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Authors: Max Barry

Tags: #Humor

La Corporación (18 page)

BOOK: La Corporación
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Jones le da un sorbo a su copa. Es whisky escocés y el calor le recorre todo el cuerpo.

—Sólo porque crea en la ética no significa que sea la Madre Teresa. Siempre hay un término medio.

—¡Ah! El famoso término medio. —Jones tiene la sensación de que Eve está disfrutando, pero si es honesto debe admitir que también lo está haciendo él.— Jones, eres de ese tipo de personas que jamás ha tenido que escoger entre la ética y los resultados. Fuiste a la universidad y allí te enseñaron que las empresas con empleados satisfechos resultan más rentables, y pensaste «¡Oh, fantástico!», porque eso te libraba de tener que elegir entre una cosa o la otra. Seguro que creíste que no trabajarías para una fábrica de tabaco, ni de armas porque son empresas malas. Tú sólo trabajarás para las buenas, para ayudar a mejorar la satisfacción del cliente y para crear nuevos y mejores productos y, oh maravilla, sólo por casualidad, esas son las cosas que aumentan los beneficios de las empresas y te proporcionan ascensos. Pero ahora estás en el mundo real y no tardarás en descubrir que a veces tienes que elegir entre la moral y los resultados, que eso es algo que las empresas hacen a diario, incluso las que considerabas buenas, y que los directores que optan por los resultados son los que ascienden. Puedes darle vueltas si quieres durante días, meses o años, pero al final llegarás a la conclusión de que tienes que tomar esa clase de decisiones porque así son los negocios. Entonces, como te sentirás culpable por tener un sueldo de seis cifras y un coche nuevo, apadrinarás a un niño de Sudán y le darás diez dólares al año a Manos Unidas, y todo para convencerte de que aún sigues siendo una persona ética —salvo cuando se trata de asuntos de trabajo— pues haber mentido un poco o robado un poco o aceptado un trabajo en una empresa que obtiene beneficios explotando a niños menores de catorce años en Indonesia no te convierte en una mala persona. Sin embargo, verás cómo ya no hablas de ética.
Eso
, Jones, es lo que la gente llama término medio.

Alguien llama a la puerta.

—¡Adelante! —responde Eve—. Deberías agradecérmelo porque te he ahorrado años de lucha con tu conciencia.

—Eres increíble. Casi parece que seas
malvada.

Entra un hombre con un perchero con ruedas donde hay varios trajes protegidos con fundas de plástico. Eve se levanta del sofá, inspecciona el perchero y parece satisfecha de lo que ve. El portero se va con cara de felicidad y sorpresa, no se sabe si por la propina que le ha dado Eve o simplemente por Eve. También es posible que el portero no esté tan aturdido como parece y sólo sea una proyección de Jones.

—Ven, mira.

Jones se levanta y mira el perchero.

—Dijiste que ignorara a Blake.

—Sí, en la reunión. Pero tiene algo de razón.

Eve saca una chaqueta del perchero y la sostiene delante de él. Jones se da cuenta, incluso a través del plástico, de que es un traje de los caros.

—Teniendo en cuenta el color de tus ojos, elegiría algo negro.

—No me puedo permitir comprar un traje nuevo.

—Trajes. Necesitas más de uno. No te preocupes por eso, ya me lo devolverás —dice sacando el traje para que lo vea.

Jones se queda quieto.

Una sonrisa aparece en los labios de Eve.

—Sólo te estoy ofreciendo un traje, no tienes por qué aceptar mi moral.

—Oye, no soy idiota. Comprendo que en los negocios se trata de ganar dinero. Lo único que quiero saber es que tratamos a los empleados debidamente. Ya sabes, que nos preocupamos por ellos.

—¿Honestamente? Pues la verdad, no creo que lo hagamos, pero tal vez eso sea algo que puedas cambiar tú —Eve suelta el traje y Jones lo coge al vuelo casi por reflejo.

—De acuerdo. Tal vez lo haga.

Eve sonríe, se da la vuelta y se dirige hasta la cristalera ahumada.

—Pruébatelo.

Jones duda un momento, pensando en cuán detallado será su reflejo en el cristal. Luego empieza a desvestirse. Cuando le quita la funda de plástico al traje siente su aroma a nuevo y a seguridad.

—¿Sabes una cosa? —dice Eve—. Los dos estamos trabajando en proyectos similares en Alpha.

Jones pasa el cinturón por las presillas de los pantalones.

—¿Ah, sí? ¿En qué estás trabajando?

—En el embarazo —responde ella, dándose la vuelta—. ¿Has terminado?

Jones se sube la cremallera.

—¿En el embarazo?

Eve se acerca y lo mira de arriba abajo. Luego comienza a recomponerlo: le arregla los pliegues de la chaqueta, el nudo de la corbata y le encaja bien la camisa.

