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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (43 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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Elrond se adelantó y se quedó de pie junto a la silenciosa figura.

—¡Despierta, pequeño señor! —dijo con una sonrisa. En seguida se volvió hacia Frodo y le indicó que se acercara—. He aquí llegada la hora que tanto has deseado, Frodo. He aquí un amigo que te ha faltado mucho tiempo.

La figura oscura alzó la cabeza y se descubrió la cara.

—¡Bilbo! —gritó Frodo reconociéndolo de pronto y dando un salto hacia adelante.

—¡Hola, Frodo, mi muchacho! —dijo Bilbo—. Así que llegaste al fin. Esperaba que tuvieras éxito. ¡Bueno, bueno! De modo que estos festejos son todos en tu honor, me han dicho. Espero que lo hayas pasado bien.

—¿Por qué no estuviste presente? — gritó Frodo —. ¿Y por qué no me permitieron que te viera antes?

—Porque estabas dormido. Pero yo te vi bastante. He estado sentado a tu lado junto con Sam todos estos días. Pero en cuanto a la fiesta, ya no frecuento mucho esas cosas. Y tenía otra cosa que hacer.

—¿Qué estabas haciendo?

—Bueno, estaba sentado aquí, meditando. Lo hago con frecuencia desde hace un tiempo y este sitio es en general el más adecuado. ¡Despierta, qué noticia! —dijo Bilbo guiñándole un ojo a Elrond. Frodo alcanzó a ver un centelleo en el ojo de Bilbo y no advirtió ninguna señal de somnolencia—. ¡Despierta! No estaba dormido, señor Elrond. Si queréis saberlo, habéis venido todos demasiado pronto de la fiesta y me habéis perturbado... mientras componía una canción. Me enredé en una línea o dos y estaba recomponiendo los versos, pero supongo que ahora ya no tienen remedio. Habéis cantado tanto que las ideas se me fueron de la cabeza. Tendré que recurrir a mi amigo el Dúnadan para que me ayude. ¿Dónde está?

Elrond rió.

—Lo encontraremos —dijo—. Luego los dos os iréis a un rincón a acabar vuestra tarea y nosotros la oiremos y la juzgaremos antes que terminen los festejos.

Se enviaron mensajeros en busca del amigo de Bilbo, aunque nadie sabía dónde estaba, ni por qué no había asistido al banquete.

Mientras tanto Frodo y Bilbo se sentaron y Sam se acercó rápidamente y se quedó junto a ellos. Frodo y Bilbo hablaron en voz baja, sin prestar atención a la alegría y a la música que estallaban en la sala de un extremo a otro. Bilbo no tenía mucho que decir de sí mismo. Luego de dejar Hobbiton había ido como sin rumbo, siguiendo a veces el camino, o cruzando los campos a un lado o a otro, pero de algún modo había caminado todo el tiempo hacia Rivendel.

—Llegué aquí sin muchas aventuras —dijo—, y luego de un descanso fui hasta el valle acompañando a los enanos: mi último viaje. Ya no iré por los caminos. El viejo Balin había partido. Entonces volví aquí y aquí me he quedado hasta ahora. He estado ocupado. He seguido escribiendo mi libro. Y compuse algunas canciones, por supuesto. Las cantan aquí de vez en cuando: aunque sólo para complacerme, creo yo; pues no son bastante buenas para Rivendel, naturalmente. Y escucho y pienso. Aquí parece que el tiempo no pasara: existe, nada más. Un sitio notable desde cualquier punto de vista.

"Me han llegado toda clase de noticias de más allá de las montañas y del Sur, pero ninguna de la Comarca. He tenido noticias del Anillo, por supuesto. Gandalf ha estado aquí a menudo. Aunque no me contó gran cosa; en estos últimos años se ha vuelto cada vez más reservado. El Dúnadan me dijo más. ¡Imagínate mi Anillo causando tantos problemas! Es una lástima que Gandalf no lo hubiese averiguado antes. Yo mismo podía haberlo traído aquí hace mucho sin tantas dificultades. Pensé alguna vez en volver a buscarlo a Hobbiton, pero estoy poniéndome viejo y ellos no me dejarían: Gandalf y Elrond quiero decir. Parecen pensar que el enemigo revuelve cielo y tierra buscándome y que me haría picadillo si me sorprendiera al descubierto.

"Y Gandalf dijo: "Bilbo, el Anillo ha pasado a otro. No sería bueno para ti ni para nadie si te entremetieras otra vez." Curiosa observación, digna de Gandalf. Pero me dijo que cuidaba de ti, de modo que no me preocupé. Me hace terriblemente feliz verte sano y salvo.

Hizo una pausa y miró a Frodo como dudando.

—¿Lo tienes aquí? —preguntó en un murmullo—. No me aguanto de curiosidad, entiendes, luego de todo lo que he oído. Me gustaría mucho echarle un vistazo.

—Sí, lo tengo aquí —respondió Frodo, sintiendo de pronto una rara resistencia—. Tiene el mismo aspecto de siempre.

