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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (18 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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Los hobbits esperaron ansiosamente a que el granjero continuara hablando.

—Bien —dijo el granjero, paladeando la lentitud con que llegaba el asunto—. Vino cabalgando en un caballo negro y enorme, cruzó el portón que estaba abierto y llegó hasta mi puerta. Todo negro, él también y envuelto en una capa y encapuchado como si no quisiera que lo reconociesen. Pensé para mis adentros: " ¿Qué querrá en la Comarca?" No vemos mucha gente grande de este lado de la frontera y de todos modos nunca oí hablar de algo parecido a este individuo negro.

"Buen día", le dije acercándome. "Este sendero no lleva a ninguna parte y vaya a donde vaya lo más corto será que vuelva en seguida al camino." No me gustaba su aspecto y cuando Garra acudió, lo husmeó y soltó un aullido como si lo hubiesen atravesado con una aguja. Se escapó con la cola entre las patas, lloriqueando. El sujeto negro no se inmutó.

""Vengo de más allá", dijo lentamente, muy tieso, señalando hacia el oeste, sobre mis campos. "¿Ha visto a Bolsón?", me preguntó con una voz rara, inclinándose hacia mí. No pude verle la cara, oculta bajo el capuchón y sentí que una especie de escalofrío me corría por la espalda. Pero no entendía cómo había atravesado mis tierras con tanta audacia, a caballo.

""¡Váyase!", le ordené. "No hay aquí ningún Bolsón. Se ha equivocado de sitio. Es mejor que vuelva a Hobbiton, pero esta vez por la calzada."

""Bolsón ha partido", murmuró. "Viene hacia aquí y no está lejos. Deseo encontrarlo. Si pasa, ¿me lo dirá? Volveré con oro."

""No, no volverá aquí", repliqué. "Volverá al lugar que le corresponde y rápido. Le doy un minuto antes que llame a todos mis perros."

"El hombre lanzó una especie de silbido. Quizás era una risa, o no. Luego me echó encima el caballo y salté a un lado justo a tiempo. Llamé a los perros, pero se volvió rápidamente y desapareció por el portón tomando el sendero hacia la calzada, como un relámpago.

"¿Qué piensan de todo esto? —concluyó el granjero.

Frodo se quedó mirando las llamas un rato; no pensaba en otra cosa que en cómo diablos llegaría a Balsadera.

—No sé qué pensar —dijo al fin.

—Entonces yo mismo voy a decírselo —continuó Maggot—. No tendría que haberse mezclado con la gente de Hobbiton, señor Frodo. Son gente rara allá. —Sam se revolvió en su silla y echó al granjero una mirada hostil. — Pero usted siempre ha sido un cabeza dura. Cuando supe que había dejado a los Brandigamo yéndose a vivir con el viejo señor Bilbo, dije que usted las pasaría mal. Oiga bien lo que le digo: todo esto viene de la rara conducta del señor Bilbo. Dicen que obtuvo su dinero de modo extraño, en lugares distantes. Quizás alguien desee saber qué ocurrió con el oro y las joyas que enterró en la colina de Hobbiton, según he oído.

Frodo no respondió; la perspicacia de las hipótesis del granjero era desconcertante.

—Bien, señor Frodo, me alegro de que haya tenido el buen tino de volver a Los Gamos —continuó Maggot—. Mi consejo es: ¡quédese ahí! Y no se mezcle con gente de otros lados. Se hará de amigos en estos lugares. Si algunos de esos sujetos negros vuelve a buscarlo, se las verá conmigo. Diré que usted ha muerto, o que ha abandonado la Comarca, o lo que usted quiera. Lo que será bastante cierto, pues lo más probable es que deseen saber del señor Bilbo y no de usted.

—Quizás esté en lo cierto —dijo Frodo, evitando los ojos del granjero y mirando las llamas.

Maggot lo observó pensativamente.

