La comunidad del anillo (66 page)

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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La comunidad del anillo
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—¡Bienvenidos a Caras Galadon! — dijo —. He aquí la ciudad de los Galadrim donde moran el Señor Celeborn y Galadriel, la Dama de Lórien. Pero no podemos entrar por aquí pues las puertas no miran al norte. Tenemos que dar un rodeo hasta el lado sur y habrá que caminar un rato, pues la ciudad es grande.

 

Del otro lado del foso corría un camino de piedras blancas. Fueron por allí hacia el este, con la ciudad alzándose siempre a la izquierda como una nube verde; y a medida que avanzaba la noche, aparecían más luces, hasta que toda la colina pareció inflamada de estrellas. Llegaron al fin a un puente blanco, y luego de cruzar se encontraron ante las grandes puertas de la ciudad: miraban al sudoeste, entre los extremos del muro circular que aquí se superponían, y eran altas y fuertes y había muchas lámparas.

Haldir golpeó y habló y las puertas se abrieron en silencio, pero Frodo no vio a ningún guardia. Los viajeros pasaron y las puertas se cerraron detrás. Estaban en un pasaje profundo entre los dos extremos de la muralla y atravesándolo rápidamente entraron en la Ciudad de los Arboles. No vieron a nadie ni oyeron ningún ruido de pasos en los caminos, pero sonaban muchas voces alrededor y en el aire arriba. Lejos sobre la colina se oía el sonido de unas canciones que caían de lo alto como una dulce lluvia sobre las hojas.

Recorrieron muchos senderos y subieron muchas escaleras hasta que llegaron a unos sitios elevados y vieron una fuente que refulgía en un campo de hierbas. Estaba iluminada por unas linternas de plata que colgaban de las ramas de los árboles, y el agua caía en un pilón de plata que desbordaba en un arroyo blanco. En el lado sur del prado se elevaba el mayor de todos los árboles; el tronco enorme y liso brillaba como seda gris y subía rectamente hasta las primeras ramas que se abrían muy arriba bajo sombrías nubes de hojas. A un lado pendía una ancha escala blanca y tres elfos estaban sentados al pie. Se incorporaron de un salto cuando vieron acercarse a los viajeros, y Frodo observó que eran altos y estaban vestidos con unas mallas grises y que llevaban sobre los hombros unas túnicas largas y blancas.

—Aquí moran Celeborn y Galadriel —dijo Haldir—. Es deseo de ellos que subáis y les habléis.

Uno de los guardias tocó una nota clara en un cuerno pequeño y le respondieron tres veces desde lo alto.

—Iré primero —dijo Haldir—. Que luego venga Frodo y con él Legolas. Los otros pueden venir en el orden que deseen. Es una larga subida para quienes no están acostumbrados a estas escalas, pero podéis descansar de vez en cuando.

Mientras trepaba lentamente, Frodo vio muchos
flets
: unos a la derecha, otros a la izquierda y algunos alrededor del tronco, de modo que la escala pasaba atravesándolos. Al fin, a mucha altura, llegó a un
talan
grande, parecido al puente de un navío. Sobre el
talan
había una casa, tan grande que en tierra hubiese podido servir de habitación a los hombres. Entró detrás de Haldir y descubrió que estaba en una cámara ovalada y en el medio crecía el tronco del gran mallorn, ahora ya adelgazándose pero todavía un pilar de amplia circunferencia.

Una luz clara iluminaba aquel espacio; las paredes eran verdes y plateadas y el techo de oro. Había muchos elfos sentados. En dos asientos que se apoyaban en el tronco del árbol, y bajo el palio de una rama, estaban el Señor Celeborn y Galadriel. Se incorporaron para dar la bienvenida a los huéspedes, según la costumbre de los elfos, aun de aquellos que eran considerados reyes poderosos. Muy altos eran, y la Dama no menos alta que el Señor, y hermosos y graves. Estaban vestidos de blanco y los cabellos de la Dama eran de oro y los cabellos del Señor Celeborn eran de plata, largos y brillantes; pero no había ningún signo de vejez en ellos, excepto quizás en lo profundo de los ojos, pues éstos eran penetrantes como lanzas a la luz de las estrellas y sin embargo profundos, como pozos de recuerdos.

