La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (34 page)

BOOK: La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento
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El denominador común que unifica los rasgos carnavalescos de las diferentes fiestas, es su relación esencial con el
tiempo festivo.
Dondequiera que se mantuvo el aspecto libre y popular de la fiesta, esta relación con el tiempo, y en consecuencia ciertos elementos de carácter carnavalesco, sobrevivieron.

Pero allí donde el carnaval (en el sentido estricto del término) floreció convirtiéndose en el centro reconstructor de las demás formas de festejos públicos y populares, produjo el debilitamiento de las demás fiestas, al quitarles casi todos los elementos de licencia y utopía populares. Éstas palidecen al lado del carnaval; su significación popular se restringe, sobre todo porque están en contacto directo con el culto y el ritual religioso o estatal. El carnaval se convierte entonces en el símbolo y la encarnación de la verdadera fiesta popular y pública, totalmente independiente de la Iglesia y del Estado (aunque tolerado por éstos). Así era el carnaval de Roma en la época en que Goethe hizo su célebre descripción (del carnaval de 1788); todavía tenía esos rasgos en 1895 cuando Dietrich escribió el primer borrador de su
Pulcinella
(dedicado a sus amigos romanos con motivo del carnaval del 1897). En esta época, el carnaval se había convertido en el único representante vivo y brillante de la rica vida festiva de los siglos pasados.

En la época de Rabelais, la concentración de las celebraciones públicas y populares en el carnaval no se había producido aún por completo en ninguna ciudad francesa. El carnaval, que se festejaba en Mardi Gras (la última semana antes de Cuaresma) era una más entre otras formas de festejos populares, en realidad ya harto importante.

Ya dijimos que las ferias tenían gran trascendencia en la vida de la plaza pública (había dos o cuatro ferias anuales en cada ciudad). Las fiestas feriales tenían un carácter carnavalesco. Recordemos las numerosas fiestas populares que se desarrollaban en Lyon, a las que ya nos hemos referido. En la época de Rabelais, subsistían aún las últimas formas de la antigua «fiesta de los locos»: eran festejos organizados en Rouen y Evreuz por la
Societas cornardorum,
que elegía un abad
cornardorum
(o «abad de los cornudos») y organizaba procesiones carnavalescas.

Es evidente que Rabelais conocía a la perfección las suntuosas fiestas de su época, tanto rurales como ciudadanas. ¿Cuáles son las fiestas que él describe en su libro?

Al comienzo de
Gargantúa
(cap. IV, V y VI) encontramos el episodio de la fiesta de la «matanza de los bueyes», que se celebra en medio de alegres comilonas, durante las cuales se produce el nacimiento milagroso del héroe. Es uno de los episodios más notables y representativos del estilo rabelesiano, por lo cual creemos indispensable analizarlo. Comienza así:

«La ocasión y manera como dio a luz Gargamella fue así; y si no lo creéis ¡que el trasero se os escape! El trasero se le escapó a ella, en una sobremesa, un día de febrero, después de comer una gran cantidad de callos. Callos son tripas gordas de bueyes cebones. Bueyes cebones son los bueyes criados en pesebres y en prados suculentos. Prados suculentos son los que dan dos cosechas al año. De aquellos bueyes cebones habían hecho matar 367.014, con el fin de salarlos para el martes de carnaval y tener la suficiente carne de buey en primavera, haciendo la debida conmemoración de los saladores para gozar mejor del vino.»
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El tema capital de este pasaje es la generosa abundancia material y corporal, que nace y prospera. Las demás imágenes están subordinadas a este tema. Ante todo, el acontecimiento descrito está asociado desde el principio al alumbramiento de Gargamelle, lo que constituye el ambiente y el telón de fondo del nacimiento de Gargantúa. El autor, desde la primera frase maldice a los que se niegan a creerle. Si bien la maldición detiene el transcurso de la narración, prepara al mismo tiempo la transición y nos introduce directamente en la región de lo «inferior» material y corporal: «si no lo creéis, ¡que el trasero se os escape!».

El alumbramiento de Gargamelle comienza precisamente de esa manera: «el trasero se le escapó a ella» después de comer demasiados callos, es decir intestinos y vísceras de bueyes gordos.
Los intestinos y las vísceras,
con toda la riqueza de su significación y de sus relaciones,
son las imágenes primordiales del episodio.
En el pasaje citado, son presentados como un plato los
gaudebilleaux
o «tripas gordas». El alumbramiento y «el trasero se le escapa» después de una comida copiosa, están asociados al
vientre comido y al vientre que come.
Las fronteras entre el cuerpo comido de los animales y el cuerpo humano que come, se esfuman aquí y se borran casi por completo. Los cuerpos se entrelazan y se funden en una
imagen grotesca única del universo comido y comedor.
Se crea una atmósfera corporal única y densa, la atmósfera de
las grandes entrañas,
en la que se producen los actos principales de nuestro episodio: comer, descompostura del estómago y alumbramiento.

