestó el capitán Gómez Iglesias». Este capitán era el responsable de los grupos operativos de la AOME y de una nueva unidad creada por Cortina para dar cobertura al golpe, denominada SEA (Sección Especial de Agentes). Durante la tarde del 23-F, Gómez Iglesias coordina con Antonio Tejero la llegada de los autobuses al Congreso. Será condenado a seis años por colaborar con los golpistas.
Otro antiguo miembro de los servicios de inteligencia españoles insiste en que los encuentros existieron: «El responsable de la antena de la CIA en Madrid, Estes, nos comentó que Cortina adelantó al embajador lo que iba a suceder en la tarde del 23-F, pero muchos de los documentos internos del CESID sobre estas investigaciones desaparecieron o fueron destruidos».
Gracias a algunos de sus nuevos subordinados, que antes han servido a las órdenes de Cortina, Perote descubre que éste había ordenado vigilar las reuniones conspirativas que se celebraron en distintos lugares de Madrid. Le aseguran que incluso se fotografió a todos los que participaron en dichos encuentros, pero ese material también ha desaparecido. Además, uno de sus agentes insiste en que, cuarenta y ocho horas antes del asalto al Congreso, Cortina mantuvo sendos encuentros con Todman y el nuncio. «El hombre que condujo a Cortina hasta ellos acabó convirtiéndose en uno de mis más estrechos colaboradores en el servicio», afirma Perote,
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que aún hoy sigue sin querer dar el nombre de su informador. Jesús Palacios, en su libro 23-F:
El golpe del CESID
, asegura que ese hombre es Antonio Navarro, un guardia civil conocido por el sobrenombre de «Bwana», debido a los años que pasó en Guinea. Había sido el conductor de confianza de Cortina y permaneció en el servicio como chófer de Perote.
En 1981, los informes de la situación real de las unidades militares españolas están en manos del jefe de la estación de la CIA en Madrid, el experto en golpes de Estado Ronald E. Estes. Muchos de los miembros de la División de Inteligencia del Cuartel General del Ejército son hombres cercanos a los servicios de información norteamericanos. A través de ellos, Estes conoce perfectamente el ambiente que se vive en las distintas unidades del Ejército. Su red tiene enlaces en los Estados Mayores de las distintas Armas, en la Junta de Jefes de Estado Mayor y en la Casa Militar del rey. Además de las secciones de infiltración en organizaciones sindicales, partidos políticos, grandes empresarios, CEOE, banca y embajadas.
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La CIA tiene información de primera mano. Ronald E. Estes, hombre de gran experiencia, se mueve por Madrid con absoluta libertad de maniobra. Mantiene contactos con personas clave de la Administración española y relaciones muy estrechas con algunos responsables del CESID. Además, el departamento de Contrainteligencia del Ejército es como su casa. Y paga el alquiler. Entre sus subordinados, cuenta con la estrecha colaboración de Albert Sasseville, experto en asuntos militares de la estación de la CIA en Madrid.
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Su única misión en España consiste en entrevistarse con altos mandos del Ejército español y expertos en temas de Defensa de los principales partidos, para convencerlos de lo idóneo que sería para el país la integración plena y urgente en la OTAN.
Lo más preocupante de todo es que la Agencia Central de Inteligencia tenía noticias, desde enero pasado, de que en España se preparaba «algo gordo» y que no informó de ello a las autoridades locales, tal vez porque la estación Madrid de la CIA no le dio mucha importancia al tema o porque pensaron que los servicios secretos españoles estaban al corriente de la situación en los cuarteles —publica ingenuamente
Cambio 16
, en un reportaje titulado «Reagan se lavó las manos»—:
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Las informaciones sobre el fallido golpe de Estado habrían llegado a conocimiento de la CIA a través de los militares norteamericanos que hay en España, plenamente introducidos en los ejércitos nacionales desde el Tratado de Cooperación y Amistad por el que se establecieron en España cuatro bases militares y otras instalaciones de carácter bélico para la defensa conjunta hispanonorteamericana.
Según el semanario, durante los días anteriores al golpe, estos militares estadounidenses informan del plan que se está gestando a los servicios de inteligencia de Estados Unidos en Madrid, que dan muestras de una gran actividad e imparten instrucciones para reforzar la vigilancia de las principales instalaciones militares norteamericanas en España. Incluso recomiendan a los hijos de algunos funcionarios estadounidenses radicados en Madrid que procuren no regresar a sus casas demasiado tarde durante los días anteriores al 23 de febrero y que no salgan de ellas en esa fecha. La embajada norte-americana en España tiene un conocimiento muy preciso de la ideología y de los anhelos golpistas de un importante sector de los militares españoles.