—Veo que tiene usted sus propias ideas —dijo—. Es claro como el agua que ni usted ni el jinete vinieron en la misma tarde por casualidad y quizá mis noticias no son muy nuevas para usted, después de todo. No le pido que me diga algo que quiera guardar en secreto, pero me doy cuenta de que está preocupado. Tal vez piensa que no le será muy fácil llegar a Balsadera sin que le pongan las manos encima.

—Así es —dijo Frodo—, pero tenemos que intentarlo y no lo conseguiremos si nos quedamos aquí sentados pensando en el asunto. Así pues, temo que debamos partir. ¡Muchas gracias por su amabilidad! Usted y sus perros me han aterrorizado durante casi treinta años, granjero Maggot, aunque se ría al oírlo. Lástima, pues he perdido un buen amigo y ahora lamento tener que partir tan pronto. Quizá vuelva un día, si me acompaña la suerte.

—Será bien recibido —dijo Maggot—. Pero tengo una idea. Ya está anocheciendo y cenaremos de un momento a otro, pues por lo general nos vamos a acostar poco después que el sol. Si usted y el señor Peregrin y todos quisiesen quedarse a tomar un bocado con nosotros, nos sentiríamos muy complacidos.

—¡Nosotros también! —dijo Frodo—. Pero tenemos que partir en seguida.

—¡Ah!, pero un minuto. Iba a decir que después de cenar sacaré una pequeña carreta y los llevaré a todos a Balsadera. Les evitaré una larga caminata y quizá también otras dificultades.

Frodo aceptó agradecido la invitación, para alivio de Pippin y Sam. El sol se había escondido ya tras las colinas del oeste y la luz declinaba. Aparecieron dos de los hijos de Maggot y las tres hijas y sirvieron una cena generosa en la mesa grande. La cocina fue iluminada con velas y reavivaron el fuego. La señora Maggot iba y venía. En seguida entraron uno o dos hobbits del personal de la granja; poco después eran catorce a la mesa. Había cerveza en abundancia y una fuente de setas y tocino, además de otras muchas suculentas viandas caseras. Los perros estaban sentados junto al fuego, royendo cortezas y triturando huesos.

Terminada la cena, el granjero y sus hijos llevaron fuera un farol y prepararon la carreta. Cuando salieron los invitados, ya había oscurecido. Cargaron bultos en la carreta y subieron. El granjero se sentó en el banco del conductor y azuzó con el látigo a los dos vigorosos poneys. La señora Maggot lo miraba de pie desde la puerta iluminada.

—¡Ten cuidado, Maggot! —exclamó—. ¡No discutas con extraños y vuelve aquí directamente!

—Eso haré —dijo Maggot, cruzando el portón.

La noche era apacible, silenciosa y fresca. Partieron sin luces, lentamente. Luego de una o dos millas llegaron al extremo del camino, cruzaron una fosa profunda y subieron una pequeña cuesta hasta la calzada.

Maggot descendió y miró a ambos lados, norte y sur, pero no se veía nada en la oscuridad y no se oía ningún sonido en el aire quieto. Unas delgadas columnas de niebla flotaban sobre las zanjas y se arrastraban por los campos.

—La niebla será espesa —dijo Maggot—, pero no encenderé mis faroles hasta dejarlos a ustedes. Oiremos cualquier cosa en el camino, antes de tropezamos con ella esta noche.

 

Balsadera distaba unas cinco millas de la casa de Maggot. Los hobbits se arroparon de pies a cabeza, pero con los oídos atentos a cualquier sonido que se elevase sobre el crujido de las ruedas y el espaciado
clop-clop
de los poneys. El carro le parecía a Frodo más lento que un caracol. junto a él, Pippin cabeceaba soñoliento, pero Sam clavaba los ojos en la niebla que se alzaba delante.

Por fin llegaron a la entrada de Balsadera, señalada por dos postes blancos que asomaron de pronto a la derecha del camino. El granjero Maggot sujetó los poneys y el carro se detuvo. Estaban comenzando a descargar cuando oyeron lo que tanto temían: unos cascos en el camino allá más adelante. El sonido venía hacia ellos.

