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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

La corona de hierba (74 page)

BOOK: La corona de hierba
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De momento, a Sila le complacía la situación. Mientras se comportase amable y deferente con Lucio César, conseguiría los mandos y los cargos que necesitara para eclipsar a Lucio César, quien, como Sila no tardaría en descubrir, tenía una vena de pesimismo morboso y no era tan competente como parecía en principio. Cuando los dos salieron para Campania, a principios de abril, Sila le dejó adoptar las disposiciones y decisiones militares, mientras él se entregaba con encomiable energía y entusiasmo a reclutar y entrenar a las nuevas legiones. En las dos legiones veteranas de Capua había bastantes centuriones que habían servido a sus órdenes en un puesto u otro, y aun más entre los centuriones retirados que habían vuelto a enrolarse de instructores. Se corrió el rumor y la fama de Sila creció. Ahora lo único que necesitaba era que Lucio César cometiese algunos errores o se viera tan atascado en alguna fase de la campaña que no le quedase otro remedio que concederle a él, Sila, carta blanca. Una cosa tenía bien clara Sila: cuando llegara su hora, él no cometería ningún error.

Mejor preparado que ningún otro comandante, Pompeyo Estrabón formó dos nuevas legiones con gente de sus vastas propiedades al norte de Picenum, y con los centuriones de las dos legiones veteranas que se había apropiado tuvo sus tropas en condiciones de combate en cincuenta días. En la segunda semana de abril se puso en marcha desde Cingulum con cuatro legiones, dos curtidas y dos bisoñas. Era una buena proporción, y aunque su carrera militar no había sido particularmente descollante, contaba con suficiente experiencia de mando y se había labrado fama de muy duro.

Un incidente que había sufrido a los treinta y tres años, cuando era cuestor en Cerdeña, había contribuido, desgraciadamente, al desprecio y marginación de sus colegas del Senado. Pompeyo Estrabón había escrito desde Cerdeña al Senado solicitando que le autorizasen a impugnar a su superior, el gobernador Tito Albucio, y poderes para denunciarle ante los tribunales a su regreso a Roma. Dirigido por Escauro, el Senado había respondido con una dura misiva del pretor Cayo Memio, a la que se adjuntaba copia del discurso de Escauro, dedicando a Estrabón toda clase de epítetos, desde seta venenosa hasta estúpido, bovino, mal educado, presuntuoso y grosero. Pompeyo Estrabón estaba convencido de haber actuado correctamente solicitando el proceso de su superior, mientras que para Escauro y los otros dirigentes de la Cámara por aquel entonces, su pretensión era imperdonable. ¡A un superior no se le encausa! Aunque al superior en cuestión nadie se apresuró a procesarle. Luego, Lucio Marcio Filipo había hecho que Estrabón fuese el hazmerreír de todos, sugiriendo que el Senado nombrase a otro fiscal bizco para el juicio en que tenía que comparecer Tito Albucio, y designaron a César Estrabón.

César Estrabón tenía bastante de rey celta, pese a que él porfiaba que era totalmente romano. Su principal argumento de romanidad era su tribu, clustumina, una tribu rural relativamente antigua cuyos miembros habitaban en el valle este del Tíber. Pero pocos romanos importantes creían que los Pompeyos no hubieran vivido en Picenum mucho antes de la fecha de la conquista romana. La tribu creada por los nuevos ciudadanos de Picenum era la velina, y la mayoría de los vasallos que vivían en las tierras de los Pompeyos al norte de Picenum y en Umbría oriental pertenecían a la tribu velina. La explicación que daban los notables romanos era que los Pompeyos eran picentinos y tenían vasallos mucho antes de la influencia romana en aquella región de Italia, y que habían comprado su pertenencia a una tribu mejor que la velina. Se trataba de una zona de Italia en la que se había producido un importante asentamiento de galos después de la fallida invasión de Italia central y Roma dirigida por el primer Breno trescientos años atrás, y, como los Pompeyos tenían un físico muy celta, los notables de Roma los consideraban celtas.