Haldir llevó a Frodo ante ellos y el Señor le dio la bienvenida en la lengua de los hobbits. La Dama Galadriel no dijo nada pero contempló largamente el rostro de Frodo.

—¡Siéntate junto a mí, Frodo de la Comarca! —dijo Celeborn—. Hablaremos cuando todos hayan llegado.

Saludó cortésmente a cada uno de los compañeros, llamándolos por sus nombres.

—¡Bienvenido, Aragorn, hijo de Arathorn! —dijo—. Han pasado treinta y ocho años del mundo exterior desde que viniste a estas tierras; y esos años pesan sobre ti. Pero el fin está próximo, para bien o para mal. ¡Descansa aquí de tu carga
por
un momento!

"¡Bienvenido, hijo de Thranduil! Pocas veces las gentes de mi raza vienen aquí del Norte.

"¡Bienvenido, Gimli, hijo de Glóin! Hace mucho en verdad que no se ve a alguien del pueblo de Durin en Caras Galadon. Pero hoy hemos dejado de lado esa antigua ley. Quizás es un anuncio de mejores días, aunque las sombras cubran ahora el mundo, y de una nueva amistad entre nuestros pueblos.

Gimli hizo una profunda reverencia.

 

Cuando todos los huéspedes terminaron de sentarse, el Señor los miró de nuevo. —Aquí hay ocho —dijo—. Partieron nueve, así decían
los
mensajes. Pero quizás hubo
algún cambio en el
Concilio y
no nos
enteramos. Elrond está lejos y las tinieblas crecen alrededor, este año más que nunca.

—No, no hubo cambios en el Concilio —dijo la Dama Galadriel hablando por vez primera. Tenía una voz clara y musical, aunque de tono grave—. Gandalf el Gris partió con la Compañía, pero no cruzó las fronteras de este país. Contadnos ahora dónde está, pues mucho he deseado hablar con él otra vez. Pero no puedo verlo de lejos, a menos que pase de este lado de las barreras de Lothlórien; lo envuelve una niebla gris y no sé por dónde anda ni qué piensa.

—¡Ay! — dijo Aragorn —. Gandalf el Gris ha caído en la sombra. Se demoró en Moria y no pudo escapar.

Al oír estas palabras todos los elfos de la sala dieron grandes gritos de dolor y de asombro.

—Una noticia funesta —dijo Celeborn—, la más funesta que se haya anunciado aquí en muchos años de dolorosos acontecimientos. —Se volvió a Haldir.— ¿Por qué no me dijeron nada hasta ahora? —preguntó en la lengua élfica.

—No le hemos hablado a Haldir ni de lo que hicimos ni de nuestros propósitos —dijo Legolas—. Al principio nos sentíamos cansados y el peligro estaba aún demasiado cerca; y luego casi olvidamos nuestra pena durante un tiempo, mientras veníamos felices por los hermosos senderos de Lórien.

—Nuestra pena es grande sin embargo y la pérdida no puede ser reparada —dijo Frodo—. Gandalf era nuestro guía y nos condujo a través de Moria, y cuando parecía que ya no podíamos escapar, nos salvó y cayó.

—¡Contadnos toda la historia! —dijo Celeborn.

Entonces Aragorn contó todo lo que había ocurrido en el paso de Caradhras y en los días que siguieron, y habló de Balin y del libro y de la lucha en la Cámara de Mazarbul y el fuego y el puente angosto y la llegada del Terror.

—Un mal del Mundo Antiguo me pareció, algo que nunca había visto antes —dijo Aragorn—. Era a la vez una sombra y una llama, poderosa y terrible.

—Era un Balrog de Morgoth —dijo Legolas—; de todos los azotes de los elfos el más mortal, excepto aquel que reside en la Torre Oscura.

