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Authors: China Miéville

Tags: #Fantástico, #Policíaco

La ciudad y la ciudad (42 page)

BOOK: La ciudad y la ciudad
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—Pero se dio cuenta de que la habían mentido. Que no estaba reparando ninguna injusticia del pasado ni descubriendo ninguna verdad oculta. Que la habíais convertido en una ladrona. Enviaste a Yorjavic para librarte de ella. Eso es un crimen ulqomano, así que aunque te podamos relacionar con él, no hay nada que yo pueda hacer. Pero ahí no termina todo. Cuando supiste que Yolanda se había escondido, pensaste que Mahalia le había contado algo. No te podías permitir el riesgo de que hablara.

»Fuiste astuto al hacer que Yorj la disparara desde su lado del control, para quitarse a la Brecha de encima. Pero eso convierte su disparo, y la orden que le diste, en besźelí. Y eso te convierte en mío.

»Ministro Mikhel Buric, por la autoridad que me han concedido el Gobierno y las cortes de la comunidad de Besźel, te arresto por cómplice del asesinato de Yolanda Rodríguez. Tienes que acompañarme.

Pasaron varios segundos de sorprendido silencio. Me adelanté despacio, dejé atrás a Ashil, y avancé hacia Mikhel Buric.

Los Ciudadanos Auténticos no nos tenían mucho más respeto a nosotros, la que para ellos era la débil policía local, que al resto de masas aborregadas de Besźel. Pero aquellos habían sido unos cargos bastante horribles, en nombre de la ciudad, que no encajaban con la política a la que estaban suscritos, o las justificaciones que pudieran haberles dado a esos crímenes, si es que sabían cuáles eran. Los dos hombres se intercambiaron una indecisa mirada.

Ashil avanzó. Yo dejé escapar una bocanada de aire. «Me cago en la leche», dijo Buric. De su bolsillo sacó su propia pequeña pistola, la levantó y me apuntó con ella. Yo dejé escapar un «oh», u algo parecido al trastabillar hacia atrás. Oí un disparo, pero no sonó como esperaba. No como una explosión; fue una exhalación, una ráfaga. Recuerdo pensar eso y sorprenderme de que me fijara en algo así al morir.

Buric saltó hacia atrás enseguida como un espantapájaros, las extremidades descoordinadas y un rubor en el pecho. No me habían disparado a mí, le habían disparado a él. Dejó caer la pistola de su mano como si la hubiera arrojado a propósito. El disparo que había oído venía del arma con silenciador de Ashil. Buric cayó al suelo con el pecho lleno de sangre.

Ahora, sí, ese sí que era el ruido de un disparo. Dos, muy seguidos, un tercero. Ashil cayó al suelo. Los ciudadanos auténticos le habían disparado.

—¡Alto! ¡Alto! —grité—. ¡Detened el fuego, joder! —Me arrastré de lado como un cangrejo hasta él. Ashil yacía desmadejado sobre el cemento, sangraba. Gruñía de dolor.

—¡Vosotros dos estáis bajo arresto! —grité. Los hombres se quedaron mirándose el uno al otro, después a mí, después al cuerpo inmóvil de Buric. De repente, el trabajo de escolta se les había vuelto violento y desconcertante del todo. Se podía leer en su mirada que empezaban a darse cuenta de la magnitud de la red que estaba a punto de atraparlos. Uno le masculló algo a su compañero y los dos retrocedieron, corrieron hacia el hueco del ascensor.

—¡Quedaos donde estáis! —grité, pero me ignoraron cuando me arrodillé junto al jadeante Ashil. Croft seguía aún de pie e inmóvil junto al helicóptero—. Ni se os ocurra moveros —dije, pero los ciudadanos auténticos abrieron la puerta y se escabulleron de nuevo en Besźel.

—Estoy bien, estoy bien —resolló Ashil. Lo palpé para ver dónde tenía las heridas. Debajo de la ropa llevaba algún tipo de protección. Había detenido la bala que debería de haberlo matado, pero le habían dado también debajo del hombro, que le sangraba y le dolía—. Tú —logró gritar al hombre de Sear and Core—. Quédate. Puede que estés protegido en Besźel, pero no estás en Besźel si yo digo que no lo estás. La Brecha es donde estás.

