La comunidad del anillo (21 page)

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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La comunidad del anillo
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—¿Sólo los árboles son peligrosos? —dijo Pippin.

—Hay criaturas extrañas que viven en lo profundo del bosque y al otro lado —dijo Merry—, o así me han dicho al menos; yo nunca las vi. Sea como sea, hay senderos entre los árboles. Cuando uno entra en el bosque encuentra sendas abiertas, pero que parecen moverse y cambiar de tanto en tanto de una manera extraña. No lejos de este túnel hay o hubo hace tiempo un camino que llega al Claro de la Hoguera y que continúa aproximadamente en nuestra dirección, hacia el oeste y un poco hacia el norte. Ese es el camino que trataré de encontrar.

 

Los hobbits dejaron la puerta del túnel y cabalgaron cruzando la ancha depresión. En el extremo opuesto un borroso sendero subía a los terrenos del bosque, unos cien metros más allá de la cerca; pero se desvaneció tan pronto como los llevó bajo los árboles. Mirando adelante sólo podían ver troncos de diferentes formas y tamaños: derechos o inclinados, rechonchos o finos, pulidos o nudosos; y todos eran verdes o grises, cubiertos de musgo y viscosas e hirsutas excrecencias.

Sólo Merry parecía todavía animado.

—Es mejor que vayas delante y encuentres esa senda —dijo Frodo—. ¡No nos perdamos los unos a los otros, y no olvidemos de qué lado queda la cerca!

Tomaron un camino entre los árboles y los poneys avanzaron evitando cuidadosamente las raíces entrelazadas y retorcidas. No había maleza. El suelo se elevaba continuamente y a medida que avanzaban parecía que los árboles se hacían más altos, oscuros y espesos. No se oía nada, excepto alguna ocasional gota de humedad que caía entre las hojas inmóviles. Por el momento no había ni un murmullo ni un movimiento entre las ramas; pero todos tenían la incómoda impresión de que alguien estaba observándolos con una creciente desaprobación, que llegaba a ser disgusto y aun hostilidad. Esta impresión fue creciendo hasta que al fin se encontraron echando rápidas miradas hacia arriba o hacia atrás, o por encima del hombro, como si esperasen un golpe repentino.

No había ya indicios de senda y parecía que los árboles les cerraban el paso. Pippin sintió que no podía soportarlo más y gritó de pronto:

—¡Eh! ¡Eh! No haré nada, déjenme pasar, ¿quieren?

Los otros se detuvieron sobrecogidos; pero el grito volvió a ellos como apagado por una cortina espesa; no hubo ecos ni respuesta, aunque el bosque parecía ahora más poblado y atento que antes.

—Si yo fuese tú, no hubiera gritado — dijo Merry —. Nos hace más mal que bien.

Frodo comenzaba a preguntarse si sería posible encontrar un modo de pasar y si había hecho bien en arrastrar a los otros a este bosque abominable. Merry miraba a ambos lados y parecía indeciso acerca del camino que debían tomar. Pippin se dio cuenta.

—No te ha llevado mucho tiempo extraviarnos —dijo.

Pero en ese momento Merry silbó aliviado y señaló adelante.

—Bueno, bueno —dijo—. Estos árboles se mueven de veras. Tenemos ahí enfrente (o así lo espero) el Claro de la Hoguera, ¡pero parece que el sendero se ha ido!

La luz se hacía más clara a medida que avanzaban. De pronto salieron de entre los árboles y se encontraron en un vasto espacio circular. Había un cielo allá arriba, azul y claro, y se sorprendieron, pues bajo el techo del bosque no habían podido ver cómo se levantaba la mañana ni cómo se desvanecía la bruma. El sol no estaba sin embargo bastante alto como para llegar al claro, aunque la luz brillaba sobre los árboles. Al borde del claro las hojas parecían más verdes y espesas, rodeándolo con un muro casi sólido. No crecía allí ningún árbol; sólo pastos duros y muchas plantas altas: gruesos abetos marchitos, perejil silvestre, maleza reseca que se deshacía en ceniza blanca, ortigas y cardos exuberantes. Un lugar melancólico, aunque comparado con la espesura del bosque parecía un jardín encantador y alegre.

Los hobbits recobraron el ánimo y miraron con esperanza la luz creciente en el cielo. En el otro extremo del claro había una abertura en la pared de árboles y más allá se abría una senda. Alcanzaban a ver cómo entraba en el bosque, ancha en algunos sitios y abierta arriba, aunque de vez en cuando los árboles la ensombrecían cubriéndola con ramas oscuras. Siguieron ese camino. Ascendían aún, pero ahora más rápidamente y con mejor ánimo, pues les parecía que el bosque había cedido y que después de todo no se opondría a que pasaran.

