Trancos miró asombrado a Merry. —Tienes un corazón a toda prueba —dijo—, pero fue una tontería.
—No lo sé —dijo Merry—. Ni coraje ni estupidez, me parece. No pude contenerme. Fue como si algo me arrastrara. De cualquier modo, allá fui y de pronto oí voces junto a la cerca. Una murmuraba; la otra susurraba, o siseaba. No pude oír una palabra de lo que decían. No me acerqué más porque empecé a temblar de pies a cabeza. Luego sentí pánico y me volví y ya estaba echando a correr de vuelta cuando algo vino por detrás y... caí al suelo.
—Yo lo encontré, señor —intervino Nob —. El señor Mantecona me mandó fuera con una linterna. Bajé a la Puerta del Oeste y luego retrocedí subiendo hasta la Puerta del Sur. Justo al lado de la casa de Bill Helechal alcancé a ver algo en el camino. No puedo jurarlo, pero me pareció que dos hombres se inclinaban sobre un bulto y lo alzaban. Lancé un grito, pero cuando llegué al lugar no vi a nadie; sólo al señor Brandigamo que estaba tendido junto a la ruta. Parecía estar dormido. "Pensé que había caído en un pozo profundo", me dijo cuando lo sacudí. Estaba raro y tan pronto como lo desperté se levantó y escapó hacia aquí como una liebre.
—Temo que así sea —dijo Merry—, aunque no sé qué dije. Tuve un mal sueño que no puedo recordar. Perdí todo dominio de mí mismo. No sé qué me pasó.
—Yo sí —dijo Trancos—. El Soplo Negro. Los Jinetes deben de haber dejado los caballos afuera y entraron en secreto por la Puerta del Sur. Ya estarán enterados de todas las novedades, pues han visitado a Bill Helechal; y es probable que ese sureño sea también un espía. Algo puede ocurrir esta noche, antes que dejemos Bree.
—¿Qué puede ocurrir? —dijo Merry—. ¿Atacarán la posada?
—No, creo que no —dijo Trancos—. No están todos aquí todavía. Y de cualquier manera, no es lo que acostumbran, pues son mucho más fuertes en las tinieblas y la soledad. No atacarán abiertamente una casa donde hay luces y mucha gente; no mientras no estén en una situación desesperada, no mientras tantas largas leguas nos separen de Eriador. Pero el poder de estos hombres se apoya en el miedo y ya dominan a muchos de Bree. Empujarán a estos desgraciados a alguna maldad: Helechal y algunos de los extranjeros y quizá también el guardián de la puerta. Tuvieron una discusión con Herry en la Puerta del Oeste, el lunes.
—Parece que estamos rodeados de enemigos —dijo Frodo—. ¿Qué vamos a hacer?
—¡Os quedaréis aquí y no iréis a vuestros cuartos! Sin duda ya descubrieron qué cuartos son. Los dormitorios de los hobbits tienen ventanas que miran al norte y están cerca del suelo. Nos quedaremos todos juntos y atrancaremos la ventana y la puerta. Pero primero Nob y yo traeremos vuestro equipaje.
Durante la ausencia de Trancos, Frodo hizo a Merry un rápido relato de todo lo que había ocurrido en las últimas horas. Merry estaba todavía metido en la lectura y el estudio de la carta de Gandalf cuando Trancos y Nob llegaron de vuelta.
—Bueno, señores —dijo Nob—; desarreglé las mantas y puse una almohada en medio de la cama. Hice también una bonita imitación de la cabeza de usted con un felpudo de lana de color castaño, señor Bol... Sotomonte, señor —añadió con una sonrisa que mostraba los dientes.
Pippin se rió.
—¡Gran parecido! —dijo—. ¿Pero qué harán cuando descubran el engaño?
—Ya se verá —dijo Trancos—. Esperemos poder resistir hasta la mañana.
—Buenas noches a todos —dijo Nob y salió a ocuparse de la vigilancia de las puertas.
Amontonaron los sacos y el equipo en el piso de la salita. Apoyaron un sillón bajo contra la puerta y cerraron la ventana. Frodo espió afuera y vio que la noche era clara todavía. La Hoz
4
brillaba sobre las estribaciones de la colina de Bree. Cerró luego atrancando las pesadas persianas interiores y corrió las cortinas. Trancos reanimó el fuego y apagó todas las velas.
Los hobbits se tendieron sobre las mantas con los pies apuntando al fuego, pero Trancos se instaló en el sillón que defendía la puerta. Hablaron un momento, pues Merry tenía pendientes algunas preguntas.
—¡Un salto por encima de la luna! —rió Merry entre dientes mientras se envolvía en la manta—. ¡Muy ridículo de tu parte, Frodo! Pero me hubiera gustado estar allí para verlo. Las gentes dignas de Bree seguirán discutiéndolo de aquí a cien años.
—Así lo espero —dijo Trancos.
Luego todos callaron, y uno tras otro los hobbits cayeron dormidos.
