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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (38 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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Avanzaron rápidamente y luego de una milla o dos vieron ante ellos el Puente Ultimo, al pie de una cuesta empinada y breve. Bajaron temiendo que unas sombras negras los esperasen allí, pero no vieron nada. Trancos hizo que se ocultaran detrás de unos matorrales a la vera del camino y se adelantó a explorar.

No mucho después volvió apresuradamente.

—Ningún enemigo a la vista —dijo—, y no entiendo por qué. Pero descubrí algo muy extraño.

Tendió la mano y mostró una piedra de color verde pálido.

—La encontré en el barro, en medio del puente —dijo—. Es un berilo, una piedra élfica. No podría decir si la pusieron allí, o si alguien la perdió, pero me da cierta esperanza. Diría que es un signo de que podemos cruzar el puente, pero no me atrevería a seguir por el camino sin otra indicación más clara.

 

Partieron de nuevo en seguida. Atravesaron el puente sanos y salvos, sin oír otro sonido que el de las aguas arremolinadas bajo los tres grandes arcos. Una milla más allá llegaron a una hondonada estrecha que llevaba al norte cruzando las tierras escarpadas a la izquierda del camino. Aquí Trancos dobló a un lado y casi en seguida se encontraron en una región sombría de árboles oscuros que serpenteaban al pie de unas lomas adustas.

Los hobbits se alegraron de dejar atrás las tierras desoladas y los peligros del camino, pero esta nueva región parecía amenazadora e inamistosa. Las colinas iban creciendo ante ellos. Aquí y allá, sobre alturas y crestas, vislumbraban unos antiguos muros de piedra y ruinas de torres de ominoso aspecto. Frodo, que no caminaba, tenía tiempo de mirar adelante y pensar. Recordaba los relatos de Bilbo y las torres amenazadoras que se alzaban en los montes al norte del camino, en las proximidades del Bosque de los Trolls donde se le había presentado el primer incidente serio del viaje. Frodo adivinó que se encontraban ahora en la misma región y se preguntó si no pasarían casualmente por el mismo sitio.

—¿Quién vive en estas tierras? —preguntó—. ¿Y quién edificó esas torres? ¿Es este el país de los trolls?

—No —dijo Trancos—. Los trolls no construyen. Nadie vive aquí. En otro tiempo moraron hombres, pero hoy no queda ninguno. Fueron gente mala, así dice la leyenda, pues cayeron bajo la sombra de Angmar. Pero todos murieron en la guerra que acabó con el Reino del Norte. Hace ya tanto tiempo que las colinas han olvidado, aunque una sombra se extiende aún sobre el país.

—¿Dónde aprendiste esas historias si toda la región está desierta y olvidada? —preguntó Peregrin—. Los pájaros y las bestias no cuentan historias de esa especie.

—Los herederos de Elendil no olvidaron el pasado —dijo Trancos—, y sé de otros muchos asuntos que aún se recuerdan en Rivendel.

—¿Has estado a menudo en Rivendel? —dijo Frodo.

—Sí —respondió Trancos—, viví allí un tiempo y vuelvo siempre que puedo. Mi corazón está allí, pero mi destino no es vivir en paz, ni siquiera en la hermosa casa de Elrond.

 

Las colinas comenzaron a cercarlos. El camino retrocedía de nuevo hacia el río, pero ahora ya no lo veían. Al fin entraron en un valle largo, estrecho, profundo, sombrío y silencioso. Unos árboles de viejas y retorcidas raíces colgaban de los riscos y se amontonaban detrás en laderas de pinos.

