Se quedaron algunos días en Lothlórien, o por lo menos eso fue lo que ellos pudieron decir o recordar más tarde. Todo el tiempo que estuvieron allí brilló el sol, excepto en los momentos en que caía una lluvia suave que dejaba todas las cosas nuevas y limpias. El aire era fresco y dulce, como si estuviesen a principios de la primavera, y sin embargo sentían alrededor la profunda y reflexiva quietud del invierno. Les pareció que casi no tenían otra ocupación que comer y beber y descansar y pasearse entre los árboles; y esto era suficiente.
No habían vuelto a ver al Señor y a la Dama y apenas conversaban con el resto de los elfos, pues eran pocos los que hablaban otra cosa que la lengua silvana. Haldir se había despedido de ellos y había vuelto a las defensas del norte, muy vigiladas ahora luego que la Compañía había traído aquellas noticias de Moria. Legolas pasaba muchas horas con los Galadrim y luego de la primera noche ya no durmió con sus compañeros, aunque regresaba a comer y hablar con ellos. A menudo se llevaba a Gimli para que lo acompañara en algún paseo y a los otros les asombró este cambio.
Ahora, cuando los compañeros estaban sentados o caminaban juntos, hablaban de Gandalf y todo lo que cada uno había sabido o visto de él les venía claramente a la memoria. A medida que se curaban las heridas y el cansancio del cuerpo, el dolor de la pérdida de Gandalf se hacía más agudo. A menudo oían voces élficas que cantaban cerca y eran canciones que lamentaban la caída del mago, pues alcanzaban a oír su nombre entre palabras dulces y tristes que no entendían.
Mithrandir, Mithrandir
, cantaban los elfos,
¡oh Peregrino
Gris! Pues así les gustaba llamarlo. Pero si Legolas estaba entonces con la Compañía no les traducía las canciones, diciendo que no se consideraba bastante hábil y que para él la pena estaba aún demasiado cerca y era un tema para las lágrimas y no todavía para una canción.
Fue Frodo el primero que expresó su dolor en palabras titubeantes. Pocas veces sentía el impulso de componer canciones o versos; aun en Rivendel había escuchado y no había cantado él mismo, aunque recordaba muchas cosas de otros. Pero ahora sentado junto a la fuente de Lórien y escuchando las voces de los elfos que hablaban de Gandalf, se le ocurrió una canción que a él le parecía hermosa, pero cuando trató de repetírsela a Sam sólo quedaron unos fragmentos, apagados como un manojo de flores marchitas.
Cuando la tarde era gris en la Comarca
se oían sus pasos en la colina;
y se iba antes del alba
en silencio a sitios remotos.
De las Tierras Asperas a la costa del este,
del desierto del norte a las lomas del sur,
por antros de dragones y puertas ocultas
y bosques oscuros iba a su antojo.
Con enanos y hobbits, con ellos y con hombres,
con gentes mortales e inmortales,
con pájaros en árboles y bestias en madrigueras,
en lenguas secretas hablaba.
Una espada mortal, una mano benigna,
una espalda que la carga doblaba;
una voz de trompeta, una antorcha encendida,
un peregrino fatigado.
Señor de sabiduría entronizado,
de cólera viva y de rápida risa;
un viejo de gastado sombrero
que se apoya en una vara espinosa.
Estuvo solo sobre el puente
desafiando al Fuego y la Sombra;
la vara se le quebró en la piedra,
y su sabiduría murió en Khazad-dûm.
—¡Bueno, pronto derrotará al señor Bilbo! —dijo Sam.
—No, temo que no –dijo Frodo—, pero no soy capaz de nada mejor. —En todo caso, señor Frodo, si un día tiene ganas de componer algo más, espero que diga una palabra de los fuegos de artificio. Algo así:
Los más hermosos fuegos nunca vistos:
estallaban en estrellas azules y verdes,
y después de los truenos un rocío de oro
caía como una lluvia de flores.
"Aunque esto no le hace justicia, lejos de eso.
—No, te lo dejo a ti, Sam. O quizás a Bilbo. Pero... bueno, no puedo seguir hablando. No soporto la idea de darle la noticia a Bilbo.
Una tarde Frodo y Sam se paseaban al aire fresco del crepúsculo.
Los dos se sentían de nuevo inquietos. La sombra de la partida había caído de pronto sobre Frodo; sabía de algún modo que no faltaba mucho tiempo para que tuvieran que dejar Lothlórien.