Un cuchillo en la oscuridad
Mientras en la posada de Bree se preparaban a dormir, las tinieblas se extendían en Los Gamos: una niebla se movía por las cañadas y las orillas del río. La casa de Cricava se alzaba envuelta en silencio. Gordo Bolger abrió la puerta con precaución y miró afuera. Una inquietud temerosa había estado creciendo en él a lo largo del día y ahora no tenía ganas de descansar ni de irse a la cama: había como una amenaza latente en el aire inmóvil de la noche. Mientras clavaba los ojos en la oscuridad, una sombra negra se escurrió bajo los árboles; la puerta pareció abrirse por sus propios medios y cerrarse sin ruido. Gordo Bolger sintió que el terror lo dominaba. Se encogió, retrocedió y se quedó un momento en el vestíbulo, temblando. Luego cerró la puerta y echó el cerrojo.
La noche se hizo más profunda. Se oyó entonces un sonido de cascos: traían un caballo furtivamente por la senda. Las pisadas se detuvieron a la puerta del jardín y tres formas negras entraron como sombras nocturnas arrastrándose por el suelo. Una de ellas fue a la puerta; las otras dos a los extremos de la casa y allí se quedaron, inmóviles como sombras de piedras, mientras proseguía la noche lentamente. La casa y los árboles silenciosos parecían esperar conteniendo el aliento.
Hubo una leve agitación en las hojas y a la distancia cantó un gallo. Era la hora fría que precede al alba. La figura que estaba junto a la puerta se movió de pronto y en la oscuridad sin luna y sin estrellas brilló una hoja de metal, como si hubiesen desenvainado una luz helada. Se oyó un golpe, sordo pero pesado, y la puerta se estremeció.
—¡Abre, en nombre de Mordor! —dijo una voz atiplada y amenazadora.
Otro golpe y las maderas estallaron y la cerradura saltó en pedazos y la puerta cedió y cayó hacia atrás. Las formas negras entraron precipitadamente.
En ese momento, entre los árboles cercanos, sonó un cuerno. Desgarró la noche como un fuego en lo alto de una loma.
¡DESPERTAD! ¡FUEGO! ¡PELIGRO! ¡ENEMIGOS! ¡DESPERTAD!
Gordo Bolger no había estado inactivo. Tan pronto como vio que las formas oscuras venían arrastrándose por el jardín, supo que tenía que correr, o morir. Y corrió, saliendo por la puerta de atrás, a través del jardín y por los campos. Cuando llegó a la casa más cercana, a más de una milla, se derrumbó en el umbral, gritando:
—¡No, no, no! ¡No, no yo! ¡No lo tengo! —Pasó un tiempo antes que alguien pudiera entender los balbuceos de Bolger. Al fin llegaron a la conclusión de que había enemigos en Los Gamos, una extraña invasión que venía del Bosque Viejo. Y no perdieron más tiempo.
¡PELIGRO! ¡FUEGO! ¡ENEMIGOS!
Los Brandigamo estaban tocando el cuerno de llamada de Los Gamos, que no había sonado desde hacía un siglo, desde el Invierno Cruel cuando habían aparecido los lobos blancos y las aguas del Brandivino estaban heladas.
¡DESPERTAD! ¡DESPERTAD!
Otros cuernos respondieron a lo lejos. La alarma cundía rápidamente.
Las figuras negras escaparon de la casa. Una de ellas, mientras corría, dejó caer en el umbral un manto de hobbit. Afuera en el sendero se oyó un ruido de cascos y en seguida un galope que se alejó martillando las tinieblas. Todo alrededor de Cricava resonaba la llamada de los cuernos, voces que gritaban y pies que corrían. Pero los Jinetes Negros galopaban como un viento hacia la Puerta del Norte. ¡Dejad que la Gente Pequeña toque los cuernos! Sauron se encargaría de ellos más tarde. Mientras tanto tenían otra misión que cumplir: ahora sabían que la casa estaba vacía y que el Anillo había desaparecido. Cargaron sobre los guardias de la puerta y desaparecieron de la Comarca.
En las primeras horas de la noche, Frodo despertó de pronto de un sueño profundo, como perturbado por algún ruido o alguna presencia. Vio que Trancos seguía sentado y alerta en el sillón, los ojos brillantes a la luz del fuego, que ardía vivamente. Pero Trancos no se movió ni le hizo ninguna seña.
Frodo no tardó en dormirse de nuevo y esta vez creyó oír un ruido de viento y de cascos que galopaban en la noche. El viento parecía rodear la casa y sacudirla y a lo lejos sonó un cuerno, que tocaba furiosamente. Abrió los ojos y oyó el canto vigoroso de un gallo en el corral. Trancos había descorrido las cortinas y ahora empujaba ruidosamente los postigos. Las primeras luces grises del alba iluminaban el cuarto y un viento frío entraba por la ventana abierta.
Luego de haberlos despertado a todos, Trancos los llevó a la alcoba. Cuando la vieron, se alegraron de haberle hecho caso; habían forzado los postigos, que batían al viento; las cortinas ondeaban; las camas estaban todas revueltas, las almohadas abiertas de arriba abajo y tiradas en el suelo y habían hecho pedazos el felpudo.
