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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (44 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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Bilbo se incorporó e hizo una reverencia. —Me siento halagado, Lindir —dijo—. Pero sería demasiado cansado repetirlo de cabo a rabo.

—No demasiado cansado para ti —dijeron los elfos riendo—. Sabes que nunca te cansas de recitar tus propios versos. ¡Pero en verdad una sola audición no nos basta para responder a tu pregunta!

—¡Qué! —exclamó Bilbo—. ¿No podéis decir qué partes son mías y cuáles de Dúnadan?

—No es fácil para nosotros señalar diferencias entre dos mortales —dijo el elfo.

—Tonterías, Lindir —gruñó Bilbo—. Si no puedes distinguir entre un hombre y un hobbit, tu juicio es más pobre de lo que yo había imaginado. Son como guisantes y manzanas, así de diferentes.

—Quizás. A una oveja otra oveja le parece sin duda diferente —rió Lindir—. O a un pastor. Pero no nos hemos dedicado a estudiar a los mortales. Hemos tenido otras ocupaciones.

—No discutiré contigo —dijo Bilbo—. Tengo sueño luego de tanta música y canto. Dejaré que lo adivines, si tienes ganas.

Se incorporó y fue hacia Frodo. —Bueno, se terminó —dijo en voz baja—. Salí mejor parado de lo que creía. Pocas veces me piden una segunda audición. ¿Qué piensas tú?

—No trataré de adivinar —dijo Frodo sonriendo.

—No tienes por qué hacerlo —dijo Bilbo—. En realidad es todo mío. Aunque Aragorn insistió en que incluyera una piedra verde. Parecía creer que era importante. No sé por qué. Pensaba además que el tema era superior a mis fuerzas y me dijo que si yo tenía la osadía de hacer versos acerca de Eärendil en casa de Elrond era asunto mío. Creo que tenía razón.

—No sé —dijo Frodo—. A mí me pareció adecuado de algún modo, aunque no podría decirte por qué. Estaba casi dormido cuando empezaste y me pareció la continuación de un sueño. No caí en la cuenta de que estabas aquí cantando sino casi cerca del fin.

—Es difícil mantenerse despierto en este sitio, hasta que te acostumbras —dijo Bilbo—. Aparte de que los hobbits nunca llegarán a necesitar de la música y la poesía tanto como los elfos. Parece que los necesitaran como la comida o más. Seguirán así por mucho tiempo hoy. ¿Qué te parece si nos escabullimos y tenemos por ahí una charla tranquila?

—¿Podemos hacerlo? —dijo Frodo.

—Por supuesto. Esto es una fiesta, no una obligación. Puedes ir y venir como te plazca, si no haces ruido.

 

Se pusieron de pie y se retiraron en silencio a las sombras y fueron hacia la puerta. A Sam lo dejaron atrás, durmiendo con una sonrisa en los labios. A pesar de la satisfacción de estar en compañía de Bilbo, Frodo sintió una punzada de arrepentimiento cuando dejaron la Sala del Fuego. Cruzaban aún el umbral cuando una voz clara entonó una canción.

A Elbereth Gilthoniel,

silivren penna míriel

o menel aglar elenath!

Na-chaered palan-díriel

o galadhremmin ennorath,

Fanuilos, le linnathon

nef aear, sí nef aearon!

Frodo se detuvo un momento volviendo la cabeza. Elrond estaba en su silla y el fuego le iluminaba la cara como la luz de verano entre los árboles. Cerca estaba sentada la Dama Arwen. Sorprendido, Frodo vio que Aragorn estaba de pie junto a ella. Llevaba recogido el manto oscuro y parecía estar vestido con la cota de malla de los elfos y una estrella le brillaba en el pecho. Hablaban juntos. De pronto le pareció a Frodo que Arwen se volvía hacia la puerta y que la luz de los ojos de la joven caía sobre él desde lejos y le traspasaba el corazón.

Se quedó allí como esperando mientras las dulces sílabas de la canción élfica le llegaban como joyas claras de palabras y música.

—Es un canto a Elbereth —dijo Bilbo —. Cantarán esa canción y otras del Reino Bienaventurado muchas veces esta noche. ¡Vamos!

Fueron hasta el cuartito de Bilbo que se abría sobre los jardines y miraba al sur por encima de las barrancas del Bruinen. Allí se sentaron un rato, mirando por la ventana las estrellas brillantes sobre los bosques que crecían en las laderas abruptas y charlando en voz baja. No hablaron más de las menudas noticias de la Comarca distante, ni de las sombras oscuras y los peligros que los habían amenazado, sino de las cosas hermosas que habían visto juntos en el mundo, de los elfos, de las estrellas, de los árboles y de la dulce declinación del año brillante en los bosques.

 

Alguien golpeó al fin la puerta.

—Con el perdón de ustedes —dijo Sam asomando la cabeza—, pero me preguntaba si necesitarían algo.