—Bueno, me gustaría verlo un momento, nada más —dijo Bilbo.

Mientras se vestía, Frodo había descubierto que le habían colgado al cuello el Anillo y que la cadena era nueva, liviana y fuerte. Sacó lentamente el Anillo. Bilbo extendió la mano. Pero Frodo retiró en seguida el Anillo. Descubrió con pena y asombro que ya no miraba a Bilbo; parecía como si una sombra hubiese caído entre ellos y detrás de esa sombra alcanzaba a ver una criatura menuda y arrugada, de rostro ávido y manos huesudas y temblorosas. Tuvo ganas de golpearla.

La música y los cantos de alrededor se apagaron de algún modo y hubo un silencio. Bilbo echó una rápida mirada a la cara de Frodo y se pasó una mano por los ojos.

—Ahora entiendo —dijo—. ¡Apártalo! Lo lamento; lamento que te haya tocado esa carga: lo lamento todo. ¿Las aventuras no terminan nunca? Supongo que no. Alguien tiene que llevar adelante la historia. Bueno, no puede evitarse. Me pregunto si valdrá la pena que termine mi libro. Pero no nos preocupemos por eso ahora. ¡Veamos las noticias! ¡Cuéntame de la Comarca!

Frodo ocultó el Anillo y la sombra pasó dejando apenas una hilacha de recuerdo. La luz y la música de Rivendel lo rodearon otra vez. Bilbo sonreía y reía, feliz. Todas las noticias que Frodo le daba de la Comarca —ahora de cuando en cuando aumentadas y corregidas por Sam— le parecían del mayor interés, desde la tala de un arbolito hasta las travesuras del niño más pequeño de Hobbiton. Estaban tan absortos en los acontecimientos de las Cuatro Cuadernas que no advirtieron la llegada de un hombre vestido de verde oscuro. Durante algunos minutos se quedó mirándolos con una sonrisa.

De pronto Bilbo alzó los ojos. —¡Ah, al fin llegaste, Dúnadan! — exclamó.

—¡Trancos! —dijo Frodo—. Parece que tienes muchos nombres. —Bueno,
Trancos
nunca lo había oído hasta ahora —dijo Bilbo—. ¿Por qué lo llamas así?

—Así me llaman en Bree —dijo Trancos riéndose— y así fui presentado.

—¿Y por qué lo llamas tú Dúnadan? —preguntó Frodo.


El Dúnadan — dijo Bilbo —. Así lo llaman aquí a menudo. Pensé que conocías bastante élfico como para entender
dún-adan
: Hombre del Oeste, Númenorean. ¡Pero no es momento de lecciones! —Se volvió hacia Trancos. — ¿Dónde has estado, amigo mío? ¿Por qué no asististe al festín? La Dama Arwen estaba presente.

Trancos miró gravemente a Bilbo. —Lo sé —dijo—, pero a menudo tengo que dejar la alegría a un lado. Elladan y Elrohir han vuelto inesperadamente de las Tierras Asperas y traían noticias que yo quería oír en seguida.

—Bueno, querido compañero —dijo Bilbo—, ahora que oíste las noticias, ¿puedes dedicarme un momento? Necesito tu ayuda en algo urgente. Elrond dice que mi canción tiene que estar terminada antes de la noche y me encuentro en un atolladero. ¡Vayamos a un rincón a darle un último toque!

Trancos sonrió. —¡Vamos! —dijo—. ¡Házmela escuchar!

 

Dejaron un rato a Frodo a solas consigo mismo, pues Sam dormía ahora, y el hobbit se sintió como aislado del mundo y bastante abandonado, aunque todas las gentes de Rivendel se apretaban alrededor. Pero quienes estaban más cerca callaban, atentos a la música de las voces y los instrumentos, sin reparar en ninguna otra cosa. Frodo se puso a escuchar.

Al principio y tan pronto como prestó atención, la belleza de las melodías y de las palabras entrelazadas en lengua élfica, aunque entendía poco, obraron sobre él como un encantamiento. Le pareció que las palabras tomaban forma y visiones de tierras lejanas y objetos brillantes que nunca había visto hasta entonces se abrieron ante él; y la sala de la chimenea se transformó en una niebla dorada sobre mares de espuma que suspiraban en las márgenes del mundo. Luego el encantamiento fue más parecido a un sueño y en seguida sintió que un río interminable de olas de oro y plata venía acercándose, demasiado inmenso para que él pudiera abarcarlo; el río fue parte del aire vibrante que lo rodeaba, lo empapaba y lo inundaba. Frodo se hundió bajo el peso resplandeciente del agua y entró en un profundo reino de sueños.

Allí fue largamente de un lado a otro en un sueño de música que se transformaba en agua corriente y luego en una voz. Parecía la voz de Bilbo, que cantaba un poema. Débiles al principio y luego más claras se alzaron las palabras.