Pero al cabo de un rato el aire se hizo pesado y caluroso. Los árboles se cerraron de nuevo a los lados y no podían ver adelante. La malignidad del bosque era ahora todavía más evidente. Había tanto silencio que el ruido de los cascos que aplastaban las hojas secas y a veces golpeaban raíces ocultas les retumbaban de algún modo en los oídos. Frodo trató de cantar para animarlos, pero su voz fue sólo un murmullo:

Oh, vagabundos de la tierra en sombras,

no desesperéis. Pues aunque oscuros se alcen

todos los bosques terminarán al fin

viendo pasar el sol descubierto:

el sol poniente, el sol naciente,

el fin del día y el principio del día.

Al este o al oeste, los bosques acabarán.

Acabarán
... en el momento en que Frodo decía esta palabra, se le apagó la voz. El aire parecía pesado, y hablar era fatigoso. Justo detrás de ellos una rama gruesa cayó ruidosamente en el sendero. Adelante los árboles parecían apretarse unos contra otros.

—No les gusta que hables de términos y acabamientos —dijo Merry—. Yo no cantaría más por ahora. Espera a llegar al límite del bosque; ¡y entonces nos volveremos y le cantaremos a coro!

Habló alegremente y si había en él alguna ansiedad, no la demostró. Los demás no respondieron. Se sentían agobiados. Una pesada carga oprimía el corazón de Frodo y a cada paso que daba más lamentaba haber desafiado la amenaza de los árboles. Estaba casi decidido a detenerse y proponerles que se volvieran (si esto era todavía posible) cuando las cosas tomaron un nuevo rumbo. La senda dejó de ascender y ahora corría por un llano. Los árboles oscuros se hicieron a un lado y podían ver que más adelante el camino seguía casi en línea recta. Al frente, a alguna distancia, una colina verde, sin árboles, se alzaba como una cabeza calva por encima del bosque. La senda parecía llevar directamente a la colina.

 

Apresuraron la marcha, encantados con la idea de trepar por encima del techo de la floresta. El sendero descendió y luego comenzó a subir otra vez, conduciéndolos al pie de la ladera empinada. Allí abandonó los árboles y se internó en el pasto. El bosque rodeaba la colina como una cabellera espesa que terminaba de pronto en un círculo alrededor de una testa rasurada.

Los hobbits cabalgaron cuesta arriba, dando vueltas hasta llegar a la cima de la loma. Allí se detuvieron mirando en torno. El aire era fulgurante, iluminado por la luz del sol, aunque brumoso; no se veía muy lejos. Alrededor la niebla se había disipado casi del todo, aunque aquí y allá cubría las cavidades del bosque y hacia el sur, en un pliegue profundo que atravesaba el bosque de lado a lado, se alzaba aún como cintas de humo blanco o vapor.

—Aquélla —dijo Merry, señalando— es la línea del Tornasauce. Desciende de las lomas y corre al sudeste, atravesando el centro del bosque para unirse al Brandivino más abajo de Fin de la Cerca. ¡No iremos en
esa
dirección! Dicen que el Valle del Tornasauce es la parte más extraña de todo el bosque, el centro de donde vienen todas las rarezas, por así decir.

Los otros miraron en la dirección que Merry indicaba, pero sólo vieron nieblas que se extendían sobre un valle húmedo y profundo; la mitad meridional de la floresta se perdía en la distancia.

El sol calentaba en la cima de la loma. Serían aproximadamente las once de la mañana, pero la bruma otoñal no dejaba ver mucho en otras direcciones. Hacia el oeste no alcanzaban a distinguir la línea de la cerca ni el valle del Brandivino. En el norte, hacia donde miraban más esperanzados, no veían nada que pudiera ser el gran Camino del Este, que se proponían seguir. Estaban en una isla perdida en un mar de árboles y de horizontes velados.

Al sudeste el suelo descendía abruptamente, como si las laderas de las colinas se internaran bajo los árboles, como playas de islas que en realidad son laderas de montaña elevándose desde aguas profundas. Se sentaron en la orilla verde, mirando por sobre los bosques, mientras almorzaban. A medida que el sol subía y pasaba el meridiano, comenzaron a vislumbrar en el este la línea verde-gris de las colinas que se extendían del otro lado del Bosque Viejo. Esto los animó de veras, pues era bueno ver algo más allá de los lindes del bosque, aunque no pensaban ir en esa dirección, si podían evitarlo. Las Quebradas de los Túmulos tenían entre los hobbits una reputación tan siniestra como el bosque mismo.