Sea lo que fuere, unos setenta años atrás un Pompeyo había emprendido, por fin, el inevitable viaje a Roma por la Via Flaminia y, sobornando a los electores sin ningún prurito, se había hecho votar cónsul veinte años después. Al principio, aquel Pompeyo —que estaba más estrechamente emparentado con Quinto Pompeyo Rufo que con Pompeyo Estrabón— había sostenido una pugna con el gran Metelo el Macedónico, pero habían limado sus diferencias y acabaron compartiendo el censorado. Todo lo cual iba afianzando la romanidad de los Pompeyos.

El primer Pompeyo de la rama Estrabón que viajó al sur había sido el padre de Pompeyo Estrabón, quien había obtenido un puesto en el Senado, casándose nada menos que con la hermana del famoso satírico latino Cayo Lucilio. Los Lucilios eran de Campania y ciudadanos romanos de muchas generaciones atrás, bastante ricos y con cónsules en la familia. Una transitoria falta de numerario había convertido al padre de Pompeyo Estrabón en un buen partido, y más teniendo en cuenta que a esa cifra deudora se sumaba el poquísimo atractivo de Lucilia. Desgraciadamente, el padre de Estrabón había muerto antes de poder acceder a una magistratura superior, pero no sin que Lucilia diese a luz a un bizquito llamado Cneo Pompeyo, inmediatamente apodado Estrabón; había sido madre de otro varón, llamado Sexto, que también había muerto demasiado joven para alcanzar renombre en política. Por eso en Pompeyo Estrabón se cifraban todas las esperanzas de grandeza de la familia.

Estrabón no era aplicado en el estudio por naturaleza, y ni mucho menos un intelectual; aunque le habían educado en Roma una serie de excelentes tutores, no había aprendido mucho. Cuando trataron de inculcarle las grandes ideas griegas, Pompeyo Estrabón las había desechado como palabrería inútil y utópica; a él le gustaban los señores de la guerra y los conquistadores que tanto abundaban en la historia de Roma. En sus tiempos de
contubernalis
a las órdenes de diversos comandantes, Pompeyo no se había ganado el afecto de sus compañeros, hombres como Lucio César, Sexto César, su primo mediano Pompeyo Rufo, Catón Liciniano o Lucio Cornelio Cinna. Cierto que le habían hecho objeto de sus burlas por sus ojos atrozmente estrábicos, pero también porque era de una grosería innata que su educación romana no había podido erradicar. Sus primeros años en el ejército habían sido lamentables y su cargo de tribuno de los soldados no mucho mejor. ¡A nadie le gustaba Pompeyo Estrabón!

Todo esto se lo contaría después a su propio hijo, acérrimo partidario del progenitor. Aquel hijo (que ahora tenía quince años) y una hija, Pompeya, eran los retoños de otra Lucilia, ya que Pompeyo Estrabón, siguiendo los pasos de su padre, se había casado con una Lucilia fea, hija ésta del hermano del famoso satírico Cayo Lucilio Hirro. Afortunadamente, la sangre pompeyana tenía fuerza para limar la fealdad de los genes lucilianos, ya que ni Estrabón ni su hijo eran feos, estrabismo aparte; igual que anteriores generaciones de Pompeyos, eran bien parecidos y de tez clara, ojos azules y nariz muy respingona. La rama familiar de los Rufos tenían el pelo rojo y la de los Estrabones, dorado.

Cuando Estrabón partió con sus cuatro legiones hacia el sur pasando por Picenum, dejó a su hijo en Roma con la madre para que continuara su educación. Pero tampoco el hijo tenía dotes intelectuales —tendencia fomentada, por cierto, por el padre— y dio en hacer los bártulos y dirigirse al norte de Picenum para presentarse a los centuriones que habían quedado en la retaguardia para seguir entrenando como legionarios a los clientes de Pompeyo; y allí se sometió a una rigurosa instrucción militar mucho antes de estar en edad de revestir la toga viril. A ese respecto, a diferencia de su padre, todos sus compañeros le adoraban. Se hacia llamar Cneo Pompeyo a secas, sin sobrenombre; nadie de aquella rama necesitaba sobrenombre, salvo su padre, y el de Estrabón no podía adoptarlo porque él no era bizco. No, el joven Pompeyo tenía los ojos grandes, redondos, muy azules y bastante perfectos. Ojos de poeta, decía su madre, embobada.