Los hobbits estaban muy cansados y avanzaban lentamente, abriéndose paso entre rocas y árboles caídos. Trataban de evitar todo lo posible los terrenos escarpados, en beneficio de Frodo, y era en verdad difícil encontrar un camino que los ayudara a escalar las paredes de los valles. Llevaban dos días caminando por esta región cuando empezó a llover. El viento sopló del oeste vertiendo el agua de los mares lejanos sobre las cabezas oscuras de las lomas en una penetrante llovizna. Cuando llegó la noche estaban calados hasta los huesos y no les sirvió de mucho acampar, pues no pudieron encender ningún fuego. Al día siguiente los montes se hicieron todavía más altos y escarpados obligándolos a desviarse de la ruta y doblar hacia el norte. Trancos parecía cada vez más inquieto; habían pasado diez días desde que dejaran atrás la Cima de los Vientos y las provisiones comenzaban a escasear. La lluvia no amainaba.

Aquella noche acamparon en una estribación rocosa; una gruta poco profunda, un simple agujero, se abría en el muro de piedra. La herida le dolía más que nunca a Frodo, a causa del frío y la humedad, y sentía el cuerpo helado y no podía dormir. Se volvía acostado a un lado y a otro, escuchando medrosamente los furtivos ruidos nocturnos: el viento en las grietas de las rocas, el agua que goteaba, un crujido, una piedra suelta que rodaba por la pendiente. Sintió que unas formas negras se le acercaban queriendo sofocarlo, pero cuando se sentó no vio sino la espalda de Trancos, sentado, con las piernas recogidas, fumando en pipa y vigilando. Se acostó de nuevo y se deslizó en un sueño intranquilo y soñó que se paseaba por el césped del jardín de la Comarca, pero el jardín era borroso e indistinto, menos nítido que las sombras altas y oscuras que lo miraban por encima del seto.

 

Cuando despertó a la mañana, había dejado de llover. Las nubes eran todavía espesas, pero estaban abriéndose, descubriendo pálidas franjas de azul. El viento cambiaba de nuevo. No partieron en seguida. Luego del desayuno frío y escaso, Trancos se alejó solo, diciéndoles a los otros que lo esperaran al abrigo del acantilado. Trataría de llegar arriba, si le era posible, para observar la configuración del territorio.

Regresó bastante desanimado. —Nos hemos alejado demasiado hacia el norte —dijo— y tenemos que encontrar un modo de volver al sur. Si seguimos en esta dirección llegaremos a los Valles de Etten, muy al norte de Rivendel. Esta es una región de trolls, que conozco poco. Quizás encontráramos un modo de atravesarla y de alcanzar Rivendel desde el norte; pero nos llevaría demasiado tiempo, pues no conozco el país y se nos acabarían las provisiones. De un modo o de otro tenemos que encontrar el Vado del Bruinen.

Pasaron el resto del día arrastrándose sobre pies y manos por un terreno rocoso. Al fin, luego de cruzar un pasaje estrecho entre dos lomas, encontraron un valle que corría hacia el sudeste, la dirección que deseaban tomar; pero cuando el día ya terminaba vieron que una cadena de tierras altas les cerraba de nuevo el paso: el borde oscuro se recortaba contra el cielo como los dientes mellados de una sierra. Tenían que elegir entre volverse o escalar la cadena de lomas.

Decidieron intentar la ascensión, lo que fue demasiado difícil. Frodo no tardó en tener que desmontar y seguir a pie. Aun así pensaron a menudo que no conseguirían que el poney subiera, o que ellos mismos encontraran algo parecido a un sendero, cargados como estaban. Casi no había luz y se sentían agotados cuando al fin llegaron arriba. Estaban ahora en un paso estrecho entre dos elevaciones y poco más allá el terreno descendía de nuevo abruptamente. Frodo se arrojó al suelo y allí se quedó temblando de pies a cabeza. No podía mover el brazo izquierdo y tenía la impresión de que unas garras de hielo le apretaban el costado y el hombro. Los árboles y rocas de alrededor parecían sombríos e indistintos.

—No podemos seguir así —le dijo Merry a Trancos—. Temo que el esfuerzo haya sido excesivo para Frodo. Me inquieta de veras. ¿Qué vamos a hacer? ¿Piensas que podrían curarlo en Rivendel, si es que llegamos allí?