—Con tu perdón, Sam Gamyi —replicó Bilbo—. Sospecho que quieres decir que es hora de que tu amo se vaya a la cama.

—Bueno, señor, hay un Concilio mañana temprano, he oído, y hoy es el primer día que pasa levantado.

—Tienes mucha razón, Sam —rió Bilbo—. Puedes ir a decirle a Gandalf que Frodo ya se fue a acostar. ¡Buenas noches, Frodo! ¡Qué bueno ha sido verte otra vez! En verdad, para una buena conversación no hay nadie como los hobbits. Me estoy poniendo viejo y ya me pregunto si llegaré a ver los capítulos que te corresponderán en nuestra historia. ¡Buenas noches! Estiraré un rato las piernas, me parece, y miraré las estrellas de Elbereth desde el jardín. ¡Que duermas bien!

2

El concilio de Elrond

A la mañana siguiente Frodo despertó temprano, sintiéndose descansado y bien. Caminó a lo largo de las terrazas que dominaban las aguas tumultuosas del Bruinen y observó el sol pálido y fresco que se elevaba por encima de las montañas distantes proyectando unos rayos oblicuos a través de la tenue niebla de plata; el rocío refulgía sobre las hojas amarillas y las telarañas centelleaban en los arbustos. Sam caminaba junto a Frodo, sin decir nada, pero husmeando el aire y mirando una y otra vez con ojos asombrados las grandes elevaciones del este. La nieve blanqueaba las cimas.

En una vuelta del sendero, sentados en un banco tallado en la Piedra, tropezaron con Gandalf y Bilbo que conversaban, abstraídos.

—¡Hola! ¡Buenos días! —dijo Bilbo—. ¿Listo para el gran Concilio?

—Listo para cualquier cosa –respondió Frodo—. Pero sobre todas las cosas me gustaría caminar un poco y explorar el valle. Me gustaría visitar esos pinares de allá arriba. —Señaló las alturas del lado norte de Rivendel.

—Quizás encuentres la ocasión más tarde —dijo Gandalf—. Hoy hay mucho que oír y decidir.

 

De pronto mientras caminaban se oyó el claro tañido de una campana.

—Es la campana que llama al Concilio de Elrond —exclamó Gandalf —. ¡Vamos! Se requiere tu presencia y la de Bilbo.

Frodo y Bilbo siguieron rápidamente al mago a lo largo del camino serpeante que llevaba a la casa; detrás de ellos trotaba Sam, que no estaba invitado y a quien habían olvidado por el momento.

Gandalf los llevó hasta el pórtico donde Frodo había encontrado a sus amigos la noche anterior. La luz de la clara mañana otoñal brillaba ahora sobre el valle. El ruido de las aguas burbujeantes subía desde el espumoso lecho del río. Los pájaros cantaban y una paz serena se extendía sobre la tierra. Para Frodo, la peligrosa huida, los rumores de que la oscuridad estaba creciendo en el mundo exterior, le parecían ahora meros recuerdos de un sueño agitado, pero las caras que se volvieron hacia ellos a la entrada de la sala eran graves.

Elrond estaba allí y muchos otros que esperaban sentados en Silencio, alrededor. Frodo vio a Glorfindel y Glóin; y en un rincón estaba sentado Trancos, envuelto otra vez en aquellas gastadas ropas de viaje. Elrond le indicó a Frodo que se sentara junto a él y lo presentó a la compañía, diciendo:

—He aquí, amigos míos, al hobbit Frodo, hijo de Drogo. Pocos han llegado atravesando peligros más grandes o en una misión más urgente.

Luego señaló y nombró a todos aquellos que Frodo no conocía aún. Había un enano joven junto a Glóin: su hijo Gimli. Al lado de Glorfindel se alineaban otros consejeros de la casa de Elrond, de quienes Erestor era el jefe; y unto a él se encontraba Galdor, un elfo de los Puertos Grises a quien Cirdan, el carpintero de barcos, le había encomendado una misión. Estaba allí también un elfo extraño, vestido de castaño y verde, Legolas, que traía un mensaje de su padre, Thranduil, el Rey de los Elfos del Bosque Negro del Norte. Y sentado un poco aparte había un hombre alto de cara hermosa y noble, cabello oscuro y ojos grises, de mirada orgullosa y seria.

Estaba vestido con manto y botas, como para un viaje a caballo, y en verdad aunque las ropas eran ricas y el manto tenía borde de piel, parecía venir de un largo viaje. De una cadena de plata que tenía al cuello colgaba una piedra blanca; el cabello le llegaba a los hombros. Sujeto a un tahalí llevaba un cuerno grande guarnecido de plata que ahora apoyaba en las rodillas. Examinó a Frodo y Bilbo con repentino asombro.

—He aquí —dijo Elrond volviéndose hacia Gandalf — a Boromir, un hombre del Sur. Llegó en la mañana gris y busca consejo. Le pedí que estuviera presente, pues las preguntas que trae tendrán aquí respuesta.

