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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (59 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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El mundo era joven y las montañas verdes,

y aún no se veían manchas en la luna

y los ríos y piedras no tenían nombre,

cuando Durin despertó y echó a caminar.

 

Nombró las colinas y los valles sin nombre;

bebió de fuentes ignoradas;

se inclinó y se miró en el Lago Espejo

y sobre la sombra de la cabeza de Durin

apareció una corona de estrellas

como joyas engarzadas en un hilo de plata.

 

El mundo era hermoso en los días de Durin,

en los Días Antiguos antes de la caída

de reyes poderosos en Nargothrond y Gondolin

que desaparecieron más allá de los mares.

El mundo era hermoso y las montañas altas.

 

Fue rey en un trono tallado

y en salas de piedra de muchos pilares

y runas poderosas en la puerta,

de bóvedas de oro y de suelo de plata.

La luz del sol, la luna y las estrellas

en centelleantes lámparas de vidrio

que las nubes y la noche jamás se oscurecían

para siempre brillaban.

 

Allí el martillo golpeaba el yunque,

el cincel esculpía y el buril escribía,

se forjaba la hoja de la espada,

y se fijaban las empuñaduras;

cavaba el cavador, el albañil edificaba.

 

Allí se acumulaban el berilo, la perla

y el pálido ópalo y el metal en escamas,

y la espada y la lanza brillantes,

el escudo, la malla y el hacha.

 

Incansable era entonces la gente de Durin;

bajo las montañas despertaba la música;

los arpistas tocaban, cantaban los cantantes,

y en la puerta las trompetas sonaban.

 

El mundo es gris ahora y vieja la montaña;

el fuego de la forja es sólo unas cenizas;

el arpa ya no suena, el martillo no cae;

la sombra habita en las salas de Durin,

y la oscuridad ha cubierto la tumba

en Moria, en Khazad-dûm.

 

Pero todavía aparecen las estrellas ahogadas

en la oscuridad y el silencio del Lago Espejo,

y hasta que Durin despierte de nuevo

en el agua profunda la corona descansa.

—¡Me gusta eso! — dijo Sam —. Me gustaría aprenderlo.
¡En Moria, en Khazad-dûm!
Pero la imagen de todas esas lámparas hace la oscuridad más pesada, me parece. ¿Hay todavía por aquí montones de oro y joyas?

Gimli no contestó. Había cantado su canción y no quería decir más.

—¿Montones de joyas? —dijo Gandalf —. No. Los orcos han saqueado Moria a menudo. No queda nada en las salas superiores. Y desde que los enanos se fueron, nadie se ha atrevido a explorar los pozos o a buscar tesoros en los sitios más profundos; los ha inundado el agua, o una sombra de miedo.

—¿Entonces por qué los enanos querrían volver? —preguntó Sam.

—Por el mithril —respondió Gandalf —. La riqueza de Moria no era el oro y las joyas, juguetes de los enanos; tampoco el hierro, sirviente de los enanos. Tales cosas se encuentran aquí, es cierto, especialmente hierro; pero no cavaban para eso; todo lo que deseaban podían obtenerlo traficando. Pues este era el único sitio del mundo donde había plata de Moria, o plata auténtica como algunos la llamaban: mithril es el nombre élfico. Los enanos le dan otro nombre, pero lo guardan en secreto. El valor del mithril era diez veces superior al del oro y ahora ya no tiene precio, pues queda poco en la superficie y ni siquiera los orcos se atreven a cavar aquí. Las vetas llevan siempre al norte, hacia Caradhras y abajo, a la oscuridad. Ellos no hablan de eso, pero si es cierto que el mithril fue la base de la riqueza de los enanos, fue también la perdición de estas criaturas, que cavaron con demasiada codicia, demasiado abajo y perturbaron aquello de que huían, el Daño de Durin. De lo que llevaron a la luz, los orcos recogieron casi todo y se lo entregaron como tributo a Sauron.

"Mithril!
Todo el mundo lo deseaba. Podía ser trabajado como el cobre y pulido como el vidrio; y los enanos podían transformarlo en un metal más liviano y sin embargo más duro que el acero templado. Tenía la belleza de la plata común, pero nunca se manchaba ni perdía el brillo. Los elfos lo estimaban muchísimo y lo empleaban entre otras cosas para forjar los
ithildin
, la estrella-luna que habéis visto en la puerta. Bilbo tenía una malla de anillos de mithril que Thorin le había dado. Me pregunto qué se habrá hecho de ella. Todavía juntando polvo en el museo de Cavada Grande, me imagino.