—Quizá —respondió Trancos—. No hay nada más que yo pueda hacer en el desierto y es esa herida precisamente lo que me impulsa a que forcemos la marcha. Pero reconozco que esta noche no podemos ir más lejos.

—¿Qué le ocurre a mi amo? —preguntó Sam en voz baja, mirando a Trancos con aire suplicante—. La herida es pequeña y está casi cerrada. No se le ve más que una cicatriz blanca y fría en el hombro.

—Frodo ha sido alcanzado por las armas del enemigo —dijo Trancos —, y hay algún veneno o mal que está actuando en él y que mi arte no alcanza a eliminar. ¡Pero no pierdas las esperanzas, Sam!

 

La noche era fría en lo alto de la loma. Encendieron un fuego pequeño bajo las raíces nudosas de un viejo pino que pendía sobre una cavidad poco profunda; parecía como si en un tiempo hubiera habido allí una cantera de piedra. Se sentaron apretándose unos contra otros. El viento helado soplaba en el paso y se oían los gemidos y suspiros de los árboles de la pendiente. Frodo dormitaba acostado, imaginando que unas interminables alas negras barrían el aire sobre él y que en esas alas cabalgaban unos perseguidores que lo buscaban en todos los huecos de las colinas.

La mañana se levantó brillante y hermosa; el aire era puro y la luz pálida y limpia en un cielo lavado por la lluvia. Se sentían más animados ahora, pero esperaron con impaciencia a que el sol viniera a calentarles los miembros fríos y agarrotados. Tan pronto como hubo luz, Trancos se llevó a Merry consigo y fueron a examinar la región desde la altura que dominaba el este del paso. El sol estaba alto y brillaba cuando volvieron con mejores noticias. Iban ya casi en la dirección adecuada. Si descendían ahora por la otra pendiente tendrían las montañas a la izquierda. A alguna distancia, allá delante, Trancos había divisado de nuevo el Sonorona y sabía que aunque no se le veía desde allí, el Camino del Vado no estaba lejos del río y corría de este lado del agua.

—Tendremos que retomar el camino —dijo—. No podemos esperar que haya algún sendero entre estas colinas. Cualquiera que sea el peligro que nos aceche, el camino es nuestra única vía para llegar al vado.

 

Comieron y partieron en seguida otra vez. Bajaron lentamente por el lado sur de la estribación, pero el camino les pareció mucho más fácil, pues la ladera caía menos a pique de este lado y al cabo de un momento Frodo pudo montar de nuevo el poney. El pobre y viejo animal de Bill Helechal estaba desarrollando un talento inesperado para elegir el camino y evitar a su jinete todas las sacudidas posibles. El grupo recobró el ánimo y aun Frodo se sintió mejor a la luz de la mañana, aunque de cuando en cuando una niebla parecía oscurecerle la vista y se pasaba las manos por los ojos.

Pippin iba un poco adelante. De improviso se volvió y los llamó. —¡Aquí hay un sendero! —gritó.

Cuando llegaron junto a él, vieron que no se había equivocado: allí comenzaba borrosamente un sendero tortuoso que subía desde los bosques y se perdía detrás en la cima de la montaña. En algunos sitios era casi invisible y estaba cubierto de malezas y obstruido por piedras y árboles caídos, pero parecía haber sido muy transitado en otro tiempo. Quienes habían abierto el sendero eran de brazos fuertes y pies pesados. Aquí y allá habían cortado o derribado viejos árboles, hendiendo las rocas mayores o apartándolas a un lado para que no interrumpieran el paso.

Siguieron la senda un tiempo, pues era el camino más fácil para bajar, pero se adelantaban con precaución y a medida que se internaban en los bosques oscuros y la senda se hacía ancha y llana, iban sintiéndose más y más intranquilos. De pronto, saliendo de un cinturón de alisos, vieron que el sendero trepaba por una ladera empinada y se volvía en ángulo recto hacia la izquierda contorneando una estribación rocosa. Luego corría por terreno llano, al pie de un acantilado sobre el que asomaban unos árboles. En la pared de piedra había una puerta entreabierta que colgaba torcidamente de una bisagra.