—¿Qué piensas ahora de los elfos, Sam? — dijo —. Ya una vez te hice esta pregunta, hace tanto tiempo, parece; pero los has visto mucho más desde entonces.
—¡Muy cierto! — dijo Sam —. Y yo diría que hay elfos y elfos. Todos son bastante élficos, pero no iguales. Estos de aquí por ejemplo no son gente errante o sin hogar y se parecen más a nosotros; parecen pertenecer a este sitio, más aún que los hobbits a la Comarca. No
sé si
hicieron el país o si el país los hizo a ellos, es difícil decirlo, si usted me entiende. Hay una tranquilidad maravillosa aquí. Se diría que no pasa nada y que nadie quiere que pase. Si se trata de alguna magia está muy escondida, en algún sitio que no puedo tocar con las manos, por así decir.
—Puedes sentirla y verla en todas partes —dijo Frodo.
—Bueno —dijo Sam—, no se ve a nadie trabajando en eso. Ningún fuego de artificio, como el pobre viejo Gandalf acostumbraba mostrar. Me pregunto por qué no hemos vuelto a ver al Señor y a la Dama en todos estos días. Se me ocurre que
ella
podría hacer algunas cosas maravillosas, si quisiera. ¡Me gustaría tanto ver alguna magia élfica, señor Frodo!
—A mí no —dijo Frodo—. Estoy satisfecho. Y no echo de menos los fuegos artificiales de Gandalf, pero sí sus cejas espesas y su cólera y su voz.
—Tiene razón —dijo Sam—. Y no crea que estoy buscando defectos. Siempre he querido ver un poco de magia, como esa de que se habla en las viejas historias, pero nunca supe de una tierra mejor que ésta. Es como estar en casa y de vacaciones al mismo tiempo, si usted me entiende. No quiero irme. De todos modos, estoy empezando a sentir que si tenemos que irnos lo mejor sería irse en seguida.
"El trabajo que nunca se empieza es el que más tarda en terminarse
, como decía mi padre. Y no creo que estas gentes puedan ayudarnos mucho más, magia y no magia. Estoy pensando que cuando dejemos estas tierras extrañaremos a Gandalf más que nunca.
—Temo que eso sea demasiado cierto, Sam —dijo Frodo—. Sin embargo espero de veras que antes de irnos podamos ver de nuevo a la Dama de los elfos.
Estaban todavía hablando cuando vieron que la Dama Galadriel se acercaba como respondiendo a las palabras de Frodo. Alta y blanca y hermosa, caminaba entre los árboles. No les habló, pero les indicó que se acercaran.
Volviéndose, la Dama Galadriel los condujo hacia las faldas del sur de Caras Galadon y luego de cruzar una cerca verde y alta entraron en un jardín cerrado. No tenía árboles y el cielo se abría sobre él. La estrella de la tarde se había levantado y brillaba como un fuego blanco sobre los bosques del oeste. Descendiendo por una larga escalera, la Dama entró en una profunda cavidad verde, por la que corría murmullando la corriente de plata que nacía en la fuente de la colina. En el fondo de la cavidad, sobre un pedestal bajo, esculpido como un árbol frondoso, había un pilón de plata, ancho y poco profundo, y al lado un jarro también de plata.
Galadriel llenó el pilón hasta el borde con agua del arroyo y sopló encima, y cuando el agua se serenó otra vez les habló a los hobbits.
—He aquí el Espejo de Galadriel —dijo—. Os he traído aquí para que miréis, si queréis hacerlo.
El aire estaba muy tranquilo y el valle oscuro, y la Dama era alta y pálida.
—¿Qué buscaremos y qué veremos? —preguntó Frodo con un temor reverente.
—Puedo ordenarle al espejo que revele muchas cosas —respondió ella— y a algunos puedo mostrarles lo que desean ver. Pero el espejo muestra también cosas que no se le piden y éstas son a menudo más extravías y más provechosas que aquellas que deseamos ver. Lo que verás, si dejas en libertad al espejo, no puedo decirlo. Pues muestra cosas que fueron y cosas que son y cosas que quizá serán. Pero lo que ve, ni siquiera el más sabio puede decirlo. ¿Deseas mirar?
Frodo no respondió.