Al fin decidieron proseguir el viaje. El sendero que los había llevado a la colina reapareció en el lado norte; pero no lo habían seguido mucho tiempo cuando advirtieron que se desviaba a la derecha. Pronto empezó a descender abruptamente y sospecharon que llevaba al Valle del Tornasauce, que no era de ningún modo la dirección que pensaban tomar. Lo discutieron un rato y al fin resolvieron dejar el sendero y torcer al norte, pues aunque no habían podido verla desde la cima de la loma, la ruta tenía que estar en esa dirección y no muy lejos. También hacia el norte, a la izquierda del sendero, la tierra parecía más seca y abierta, alzándose en pendientes donde los árboles eran más delgados; pinos y abetos reemplazaban a los robles, los fresnos y los extraños árboles desconocidos del bosque más espeso.

Al comienzo la elección pareció buena; marchaban a paso vivo, aunque cada vez que divisaban el sol en un claro creían haber virado hacia el este, no sabían cómo. Luego los árboles comenzaron a cerrarse (en la distancia les habían parecido más delgados y menos enmarañados), y de pronto descubrieron unas fallas profundas e inesperadas en el terreno, como surcos de ruedas gigantescas o anchos fosos y caminos borrosos y en desuso, obstruidos por las zarzas. La mayoría de estos repliegues cruzaban perpendicularmente la dirección que seguían los hobbits y sólo podían franquearlos ayudándose con pies y manos, lo que era incómodo y difícil a causa de los poneys. Cada vez que descendían encontraban la cavidad cubierta por espesos matorrales y zarzas, que por alguna razón no cedían a la izquierda y sólo permitían el paso si los viajeros se volvían a la derecha; tenían que andar un rato por el fondo de la cavidad antes de encontrar el modo de trepar al otro lado. Cada vez que subían, la arboleda parecía más profunda y oscura; y siempre hacia la izquierda y hacia arriba era más difícil abrirse paso. Tenían que ir siempre hacia la derecha, bajando.

Al cabo de una hora o dos habían perdido todo sentido claro de la orientación, aunque sabían que desde hacía tiempo ya no iban hacia el norte. Marchaban sin rumbo, siguiendo un itinerario que otros habían elegido para ellos; al este y al sur, hacia el corazón del bosque y no hacia una salida.

La tarde declinaba cuando descendieron arrastrándose y tropezando a un repliegue más ancho y profundo que todos los anteriores. Era tan empinado y abrupto que no había modo de salir por un lado o por el otro sin abandonar los poneys y el equipaje. Todo lo que podían hacer era seguir el curso descendente de la falla. El suelo era más blando ahora, y a trechos pantanoso. En los terraplenes aparecieron manantiales y pronto se encontraron marchando a orillas de un arroyo que se escurría y murmuraba sobre un lecho de hierbas salvajes. Luego el suelo empezó a descender rápidamente y el arroyo se hizo más sonoro y caudaloso, bajando a saltos a lo largo de la pendiente. Estaban en una profunda y oscura hondonada, cubierta por una alta bóveda de árboles.

 

Marcharon un rato tropezando a lo largo del arroyo y de pronto salieron de las tinieblas como a través de una puerta y vieron delante la luz del sol. Saliendo al claro descubrieron que habían venido caminando por una hendidura en una barranca empinada, casi un acantilado. Allá abajo había un ancho espacio de hierba y cañas y a lo lejos se veía otra pared, también escarpada. El oro de un sol tardío se extendía cálido y pesado entre las dos paredes. En medio serpenteaba un río de aguas pardas y perezosas bordeado por viejos sauces caídos y moteado por miles de hojas de sauce marchitas. Las hojas espesaban el aire; caían revoloteando, amarillas; una brisa tibia y dulce soplaba en la hondonada; las cañas murmuraban y las ramas de los sauces crujían.

—¡Bueno, por lo menos ahora tengo una idea de donde estamos! —dijo Merry—. Hemos venido en dirección contraria a lo previsto. ¡Este es el río Tornasauce! Iré a explorarlo.

Salió a la luz y desapareció entre las hierbas altas. Poco después reapareció, informando que el suelo era bastante firme entre el pie del acantilado y el río; en algunos sitios una hierba apretada bajaba al borde del agua.

—Más aún —dijo—. Parece haber algo semejante a un sendero sinuoso a lo largo de esta orilla. Si doblamos hacia la izquierda y lo seguimos, creo que saldremos del bosque por el lado este.

—Pienso lo mismo —comentó Pippin—. Es decir.... si la huella llega hasta allí y no nos deja en algún pantano. ¿Quién puede haber trazado esta senda, decidme, y por qué? Estoy seguro de que no para nuestro beneficio. Comienzo a desconfiar de veras de este bosque y de todo lo que hay en él y ya creo en todas las historias que se cuentan. ¿Tienes alguna idea de la distancia que debemos recorrer hacia el este?

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