—En verdad vi en el puente a aquel que se nos aparece en las peores pesadillas, vi el Daño de Durin —dijo Gimli en voz baja y el miedo le asomó a los ojos.

—¡Ay! —dijo Celeborn—. Temimos durante mucho tiempo que hubiese algo terrible durmiendo bajo el Caradhras. Pero si hubiese sabido que los enanos habían reanimado este mal en Moria, yo te hubiera impedido pasar por las fronteras del norte, a ti y a todos los que iban contigo. Y hasta se podría decir quizá que Gandalf cayó al fin de la sabiduría a la locura, metiéndose sin necesidad en las redes de Moria.

—Sería imprudente en verdad quien dijera tal cosa —dijo con aire grave Galadriel—. En todo lo que hizo Gandalf en vida no hubo nunca nada inútil. Quienes lo seguían no estaban enterados de lo que pensaba y no pueden explicarnos lo que él se proponía. De cualquier modo estos seguidores no tuvieron ninguna culpa. No te arrepientas de haber dado la bienvenida al enano. Si nuestra gente hubiese vivido mucho tiempo lejos de Lothlórien, ¿quién de los Galadrim, incluyendo a Celeborn el Sabio, hubiera pasado cerca sin el deseo de ver el antiguo hogar, aunque se hubiese convertido en morada de dragones?

"Oscuras son las aguas del Kheled-zâram y frías son las fuentes del Kibil-nâla y hermosas eran las salas de columnas de Khazad-dûm en los Días Antiguos antes que los reyes poderosos cayeran bajo la piedra.

Galadriel miró a Gimli que estaba sentado y triste y le sonrió. Y el enano, al oír aquellos nombres en su propia y antigua lengua, alzó los ojos y se encontró con los de Galadriel y le pareció que miraba de pronto en el corazón de un enemigo y que allí encontraba amor y comprensión. El asombro le subió a la cara y en seguida respondió con una sonrisa.

Se incorporó torpemente y saludó con una reverencia al modo, de los Enanos diciendo: —Pero más hermoso aún es el país viviente de Lórien, y la Dama Galadriel está por encima de todas las joyas de la tierra.

 

Hubo un silencio. Al fin Celeborn volvió a hablar.

—Yo no sabía que vuestra situación era tan mala —dijo—. Que Gimli olvide mis palabras duras; hablé con el corazón perturbado. Haré todo lo que pueda por ayudaros, a cada uno de acuerdo con sus deseos y necesidades, pero en especial al pequeño que lleva la carga.

—Conocemos tu misión —dijo Galadriel mirando a Frodo—, pero no hablaremos aquí más abiertamente. Quizá podamos probar que no habéis venido en vano a esta tierra en busca de ayuda, como parecía ser el propósito de Gandalf. Pues se dice del Señor de los Galadrim que es
el
más sabio de los Elfos de la Tierra Media y un dispensador de dones que superan los poderes de los reyes. Ha residido en el oeste desde los tiempos del alba y he vivido con él innumerables años, pues crucé las montañas antes de la caída de Norgothrond o Gondolin y juntos hemos combatido durante siglos la larga derrota.

"Yo fui quien convocó por vez primera el Concilio Blanco, y si hubiera podido llevar adelante mis designios, Gandalf el Gris hubiese presidido la reunión y quizá las cosas hubieran pasado entonces de otro modo. Pero aún ahora queda alguna esperanza. No os aconsejaré que hagáis esto o aquello. Pues si puedo ayudaros no será con actos o maquinaciones, O decidiendo que toméis tal o cual rumbo, sino por el conocimiento de lo que ha sido y lo que es y en parte de lo que será. Pero te diré esto: tu misión marcha ahora por el filo de un cuchillo. Un solo paso en falso y fracasará, para ruina de todos. Hay esperanzas sin embargo mientras todos los miembros de la Compañía continúen siendo fieles.

Y con estas palabras los miró a todos y en silencio escrutó el rostro de cada uno. Nadie excepto Legolas y Aragorn soportó mucho tiempo esta mirada. Sam enrojeció en seguida y bajó la cabeza.

