Read La concubina del diablo Online

Authors: Ángeles Goyanes

Tags: #Terror, Fantastico

La concubina del diablo (56 page)

BOOK: La concubina del diablo
12.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

»—Explícame —le rogué, mientras contemplaba y sentía bajo mi mano la tersa y palpitante blancura de su vientre—, enséñame, como siempre lo has hecho, mi ángel. Comparte conmigo tu dolor.

»—Le he estado perdiendo durante los últimos cuatrocientos años —murmuró—. Va a cometer una locura, y ya no hay nada que pueda hacer para impedirlo.

»—Empieza desde entonces —le pedí—, desde 1600.

»—Tenías razón —me confirmó quedamente—. Te utilicé a ti, y también los sentimientos de Shallem.

»No sentí nada, fue como si dispusiera de un interruptor interno capaz de apagar mis emociones. Del mismo modo que estaba allí, acariciando la belleza de su desnudez, sin que ninguno de los dos sintiese más emoción que la del atenazante sufrimiento.

»—Fue tras la muerte de Cyr, cuando adquirí el poder de Leonardo, cuando pude escrutar, con toda claridad, el alma de Shallem —me explicó en un inaudible hilo de voz—. La rebelión de Cyr le había marcado mucho más de lo que yo había podido sospechar. ¿Recuerdas las tonterías que se le ocurrían? Creía reconocerse en su hijo y, al tiempo, había visto reflejado en sí mismo, en el padre, el sufrimiento de Dios. Todo eran absurdos, imaginaciones. Pero la idea fue tomando cuerpo a partir de entonces: cruzar la línea, abandonar el planeta, ir en busca del Padre. Nunca me dijo nada, intentó ocultar esa idea en lo más profundo de su alma, de forma que yo no intentase disuadirle. Pero mi poder es demasiado fuerte. Esperó a 1600, la fecha en que tú, sin duda, ibas a morir. Entonces lo intentaría, se iría, rompería la prohibición del Padre. La única cosa en el mundo por la que Él, probablemente, pondría fin a su existencia. Fue así que decidí darte el cuerpo de Ingrid. Yo sabía que él nunca te dejaría mientras fueses una indefensa mortal, que nunca te dejaría mientras le necesitases. Por eso le convencí para que te diera el siguiente, y el otro, y el otro. Pensé que con el tiempo aquella estúpida idea acabaría desapareciendo. Pero sólo conseguí causarle un dolor cada vez mayor al hacerle ver cómo tu espíritu enfermaba hasta el punto de la agonía. Piensa que todo es culpa suya… y está dispuesto a poner fin. No me lo ha dicho, creo que ni siquiera se lo ha dicho a sí mismo, pero no consentirá que tomes un sólo cuerpo más. Y cuando éste que tienes muera y tú te liberes, él partirá… camino de su destrucción. Y yo, simplemente, moriré de dolor.

»"Siempre quise contártelo —prosiguió—. Incluso antes de introducirte en el cuerpo de Ingrid estuve a punto de hacerlo; pero no podía arriesgarme a que Shallem conociera mis motivos. Yo puedo ocultárselos, pero tú no.

»Mi rostro estaba hundido entre la almohada y su cuello. No podía refrenar la angustia, las lágrimas. Sabía que debía intentar asimilar lo que me acababa de confesar, que había cosas que debía decir, preguntar, aclarar; pero no era capaz de pensar en nada, sino sólo en llorar y llorar.

»—Pero ahora ya nada importa —añadió, ladeándose suavemente para posar sus manos sobre mi cuerpo—. Siento haber tenido que llevarte a este extremo, pero lo hubieras hecho por propia voluntad. Lo sé.

»Seguí llorando durante largo rato, lo más silenciosa y reprimidamente que podía. Por fin, levanté los ojos y le miré.

»—Tienes que salvarle —dije—. Tienes medios para retenerle, estoy segura. Tú eres el más poderoso, puedes impedirle que abandone la Tierra.

»—¿Y qué haría? ¿Ridiculizarme con amenazas que él y yo sabemos que jamás cumpliría?

»—¡Pues cúmplelas entonces! —exclamé—. ¿No es eso mejor que asistir impertérrito a su suicidio?

