—La malla es extraordinariamente liviana —dijo—. Póntela de nuevo, si la soportas. Me alegra de veras saber que llevas una cota semejante. No te la quites, ni aún para dormir, a no ser que la fortuna te lleve a algún lugar donde no corras ningún peligro y eso no será muy frecuente mientras dure tu misión.
Luego de comer, la Compañía se preparó para partir. Apagaron el fuego y borraron todas las huellas. Trepando fuera de la hondonada volvieron al camino. No habían andado mucho cuando el sol se puso detrás de las alturas del oeste y unas grandes sombras descendieron por las faldas de los montes. El crepúsculo les velaba los pies y una niebla se alzó en las tierras bajas. Lejos en el este la luz pálida del anochecer se extendía sobre unos territorios indistintos de bosques y llanuras. Sam y Frodo que se sentían ahora aliviados y reanimados iban a buen paso y con sólo un breve descanso Aragorn guió a la Compañía durante tres horas más.
Había oscurecido. Era ya de noche y había muchas estrellas claras, pero la luna menguante no se vería hasta más tarde. Gimli y Frodo marchaban a la retaguardia, sin hablar, prestando atención a cualquier sonido que pudiera oírse detrás en el camino. Al fin Gimli rompió el silencio.
—Ningún sonido, excepto el viento —dijo—. No hay nada rondando, o mis oídos son de madera. Esperemos que los orcos hayan quedado contentos echándonos de Moria. Y quizá no pretendían nada más, no tenían otra cosa que hacer con nosotros... con el Anillo. Aunque los orcos persiguen a menudo a los enemigos a campo abierto y durante muchas leguas, si tienen que vengar a un capitán.
Frodo no respondió. Le echó una mirada a Dardo y la hoja tenía un brillo opaco. Sin embargo había oído algo, o había creído oír algo. Tan pronto como las sombras cayeran alrededor ocultando el camino, había oído otra vez el rápido rumor de unas pisadas. Aún ahora lo oía. Se volvió bruscamente. Detrás de él había dos diminutos puntos de luz, o creyó ver dos puntos de luz, pero en seguida se movieron a un lado y desaparecieron.
—¿Qué pasa? —preguntó el enano.
—No sé —respondió Frodo—. Creí oír el sonido de unos pasos y creí ver una luz... como ojos. Me ocurrió muchas veces, desde que salimos de Moria.
Gimli se detuvo y se inclinó hacia el suelo.
—No oigo nada sino la conversación nocturna de las plantas y las piedras —dijo—. ¡Vamos! ¡De prisa! Los otros ya no se ven.
El viento frío de la noche sopló valle arriba. Ante ellos se levantaba una ancha sombra gris y había un continuo rumor de hojas, como álamos en el viento.
—¡Lothlórien! —exclamó Legolas—. ¡Lothlórien! Hemos llegado a los límites del Bosque de Oro. ¡Lástima que sea invierno!
Los árboles se elevaban hacia el cielo de la noche y se arqueaban sobre el camino y el arroyo que corría de pronto bajo las ramas extendidas. A la luz pálida de las estrellas los troncos eran grises y las hojas temblorosas un débil resplandor amarillo rojizo.
—¡Lothlórien! —dijo Aragorn—. ¡Qué felicidad oír de nuevo el viento en los árboles! Nos encontramos aún a unas cinco leguas de las puertas, pero no podemos ir más lejos. Esperemos que la virtud de los elfos nos ampare esta noche de los peligros que vienen detrás.
—Si hay elfos todavía aquí en este mundo que se ensombrece —dijo Gimli.
—Ninguno de los míos ha vuelto a estas tierras desde hace tiempo —dijo Legolas—, aunque se dice que Lórien no ha sido abandonado del todo, pues habría aquí un poder que protege a la región contra el mal. Sin embargo, esos habitantes se dejan ver raramente y quizá viven ahora en lo más profundo del bosque, lejos de las fronteras septentrionales.
—Viven en verdad en lo más profundo del bosque —dijo Aragorn y suspiró como recordando algo—. Esta noche tendremos que arreglárnoslas solos. Iremos un poco más allá, hasta que los árboles nos rodeen, y luego dejaremos la senda y buscaremos donde dormir.
Dio un paso adelante, pero Boromir parecía irresoluto y no lo siguió. —¿No hay otro camino? —dijo.
—¿Qué otro camino querrías tú? —dijo Aragorn.
—Un camino simple, aunque nos llevara a través de setos de espadas —dijo Boromir—. Esta Compañía ha sido conducida por caminos extraños y hasta ahora con mala fortuna. Contra mi voluntad pasamos bajo las sombras de Moria y hacia nuestra perdición. Y ahora tenemos que entrar en el Bosque de Oro, dices. Pero de estas tierras peligrosas hemos oído hablar en Gondor y se dice que de todos los que entran son pocos los que salen y menos aún los que escapan indemnes.
—No digas
indemne
pero sí
sin cambios
y estarás más en lo cierto —dijo Aragorn— — Pero la sabiduría está perdiéndose en Gondor, Boromir, si en la ciudad de aquellos que una vez fueron sabios ahora se habla así de Lothlórien. De cualquier modo, no hay para nosotros otro camino, salvo que quieras volver a las Puertas de Moria, escalar las montañas que no tienen caminos, o ir a nado y solo por el Río Grande.
