Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
Las alas de Rafael empezaron a resplandecer, algo que Elena se había acostumbrado a esperar cuando el arcángel se cabreaba. Pero se mantuvo en sus trece. Porque aquel hombre era suyo, y o bien lo aceptaba tal cual, o bien se alejaba de él. Y lo último no era una opción.
—Te vas a casa. Llamaré a Illium para que te guíe.
—Se acabaron las niñeras —replicó ella, cuya furia era como una espada afilada—. No voy a consentirlo. Y tampoco pienso volver a casa como si fuera una niña buena.
Harás lo que yo te diga
.
—Ajá. ¿Qué tal te ha ido con esa actitud hasta ahora?
El arcángel avanzó un poco y apoyó las manos en la rama a ambos lados de Elena. Su enorme cuerpo la presionaba entre los muslos.
Siempre obedeces con mucha dulzura
.
Oooh… No estaba buscando pelea, se dijo Elena, sino una guerra.
—Yo soy una de las cazadoras más fuertes del Gremio —le dijo en un intento por mantener la calma—. Y no solo eso, también he sobrevivido a un arcángel y a un arcángel psicópata. Me he ganado los galones.
Anoushka estuvo a punto de matarte
.
Elena recordó el veneno que la hija de Neha había introducido en su cuerpo, recordó el pánico que le había atenazado el corazón y le había helado la sangre.
—¿Sabes cuánta gente ha estado «a punto» de matarme en todos estos años? —Al ver la gelidez que cubría el azul de los ojos de Rafael, aquel azul tan puro que no había nada en el mundo que pudiera igualarlo, comprendió que quizá hubiera sido mejor no haber sacado aquello a colación. No obstante…—. Yo te acepto tal y como eres —dijo. No quería, ni podía, dar marcha atrás—. Tal y como eres.
La ferocidad de aquel comentario atravesó la tormenta de rabia que lo embargaba. Y Rafael también había captado las palabras que ella no había pronunciado.
Yo te acepto tal y como eres. Acéptame tal y como soy
.
—Siempre te he considerado una guerrera.
Incluso cuando cayó rendida en sus brazos, él siempre supo que aquello había sido una rendición consciente por parte de Elena, que había sido ella quien decidió colocarse en una posición vulnerable.
La cazadora apretó los labios y negó con la cabeza, y los finos mechones de su cabello se deslizaron sobre los hombros.
—Eso no es suficiente, Rafael. Las palabras no bastan por sí solas.
En el Refugio, ella le había pedido que dejara de introducirse en su mente. Al arcángel le había costado mucho hacerlo, ya que mantener la vigilancia mental era la mejor forma de asegurarse de que estaba a salvo.
—Te he concedido una libertad sin precedentes.
—¿Con quién nos comparas, arcángel? —preguntó ella, que lo miraba con aquellos ojos claros que brillaban en la oscuridad como si tuvieran purpurina.
Aquel brillo era una señal del desarrollo de su inmortalidad, comprendió Rafael. Se preguntó si Elena habría notado alguna mejora en su visión nocturna. Una cazadora valoraría mucho un rasgo como ese, porque el beso de la inmortalidad solo podía asentarse sobre cualidades preexistentes.
—Nosotros creamos nuestras propias reglas —añadió Elena—. No tenemos por qué seguir ningún modelo.
La mente de Rafael volvió al momento en que la sujetaba destrozada entre sus brazos, a aquel momento en que la vida se escapaba de su cuerpo gota a gota. Y luego, cuando perdió la consciencia, había llegado el silencio. Un silencio eterno y despiadado.
—Elijah y Hannah llevan juntos cientos de años —repuso él—. Y ella hace lo que él le pide.
Una sonrisa trémula se dibujó en los labios de su cazadora de corazón mortal.
—¿Es eso lo que realmente deseas? —Un susurro ronco.
Rafael supo entonces que podía herirla de muerte en aquel instante. Igual que su padre, podía decirle que no era lo que debería ser; que no podía ser quien era y lo que era, porque eso era motivo de vergüenza para él. Y al hacerlo, clavaría una flecha en en su punto más vulnerable y ganaría aquella guerra entre ellos.
Él era un arcángel. Había tomado decisiones crueles, una tras otra.
—No —respondió. Porque ella era exactamente quien debía ser. Su compañera, su consorte—. Pero las cosas serían mucho más fáciles si fueras como Hannah.
Una risotada que sonó algo falsa.
—Y también lo serían si tú cumplieras todo lo que te ordeno.
Se miraron el uno al otro durante un instante muy largo. Larguísimo. Y luego Rafael extendió la mano para cubrirle la mejilla.
—Te daré tu libertad —dijo, luchando contra todos sus instintos— con una condición.
Se formaron unas cuantas líneas entre las cejas de Elena.
—¿Qué condición?
—¿No confías en mí, cazadora?
—Ni lo más mínimo, al menos cuando intentas salirte con la tuya. —Con todo, inclinó la cabeza para disfrutar de su contacto y enterró los dedos en su cabello.