Trancos fue a buscar en seguida al posadero. El pobre señor Mantecona parecía soñoliento y asustado. Apenas había cerrado los ojos en toda la noche (así dijo), pero no había oído nada.
—¡Nunca me ocurrió una cosa semejante! —gritó alzando horrorizado las manos—. ¡Huéspedes que no pueden dormir en cama y buenas almohadas arruinadas y todo lo demás! ¿Qué tiempos son éstos?
—Tiempos oscuros —dijo Trancos—. Pero por el momento podrás vivir en paz, una vez que te libres de nosotros. Partiremos en seguida. No te preocupes por el desayuno: bastará una taza de algo y un bocado de pie. Empacaremos en unos minutos.
El señor Mantecona corrió a ordenar que tuvieran listos los poneys y a prepararles un "bocadillo". Pero volvió muy pronto, aterrorizado. ¡Los poneys no estaban! Habían abierto las puertas de los establos durante la noche y los animales habían desaparecido: no sólo los poneys de Merry sino también todas las otras bestias que se encontraban allí.
Frodo se sintió aplastado por la noticia. ¿Cómo podrían llegar a Rivendel a pie, perseguidos por enemigos montados? Tanto valía que trataran de alcanzar la luna. Trancos los miró en silencio un rato, como sopesando la fuerza y el coraje de los hobbits.
—Los poneys no nos ayudarán a escapar de hombres a caballo —dijo al fin con aire pensativo, como si adivinara lo que Frodo tenía en la cabeza—. No iremos más despacio a pie, no por los caminos que yo quisiera tomar. Yo iré caminando de todos modos. Lo que me preocupa son las provisiones y el equipo. No encontraremos nada que comer de aquí a Rivendel, fuera de lo que llevemos con nosotros, y sería necesario contar con bastantes reservas, pues podríamos retrasarnos, obligados a hacer algún rodeo, apartándonos del camino principal. ¿Cuánto estáis dispuestos a cargar vosotros mismos?
—Tanto como sea necesario —dijo Pippin, sintiéndose desfallecer, pero tratando de mostrar que era más fuerte de lo que parecía (o sentía).
—Yo soportaría la carga de dos —dijo Sam con aire desafiante.
—¿No hay nada que hacer, señor Mantecona? —preguntó Frodo—. ¿No podríamos conseguir un par de poneys en la aldea, o por lo menos uno para el equipaje? No pienso que podamos alquilarlos, pero sí quizá comprarlos —añadió con un tono indeciso, preguntándose si podría permitirse ese gasto.
—Lo dudo —dijo el posadero tristemente—. Los dos o tres poneys de silla que había en Bree estaban aquí en mi establo y se han ido. En cuanto a otros animales, caballos, poneys de tiro, o lo que sea, hay pocos en Bree y no estarán en venta. Pero haré lo que pueda. Voy a sacar a Bob de la cama, que vaya a averiguar.
—Sí —dijo Trancos de mala gana—, será lo mejor. Temo que sea menester llevar un poney por lo menos. ¡Pero aquí termina toda esperanza de salir temprano y de escurrirnos en silencio! Será casi como si hiciésemos sonar un cuerno anunciando la partida. Esto es parte del plan de ellos, sin duda.
—Queda una miga de consuelo —dijo Merry—, y espero que más de una miga; podemos desayunar mientras esperamos y sentados. Llamemos a Nob.
Al fin fueron más de tres horas de atraso. Bob volvió informando que no había ningún caballo o poney disponible en la vecindad, ni por dinero ni como regalo: excepto uno que Bill Helechal estaría quizá dispuesto a vender.
—Una pobre criatura vieja y famélica —dijo Bob—, pero no quiere separarse de ella por menos de tres veces su valor, teniendo en cuenta la situación en que se encuentran ustedes, lo que no me sorprende en Bill Helechal.
—¿Bill Helechal? —dijo Frodo—. ¿No habrá algún engaño? ¿No volverá el animal a él con todas nuestras cosas, o no ayudará a que nos persigan, o algo?
—Quizá —dijo Trancos—. Pero me cuesta imaginar que un animal vuelva a él, una vez que se ha ido. Pienso que es sólo una ocurrencia de último momento del amable señor Helechal, un modo de sacar más beneficio de este asunto. El peligro principal es que la pobre bestia esté a las puertas de la muerte. Pero no parece haber alternativa. ¿Qué nos pide?
El precio de Bill Helechal era de doce centavos de plata y esto representaba en verdad tres veces el valor de un poney en aquella región. El poney de Helechal resultó ser una bestia huesuda, mal alimentada y floja; pero no parecía que fuera a morirse en seguida. El señor Mantecona lo pagó de su propio bolsillo y ofreció a Merry otras dieciocho monedas como compensación por los animales perdidos. Era un hombre honesto y de buena posición según se decía en Bree, pero treinta centavos de plata fueron para él un golpe duro y haber sido víctima de Bill Helechal aumentaba todavía más el dolor.