—¡Entonces, adelante! —dijo Boromir—. Pero es peligroso.
—Peligroso, es cierto —dijo Aragorn—. Hermoso y peligroso, pero sólo la maldad puede tenerle miedo con alguna razón, o aquellos que llevan alguna maldad en ellos mismos. ¡Seguidme!
Se habían internado poco más de una milla en el bosque cuando tropezaron con otro arroyo, que descendía rápidamente desde las laderas arboladas que subían detrás hacia las montañas del oeste. No muy lejos entre las sombras de la derecha, se oía el rumor de una pequeña cascada. Las aguas oscuras y precipitadas cruzaban el sendero ante ellos y se unían al Cauce de Plata en un torbellino de aguas oscuras entre las raíces de los árboles.
—¡He aquí el Nimrodel! —dijo Legolas—. Los Elfos Silvanos lo cantaron muchas veces y esas canciones se cantan aún en el Norte, recordando el arco iris de los saltos y las flores doradas que brotan en la espuma. Todo es oscuro ahora y el Puente del Nimrodel está roto. Me mojaré los pies, pues dicen que el agua cura la fatiga.
Se adelantó, descendió por la barranca escarpada y entró en el arroyo.
—¡Seguidme! — gritó —. El agua no es profunda. ¡Crucemos! Podemos descansar en la otra orilla y el susurro del agua que cae nos ayudará a dormir y a olvidar las penas.
Uno a uno bajaron por la ribera y siguieron a Legolas. Frodo se detuvo un momento junto a la orilla y dejó que el arroyo le bañara los pies cansados. El agua era fría y límpida y cuando le llegó a las rodillas Frodo sintió que le lavaba la suciedad del viaje y todo el cansancio que le pesaba en los miembros.
Cuando toda la Compañía hubo cruzado, se sentaron a descansar, comieron unos bocados y Legolas les contó las historias de Lothlórien que los elfos del Bosque Oscuro atesoraban aún, historias de la luz del sol y las estrellas en los prados que el Río Grande había bañado antes que el mundo fuera gris.
Al fin callaron y se quedaron escuchando la música de la cascada que caía dulcemente en las sombras. Frodo llegó a imaginar que oía el canto de una voz, junto con el sonido del agua.
—¿Alcanzáis a oír la voz de Nimrodel? —preguntó Legolas—. Os cantaré una canción de la doncella Nimrodel, que vivía junto al arroyo y tenía el mismo nombre. Es una hermosa canción en nuestra lengua de los bosques y hela aquí en la Lengua del Oeste, como algunos la cantan ahora en Rivendel.
Legolas empezó a cantar con una voz dulce que apenas se oía entre el murmullo de las hojas.
Había en otro tiempo una doncella élfica,
una estrella que brillaba en el día,
de manto blanco recamado en oro
y zapatos de plata gris.
Tenia una estrella en la frente,
una luz en los cabellos,
como el sol en las ramas de oro
de Lórien la bella.
Los cabellos largos, los brazos blancos,
libre y hermosa era Lórien,
y en el viento corría levemente,
como la hoja del tilo.
Junto a los saltos de Nimrodel,
cerca del agua clara y fresca,
la voz caía como plata que cae
en el agua brillante.
Por dónde anda ahora, nadie sabe,
a la luz del sol o entre los sombras,
pues hace tiempo que Nimrodel
se extravió en las montañas.
Un barco elfo en el puerto gris,
bajo el viento de la montaña,
la esperó muchos días
junto al mar tumultuoso.
Un viento nocturno en el norte
se levantó gritando,
y llevó la nave desde las playas élficas
sobre olas que iban y venían.
Cuando asomó la pálida aurora
las montañas grises se hundían
más allá de las olas empenachadas
de espuma enceguecedora.
Amroth vio que la costa desaparecía
debajo y más allá de la ola,
y maldijo la nave pérfida que lo llevara
lejos de Nimrodel.
Había sido antaño un rey élfico
señor del valle y los árboles,
cuando los brotes primaverales se doraban
en Lothlórien la bella.
Lo vieron saltar desde la borda
como flecha de un arco
y caer en el agua profunda
como una gaviota.
El aire le movía los cabellos,
y la espuma le brillaba alrededor,
lo vieron de lejos hermoso y fuerte
deslizándose como un cisne.
Pero del Oeste no llegó una palabra,
y en la Costa Citerior
los elfos nunca tuvieron
noticias de Amroth.
La voz se le quebró a Legolas y dejó de cantar.
—No puedo seguir —dijo—. Esto es sólo una parte; he olvidado casi todo. La canción es larga y triste, pues cuenta las desventuras que cayeron sobre Lothlórien, Lórien de las Flores, cuando los enanos despertaron al mal en las montañas.
—Pero los enanos no hicieron al mal —dijo Gimli.