Mientras el Joven Pompeyo se largaba de casa, Pompeyo Estrabón proseguía su marcha hacia el sur, y cuando cruzaba el río Tinna, cerca de Falernum, cayó en una emboscada de seis legiones picentinas al mando de Cayo Vidacilio y tuvo que efectuar un difícil contraataque entorpecido por las aguas que le impedían la maniobra. Para complicar la situación, Tito Lafrenio apareció con dos legiones de vestinos y Publio Vetio Escato con otras dos de marsos. Todos los itálicos querían tener la primicia de la ruptura de hostilidades.

Nadie ganó la batalla. Ante un enemigo tan superior en número, Pompeyo Estrabón hizo lo que pudo para escapar casi intacto de aquel río y se dirigió con su precioso ejército a la ciudad costera de Firmum Picenum, donde se hizo fuerte dispuesto a aguantar un largo asedio. Los itálicos habrían podido aniquilarlos, pero aún no habían aprendido la lección de una virtud militar característicamente romana: la rapidez. En ese aspecto, el vencedor había sido Pompeyo Estrabón, aunque la iniciativa del combate la hubiesen llevado los itálicos.

Vidacilio dejó a Tito Lafrenio ante las murallas de Firmum Picenum, asediando a los romanos, y él se fue con Escato a hacer de las suyas a otra parte, mientras Pompeyo Estrabón enviaba mensaje a Celio, en la Galia itálica, pidiéndole refuerzos lo antes posible. No era una situación desesperada, ya que tenía acceso al mar y a una pequeña flota romana en el Adriático, que nadie recordaba. Firmum Picenum era una colonia de derechos latinos y leal a Roma.

En cuanto los itálicos supieron que Pompeyo Estrabón estaba en marcha, su honor quedó satisfecho: Roma era la agresora. Mutilo y Silo obtuvieron en el consejo general todo el apoyo solicitado. Mientras Silo permanecía en Itálica y enviaba a Vidacilio, Lafrenio y Escato al norte para enfrentarse a Pompeyo Estrabón, Cayo Papio Mutilo conducía seis legiones a Aesernia. ¡No podía consentirse una avanzadilla enemiga que manchara la autonomía de Italia! Aesernia debía caer.

El arrojo de los dos legados menores de Lucio César se hizo pronto evidente. Escipión Asiagenes y Lucio Acilio se disfrazaron de esclavos y huyeron de la ciudad antes de que llegaran los samnitas. Su deserción no desanimó en absoluto a la población de Aesernia. Formidablemente fortificada y muy bien aprovisionada, la ciudad cerró sus puertas y guarneció las murallas con las cinco cohortes de reclutas que los legados habían dejado escapar a toda prisa. Mutilo vio de inmediato que el asedio sería largo, y optó por dejar a dos de sus legiones que atacasen implacablemente; siguió con las otras cuatro hacia el río Voltumus, que separaba la Campania este de la del oeste.

Cuando llegó la noticia de que los samnitas estaban en camino, Lucio César se trasladó de Capua a Nola, donde las cinco cohortes de Lucio Postumio habían aplastado la insurrección.

—Hasta que averigüe lo que pretende Mutilo, creo que es preferible reforzar Nola con las dos legiones de veteranos —dijo a Sila cuando se disponía a abandonar Capua—. Sigue con los preparatívos. El enemigo nos supera en número. En cuanto puedas, envía tropas a Venafrum con Marcelo.