—Supone un gran coste. La baja por maternidad es sólo la punta del iceberg. Cuanto más embarazada esté una mujer, menos trabaja. Cobra el mismo sueldo, pero se toma más descansos, suele irse más temprano, se concentra menos, hace más llamadas personales y pierde más tiempo hablando con las compañeras, sobre todo acerca de lo que supone estar embarazada. Lo cual, por cierto, contribuye leve pero significativamente a aumentar el deseo de sus compañeras de verse en el mismo estado, de modo que puede considerarse que es contagiosa. Luego viene la baja por maternidad, la baja de paternidad, un mayor absentismo para cuidar de los niños cuando están enfermos, menor disposición a trabajar horas extras… Los directores deben prestar atención a cosas como ésas. Sería negligencia por su parte si no lo hicieran —Eve da la vuelta a su alrededor y, de un tirón, le sube los pantalones—. ¿Qué pasa? No son pantalones bajos.

—No se puede discriminar a las empleadas porque se queden
embarazadas
—asegura Jones—. Dios, es ilegal.

—También lo es discriminar a las personas por fumar. Como te he dicho, trabajamos en proyectos similares, ya que estamos trabajando en la forma de evitar que los empleados realicen actividades que suponen un enorme coste para la empresa —Eve le pasa las manos por las nalgas, de una forma que Jones no considera necesaria para ajustarle los pantalones—. Aunque personalmente no veo la razón por la que tengamos que proporcionar un subsidio a cada mujer cuya vida sea tan aburrida que necesite introducir
niños
en ella.

—No me siento cómodo hablando de embarazos mientras me aprietas el culo.

—No te estoy apretando el culo.
Esto
es apretar.

—¿No tiene Zephyr una norma contra las relaciones entre empleados?

—Sí, por supuesto. Pero no estamos en Zephyr, sino en Alpha.

—¿Y Alpha no la tiene?

—Somos sorprendentemente abiertos en ese sentido.

—Sigues tocándome el culo.

—¿Acaso es malo?

Jones se percata de que, si quisiera, podría besarla. De hecho, teniendo en cuenta que ella ya le está tocando el culo, es probablemente lo que Eve está esperando. Pero Jones aún tiene mal sabor de boca por lo que ha dicho acerca del embarazo, por lo que alarga el brazo y le aparta las manos de su trasero.

—Oh, venga —dice Eve, arqueando las cejas—. Así que ésas tenemos —parece molesta. Regresa al sofá y se deja caer sobre él.

—Lo siento —dice Jones—. Creo que no es una buena idea.

—Tienes razón. Tendrías una impresión equivocada de mí, sería incómodo en el trabajo… mejor seamos profesionales.

—Sí, mejor.

—¿Quieres otro whisky?

—Sí, claro —responde Jones, acercándose al sofá.

Eve vuelve a llenar los vasos. Jones ve cómo recobra la compostura. Para cuando le acerca la copa, ya vuelve a sonreír. Está tan guapa que Jones se pregunta si ha tomado la decisión adecuada.

—Bueno, lo que sí puedo decirte es que va a resultar interesante trabajar contigo —dice Eve.

Jones sonríe.

—Espero que así sea —responde Jones.

Ambos levantan los vasos y brindan.

Eve aparca el Audi a un lado de la calzada y aparta las manos del volante.

—Creo que tienes razón. He bebido
demasiado
para conducir.

Jones mira alrededor. Tiene dificultades para ver con precisión, pero al final concluye que han llegado ya a su apartamento.

—¿Quieres que llame a un taxi? —pregunta.

—Quizá sería mejor que durmiera la borrachera —Eve se inclina o más bien se deja caer sobre él—. En tu casa —sus labios forman una elástica sonrisa. Jones la estudia por un momento.

—Como quieras.

—¿Eso es todo? ¿No me sales con ningún «seamos profesionales», «será mejor que seamos sólo amigos»? —Eve gesticula mucho y tuerce el retrovisor de un manotazo.

—Fuiste

la que dijo todo eso.

—¿Yo?

—Además, yo sólo te he dicho que puedes quedarte a dormir. No te he invitado a que te desnudes.

Eve encuentra el picaporte de la puerta y se desparrama por la carretera.

—¡Ja! —dice, apareciendo de nuevo en el campo de visión de Jones—. No me creo ni por un momento que no te apetezca dormir conmigo.

Jones saca su cuerpo fuera del Audi, un movimiento que hace que le suba una oleada de sangre a la cabeza, un lugar donde ya le parece que hay demasiada. Rodea el coche y ayuda a Eve a ponerse de pie.

—Todo el mundo lo desea. Todos. No sé por qué tú ibas a ser diferente —dice Eve mientras le golpea con el dedo en el pecho.

Jones tantea la puerta para meter la llave en la cerradura.

—¿
Todo el mundo
quiere acostarse contigo? ¿Y tú cómo lo sabes?

—Cuando investigas un poco —dice, apoyándose pesadamente en Jones mientras maniobran para cruzar la puerta— descubres que el estándar mínimo femenino con el que un hombre está dispuesto a acostarse es muy bajo.

—Entonces no es porque tú seas irresistible, sino porque los hombres son unos salidos.

—Ambas cosas.

Están en las escaleras y Eve se detiene bruscamente. Jones tiene una mano alrededor de su cintura, por lo que también se para.

—Bésame, Jones.