—¿Qué? — exclamó Gimli de pronto, saliendo de su silencio —. ¿Una cota de plata de Moria? ¡Un regalo de rey!

—Sí —continuó Gandalf—. Nunca se lo dije, pero vale más que la Comarca entera y todo lo que en ella hay.

Frodo no dijo nada, pero metió la mano bajo la túnica y tocó los anillos de la camisa. Se le confundía la cabeza pensando que había ido de un lado a otro llevando el valor de la Comarca bajo la chaqueta. ¿Lo había sabido Bilbo? Estaba seguro de que Bilbo lo sabía muy bien. Era en verdad un regalo de rey. Pero ahora ya no pensaba en las minas oscuras, pues se había acordado de Rivendel y de Bilbo, y luego de Bolsón Cerrado en los días en que Bilbo vivía todavía allí. Deseó de todo corazón estar de vuelta, en aquellos días de antes, segando la hierba, o paseando entre las flores, y no haber oído hablar de Moria, o del mithril, o del Anillo.

 

Siguió un profundo silencio. Uno a uno los otros fueron durmiéndose. Como un soplo que venía de las profundidades, cruzando puertas invisibles, el miedo envolvió a Frodo. Tenía las manos frías y la frente transpirada. Escuchó, prestando atención durante dos lentas horas, pero no oyó ningún sonido, ni siquiera el eco imaginario de unos pasos.

La guardia de Frodo había concluido casi, cuando allá lejos, donde suponía que se alzaba el arco oriental, creyó ver dos pálidos puntos de luz, casi como ojos luminosos. Se sobresaltó. Había estado cabeceando. "Poco faltó para que me quedara dormido en plena guardia", pensó. "Ya empezaba a soñar." Se incorporó y se frotó los ojos y se quedó de pie, espiando la oscuridad, hasta que Legolas lo relevó.

 

Cuando se acostó se quedó dormido en seguida, pero tuvo la impresión de que el sueño continuaba: oía murmullos y vio que los pálidos puntos de luz se acercaban lentamente. Despertó y vio que los otros estaban hablando en voz baja muy cerca y que una luz débil le caía en la cara. Muy arriba, sobre el arco del este, un rayo de luz largo y pálido asomaba en una abertura de la bóveda, y en el otro extremo del recinto la luz resplandecía también débil y distante entrando por el arco del norte.

Frodo se sentó.

—¡Buen día! —le dijo Gandalf—. Pues al fin es de día. No me equivoqué. Estamos muy arriba en el lado este de Moria. Antes que termine la jornada tenemos que encontrar las Grandes Puertas y ver las aguas del Lago Espejo en el Valle del Arroyo Sombrío ante nosotros.

—Me alegro —dijo Gimli—. Ya he visto Moria y es muy grande, pero se ha convertido en un sitio oscuro y terrible y no hemos encontrado señales de mi gente. Dudo ahora que Balin haya estado alguna vez aquí.

 

Luego de haber desayunado, Gandalf decidió que se pondrían en marcha en seguida.

—Estamos cansados, pero dormiremos mejor cuando lleguemos afuera —dijo—. Creo que ninguno de nosotros desearía pasar otra noche en Moria.

—¡No, en verdad! —dijo Boromir—. ¿Qué camino tomaremos? ¿Ese arco que apunta al este?

—Quizá —dijo Gandalf—. Pero aún no sé exactamente dónde nos encontramos. Si no he perdido el rumbo, creo que estamos encima de los Grandes Portales y un poco al norte; y quizá no sea fácil encontrar el camino que baja a las puertas. El arco del este tal vez sea la ruta adecuada, pero antes de decidirnos miraremos un poco alrededor. Vayamos hacia aquella luz de la puerta norte. Si pudiéramos encontrar una ventana, mejor que mejor, pero temo que la luz descienda sólo a través de largas aberturas.

Siguiendo a Gandalf, la Compañía pasó bajo el arco del norte. Se encontraban ahora en un amplio corredor. A medida que avanzaban el resplandor iba aumentando y vieron que venía de un portal de la derecha. Era alto, plano arriba, y la puerta de piedra colgaba todavía de los goznes, a medio cerrar. Del otro lado había un cuarto grande y cuadrado. Estaba apenas iluminado, pero a los ojos de la Compañía, luego de haber pasado tanto tiempo en la oscuridad, era de una luminosidad enceguecedora y todos parpadearon al entrar.