El tema de la productividad y el crecimiento, introducido desde el principio por el «alumbramiento» de Gargamelle, se desarrolla a continuación con las imágenes que describen la abundancia y la plenitud de los bienes materiales: tripas gordas de bueyes alimentados especialmente en campos que producen hierba dos veces al año; el número de los bueyes beneficiados es astronómico: 367.014; la palabra «gordo» y sus derivados es empleada cuatro veces en tres líneas
(grosses, engrassez, gras, gras).
La matanza de los bueyes tiene la finalidad de conservar carne «en abundancia» para la primavera.

El tema de la profusión de bienes materiales está asociado al
mardi gras
(martes de carnaval), día en el que se sala la carne; el ambiente de Carnestolendas influye en el episodio, unificándolo en el nudo grotesco de la matanza, el despedazamiento y el destripamiento de la res, la vida corporal, la abundancia, la grasa, el festín, las gozosas libertades y también el alumbramiento.

Al final del pasaje hay una degradación típicamente grotesca: la «conmemoración de los saladores». Los salazones o platos suplementarios de la comida, son designados por el término litúrgico de
conmemoration,
es decir, una breve plegaria al principio de la misa dedicada a un santo que no corresponde a ese día; lo que significa en realidad una plegaria extraordinaria suplementaria. Como vemos, este episodio contiene una alusión directa a la liturgia.

Destaquemos por último la particularidad estilística del pasaje: la primera parte es una especie de cadena, cada uno de cuyos eslabones está ensartado en el siguiente: una misma palabra concluye una frase y es el comienzo de la siguiente. Esta construcción intensifica la impresión de concentración y densidad, de unidad indisoluble de este universo de grasa, de carne, de tripas gordas, de crecimiento y alumbramiento.

Veamos la continuación. Como las tripas de las reses muertas no se conservan, Grandgousier invita al banquete a toda la población de los alrededores.

«Por esta razón convidaron a los ciudadanos de Saináis, de Suillé, de la Roche Clermaud, de Vaugaudray, sin omitir a los de Coudray, Montpensier, Cyé de Vede y otros vecinos, todos buenos bebedores, buenos compañeros y hábiles jugadores de bolos.»
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De este modo, el banquete tiene un carácter muy amplio, casi universal (recordemos que se han matado 367.014 bueyes). Es el «gran festín». La alegría espontánea de los ciudadanos de los alrededores que aceptan la invitación de Grandgousier es muy curiosa. La última expresión que se emplea para describirlos es «buenos jugadores de bolos». Es sabido que, en aquella época, la palabra «bolo» tiene un carácter erótico y éste es el sentido que aquí se le da.

Así, la descripción de los invitados se hace en el plano material y corporal.

Grandgousier advierte a su mujer sobre los peligros de comer demasiadas tripas.

«Esta mujer —dijo— es capaz de comer mierda con tal de llenar la tripa. A pesar de estas reconvenciones, se comió dieciséis moyos, dos barricas y seis potes. ¡Oh, hermosa material fecal, la que debió elaborar en su vientre!»
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Rabelais introduce el tema de los excrementos, muy ligado, como dijimos, a la idea de las entrañas en general, y a las tripas de buey en especial, ya que por minucioso que fuera el lavado de las tripas, siempre quedaba cierta cantidad de excrementos en ellas. Las fronteras entre el cuerpo que come y el comido se esfuman nuevamente: la materia contenida en las vísceras de la res se reunirá a los excrementos en los intestinos del hombre. Los intestinos del animal y del hombre parecen unirse en un solo nudo grotesco e indisoluble. La última frase del autor, que comienza con «Oh hermosa materia fecal» expresa perfectamente el ambiente que preside el episodio. Recordemos que en el realismo grotesco, la imagen de los excrementos era esencialmente la de la «alegre materia».

«Después de comer, todos tambaleándose, marcharon a la pradera y allí, sobre las blandas hierbas, danzaron al son de las alegres flautas y las dulces cornamusas, tan alegremente que era placer celestial verlos retozar.»

Las diversiones carnavalescas en los prados se entrelazan con las demás imágenes del episodio. Repetimos que en el ambiente del
mardi gras
(martes de carnaval) el regocijo, las danzas y la música concuerdan perfectamente con la matanza de las reses, los cuerpos despedazados, las entrañas, los excrementos y demás elementos de lo «inferior» material y corporal.