El hombre clave de la red tejida por la CIA en el Ejército es Ronald Edward Estes, acreditado en Madrid como primer secretario de la embajada norteamericana. Llega a España el 24 de julio de 1979 y tiene una larga experiencia en actividades encubiertas. Louis Wolf, redactor de la revista
Cover Action
, le sigue la pista desde hace tiempo. Según sus investigaciones, Estes ingresa en la Agencia en 1957, con veintiséis años, y durante los cinco siguientes forma parte de un amplio y complejo programa de entrenamiento especial. Un período inusualmente largo de instrucción, que sólo sigue un pequeño y muy selecto grupo de agentes. Su primer destino es Chipre. Llega a la capital de la isla, Nicosia, con una cobertura diplomática de muy baja categoría: «especialista en comunicaciones». Más tarde vuelve a Langley para continuar su adiestramiento. «Si se analiza la biografía de Estes, se ve claramente que, desde que llega a Chipre, en 1962, hasta que regresa a Langley, a mediados de 1964, asciende con mucha rapidez en el escalafón de la agencia», señala Wolf.
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«Eso sugiere que, especialmente durante ese período, se evalúa con atención el trabajo que realiza y sus jefes llegan a la conclusión de que tiene condiciones para asumir enseguida misiones de mayor responsabilidad. Pero no creo que durante su estancia en Chipre actuara de forma exclusiva en el campo de las comunicaciones; esa sería sólo una de sus tareas. Aunque, no cabe duda de que el conocimiento a fondo de los sistemas de comunicaciones le resultará muy útil, más adelante, cuando sea destinado a Madrid.»
En 1965 es enviado a Checoslovaquia, y allí actúa durante dos años, con la cobertura de agregado comercial y económico, realizando actividades de espionaje encaminadas a desestabilizar al régimen comunista de ese país, durante el período previo a la «Primavera de Praga». Después, regresa otra vez a Langley para recibir nuevos cursos de adiestramiento, y permanece en la sede central de la Agencia varios años. Obviamente, la dirección de la CIA tiene previsto destinarle a cumplir encargos que requieren una gran cualificación. A finales de la década de los sesenta ya ha encontrado nuevo destino: Líbano. Desde la estación de la CIA en Beirut potencia y financia a las milicias ultraderechistas de la Falange Libanesa, con el objetivo de debilitar y dividir al Movimiento de Liberación Palestino. Su misión en el Líbano es muy significativa, teniendo en cuenta los sucesos que se están produciendo en ese momento en Oriente Medio —la guerra del Yom Kippur—, donde las actividades militares y paramilitares de Israel, con el respaldo de Estados Unidos, aumentan drásticamente. La Falange que Estes financia y adiestra tendrá un trágico protagonismo varios años después, con las matanzas de Sabra y Chatila.
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Ya entonces, Estes es un funcionario de la CIA de elevado rango. Su cobertura en Beirut es la de «segundo secretario de la embajada norteamericana y experto en asuntos comerciales». A principios de 1974 aterriza en Grecia, donde enseguida se va a derrumbar la dictadura de los coroneles, instaurada tras el golpe de Estado de 1967. Obviamente, Estes ha sido instruido especialmente para actuar en el área del Mediterráneo. En esta ocasión, su cobertura es militar, no diplomática. Tiene cuarenta y tres años y ocupa el cargo de subjefe de estación en el escalafón de la CIA. Permanece en el país heleno durante dos años, organizando clandestinamente unidades paramilitares que son armadas, financiadas y controladas por la Agencia. El 23 de noviembre de 1975, un comando de la Organización Revolucionaria 17 de Noviembre asesina al jefe directo de Estes, Richard Welch, máximo responsable de la CIA en Atenas.
La eficacia acreditada por Estes durante sus destinos en Praga, Beirut y Atenas le catapulta hacia una nueva zona de operaciones, España. En esta ocasión, ya como jefe de estación. Sustituye en Madrid a Néstor Sánchez, otro experto en complots, que ha hecho su rodaje en Latinoamérica antes de llegar a la séptima planta de la embajada de la calle de Serrano. En la sede central de Langley se considera a Estes uno de los mejores hombres de la Agencia, con más preparación que Sánchez para dirigir operaciones encubiertas «delicadas», y en Madrid se necesita a un «agente punta», un experto en golpes de Estado. Ronald Edward Estes es un peso pesado de la CIA.
Dentro de la estructura operativa de la Agencia, la figura del jefe de estación (chief of station, o COS) resulta clave. Casi siempre, el funcionario que ocupa este puesto se instala en los locales de la embajada norteamericana. Desde allí, intenta ir ampliando la infraestructura del espionaje norteamericano en el país donde actúa y sacar el mayor rendimiento de ella. La infiltración de la CIA en el seno de los partidos políticos, las asociaciones ciudadanas, los grupos estudiantiles, sindicatos, medios de comunicación, fuerzas armadas y distintos organismos gubernamentales puede describirse como una vasta tela de araña en cuyo centro se encuentra el jefe de estación. El COS forma parte del country team (equipo del país), dirigido nominalmente por el embajador y formado por los principales funcionarios del Servicio Exterior de la embajada asignados al país en cuestión. Su misión consiste en desarrollar y aplicar, «de forma concreta», las directrices «vagas» dadas por Washington. Al COS le corresponde la vertiente clandestina de esas directrices.