 

No es necesario contar ahora todo lo que se habló y discutió en el Concilio. Se dijeron muchas cosas a propósito de los acontecimientos del mundo exterior, especialmente en el Sur y en las vastas regiones que se extendían al este de las montarías. De todo esto Frodo ya había oído muchos rumores, pero el relato de Glóin era nuevo para él y escuchó al enano con atención. Era evidente que en medio del esplendor de los trabajos manuales los enanos de la Montaña Solitaria estaban bastante perturbados.

—Hace ya muchos años —dijo Glóin— una sombra de inquietud cayó sobre nuestro pueblo. Al principio no supimos decir de dónde venía. Hubo ante todo murmullos secretos: se decía que vivíamos encerrados en un sitio estrecho y que en un mundo más ancho encontraríamos mayores riquezas y esplendores. Algunos hablaron de Moria: las poderosas obras de nuestros padres que en la lengua de los enanos llamamos Khazad-dûm y decían que al fin teníamos el poder y el número suficiente para emprender la vuelta. —Glóin suspiró.— ¡Moria! ¡Moria! ¡Maravilla del mundo septentrional! Allí cavamos demasiado hondo y despertamos el miedo sin nombre. Mucho tiempo han estado vacías esas grandes mansiones, desde la huida de los niños de Durin. Pero ahora hablamos de ella otra vez con nostalgia y sin embargo con temor, pues ningún enano se ha atrevido a cruzar las puertas de Khazad-dûm durante muchas generaciones de reyes, excepto Thrór, que pereció. No obstante, Balin prestó atención al fin a los rumores y resolvió partir y, aunque Dáin no le dio permiso de buena gana, llevó consigo a Ori y Oin y muchas de nuestras gentes, y fueron hacia el sur.

"Esto ocurrió hace unos treinta años. Durante un tiempo tuvimos noticias y parecían buenas. Los informes decían que habían entrado en Moria y que habían iniciado allí grandes trabajos. Luego siguió un silencio y ni una palabra llegó de Moria desde entonces.

"Más tarde, hace un alío, un mensajero llegó a Dáin, pero no de Moria... de Mordor: un jinete nocturno que llamó a las puertas de Dáin. El Señor Sauron el Grande, así dijo, deseaba nuestra amistad. Por esto nos daría anillos, como los que había dado en otro tiempo. Y en seguida el mensajero solicitó información perentoria sobre los
hobbits
, de qué especie eran y dónde vivían. "Pues Sauron sabe", nos dijo, "que conocisteis a uno de ellos en otra época".

"Al oír esto nos sentimos muy confundidos y no contestamos. Entonces el tono feroz del mensajero se hizo más bajo, y hubiera endulzado la voz, si hubiese podido. "Sólo como pequeña prueba de amistad Sauron os pide", dijo, "que encontréis a ese ladrón", tal fue la palabra, "y que le saquéis a las buenas o a las malas un anillito, el más insignificante de los anillos, que robó hace tiempo. Es sólo una fruslería, un capricho de Sauron y una demostración de buena voluntad de vuestra parte. Encontradlo y tres anillos que los señores enanos poseían en otro tiempo os serán devueltos y el reino de Moria será vuestro para siempre. Dadnos noticias del ladrón, si todavía vive y dónde y obtendréis una gran recompensa y la amistad imperecedera del Señor. Rehusad y no os irá tan bien. ¿Rehusáis?".

"El soplo que acompañó a estas palabras fue como el silbido de las serpientes y aquellos que estaban cerca sintieron un escalofrío, pero Dáin dijo: "No digo ni sí ni no. Tengo que pensar detenidamente en este mensaje y en lo que significa bajo tan hermosa apariencia."

""Piénsalo bien, pero no demasiado tiempo", dijo él.

""El tiempo que me lleve pensarlo es cosa mía", respondió Dáin.

""Por el momento", dijo él y desapareció en la oscuridad.

"Desde aquella noche un peso ha agobiado los corazones de nuestros jefes. No hubiésemos necesitado oír la voz lóbrega del mensajero para saber que palabras semejantes encerraban a la vez una amenaza y un engaño, pues el poder que se había aposentado de nuevo en Mordor era el mismo de siempre y ya nos había traicionado antes. Dos veces regresó el mensajero y las dos veces se fue sin respuesta. La tercera y última vez, así nos dijo, llegar pronto, antes que el año acabe.

"Al fin Dáin me encomendó advertirle a Bilbo que el enemigo lo busca y averiguar, si esto era posible, por qué deseaba ese Anillo, el más insignificante de los anillos. Deseábamos oír además el consejo de Elrond. Pues la Sombra crece y se acerca. Hemos sabido que otros mensajeros han llegado hasta el Rey Brand en el valle y que está asustado. Tememos que ceda. La guerra ya está a punto de estallar en las fronteras occidentales del valle. Si no respondemos, el enemigo puede atraerse a algunos hombres y atacar al Rey Brand y también a Dáin.

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