Para comprender tanto el libro entero de Rabelais como este episodio en particular, es indispensable dejar de lado los tópicos restringidos y empobrecidos de nuestra época, que están lejos de poder adaptarse a las grandes líneas de la literatura y el arte del pasado. Lo que resulta especialmente inadmisible en este sentido, es la modernización de las imágenes de Rabelais y su reducción a las nociones separadas, estrechas y monocordes que dominan actualmente el sistema de pensamiento. En el realismo grotesco y en Rabelais, los excrementos, por ejemplo, no tenían la significación banal y estrechamente fisiológica que se les atribuye actualmente. Por el contrario, estaban considerados como un elemento esencial en la vida del cuerpo y de la tierra, en la lucha entre la vida y la muerte, contribuían a agudizar la sensación que tenía el hombre de su materialidad, de su carácter corporal, indisolublemente ligado a la vida de la tierra.

Es por esto por lo que no puede hablarse en Rabelais de «naturalismo grosero», ni de «actitud fisiológica» ni pornográfica. Para comprender a Rabelais hay que leerlo con los ojos de sus contemporáneos y a la luz de la tradición milenaria que representa. De este modo, el alumbramiento de Gargameile tendrá la apariencia de un drama a la vez elevado y alegre del cuerpo y de la tierra.

El quinto capítulo, relata los famosos «dichos» de los borrachos, es un «simposium» carnavalesco. No aparece allí ninguna continuidad lógica, ni idea o problema abstracto de conjunto (como en los clásicos).
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Y, sin embargo, existe una profunda unidad interna: es un juego de degradaciones grotescas y únicas, desarrollado hasta sus últimas consecuencias. Prácticamente cada réplica es una fórmula elevada de orden religioso, litúrgico, filosófico, jurídico, o extraída de las parábolas bíblicas y aplicadas a la bebida y a la comida. Los dichos se refieren a dos temas principalmente: las tripas de buey engullidas y el vino que las riega, y lo «inferior» material y corporal es invertido a través de fórmulas y figuras de lo «superior» sagrado y espiritual.

Es preciso destacar la manera en que el autor juega
con la imagen del vientre
y las entrañas. Dice uno de los borrachos:

«Lavaría con gusto las tripas del cordero que preparé esta mañana.»
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Habiller
(preparar), tiene un significado particular en el vocabulario de los carniceros y de los libros de cocina: significa despedazar un animal. De tal modo que «ese cordero que preparé esta mañana» alude en primer lugar al borracho que habla, que se ha vestido
(habillé)
esa mañana, pero también al cordero que, aquella mañana, fue destripado y comido. «Las tripas» son a la vez las del borracho, que quisiera lavar con vino, y las del cordero que ha comido.

He aquí otra réplica del mismo tipo:

«¿Tenéis algo que arrojar al río? Este va a lavar las tripas.»
197

Las «tripas» tienen un doble sentido: son las
depuradoras
del borracho y las
devoradas
del buey. Las fronteras entre el
cuerpo que come
del hombre y el
cuerpo comido
del animal se anulan constantemente.

El personaje principal del capítulo VI son las
entrañas
de la
parturienta
Gargamelle.

El parto comienza así:

«Poco tiempo después comenzó ella a suspirar, lamentarse y gritar. En seguida se acercaron varias comadronas, y tocándola en el bajo vientre encontraron algunos repugnantes rollos de piel y creyeron que fuese el niño, pero era el fundamento que se le escapaba por efecto de la distensión del intestino recto (al que vosotros llamáis la morcilla cular) a causa de haber comido callos en gran exceso, como ya dijimos.»
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La anatomía de lo «inferior» corporal es descrita en forma realista. El nudo grotesco se cierra más aún:
el intestino recto «escapado», las vísceras comidas, las entrañas que dan a luz
(el intestino es confundido con el niño), todo está unido en forma indisoluble en este fragmento.

La comadrona da entonces a la parturienta un astringente demasiado activo:

«Debido a este inconveniente, hicieron relajar los cotiledones de la matriz y por ellos saltó el niño; pero no al exterior, sino que subió por la vena cava y, atravesando el diafragma hasta arriba de los hombros (donde dicha vena se parte en dos), siguió hacia la izquierda y salió por la oreja de ese lado. »Al nacer, no lloró como otros niños, sino que gritó en voz alta: «¡A beber, a beber!», como si invitara a todos, y gritó tan fuerte que lo oyó toda la comarca de Beusse y Bibareys.»
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La descripción anatómica termina con un nacimiento inesperado y totalmente carnavalesco por la oreja izquierda.

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