Maggot bajó de un salto y sostuvo firmemente la cabeza de los poneys, escudriñando la oscuridad.
Clip-clop, clip-clop
; el jinete se acercaba. El golpe de los cascos resonaba en el aire callado y neblinoso.

—Es mejor que se oculte, señor Frodo —dijo Sam ansiosamente—. Usted acuéstese en la cama y cúbrase con la manta. ¡Nosotros nos ocuparemos del jinete!

Bajó y se unió al granjero. Los Jinetes Negros tendrían que pasar por encima de él para acercarse a la carreta.
Clip-clop, clip-clop.

El jinete estaba casi sobre ellos.

—¡Eh, ahí! —llamó el granjero Maggot.

El ruido de cascos se detuvo. Creyeron vislumbrar entre la bruma una sombra oscura y embozada, uno o dos metros más adelante.

—¡Cuidado! — dijo el granjero arrojándole las riendas a Sam y adelantándose—. ¡No dé ni un paso más! ¿Qué busca y a dónde va?

—Busco al señor Bolsón, ¿lo ha visto? —dijo una voz apagada: la voz de Merry Brandigamo. Se encendió una linterna y la luz cayó sobre la cara asombrada del granjero.

—¡Señor Merry! —gritó.

—¡Sí, por supuesto! ¿Quién creía que era? —exclamó Merry acercándose.

Cuando Merry salió de la bruma y los temores de los otros se apaciguaron, pareció que la figura se le empequeñecía hasta tener la talla común de un hobbit. Iba montado en un poney y una bufanda que le envolvía el cuello hasta la barbilla le protegía de la niebla.

Frodo saltó de la carreta para saludarlo.

—¡Así que aquí estás por fin! — dijo Merry —. Comenzaba a preguntarme si aparecerías hoy y ya me iba a cenar. Cuando se levantó la niebla fui a Cepeda a ver si habías caído en un pantano. Maldito si sé por dónde has venido. ¿Dónde los encontró, señor Maggot? ¿En la laguna de los patos?

—No. Los descubrí merodeando —dijo el granjero—, y casi les suelto los perros, pero sin duda ellos le contarán toda la historia. Ahora, si me permiten, señor Merry, señor Frodo y todos, lo mejor es que vuelva a casa. La señora Maggot estará preocupada, con esta cerrazón.

Hizo retroceder la carreta y dio media vuelta.

—Buenas noches a todos —dijo —. Ha sido un extraño día, sin ninguna duda. Pero todo está bien cuando termina bien. Aunque quizá nosotros no podamos decirlo hasta que cada uno llegue a su casa. No negaré que me sentiré feliz entonces.

Encendió los faroles y se levantó. De pronto sacó de debajo del asiento una canasta grande.

—Casi lo olvidaba —dijo—. La señora Maggot lo preparó para el señor Bolsón, con sus recuerdos.

Tendió la canasta y se alejó, seguido por un coro de gracias y buenas noches.

Los hobbits se quedaron mirando los pálidos halos de luz de los faroles, que se perdían en la noche brumosa. De repente, Frodo se echó a reír; de la canasta cubierta que tenía en las manos subía un olor a hongos.

5

Conspiración desenmascarada

—Lo mejor que podemos hacer es irnos también a casa —dijo Merry—. Hay algo raro en todo esto, me doy cuenta, pero habrá que esperar a que lleguemos.

Doblaron por el sendero de Balsadera, que era recto y bien cuidado, bordeado con grandes piedras blanqueadas a la cal. Unos cien metros más allá desembocaba en la orilla del río, donde había un ancho embarcadero de madera. Una balsa grande estaba amarrada a un lado. Los bolardos blancos brillaban a la luz de dos linternas instaladas sobre unos postes. Detrás, la bruma de los llanos se alzaba por encima de los matorrales; pero delante el agua era oscura y unas espirales como de vapor flotaban entre las cañas de la orilla. Parecía haber menos niebla del otro lado.