El cerebro de Jones le dice: «¡Cuidado! Es una trampa». El mensaje se apresura hacia los labios, pero éstos no le prestan atención porque ya están besando los de Eve. Tiene los labios suaves y delicados. Eve suelta una risita y Jones retrocede. Eve hace gesto de subir las escaleras y Jones tiene que agarrarla para que no se caiga.

—Eso no es justo. No estaba preparado.

—Dijo el salido.

—¿Acaso no estás intentando seducirme? ¿Por qué soy yo el salido?

Llegan hasta el apartamento de Jones. Cuando estaba en el portal se metió las llaves en el bolsillo equivocado y ahora tiene que soltar de nuevo a Eve para buscarlas. Eve se apoya en la pared del pasillo.

—Porque te estás rebajando. Y yo… —dice mientras se escurre por la pared— ya me he rebajado del todo.

Jones la sostiene. Ella le mira y sonríe, pero su cabeza sigue bailando, cada vez más deprisa hasta que se cae hacia atrás y Jones se queda mirando su cuello y sosteniendo su cuerpo inerte.

Durante unos segundos no se mueve.

—¿Eve? —susurra. Al no haber reacción, lo intenta de nuevo. Pasa una mano por debajo de su cabeza y la levanta. Tiene la boca abierta. Sus ojos son dos delgadas ranuras de zombi bajo sus oscuros y pesados párpados. Eve está en otro mundo. Y lo que es peor, esta no es la clase de escena que quiere mostrar Jones ante los vecinos, los cuales tienen mirilla en la puerta y no son nada tímidos a la hora de utilizarla. Forcejea hasta conseguir abrir la puerta del apartamento y luego meter a Eve dentro sin que se golpee contra la pared, lo cual es más difícil de lo que parece porque es como si estuviera hecha de goma. Sus brazos se balancean en grandes círculos. Jones la arrastra por el salón y la echa encima de la cama. Luego se sienta a su lado y toma aliento.

Eve no se mueve. A Jones se le pasa por la cabeza la idea de que podría estar muerta, y se inclina ansiosamente sobre ella. Eve emite un ligero ronquido. Jones le pone bien la cabeza. Eve deja de roncar y cierra los labios. Una diminuta burbuja de saliva se le ha quedado pegada en la comisura de la boca y Jones se la limpia.

Jones vuelve a los diez minutos, después de haber cerrado bien la puerta del apartamento, quitarse el traje y cepillarse los dientes. Eve sigue en la misma postura. Jones permanece unos instantes en la puerta. No está seguro de qué prendas estaría bien quitarle y qué prendas estaría muy mal. Finalmente decide que le puede quitar los zapatos, la pulsera y el collar sin meterse en un terreno espinoso a nivel legal o, si eso tiene alguna importancia, moral.

Eve está echada encima de las mantas. Jones no ve clara la forma de meterla debajo de ellas, así que saca otra del armario, se la echa por encima y luego se tapa él también con ella.

—Mmm —Jones nota su trasero presionándole la cadera—. Bffff.

—¿Qué pasa?

—Mmm —murmura Eve. Luego se calla durante unos minutos y dice— ¿Jones?

—¿Sí?

—¿Me puedes despertar a la hora de ir a trabajar?

—Sí. Pondré el despertador.

—Vale —dice acurrucándose bajo la manta—. No puedo… faltar mañana. Estamos… con-so-li-dan-do.

Jones espera un poco, por si dice algo más.

—¿Consolidando?

—Mmm.

—¿Consolidando qué?

—Todo —responde Eve, emitiendo un sonido parecido a una risa. Su pierna encuentra la de Jones y se enrosca en ella—. Te quiero, Jones.

Su respiración se hace más acompasada. Jones se queda tendido, escuchándola hasta que el despertador cobra vida otra vez y dos DJs guasones le advierten de que son las seis y media de la mañana.

—Soy Sydney. Espero que esto funcione… Estoy tratando de transmitir un mensaje de… um… Daniel Klausman. Esperen… Creo que tengo que… clic. Buenos días a todos. Soy Janice. Es un mensaje para toda la plantilla… ya saben lo que deben hacer. Clic. Janice, por favor envía este mensaje de Daniel Klausman a todos los jefes de departamento. Gracias. Clic. Buenos días a todos, soy Meredith… Tengo un mensaje para toda la plantilla de parte de Daniel Klausman. Gracias. Clic.

—Soy Daniel Klausman. Meredith, envía este mensaje a todos los jefes de departamento para que lo distribuyan a todas las unidades.

—Buenos días a todos. Lo primero que quiero es agradecer el entusiasmo y la buena voluntad que han mostrado reduciendo los gastos en los últimos meses. No fue fácil, pero hemos hecho algunos cambios considerables.

»Desgraciadamente, nuestro precio de mercado se ha visto afectado por una reacción exagerada por parte del mercado respecto a cuestiones no relacionadas con nuestro rendimiento, pero el caso es que hemos perdido otro 14 por ciento. Ese dato, obviamente, resulta preocupante, pero también hay que recalcar que es menor que el 18 por ciento que experimentamos el anterior cuatrimestre, por lo que, en términos relativos, se podría decir que hemos ganado un 4 por ciento.

BOOK: La Corporación
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