Por último la Dama Galadriel dejó de observarlos y sonrió. —Que vuestros corazones no se turben —dijo—. Esta noche dormiréis en paz.

En seguida ellos suspiraron y se sintieron cansados de pronto, como si hubiesen sido interrogados a fondo mucho tiempo, aunque no se había dicho abiertamente ninguna palabra.

—Podéis iros —dijo Celeborn—. El dolor y los esfuerzos os han agotado. Aunque vuestra misión no nos concerniese de cerca, podríais quedaros en la ciudad hasta que os sintierais curados y recuperados. Ahora id a descansar y durante un tiempo no hablaremos de vuestro camino futuro.

 

Aquella noche la Compañía durmió en el suelo, para gran satisfacción de los hobbits. Los elfos prepararon para ellos un pabellón entre los árboles próximos a la fuente y allí pusieron unos lechos mullidos; luego murmuraron palabras de paz con dulces voces élficas y los dejaron. Durante un rato los viajeros hablaron de cómo habían pasado la noche anterior en las copas de los árboles, de la marcha del día, del Señor y de la Dama, pues no estaban todavía en ánimo de mirar más atrás.

—¿Por qué enrojeciste, Sam? —dijo Pippin—. Te turbaste en seguida. Cualquiera hubiese pensado que tenías mala conciencia. Espero que no haya sido nada peor que un plan retorcido para robarme una manta.

—Nunca pensé nada semejante —dijo Sam que no tenía ánimos para bromas—. Si quiere saberlo, me sentí como si no tuviera nada encima y no me gustó. Me pareció que ella estaba mirando dentro de mí y preguntándome qué haría yo si ella me diera la posibilidad de volver volando a la Comarca y a un bonito y pequeño agujero con un jardincito propio.

—Qué raro —dijo Merry—. Casi exactamente lo que yo sentí, sólo que... bueno, creo que no diré más —concluyó con una voz débil.

A todos ellos, parecía, les había ocurrido algo semejante: cada uno había sentido que se le ofrecía la oportunidad de elegir entre una oscuridad terrible que se extendía ante él y algo que deseaba entrañablemente, y para conseguirlo sólo tenía que apartarse del camino y dejar a otros el cumplimiento de la misión y la guerra contra Sauron.

—Y a mí me pareció también —dijo Gimli— que mi elección permanecería en secreto y que sólo yo lo sabría.

—Para mí fue algo muy extraño —dijo Boromir—. Quizá fue sólo una prueba y ella quería leernos el pensamiento con algún buen propósito, pero yo casi hubiera dicho que estaba tentándonos y ofreciéndonos algo que dependía de ella. No necesito decir que me rehusé a escuchar. Los hombres de Minas Tirith guardan la palabra empeñada.

Pero lo que le había ofrecido la Dama, Boromir no lo dijo.

En cuanto a Frodo se negó a hablar, aunque Boromir lo acosó con preguntas.

—Te miró mucho tiempo, Portador del Anillo —dijo.

—Sí —dijo Frodo—, pero lo que me vino entonces a la mente ahí se quedará.

—Pues bien, ¡ten cuidado! —dijo Boromir—. No confío demasiado en esta Dama Elfica y en lo que se propone.

—¡No hables mal de la Dama Galadriel! —dijo Aragorn con severidad—. No sabes lo que dices. En ella y en esta tierra no hay ningún mal, a no ser que un hombre lo traiga aquí él mismo. Y entonces ¡que él se cuide! Pero esta noche y por vez primera desde que dejamos Rivendel dormiré sin ningún temor. ¡Y ojalá duerma profundamente y olvide un rato mi pena! Tengo el cuerpo y el corazón cansados.

Se echó en la cama y cayó en seguida en un largo sueño.

Los otros pronto hicieron lo mismo y durmieron sin ser perturbados por ruidos o sueños. Cuando despertaron vieron que la luz del día se extendía sobre la hierba ante el pabellón y que el agua de la fuente se alzaba y caía refulgiendo a la luz del sol.

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