Croft se inclinó hacia la cabina y le dijo algo al piloto, que asintió con la cabeza y aceleró el rotor.

—¿Has acabado? —dijo Croft.

—Salga. Ese vehículo no puede despegar. —Incluso a pesar de tener los dientes apretados por el dolor y de haberse quedado sin la pistola, Ashil dejó clara su exigencia.

—No soy ni besźelí ni ulqomano —dijo Croft. Habló en inglés, aunque nos entendía perfectamente—. Ni me interesan, ni me asustan. Me marcho. «Brecha». —Meneó la cabeza—. Qué panda de monstruos de feria. ¿Creéis que le importáis a alguien que no sea de estas ridículas ciudades? Puede que ellos os financien y hagan lo que decís, sin preguntar, puede que necesiten teneros miedo, pero nadie más os lo tiene. —Se sentó junto al piloto y se puso el cinturón—. No es que crea que podáis, pero os sugiero encarecidamente que ni tú ni tus colegas intentéis detener este vehículo. «No puede despegar». ¿Qué crees que pasaría si provocaras a mi gobierno? Ya da bastante risa pensar que Besźel o Ul Qoma entren en guerra con un país de verdad. Vosotros ni os cuento, Brecha.

Cerró la puerta. Durante un tiempo no intentamos levantarnos, Ashil y yo. Él yacía allí tendido, yo estaba arrodillado a su espalda, mientras el helicóptero tronaba cada vez más fuerte y al final pareció dilatarse y rebotar hacia arriba como si colgara de una cuerda, y levantó una corriente de aire que cayó sobre nosotros desgarrando nuestra ropa de todas las formas posibles y zarandeando el cadáver de Buric. Se alejó entre las torres bajas de las dos ciudades, en el espacio aéreo de Besźel y de Ul Qoma y se convirtió en el único objeto visible en el cielo.

Lo vi marcharse. Una invasión de la Brecha. Paracaidistas que aterrizaban en cualquiera de las ciudades y asaltaban los despachos secretos de los edificios impugnados. Para atacar a la Brecha un invasor tendría que hacer él mismo una brecha en Besźel o en Ul Qoma.

—Un avatar herido —dijo Ashil en su radio. Dio nuestra localización—. Asistencia.

—Vamos de camino —contestaron a través de la máquina.

Sentado aún, apoyó la espalda contra la pared. El cielo empezaba a iluminarse ligeramente por el este. Aún se oían ruidos de violencia abajo, pero eran ya más esporádicos e iban atenuándose. Llegaba el aullido de más sirenas, besźelíes y ulqomanas, mientras la
policzai
y la
militsya
reclamaban de nuevo las calles, y la Brecha se retiraba donde podía. Habría un día más de aislamiento para limpiar las últimas ratoneras de unionistas, para volver a la normalidad, para encarrilar a los refugiados de vuelta a los campamentos, pero ya habíamos dejado atrás la peor parte. Vi las primeras luces del alba entre las nubes. Registré el cadáver de Buric, pero no llevaba nada encima.

Ashil dijo algo. Su voz era débil y le tuve que pedir que me lo repitiera.

—Aún no puedo creérmelo —dijo—. Que fuera capaz de hacer todo esto.

—¿Quién?

—Buric. Cualquiera de ellos.

Me recliné contra la chimenea y lo miré. Miré hacia el sol que se alzaba en el cielo.

—No —dije al fin—. Ella era demasiado lista. Joven, pero…

—… Sí. Al final lo averiguó, pero resulta difícil de imaginar que Buric consiguiera engañarla en un principio.

—Y la forma en la que lo hizo —apunté, despacio—. Si hubiese mandado matar a alguien no habríamos encontrado el cuerpo. —Buric era más que competente para muchas cosas, pero no tanto como para hacer que la historia resultara creíble. Me quedé ahí quieto, bajo la luz cada vez más intensa de la mañana, mientras esperábamos a que llegara la ayuda—. Ella era una especialista —dije—. Sabía de historia. Buric era listo, pero de eso no sabía nada.