El suelo estaba cubierto por una espesa capa de polvo y la Compañía tropezó en el umbral con muchas cosas que estaban allí tiradas y cuyas formas no pudieron reconocer al principio. Una abertura alta y amplia de la pared del este iluminaba la cámara. Atravesaba oblicuamente la pared y del otro lado, lejos y arriba, podía verse un cuadradito de cielo azul. La luz caía directamente sobre una mesa en medio del cuarto: una piedra oblonga, de dos pies de alto, sobre la que habían puesto una losa de piedra blanca.

—Parece una tumba —murmuró Frodo, y se inclinó hacia adelante, sintiendo un raro presentimiento, para mirar desde más cerca.

Gandalf se acercó rápidamente. Sobre la losa había unas runas grabadas:

—Son runas de Daeron, como se usaban antiguamente en Moria —dijo Gandalf —. Dice aquí en las lenguas de los hombres y los enanos:

BALIN HIJO DE FUNDIN

SEÑOR DE MORIA

—Está muerto entonces —dijo Frodo—. Temía que fuera así.

Gimli se echó la capucha sobre la cara.

5

El puente de Khazad-Dûm

La Compañía del Anillo permaneció en silencio junto a la tumba de Balin. Frodo pensó en Bilbo, en la larga amistad que había tenido con el enano y en la visita de Balin a la Comarca tiempo atrás. En aquel cuarto polvoriento de la montaña parecía que eso había ocurrido hacía mil años y en el otro extremo del mundo.

Por último se movieron y levantaron los ojos y buscaron algo que pudiera aclararles la muerte de Balin, o qué había sido de su gente. Había otra puerta más pequeña en el lado opuesto de la cámara, bajo la abertura. Junto a las dos puertas podían ver ahora muchos huesos desparramados y entre ellos espadas y hachas rotas y escudos y cascos hendidos. Algunas de las espadas eran curvas: cimitarras de orcos con hojas negras.

Había muchos nichos tallados en la piedra de los muros, que contenían grandes cofres de madera aherrojados. Todo había sido roto y saqueado, pero junto a la tapa destrozada de uno de los cofres encontraron los restos de un libro. Lo habían desgarrado y lo habían apuñalado, estaba quemado en parte y tan manchado de negro y otras marcas oscuras, como sangre vieja, que poco podía leerse. Gandalf lo alzó con cuidado, pero las hojas crujieron y se quebraron mientras lo ponía sobre la losa. Se inclinó sobre él un tiempo sin hablar. Frodo y Gimli de pie junto a Gandalf, que volvía delicadamente las hojas, alcanzaban a ver que había sido escrito por distintas manos, en runas, tanto de Moria como del Valle y de cuando en cuando en caracteres élficos.

Al fin Gandalf alzó los ojos. —Parece ser un registro de los azares y fortunas que cayeron sobre el pueblo de Balin —dijo—. Supongo que empieza cuando llegaron al Valle del Arroyo Sombrío hace treinta años hay números en las páginas que parecen referirse a los años que siguieron. La primera página está marcada
uno-tres
, de modo que al menos dos ya faltan desde el principio. ¡Escuchad!

"Echamos a los orcos de la gran puerta y el cuarto de guar—
supongo que diría
guardia. Matamos a muchos a la brillante —creo— luz del valle. Una flecha mató a Flói. Él derribó al grande.
Luego hay una mancha seguida por
Flói bajo la hierba Junto al Lago Espejo.
Sigue una línea o dos que no puedo leer. Luego esto:
Hemos elegido como vivienda la sala vigesimoprimera del lado norte. Hay
no sé qué. Se menciona una
abertura. Luego Balin se ha aposentado en la Cámara de Mazarbul.

—La Cámara de los Registros —dijo Gimli—. Sospecho que ahí estamos ahora.

—Bueno, aquí no alcanzo a leer mucho más —dijo Gandalf — excepto la palabra oro y
Hacha de Durin
y algo así como yelmo.
Luego Balin es ahora señor de Moria.
Esto parece terminar un capítulo. Luego de algunas estrellas comienza otra mano y aquí se lee
encontramos plata auténtica
y luego las palabras
bien forjada
y luego algo. ¡Lo tengo!
Mithril
y las dos últimas líneas:
Oin buscará las armerías superiores del Tercer Nivel; algo va al oeste
, una mancha,
a la puerta de Acebeda.

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