»—¿Y durante cuánto tiempo debería retenerle convertido en mi esclavo? ¿Durante toda la eternidad? Si le sumo en el infierno ansiará la Gloria con más fuerza que ninguna otra cosa del mundo. Eso es lo que ya le ha ocurrido. Cualquier acto de violencia sólo serviría para incrementar su deseo. Si hubiera un camino, ¿crees que no lo seguiría?

»Me quedé vacía, desesperada.

»—¿Tiene alguna oportunidad de encontrar esa Gloria que busca? ¿Alguna oportunidad de que Dios le perdone, de que no le destruya en el intento de recuperar Su Amor? —pregunté.

»Él me miró con los labios apretados.

»—Si no fuese así —me dijo—, me iría con él.

»Me abracé a él, sin poder reprimir la turbulencia de mis lágrimas.

»—Pero ¿sabes? —continuó diciendo en voz baja—, Shallem nunca podría ser destruido, en el sentido exacto de la palabra; volvería a su origen, a Dios; volvería a fundirse con Él, le enriquecería a Él, como Leonardo me enriqueció a mí… Nosotros nunca morimos, porque no somos sino Dios.

»—Por favor, por favor, te lo suplico —sollocé con mi rostro hundido en su pecho—, no permitas que yo muera antes de saber que se ha salvado. Te lo suplico por el amor que compartimos, por nuestra devoción hacía él. Tú entiendes lo que siento, por qué debo saber que ha alcanzado la felicidad.

»Él me abrazó fuertemente.

»—Sí, te lo prometo. Pase lo que pase, vivirás hasta que Shallem… se haya salvado.

»—Cannat, dime, ¿cómo puedo acabar con mi espíritu si él no lo consigue? —le pregunté.

»—Sólo Dios puede hacerlo —me contestó.

»—¿Tú no?

»—No, sólo puedo acabar con el mío, provocando a Dios como Shallem lo va a hacer. Sólo que yo no tengo ninguna posibilidad de salir airoso. —Y sonrió levemente.

»Permanecimos juntos y abrazados durante mucho tiempo. Creo que estaba medio dormida de agotamiento cuando la puerta se abrió y Shallem penetró en la habitación.

»Parecía contento, al principio, como si tuviera alguna noticia graciosa que darnos. Se quedó asombrado cuando reparó en mis lágrimas; perplejo, cuando vio nuestras expresiones; paralizado, cuando leyó nuestras almas. Cerró los ojos con fuerza y se llevó la mano a la boca; un gesto demasiado humano para un ser tan sensible. Nos miraba a uno y a otro con el entrecejo fruncido por la pena y los ojos húmedos, nunca llorosos. Shallem nunca pudo llorar. Dios no le creó para sufrir y, sin embargo, le abocó al sufrimiento, le condenó al infierno, le alejó de Su lado.

»Cannat se levantó y se puso frente a él sin pronunciar en voz alta una sola palabra. Así pasaron minutos, mirándose, haciendo expresivos gestos que delataban la discusión que mantenían y que yo no podía escuchar.

»Yo también me había levantado de la cama, angustiada, y les miraba como a mimos en un teatro. Sufriendo ante mi impotencia para comprender, imaginé lo que se estarían diciendo. Al principio la cara de Shallem era de afligida sorpresa. Como si no pudiese creer que Cannat hubiese accedido al conocimiento de sus intenciones cuando él había luchado por impedírselo. Shallem no se había acostumbrado a la idea de que ahora Cannat dispusiera de su misma capacidad para leer las almas. “¿Cómo es posible?”, parecía haberse preguntado. Pero después se enojó, tal vez porque Cannat le había ocultado su conocimiento durante tanto tiempo, y porque le había manipulado a mi costa. Pero el enfado fue sólo una sombra pasajera en su rostro. Ahora nosotros sabíamos, los dos, y eso era horrible para él, algo imprevisto que le había dejado anonadado. Y la pena volvía a enturbiar su rostro. De repente, se volvió hacia mí, y me pareció ver que sus labios temblaban. Después se me acercó, tambaleante, apoyándose en los muebles a su paso, como si acabara de levantarse de una silla de ruedas y temiese perder el equilibrio. Casi no se atrevía a sostenerme la mirada.