Se detuvieron frente a la puerta. Detrás se abría una cueva o una cámara de roca, pero no se alcanzaba a ver nada en la oscuridad. Trancos, Sam y Merry empujaron con todas sus fuerzas y alcanzaron a abrir la puerta un poco más y luego Trancos y Merry entraron en la cueva. No fueron muy lejos, pues en el suelo se veían muchas viejas osamentas y no había otra cosa cerca de la entrada que grandes jarras vacías y ollas rotas.

—¡Una cueva de trolls, seguro, si es que la hubo alguna vez! —gritó Pippin—. Salid, vosotros dos y huyamos. Sabemos ahora quién hizo el sendero y será mejor que nos alejemos en seguida.

—No es necesario, me parece —dijo Trancos, saliendo—. Es ciertamente una cueva de trolls, pero parece abandonada hace mucho. No hay por qué asustarse, creo. Pero descendamos con cuidado y ya veremos qué se presenta.

La senda continuaba desde la puerta y doblando a la derecha cruzaba otra vez el terreno llano y se hundía en una ladera boscosa. Pippin, no queriendo mostrarle a Trancos que estaba todavía asustado, iba delante con Merry. Sam y Trancos marchaban detrás, uno a cada lado del poney, pues la senda era ahora bastante ancha como para que cuatro o cinco hobbits caminaran de frente codo con codo. Pero no habían ido muy lejos cuando Pippin volvió corriendo, seguido por Merry. Los dos parecían aterrorizados.

—¡Hay
trolls! —jadeó Pippin—. En un claro del bosque un poco más abajo. Alcanzamos a verlos mirando entre los troncos. ¡Son muy grandes!

—Vamos a echarles un vistazo —dijo Trancos, recogiendo un palo.

Frodo no dijo nada, pero Sam tenía cara de espanto.

 

El sol estaba alto ahora, y relucía entre las ramas otoñales de los árboles, iluminando el claro con brillantes parches de luz. Se detuvieron al borde del claro y espiaron entre los troncos conteniendo el aliento. Allí estaban los trolls: tres trolls de considerables dimensiones. Uno de ellos estaba inclinado y los otros dos lo observaban.

Trancos se adelantó como al descuido.

—¡Levántate, vieja piedra! — dijo y rompió el palo en el lomo del troll inclinado.

No ocurrió nada. Un jadeo de asombro entre los hobbits y luego el mismo Frodo se echó a reír.

—¡Bueno! —dijo—. ¡Estamos olvidando la historia de la familia! Estos han de ser los tres que atrapó Gandalf, cuando discutían sobre la mejor manera de cocinar trece enanos y un hobbit.

—¡No tenía idea de que estuviésemos tan cerca del sitio! —dijo Pippin, que conocía bien la historia, pues Bilbo y Frodo se la habían contado a menudo; aunque en verdad él nunca la había creído sino a medias. Aun ahora miraba los trolls de piedra con aire de sospecha, preguntándose si alguna fórmula mágica no podría devolverlos de pronto a la vida.

—No sólo olvidáis la historia de la familia, sino también todo lo que sabemos de los trolls —dijo Trancos—. Es pleno día, brilla el sol y volvéis tratando de asustarme con el cuento de unos trolls vivos que nos esperan en el claro. De todos modos, hubieseis podido notar que uno de ellos tiene un viejo nido de pájaro detrás de la oreja. ¡Un adorno de veras insólito en un troll vivo!

Todos rieron. Frodo se sintió reanimado: el recuerdo de la primera aventura afortunada de Bilbo era alentador. El sol, también, calentaba y confortaba y la niebla que tenía ante los ojos parecía estar levantándose. Descansaron un tiempo en el claro y almorzaron a la sombra de las grandes piernas de los trolls.

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