—Yo no dije eso, pero el mal vino —respondió Legolas tristemente—. Luego muchos de los elfos de la estirpe de Nimrodel dejaron sus moradas y partieron y ella se perdió allá lejos en el Sur, en los pasos de las Montañas Blancas, y no vino al barco donde la esperaba Amroth, su amante. Pero en la primavera cuando el viento mueve las primeras hojas aún puede oírse el eco de la voz de Nimrodel junto a los saltos de agua de ese nombre. Y cuando el viento sopla del sur es la voz de Amroth la que sube desde el océano, pues el Nimrodel fluye en el Cauce de Plata, que los elfos llaman Celebrant, y el Celebrant en el Gran Anduin, y el Anduin en la Bahía de Belfalas, donde los elfos de Lórien se lanzaron a la mar. Pero ellos nunca volvieron, ni Nimrodel ni Amroth.
"Se dice que ella vive en una casa construida en las ramas de un árbol, cerca de la cascada, pues tal era la costumbre entre los elfos de Lórien, vivir en los árboles y quizá todavía lo hacen. Por eso se los llamó los Galadrim, las Gentes de los Arboles. En lo más profundo del bosque los árboles son muy grandes. La gente de los bosques no habitaba bajo el suelo como los enanos, ni levantó fortalezas de piedra hasta que llegó la Sombra.
—Y aún ahora podría decirse que vivir en los árboles es más seguro que sentarse en el suelo —dijo Gimli.
Miró más allá del agua el camino que llevaba de vuelta al Valle del Arroyo Sombrío y luego alzó los ojos hacia la bóveda de ramas oscuras.
—Tus palabras nos traen un buen consejo, Gimli —dijo Aragorn—. No podemos construir una casa, pero esta noche haremos como los Galadrim y buscaremos refugio en las copas de los árboles, si podemos. Hemos estado sentados aquí junto al camino más de lo prudente.
La Compañía dejó ahora el sendero y se internó en las sombras más profundas del bosque, hacia el oeste, a lo largo del arroyo montañoso que se alejaba del Cauce de Plata. No lejos de los saltos de Nimrodel encontraron un grupo de árboles, que en algunos sitios se inclinaban sobre el río. Los grandes troncos grises eran muy gruesos, pero nadie supo decir qué altura tenían.
—Subiré —dijo Legolas—. Me siento en casa entre los árboles, junto a las raíces o en las ramas, aunque estos árboles son de una familia que no conozco, excepto como un nombre en una canción.
Mellyrn
los llaman y son los que lucen flores amarillas, pero nunca subí a uno. Veré ahora qué forma tienen y cómo se desarrollan.
—De cualquier modo —dijo Pippin— tendrían que ser árboles maravillosos si pueden ser un sitio de descanso para alguien, además de los pájaros. ¡No puedo dormir colgado de una rama!
—Entonces cava un agujero en el suelo —dijo Legolas—, si está más de acuerdo con tus costumbres. Pero tienes que cavar hondo y muy rápido, o no escaparás a los orcos.
Saltando ágilmente se cogió de una rama que nacía del tronco a bastante altura por encima de ellos. Se balanceó allí un momento y una voz habló de pronto desde las sombras altas del árbol.
—Daro!
—dijo en un tono perentorio y Legolas se dejó caer al suelo sorprendido y asustado. Se encogió contra el tronco del árbol.
—¡Quietos todos! —les susurró a los otros—. ¡No os mováis ni habléis!
Una risa dulce estalló allá arriba y luego otra voz clara habló en una lengua élfica. Frodo no entendía mucho de lo que se decía, pues la lengua de la gente Silvana del este de las montañas se parecía poco a la del oeste. Legolas levantó la cabeza y respondió en la misma lengua.
—¿Quiénes son y qué dicen? —preguntó Merry.
—Son elfos —dijo Sam—. ¿No oyes las voces? —Sí, son elfos —dijo Legolas— y dicen que respiráis tan fuerte que podrían atravesaras con una flecha en la oscuridad. —Sam se llevó rápidamente la mano a la boca.— Pero también dicen que no tengáis miedo. Saben que estamos por aquí desde hace rato. Oyeron mi voz del otro lado del Nimrodel y supieron que yo era de la familia del Norte y por ese motivo no nos impidieron el paso; y luego oyeron mi canción. Ahora me invitan a que suba con Frodo; pues han tenido alguna noticia de él y de nuestro viaje. A los otros les dicen que esperen un momento y que monten guardia al pie del árbol, hasta que ellos decidan.
Una escala de cuerda bajó de las sombras; era de color gris plata y brillaba en la oscuridad, y aunque parecía delgada podía sostener a varios hombres, como se comprobó más tarde. Legolas trepó ágilmente y Frodo lo siguió más despacio y detrás fue Sam tratando de no respirar con fuerza. Las ramas del mallorn eran casi horizontales al principio y luego se curvaban hacia arriba; pero cerca de la copa el tronco se dividía en una corona de ramas y vieron que entre esas ramas los elfos habían construido una plataforma de madera, o
flet
como se la llamaba en esos tiempos; los elfos la llamaban
talan.
Un agujero redondo en el centro permitía el acceso a la plataforma y por allí pasaba la escala.