Rafael deslizó la mano hacia su mandíbula y la sujetó con fuerza.
—Me llamarás. Sin vacilaciones, sin pensar, sin esperar hasta el último momento. Si estás en peligro, me llamarás.
—Siempre que sea razonable —señaló ella—. Que me persiga un chupasangre sediento de sangre no es lo mismo que verme acosada por un ángel hambriento de poder.
—No estoy acostumbrado a negociar. —La mayoría de la gente le daba todo lo que exigía.
Una sonrisa lenta, muy lenta. Una sonrisa que barrió los vestigios de la ira que el arcángel albergaba en su interior.
—Creo que vamos a aprender muchas cosas en los próximos siglos, ¿eh?
Rafael no pudo evitarlo. La besó. Se apoderó de aquella risa cálida para guardarla en su interior, donde también pudiera templarlo a él.
Si provocas a un arcángel, alla tú
.
Unos brazos fuertes le rodearon el cuello mientras los dedos le acariciaban el arco de las alas.
No sé… Lo cierto es que me gustan bastante los resultados de las provocaciones
.
Elena separó los labios bajo los suyos y Rafael aprovechó el momento para reclamarla con una necesidad que ya había dejado de sorprenderlo. Daba la impresión de que el vínculo que existía entre ellos se fortalecía con cada hora que pasaba.
Me llamarás
.
Siempre que sea razonable
.
Rafael lo consideró y sonrió con satisfacción.
Está bien. Pero siempre que no me llames, tendrás que darme explicaciones sobre todas y cada una de las heridas que presentes
.
Elena interrumpió el beso y lo miró echando chispas por los ojos.
—¡Esa es una exigencia ridícula para una cazadora!
Rafael la rodeó con los brazos y la apartó de la rama. Utilizó su fuerza y su poder para alzarse con ella hasta el cielo cuajado de estrellas.
—Rafael… —dijo Elena cuando la soltó muy por encima de las nubes—. Hablo en serio. No puedes esperar que… que…
Él cambió de dirección.
—¿Que respondas ante mí?
—¡Sí! —exclamó ella, que también varió el ángulo de vuelo para seguirlo.
—¿Y tampoco yo debo responder ante mi consorte?
Las palabras que Elena había estado a punto de decir murieron en su garganta.
—Bueno… —murmuró dejando que la atrapara por la cintura—. Si pones así las cosas, no puedo discutirlas, ¿verdad? —Era un regalo inesperado y sobrecogedor: Rafael aceptaba que le pertenecía.
El arcángel, con un fuego azul en los ojos, rozó sus labios con diminutos mordiscos provocadores.
¿
Danzarás conmigo entonces, Elena
?
Ella abrió los ojos de par en par y notó un cosquilleo en el estómago.
—¿Aquí? ¿Ahora?
Las manos de Rafael jugueteaban sobre sus costillas, y los pulgares acariciaban la curva inferior de sus pechos.
Aquí. Ahora
.
—Pero… —Se quedó sin aliento cuando él le mordió el labio inferior y, al mismo tiempo, le apretó uno de los pezones por encima del tejido de la camiseta.
Espera. Espera
…
Tenía que preguntarle algo antes de que se le derritiera el cerebro.
El viento y la lluvia alrededor de ella… frescos, salvajes, desatados. La mano del arcángel se cerró en un gesto posesivo sobre su pecho.
No quiero esperar
.
D
ios, era como arcilla en sus manos. Tan solo la inquietud que le provocaba la pregunta que le rondaba la mente le dio la fuerza necesaria para interrumpir el beso y tomar aliento, instante que él aprovechó para agachar la cabeza y morderle aquella zona del cuello donde el pulso latía frenético.
—¡Vigilancia! —exclamó Elena de pronto—. ¡Hay satélites por todas partes! ¿No nos verá alguien? —Era demasiado posesiva, demasiado reservada, para compartir aquel momento con nadie.
Una mano le recorrió la espalda hasta abajo.
Soy un arcángel, Elena. Tengo poder suficiente para volar por los aires todos los satélites del mundo
.
—No me refiero a es… —Soltó un grito cuando él le dio un mordisco en el cuello y luego empezó a lamérselo para aliviar aquel dolor sensual. Elena agarró el cabello negro con los dedos.
Nadie nos verá
. Un beso se apoderó de su boca.
Utilicé mi poder para ocultarnos en cuanto salimos de Manhattan
.
Fue Elena quien le mordió el labio esta vez.
—Gracias por decírmelo…
Una mano fuerte se aferró a su cadera.
—Morder no está bien, Elena.
Ay… Cuando Rafael empezaba a bromear, ya podía olvidarse de la arcilla; más bien se estaba convirtiendo en puro merengue. Se apartó un poco a modo de autodefensa e intentó revolotear, aunque sin éxito. No obstante, sí consiguió transformar el descenso en un barrido que acabó en un ascenso vertical.
Muéstrame cómo bailan los ángeles, Rafael
.