»—Nunca hubiera querido que te enterases así —me dijo con la voz quebrada—. Yo tengo la culpa de la enfermedad de tu alma. He sido un egoísta y un cobarde. Pero ahora he de reunir el valor necesario para permitir que te separes de mi lado. Aunque ello me cause más dolor que ningún otro hecho en el mundo. Cuando te deje, buscaré mi camino, y, si lo encuentro, te buscaré donde quiera que estés, en cualquier parte del universo.

La mujer estaba llorando. Las lágrimas corrían silenciosamente por sus mejillas. Se las secó con las manos. El padre DiCaprio la tendió su pañuelo, ella se lo agradeció e hizo uso de él.

—Lo siento —dijo cuando se hubo calmado—. Mi único deseo era permanecer a su lado o reunirme con él en el Cielo o en el infierno, si éste hubiese existido —continuó, enjugándose aún las lágrimas con el pañuelo del sacerdote—. Pero iba a perderle a él y a perder, también, una vida que sin él no me importaba conservar.

»No pude resistir más. Me abalancé a sus brazos y lloré inconteniblemente.

»—Di que podrás perdonarme, amor mío —me pidió él.

»—Te quiero, Shallem, te quiero —sollocé yo—. No hay nada que deba perdonarte. Todos somos culpables de mi existencia. Pero no me arrepiento de nada, de nada que haya podido hacerme permanecer un minuto más a tu lado, salvo por el dolor que ello te haya causado.

»Me tenía tan apretada que apenas podía respirar. Así lo deseaba yo.

»—Pero esperaré a que tú estés en paz antes de irme —añadió.

»—No —le dije—. No. Necesito vivir hasta saber que tú has alcanzado la tuya para poder encontrar la mía. Pero ¿y Cannat? —pregunté entre lágrimas—. ¿Cómo podrá soportar tu ausencia? ¿Lo has pensado?

»—Cannat y yo somos una misma esencia que Dios dividió —me contestó—. Estaremos juntos eternamente mientras ambos alentemos. Volveré a su lado no bien la faz de nuestro Padre me vuelva a contemplar con amor. Él sabe que lo haré.

»—Si Él no te destruye antes —observé.

»—No lo hará. Sé que no lo hará —me contesto.

»—¿Cómo, Shallem? ¿Cómo lo sabes? —preguntó Cannat con su serenidad completamente perdida y viniendo hacia nosotros—. ¿Te lo ha dicho Él, soñador? ¿Te ha pedido Él que acudas a su encuentro? Tú sí le has llamado, ¿no es cierto? Miles, millones de veces. ¿Te ha contestado alguna vez, una sola? Te precipitas al abismo, Shallem, y me arrastrarás en tu caída. Llámale, Shallem, insiste, persevera, hazle saber de tu amor, pero no te arriesgues a alejarte de la Tierra sin Su consentimiento.

»—Os suplico a los dos, por lo más sagrado, que no me obliguéis a quedarme —susurró Shallem agónicamente, separándose de mí para huir de la cercana mirada de Cannat—. No puedo soportar por más tiempo Su ausencia, mi vacío. Necesito recuperar la paz, volver a Él.

»"Esta Tierra que amábamos, agoniza desertizada por millones de humanos destructivos. Nuestro paraíso es ahora un vertedero de residuos químicos, un campo de pruebas nucleares que puede explotar en cualquier momento. No queda nada suyo que yo ame o reconozca. El fin de todos ellos está próximo, pero ¿qué van a dejar tras de sí? No puedo soportarlos más, Cannat, son una plaga de termitas sobre mi alma. Los detesto tanto que te pediría que acabáramos con todos ellos en un solo día si ello pusiese fin a nuestro dolor. Pero no sería así. Sólo hay un remedio para nuestra agonía.

»—No te librarás de ellos tan fácilmente —le contestó Cannat—, porque yo siempre estaré aquí. —Después, su voz se volvió casi imperceptiblemente trémula cuando añadió—: Volverás aunque Él te acepte, ¿verdad Shallem? No me abandonarás en el infierno.

»Shallem se dio la vuelta y le abrazó y besó, y susurró algo a su oído.