Merry llevó al poney a la balsa por una pasarela y los otros fueron detrás. Luego impulsó lentamente la balsa con un largo bichero. El Brandivino fluía ante ellos lento y ancho. Del otro lado la orilla era escarpada y un camino tortuoso ascendía desde el embarcadero. Allí unas linternas parpadeaban. Detrás, asomaba la colina de Los Gamos y en la falda de la colina, entre jirones de niebla, brillaban muchas ventanas redondas, rojas y amarillas. Eran las ventanas de Casa Brandi, antiguo hogar de los Brandigamo.

Mucho tiempo atrás, Gorhendad Gamoviejo, cabeza de familia de los Gamoviejo, uno de los más viejos en Marjala o en la Comarca, había cruzado el río, límite original de las tierras orientales. Edificó (y excavó) Casa Brandi, tomó el nombre de Brandigamo y se estableció allí hasta llegar a ser el señor de lo que podía llamarse un pequeño país independiente. La familia Brandigamo aumentó y aumentó y luego de la muerte de Gorhendad continuó creciendo, hasta que Casa Brandi ocupó todo el pie de la colina y tuvo tres amplias puertas principales, muchas laterales y cerca de cien ventanas. Los Brandigamo y las numerosas gentes que dependían de ellos comenzaron a excavar y más tarde a construir alrededor. Este fue el origen de Los Gamos, una faja de tierra densamente poblada, entre el río y el Bosque Viejo, una especie de colonia de la Comarca. La villa principal era Gamoburgo, que se apretaba en los terraplenes y lomas detrás de Casa Brandi.

La gente de Marjala era amiga de la de Los Gamos, y los granjeros entre Cepeda y junquera aún reconocían la autoridad del Señor de la Casa (como llamaban al jefe de familia de los Brandigamo), pero la mayoría de los habitantes de la vieja Comarca consideraba a la gente de Los Gamos como singular y algo extranjera, por así decirlo, aunque en realidad no se diferenciaba mucho de los hobbits de las Cuatro Cuadernas. Excepto en un punto: eran muy aficionados a los botes y algunos de ellos hasta sabían nadar.

El lado este de aquellas tierras no tenía en un principio ninguna defensa, pero los Brandigamo levantaron allí una empalizada que llamaron Cerca Alta. Había sido plantada muchas generaciones atrás y ahora era elevada y tupida pues la cuidaban constantemente. Corría a lo largo de la orilla desde el Puente del Brandivino siguiendo una amplia curva hasta el Fin de la Cerca (donde el Tornasauce salía de la floresta y se unía al Brandivino): unas veinte millas de extremo a extremo. Por supuesto, la protección no era completa, pues la floresta crecía junto a la cerca en muchos sitios. La gente de Los Gamos cerraba las puertas con llave al oscurecer y esto tampoco se acostumbraba en la Comarca.

 

La balsa se movía lentamente en el agua. La ribera de Los Gamos iba acercándose. Sam era el único que aún no había cruzado el río. Miraba las aguas lentas y gorgoteantes y tuvo una curiosa impresión: su vida anterior quedaba atrás entre las nieblas; delante lo esperaban oscuras aventuras. Se rascó la cabeza y durante un momento deseó que el señor Frodo hubiera continuado viviendo apaciblemente en Bolsón Cerrado.

Los cuatro hobbits dejaron la balsa. Merry estaba amarrándola y Pippin guiaba el poney sendero arriba, cuando Sam (quien había mirado atrás, como despidiéndose de la Comarca) dijo en un ronco murmullo:

—¡Mire atrás, señor Frodo! ¿No ve algo?

En el otro atracadero, bajo lámparas distantes, alcanzaron a vislumbrar apenas una figura; parecía un bulto negro abandonado allí. Pero mientras miraban les pareció que se movía de un lado a otro, como escudriñando el suelo. Luego se arrastró, o retrocedió agachándose, de vuelta a la oscuridad, más allá de las lámparas.

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