—¿Qué estás pensando, Tye? —Se escucharon ruidos provenientes de una de las puertas que se abrían en el techo. Se abrió con un fuerte golpe y regurgitó a alguien que identifiqué vagamente como de la Brecha. La mujer se acercó hasta nosotros mientras hablaba por radio.

—¿Cómo sabían dónde iba a estar Yolanda?

—Escucharon tus planes —comentó Ashil—. Porque escuchó a tu amiga Corwi hablar por teléfono… —Aventuró una teoría.

—¿Por qué dispararon a Bowden? —pregunté. Ashil me miró—. En la Cámara Conjuntiva. Creímos que era Orciny, que iba a por él, porque él había descubierto la verdad sin darse cuenta. Pero no fue Orciny. Fueron… —Miré al cadáver de Buric—. Sus órdenes. ¿Por qué entonces iba a ir a por Bowden?

Ashil asintió. Habló despacio.

—Creyeron que Mahalia le había contado a Yolanda lo que sabía, pero…

—¿Ashil? —gritó la mujer que se acercaba, y el herido asintió. Incluso se puso de pie, pero se volvió a sentar de nuevo enseguida, dejándose caer de golpe.

—Ashil —le confirmé yo.

—Estoy bien, estoy bien —dijo él—. No es más que… —Cerró los ojos. La mujer se acercó a él más deprisa. Ashil volvió a abrir los ojos de repente y me miró—. Bowden no ha dejado de repetirte desde el principio que Orciny no existe.

—Verdad.

—Vamos —dijo la mujer—. Te sacaré de aquí.

—¿Qué vas a hacer? —pregunté.

—Vamos, Ashil —le apremió la mujer—. Estás débil…

—Sí que lo estoy. —Se interrumpió a sí mismo—. Pero… —Tosió. Me miró a mí y yo a él.

—Tenemos que sacarlo de aquí —dijo—. La Brecha va a tener que…

Pero la Brecha seguía ocupada en el desenlace de aquella noche y no había tiempo para convencer a nadie.

—Un momento —le dijo a la mujer. Sacó la insignia de su bolsillo y me la dio, junto con sus llaves—. Yo lo autorizo —dijo. La mujer levantó una ceja, pero no discutió—. Creo que mi arma cayó por allí. El resto de la Brecha aún está…

—Dame tu teléfono. ¿Qué número tiene? Ahora vete. Sácalo de aquí. Ashil, yo lo haré.

28

La mujer de la Brecha que acompañaba a Ashil no me pidió ayuda. Me echó de allí con un gesto.

Encontré su arma. Pesaba, el silenciador tenía un aspecto casi orgánico, como si algo flemoso cubriera la boca de la pistola. Me llevó demasiado tiempo encontrar el seguro. No me arriesgué a intentar liberar el cargador para comprobarlo. Me la metí en el bolsillo y me marché por las escaleras.

Mientras bajaba iba viendo los números de teléfono de la lista de contactos: eran una cadena de letras sin sentido. Marqué a mano el número que necesitaba. Por una corazonada, no marqué ningún prefijo internacional, y acerté: establecí la conexión. Cuando llegué al vestíbulo empezaba a sonar. Los vigilantes me miraron indecisos, pero les enseñé la insignia de la Brecha y retrocedieron.

—¿Qué…? ¿Quién es?

—Dhatt, soy yo.

—Santa Luz, ¿Borlú? ¿Qué…? ¿Dónde estás? ¿Dónde has estado? ¿Qué ocurre?

—Dhatt, cállate y escucha. Ya sé que ni siquiera ha amanecido del todo, pero necesito que te despiertes y que me ayudes. Escucha.

—Por la Luz, Borlú, ¿te crees que estaba durmiendo? Pensábamos que estabas con la Brecha… ¿Dónde estás? ¿Sabes lo que está pasando?

—Estoy con la Brecha. Escucha. Todavía no has vuelto al trabajo, ¿verdad?

—Joder, no, todavía estoy jodido…

—Necesito que me ayudes. ¿Dónde está Bowden? Vosotros os lo llevasteis para interrogarlo, ¿verdad?