—Ya se ha hecho —contestó Sila lacónico—. Campania siempre ha sido la región preferida de asentamiento de los antiguos combatientes y acuden en tropel a enrolarse. No precisan más que un casco, una cota de malla, una espada y un escudo. En cuanto pueda equiparlos y escoger los más experimentados para nombrarlos centuriones, los iré enviando a las plazas que quieras reforzar. Publio Craso y sus dos hijos mayores fueron ayer a Lucania con una legión de veteranos retirados.

—¡Deberías habérmelo dicho! —exclamó Lucio César un tanto malhumorado.

—No, Lucio Julio, no tengo por qué —replicó Sila con firmeza y sin alterarse—. Estoy aquí para llevar a la práctica tus planes. Una vez que me dices quién ha de marchar, a dónde y con qué, mi obligación es cumplir tus órdenes. No tienes que volver a decírmelo ni yo tengo que decírtelo.

—¿A quién has enviado a Beneventum? —inquirió Lucio César, consciente de que comenzaban a despuntar sus defectos, dado que se excedía en sus exigencias de general.

No obstante, para Sila no eran excesivas. El no dejaba traslucir su satisfacción. Más tarde o más temprano, la situación superaría a Lucio César y él tendría su oportunidad. Dejó que Lucio César se trasladara a Nola, consciente de que era un recurso provisional y fútil. Efectivamente, cuando llegó la noticia del asedio de Aesernia, Lucio César regresó a Capua y decidió que lo mejor era acudir en ayuda de Aesernia. Pero las zonas centrales de Campania, en torno al Volturnus, estaban en abierta insurrección, había legiones samnitas por todas partes y se rumoreaba que Mutilo se había puesto en marcha en dirección a Beneventum.

El norte de Campania seguía siendo seguro y más inclinado de parte de los romanos; Lucio César se encaminó con sus dos legiones de veteranos a través de Teanum Sidicinum e Interamna, para aproximarse a Aesernia por territorio amigo. Lo que no sabía era que Publio Vetio Escato, de los marsos, se había separado del asedio a Pompeyo Estrabón en Firmum Picenum y avanzaba por la orilla occidental del lago Fucinus camino también de Aesernia. Bajó por la vertiente del Liris, rodeó Sora y se encontró con Lucio César entre Atina y Casinum.

Ninguno de los dos se lo esperaba y ambos bandos entablaron batalla improvisada, complicada por la garganta en que se encontraron. La perdió Lucio César. Tuvo que retroceder a Teanum Sidicinum, dejando dos mil cadáveres de valiosos veteranos, mientras Escato continuaba sin obstáculos hacia Aesernia. Esta vez los itálicos podían atribuirse una auténtica victoria; y lo hicieron.

Nunca resignadas al yugo de Roma, las ciudades del sur de Campania se decantaron en favor de Italia una tras otra, incluidas Nola y Venafrum. Marco Claudio Marcelo logró escapar con sus tropas de Venafrum antes de que llegase el ejército samnita, pero en lugar de retirarse a una plaza romana segura como Capua, optó por encaminarse a Aesernia, donde se encontró con que los itálicos le tenían puesto cerco cerrado: Escato y los marsos por un lado y los samnitas por el otro. Pero la guardia itálica no era muy rigurosa y Marcelo supo aprovecharlo sin demora, logrando entrar con las tropas en la ciudad por la noche. Aesernia contaba ahora con un comandante capaz y valiente y con diez cohortes de legionarios.

Lamiéndose las heridas en Teanum Sidicum, taciturno como un perro viejo que ha perdido el primer enfrentamiento, el deprimido y consternado Lucio Julio César fue recibiendo una serie de noticias adversas: se había perdido Venafrum, Aesernia estaba cercada, Nola era una prisión con dos mil soldados romanos, incluido el pretor Lucio Postumio, y Publio Craso y sus dos hijos habían tenido que refugiarse en Grumentum perseguidos por los lucanos, que también se habían sumado a la sublevación al mando del competente Marco Lamponio. Y para remate, los servicios de espionaje de Sila informaban que los apulios y los venusinos estaban a punto de unirse a la coalición itálica.

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