La mujer levantó y ladeó la cabeza y se quedó mirando al techo durante unos segundos. Cuando volvió la vista al sacerdote, vio que éste no había dejado de observarla.

—Qué poco sentido tiene llorar —dijo ella—. Y, sin embargo, podría llorar eternamente.

»Shallem me regaló sólo unos pocos días más después de aquello. Era lo mejor acabar cuanto antes con aquel agónico sufrimiento que ninguno podíamos soportar. Fueron cuatro angustiosos días en los que los tres nos unimos en cuerpo y alma.

»Sería instantáneo, me dijeron, tan pronto Shallem desapareciese estaría junto a Dios, bien como la esencia individual que era, o bien, como… Dios mismo, absorbido por Él. De cualquier forma, volvería a unirse a Él, como ansiaba hacer. Y Cannat lo sabría nada más producirse.

»—Si yo desaparezco detrás de él —me dijo—, sabrás que Shallem ya no existe y que yo seguiré su suerte. No pienso padecer un solo segundo de un dolor que jamás declinaría.

»—No me atormentes más —le supliqué yo, porque su infinito amor me arrancaba las lágrimas—. No quiero que tú también sufras. Además, prométeme que no me dejarás sin antes acabar con mi vida.

»Él me miró gravemente.

»—Sí, claro —dijo—. No te preocupes. Tampoco consentiré que tú sufras.

»Es indescriptible lo que padecí el día de su marcha. Y lo que padeció Cannat, también. Hasta el último instante esperé que tuviese piedad de Cannat. Pero no la tuvo. Nos dejó a los dos, por más que nos amaba, como Cannat me había presagiado que ocurriría.

»Nos besamos, nos abrazamos, lloré junto a ambos por última vez. Hubiera dado cualquier cosa por poder ir con él. Finalmente, desapareció de entre nuestros brazos en el salón de nuestro apartamento de Los Angeles; y como hubiera adivinado, su último beso, su última mirada, fueron para Cannat.

X

La mujer quedó en silencio, con los ojos fijos en un punto cualquiera de la mesa, tan profundamente entristecida como si todo lo que había contado acabase de tener lugar.

—¿Y entonces? —preguntó impaciente el confesor—. Shallem se salvó, ¿verdad? Se tuvo que salvar.

La mujer le contempló con una tierna sonrisa.

—Desde luego que tenía que salvarse —susurró con los ojos otra vez nublados por las lágrimas—. Y lo hizo. Al fin contempló el sereno rostro de su Padre. Encontró la Luz, la Paz, la Gloria, la Dicha. No hubiese sido Dios si no le hubiese aceptado, ¿verdad? —sollozó.

—No —contestó él, emocionado—. No lo hubiera sido.

—Cannat y yo nos pusimos como locos de alegría.

»—¡Lo ha conseguido! —gritaba él—. ¡Está viéndole y yo lo hago a través de sus ojos! ¡Oh, Shallem, Su Amor al fin! ¡Jamás había sido más feliz! ¡Le abraza! ¡Le perdona! ¡Le ama!

»Cannat me lo iba describiendo y yo gritaba y lloraba de alegría.

»Más tarde, cuando la euforia cedió, nos sentamos juntos en el sofá, y yo, con los nervios agotados, le cogí del brazo y apoyé mi cabeza sobre su hombro.

»—Ahora ha llegado el momento de que cumplas lo que siempre has deseado —le dije—. Podrás poner fin a mi vida sin que nadie te amoneste por ello. Tú le recuperarás pronto, seguro; quizá yo también, algún día. Pero ahora debo irme, como él quería, y prepararme para ese momento. Por fin podrás librarte de mí.

»Y levanté la cabeza para poder mirarle.

»Y me quedé totalmente perpleja. Me estaba observando boquiabierto, atónito.

BOOK: La concubina del diablo
12.83Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Designs on Life by Elizabeth Ferrars
Supernatural Fairy Tales by Vann, Dorlana
Bette Midler by Mark Bego
How to Save the World by Lexie Dunne
Please Me: Parisian Punishment by Jennifer Willows
The Perfect Crime by Roger Forsdyke
Graceland by Chris Abani
Those Who Favor Fire by Lauren Wolk
The Everlasting Hatred by Hal Lindsey