—¿A Bowden? Sí, pero no lo retuvimos. ¿Por?

—¿Dónde está?

—Santa Luz, Borlú. —Oí que se ponía de pie, tratando de recomponerse—. En su apartamento. No te preocupes, lo están vigilando.

—Pues diles que entren. Que lo retengan. Hasta que yo llegue. Solo hazlo, por favor. Diles que vayan ahora. Gracias. Llámame cuando lo tengas.

—Espera, espera. ¿Qué número es este? No me sale en el teléfono.

Se lo di. En la plaza, contemplé cómo se iba iluminando el cielo y el vuelo en círculos de los pájaros que aleteaban sobre ambas ciudades. Caminaba nervioso, uno de los pocos, aunque no el único, que había allí a esas horas. Contemplé a los demás que pasaron cerca de ahí, con disimulo. Los miré mientras intentaban volver a su ciudad (Besźel, Ul Qoma, Besźel, la que fuera), lejos de la masiva Brecha que se retiraba como la marea.

—Borlú. Se ha ido.

—¿Cómo que se ha ido?

—Había un destacamento en su piso, ¿no? Como protección, por si alguien intentaba dispararle. Bueno, pues cuando las cosas se empezaron a poner feas por la noche estaban todos arrimando el hombro y les pusieron a hacer otra cosa. No me sé los detalles, pero no hubo nadie allí durante un tiempo. Los envié de vuelta, las cosas se estaban calmando de nuevo, la
militsya
y los vuestros están intentando recomponer las fronteras, pero las calles son todavía un puto horror. Bueno, pues los he enviado allí y han llamado a la puerta. No está allí.

—Hijo de puta.

—Tyad, ¿qué coño está pasando?

—Voy para allá. ¿Puedes hacer un…? No sé cómo se dice en ilitano. Ponerlo en busca y captura. —Se lo dije en inglés, copiando las películas.

—Claro, lo llamamos «poner el halo». Lo haré, pero, joder, Tyad, ya has visto el caos de esta noche. ¿Crees que alguien va a ver a Bowden?

—Tenemos que intentarlo. Está intentando escapar.

—Bueno, no pasa nada, entonces lo tiene jodido, porque todas las fronteras están cerradas, así que aparezca donde aparezca lo detendrán. Incluso si pasa primero a Besźel, los tuyos no van a ser tan incompetentes como para dejarlo escapar.

—Vale, pero aun así, ¿podéis enviar un halo?

—Poner, no enviar. Vale. Pero no vamos a encontrarlo.

Ahora había más vehículos en la carretera, en ambas ciudades, conduciendo a toda velocidad hacia los lugares donde continuaba la crisis, algunos coches civiles que obedecían ostentosamente las normas de tráfico de su ciudad, conduciendo con inusitada legalidad, al igual que lo hacían los escasos peatones. Tenían que tener buenos motivos, y defendibles, para estar ahí fuera. La asiduidad de su continuo ver y desver resultaba manifiesta. El entramado era resistente.

El frío del alba. Con la llave maestra de Ashil, aunque sin su aplomo, estaba entrando en un coche ulqomano cuando Dhatt me volvió a llamar. Su voz sonaba muy distinta. Revelaba (no había otra forma de interpretarlo) algún tipo de asombro.

—Me equivoqué. Lo hemos encontrado.

—¿Qué? ¿Dónde?

—En la Cámara Conjuntiva. La única
militsya
que no estaba destinada en las calles era la de fronteras. Reconocieron las fotos. Llevaba horas allí, según me han dicho, tuvo que haber ido allí cuando empezó todo el jaleo. Antes estaba dentro del edificio, con todos los que quedaron allí atrapados cuando lo cerraron. Pero escucha…

—¿Qué está haciendo?

—Esperando, sin más.

—¿Lo han cogido?

—Tyad, escucha. No pueden. Hay un problema.

—¿Qué está pasando?

—Es que… No creen que esté en Ul Qoma.

—¿Ha cruzado la frontera? Entonces tenemos que hablar con la patrulla fronteriza de Besźel para…

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