Eärendil era un marino

que en Arvernien se demoró;

y un bote hizo en Nimrethel

de madera de árboles caídos;

tejió las velas de hermosa plata,

y los faroles fueron de plata;

el mascarón de proa era un cisne

y había luz en las banderas.

 

De una panoplia de antiguos reyes

obtuvo anillos encadenados,

un escudo con letras rúnicas

para evitar desgracias y heridas,

un arco de cuerno de dragón

y flechas de ébano tallado;

la cota de malla era de plata

y la vaina de piedra calcedonia,

de acero la espada infatigable

y el casco alto de adamanto;

llevaba en la cimera una pluma de águila,

y sobre el pecho una esmeralda.

 

Bajo la luna y las estrellas

erró alejándose del norte,

extraviándose en sendas encantadas

más allá de los días de las tierras mortales.

 

De los chirridos del Hielo Apretado,

donde las sombras yacen en colinas heladas,

de los calores infernales y del ardor de los desiertos

huyó de prisa, y errando todavía

por aguas sin estrellas de allá lejos

llegó al fin a la Noche de la Nada,

y así pasó sin alcanzar a ver

la luz deseada, la orilla centelleante.

Los vientos de la cólera se alzaron arrastrándolo

y a ciegas escapó de la espuma

del este hacia el oeste, y de pronto

volvió rápidamente al país natal.

 

La alada Elwin vino entonces a él

y la llama se encendió en las tinieblas;

más clara que la luz del diamante

ardía el fuego encima del collar;

y en él puso el Silmaril

coronándolo con una luz viviente;

Eärendil, intrépido, la frente en llamas,

viró la proa, y en aquella noche

del Otro Mundo más allá del Mar

furiosa y libre se alzó una tormenta,

un viento poderoso en Termanel,

y como la potencia de la muerte

soplando y mordiendo arrastró el bote

por sitios que los mortales no frecuentan

y mares grises hace tiempo olvidados;

y así Eärendil pasó del este hacia el oeste.

 

Cruzando la Noche Eterna fue llevado

sobre las olas negras que corrían

por sombras y por costas inundadas

ya antes que los Días empezaran,

hasta que al fin en márgenes de perlas

donde las olas siempre espumosas

traen oro amarillo y joyas pálidas,

donde termina el mundo, oyó la música.

Vio la montaña que se alzaba en silencio

donde el crepúsculo se tiende en las rodillas

de Valinor, y vio a Eldamar

muy lejos más allá de los mares.

Vagabundo escapado de la noche

llegó por último a un puerto blanco,

al hogar de los elfos claro y verde,

de aire sutil; pálidas como el vidrio,

al pie de la colina de Ilmarin

resplandeciendo en un valle abrupto

las torres encendidas del Tirion

se reflejan allí, en el Lago de Sombras.

 

Allí dejó la vida errante

y le enseñaron canciones,

los sabios le contaron maravillas de antaño,

y le llevaron arpas de oro.

De blanco élfico lo vistieron

y precedido por siete luces

fue hasta la oculta tierra abandonada

cruzando el Calacirian.

Al fin entró en los salones sin tiempo

donde brillando caen los años incontables,

y reina para siempre el Rey Antiguo

en la montaña escarpada de Ilmarin;

palabras desconocidas se dijeron entonces

de la raza de los hombres y de los elfos,

le mostraron visiones del trasmundo

prohibidas para aquellos que allí viven.

 

Un nuevo barco para él construyeron

de mitril y de vidrio élfico,

de proa brillante; ningún remo desnudo,

ninguna vela en el mástil de plata:

el Silmaril como linterna

y en la bandera un fuego vivo

puesto allí mismo por Elbereth,

y otorgándole alas inmortales

impuso a Eärendil un eterno destino:

navegar por los cielos sin orillas

detrás del Sol y la luz de la Luna.

 

De las altas colinas de Evereven

donde hay dulces manantiales de plata

las alas lo llevaron, como una luz errante,

más allá del Muro de la Montaña.

Del fin del mundo entonces se volvió

deseando encontrar otra vez

la luz del hogar; navegando entre sombras

y ardiendo como una estrella solitaria

fue por encima de las nieblas

como fuego distante delante del sol,

maravilla que precede al alba,

donde corren las aguas de Norlanda.

 

Y así pasó sobre la Tierra Media

y al fin oyó los llantos de dolor

de las mujeres y las vírgenes élficas

de los Tiempos Antiguos, de los días de antaño.

Pero un destino implacable pesaba sobre él:

hasta la desaparición de la Luna

pasar como una estrella en órbita

sin detenerse nunca en las orillas

donde habitan los mortales, heraldo

de una misión que no conoce descanso

llevar allá lejos la claridad resplandeciente,

la luz flamígera de Oesternesse.

El canto cesó. Frodo abrió los ojos y vio que Bilbo estaba sentado en el taburete en medio de un círculo de oyentes que sonreían y aplaudían.

—Ahora oigámoslo de nuevo —dijo un elfo.

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