—¿Y tú? —dijo ella volviéndose a Sam—. Pues esto es lo que tu gente llama magia, aunque no entiendo claramente qué quieren decir, y parece que usaran la misma palabra para hablar de los engaños del enemigo. Pero ésta, si quieres, es la magia de Galadriel. ¿No dijiste que querías ver la magia de los elfos?
—Sí —dijo estremeciéndose, sintiendo a la vez miedo y curiosidad—. Echaré una mirada, Señora, si me permite.
En un aparte le dijo a Frodo:
—No me disgustaría mirar un poco lo que ocurre en casa. He estado tanto tiempo fuera. Pero lo más probable es que sólo vea las estrellas, o algo que no entenderé.
—Lo más probable —dijo la Dama con una sonrisa dulce—. Pero acércate y verás lo que puedas. ¡No toques el agua!
Sam subió al pedestal y se inclinó sobre el pilón. El agua parecía dura y sombría y reflejaba las estrellas.
—Hay sólo estrellas, como pensé —dijo.
Casi en seguida se sobresaltó y contuvo el aliento pues las estrellas se extinguían. Como si hubiesen descorrido un velo oscuro, el espejo se volvió gris y luego se aclaró. El sol brillaba y las ramas de los árboles se movían en el viento. Pero antes que Sam pudiera decir qué estaba viendo, la luz se desvaneció; y en seguida creyó ver a Frodo, de cara pálida, durmiendo al pie de un risco grande y oscuro. Luego le pareció que se veía a sí mismo yendo por un pasillo tenebroso y subiendo por una interminable escalera de caracol. Se le ocurrió de pronto que estaba buscando algo con urgencia, pero no podía saber qué. Como un sueño la visión cambió y volvió atrás y mostró de nuevo los árboles. Pero esta vez no estaban tan cerca y Sam pudo ver lo que ocurría: no oscilaban en el viento, caían ruidosamente al suelo.
—¡Eh! — gritó Sam indignado —. Ahí está ese Ted Arenas derribando los árboles que no tendría que derribar. Son los árboles de la avenida que está más allá del Molino y que dan sombra al camino de Delagua. Si tuviera a
ese
Ted a mano, ¡lo derribaría a
él
!
Pero ahora Sam notó que el Viejo Molino había desaparecido y que estaban levantando allí un gran edificio de ladrillos rojos. Había mucha gente trabajando. Una chimenea alta y roja se erguía muy cerca. Un humo negro nubló la
superficie del espejo.
—Hay algo malo que opera en la Comarca —dijo—. Elrond lo sabía bien cuando quiso mandar de vuelta al señor Merry. —De pronto Sam dio un grito y saltó hacia atrás.— No puedo quedarme aquí —gritó desesperado—. Tengo que volver. Han socavado Bolsón de Tirada y allá va mi pobre padre colina abajo llevando todas sus cosas en una carretilla. ¡Tengo que volver!
—No puedes volver solo —dijo la Dama—. No deseabas volver sin tu amo antes de mirar en el espejo y sin embargo sabías que podía ocurrir algo malo en la Comarca. Recuerda que el espejo muestra muchas cosas y que algunas no han ocurrido aún. Algunas no ocurrirán nunca, a no ser que quienes miran las visiones se aparten del camino que lleva a prevenirlas. El espejo es peligroso como guía de conducta.
Sam
se sentó
en el suelo y
se llevó las manos a la cabeza.
—Desearía no haber venido nunca aquí y no quiero ver más magias —dijo y calló un rato. Luego habló trabajosamente, como conteniendo el llanto—. No, volveré por el camino largo junto con el señor Frodo, o no volveré. Pero espero volver algún día. Si lo que he visto llega a ser cierto, ¡alguien las pasará muy mal!
—¿Quieres mirar tú ahora, Frodo? —dijo la Dama Galadriel—. No deseabas ver la magia de los elfos y estabas satisfecho.
—¿Me aconsejáis mirar? —preguntó Frodo.
—No —dijo ella—. No te aconsejo ni una cosa ni otra. No soy una consejera. Quizás aprendas algo y lo que veas, sea bueno o malo, puede
ser de provecho
, o no. Ver
es
a la vez conveniente y
peligroso. Creo sin
embargo, Frodo, que tienes bastante coraje y sabiduría para correr el riesgo, o no te hubiera traído aquí. ¡Haz como quieras!
—Miraré —dijo Frodo y subiendo al pedestal se inclinó sobre el agua oscura.