Un segundo después, el arcángel estaba a su lado. Trazaba espirales a su alrededor mientras ascendía a una velocidad y con una agilidad tan asombrosa que todo lo femenino que había en Elena reaccionó al verlo. Mía, pensó. Esta magnífica criatura de alas de oro e imposibles ojos azules es mía.
Vio algo por el rabillo del ojo y después… sexo. Puro sexo, tentación y pasión en su lengua.
¿
Me has cubierto de polvo otra vez, arcángel?
Se lamió los labios para saborear la deliciosa mezcla especial de polvo de ángel que Rafael había creado para ella y voló entre las finísimas partículas para sentir la perversa caricia de las chispas doradas sobre cada centímetro expuesto de su cuerpo, incluyendo las alas.
La próxima vez, lo haré cuando no lleves puesto más vestido que tu piel
.
Elena apretó los muslos ante el impacto visual de aquella imagen. Un nivel de sensación semejante la volvería loca, pensó. No obstante, siempre había sabido que amar a un arcángel no sería tarea fácil. Sonriente, plegó las alas y descendió en picado hacia el suelo sin avisar.
Atrapó las motas de nuevo a medio camino y realizó unos cuantos barridos en distintas direcciones. No veía a Rafael por ningún sitio. El orgullo que sentía por haber conseguido despistarlo se desvaneció en cuanto el polvo de ángel comenzó a caer de nuevo a su alrededor y llenó el cielo nocturno de centellas doradas. Se apartó el cabello de la cara y echó un vistazo por encima del hombro.
Su arcángel volaba por encima de ella con sus espléndidas alas extendidas, como una sombra azabache.
No es justo
, se quejó Elena.
Tú has tenido un milenio y medio para aprender esos trucos
.
Tiró del cuello de su camiseta, ya que de pronto tenía muchísimo calor. El polvo de ángel había penetrado en sus poros a través del tejido, y ahora corría por su torrente sanguíneo para concentrarse en el pulso que latía entre sus muslos.
Sintió un ligero toque en el cuello que hizo que primero el cuerpo de la camiseta y luego las mangas se desintegraran literalmente en sus manos.
—¡Rafael! —¡
No puedo ir dejando la ropa esparcida por todo el estado
!
Incluso mientras hablaba, vio diminutos destellos de luz azul en la noche y comprendió que él había destruido los fragmentos de sus prendas. Sin embargo, aquella no era su preocupación principal, sino el hecho de que estaba desnuda de cintura para arriba. Estar así hacía que se sintiera muy vulnerable.
Nadie puede verte, Elena. Te lo prometo
.
Solo Rafael podía lograr que creyera algo así, que confiara. Respiró hondo, dejó caer los brazos que había cruzado sobre el pecho y miró a su alrededor. No tenía ni la menor idea de dónde estaban, pero abajo todo estaba oscuro como un pozo, tan oscuro que debía de ser…
—El mar.
Mientras sobrevolaban las nubes, Rafael los había guiado hacia el Atlántico, tan lejos que, sin importar la dirección en la que mirara, no veía ni rastro de luz, de civilización humana.
La euforia inundó su torrente sanguíneo. Qué demonios, se dijo.
Haz tu magia, arcángel
.
Se quitó el calzado con la punta de los pies y consiguió librarse también de los pantalones y las bragas… aunque su vuelo seguramente habría parecido el de un abejorro borracho. Las prendas desaparecieron en medio de fogonazos azules y su piel respiró con alivio. Extendió las alas al máximo, se rindió al hambre que la atenazaba y cabalgó sobre las corrientes de aire con manifiesta alegría.
Jamás se había sentido tan libre, tan despreocupada.
Rafael se situó sobre ella batiendo las alas con movimientos fáciles y lentos, casi perezosos, y a Elena le dio la impresión de que estaba dejando que jugara. Aquella idea le provocó una sonrisa, y en ese mismo momento saboreó el polvo de ángel que lanzaba destellos en el aire. Puro sexo. Aquel maldito arcángel traicionero había volado en círculos a su alrededor hasta que no quedó ningún lugar al que pudiera huir para escapar de aquella invasión exótica y afrodisíaca.
¿
Te das cuenta de que esto es la guerra
?, le dijo Elena mientras se lamía el polvo de los labios, muy consciente de las caricias que le hacían las motas en todos los rincones secretos de su cuerpo.
No obtuvo ninguna respuesta.
Sus instintos entraron en juego.
Gracias a sus recientes entrenamientos de vuelo, realizó un difícil giro hacia la izquierda y ascendió. Rafael pasó a su lado como un rayo un milisegundo después y no la alcanzó de milagro. Cuando el arcángel se detuvo y giró la cabeza hacia arriba, Elena realizó un barrido a la derecha y se dejó caer en picado justo cuando él ya había tomado demasiado impulso para detenerse. Pero estaba jugando con un arcángel, que consiguió rozarle las alas con los dedos a modo de provocación mientras ella descendía.