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Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
La cazavampiros Elena Deveraux y su amante, el arcángel Rafael, han regresado a Nueva York solo para enfrentarse a una terrible amenaza. Las señales del mal están por todas partes: una inusual oleada de asesinatos perpetrados por vampiros asola Manhattan, inexplicables tormentas oscurecen el cielo, la tierra tiembla compulsivamente y el arcángel ha caído presa de una rabia incontrolable…
Un ser terrible y milenario está a punto de despertar.
Los vientos susurran su nombre: «Caliane».
Rafael y sus arcángeles tienen poco tiempo para encontrarla y evitar que consuma su venganza. Ha vuelto para reclamar a su hijo y tan solo una persona se interpone entre ella y su presa: Elena, la dama del arcángel.
Porque cuando los ángeles se vengan,
los inocentes pagan el precio más alto de todos.
Nalini Singh
La dama del arcángel
El Gremio de los Cazadores 3
ePUB v1.0
Mística03.02.12
Título original:
Archangel´s Consort
Traducción: Concepción Rodríguez Glez.
Para todo aquel que alguna vez
ha soñado con volar, y para todos
los que han volado conmigo
E
nvuelta en las sombras sedosas de la noche más profunda, Nueva York seguía siendo la misma y, a la vez, completamente distinta. En su día, Elena había contemplado desde la ventana de su adorado apartamento cómo los ángeles remontaban el vuelo desde la columna iluminada de la Torre. Ahora ella misma era uno de aquellos ángeles, y estaba encaramada en lo alto de una terraza sin barandilla, sin nada que evitara una caída mortal.
Salvo que, por supuesto, Elena ya no caería.
Ahora sus alas eran más fuertes. Ella era más fuerte.
Tras extender aquellas alas, tomó una honda bocanada del aire de su hogar. Una fusión de esencias (especias y humo, humanos y vampiros, aromas terrenales y sofisticados) la llenó con la fiebre salvaje de una tormenta de bienvenida. Su pecho, tenso durante tanto tiempo, se relajó por fin y le permitió estirar las alas al máximo. Había llegado el momento de explorar aquel lugar tan familiar que se había vuelto extraño, aquel hogar que de repente resultaba nuevo.
Se lanzó en picado desde la terraza y sobrevoló Manhattan con la ayuda de las corrientes de aire que suavizaban el frío mordisco de la primavera. La exuberante estación verde había derretido la nieve que había mantenido en trance a la ciudad durante el invierno y se había convertido en el centro de atención, ya que el verano no era siquiera un rubor color melocotón en el horizonte. Era la temporada de la renovación, del nacimiento de las flores y de los pajarillos, de todo lo brillante, joven y frágil… incluso en aquella ciudad frenética y ajetreada que nunca dormía.
Mi casa, pensó. Estoy en casa.
Permitió que las corrientes de aire la llevaran allí donde quisieran sobre aquellas luces como diamantes que salpicaban la ciudad. Probó sus alas. Probó sus fuerzas.
Más fuerte.
Pero todavía débil. Una inmortal recién creada.
Una cuyo corazón seguía siendo mortal.
Así pues, no fue una sorpresa para ella descubrirse flotando ante el mirador de su apartamento. Aún no tenía la habilidad necesaria para ejecutar aquella maniobra, así que no dejaba de caer y de elevarse con rápidas sacudidas de las alas. Con todo, los aleteos le habían permitido ver lo suficiente para saber que, aunque el cristal destrozado había sido reparado a la perfección, las habitaciones estaban vacías.
Ni siquiera había una mancha de sangre en la alfombra que marcara el lugar donde había derramado el fluido vital de Rafael, donde había intentado contener el flujo carmesí hasta que sus dedos tuvieron el mismo tono asesino.
Elena
.
Las esencias del viento y de la lluvia, frescas y salvajes, estaban a su alrededor, dentro de ella. De pronto, las manos fuertes de Rafael le sujetaron las caderas para mantenerla sin esfuerzo en aquella posición a fin de que pudiera mirar a través de la ventana. Elena aplastó los dedos contra el cristal.
Vacío.
No quedaba ni rastro del hogar que había creado pedazo a pedazo con tanto amor.
—Tienes que enseñarme a quedarme suspendida en el aire —le dijo, aunque tuvo que obligarse a hablar a pesar de la sensación de pérdida que le cerraba la garganta. Solo era un lugar. Solo eran cosas—. Sería una buena forma de espiar a objetivos potenciales.
—Tengo intención de enseñarte muchas cosas. —El arcángel de Nueva York tiró de ella para estrecharla contra su cuerpo, con lo que las alas de Elena quedaron atrapadas entre ambos, y luego apretó los labios sobre la punta de su oreja—. Estás llena de congoja.
Mentir era un instinto, una forma de protegerse, pero su arcángel y ella habían dejado de mentir.
—Supongo que esperaba que mi apartamento siguiera aquí. Sara no me dijo nada de esto cuando me envió mis cosas. —Y su mejor amiga jamás le había mentido.
—Sara solo estuvo aquí poco después de que tú te marcharas —dijo Rafael, que se apartó lo suficiente para que ella pudiera extender las alas y acomodar su cuerpo a las corrientes de aire una vez más.
Ven, quiero mostrarte algo
.
Las palabras estaban en su mente, junto con el viento y la lluvia. No le había pedido al arcángel que saliera de su cabeza, porque sabía que no estaba dentro. El hecho de que pudiera sentirlo en su interior y hablar con él con tanta facilidad formaba parte de aquello que los había atado el uno al otro, de aquella emoción tortuosa y tensa que, mediante latigazos flamígeros, arrancaba viejas cicatrices y creaba nuevas vulnerabilidades en el alma.
Sin embargo, Elena no sentía pesar mientras veía volar a su arcángel, una criatura de alas blancas y doradas con los ojos de un azul infinito e implacable, a través de la sensual negrura del cielo que cubría la ciudad. No deseaba dar marcha atrás, no quería regresar a una vida en la que jamás había sido estrechada por los brazos de un arcángel, en la que jamás le habían desgarrado el corazón para convertirlo en un órgano mucho más fuerte, capaz de emociones tan intensas que en ocasiones la asustaban.
¿
Adónde me llevas, arcángel
?
Paciencia, cazadora del Gremio
.
Elena sonrió. El dolor por la pérdida de su apartamento quedó enterrado bajo una oleada de regocijo. Rafael no dejaba de repetirle que ahora su lealtad estaba con los ángeles y no con el Gremio de Cazadores, pero al final siempre revelaba de algún modo cómo la veía: como una cazadora, como una guerrera. Bajó en picado tras él y se elevó después a través de la hiriente frescura del aire batiendo las alas con sacudidas fuertes y bruscas. Los músculos de su espalda y de sus brazos protestaron ante semejantes acrobacias, pero se lo estaba pasando demasiado bien como para preocuparse; pagaría por ello unas horas después, sin duda, pero en aquellos instantes se sentía libre y protegida en la oscuridad.
—¿Crees que alguien nos está observando? —preguntó, jadeante a causa del ejercicio, una vez que volvieron a estar el uno al lado del otro.
—Tal vez. Pero la oscuridad ocultará tu identidad por el momento.
Elena sabía que al día siguiente, con la llegada del alba, comenzaría el espectáculo. Un ángel creado… Incluso los vampiros más antiguos y los propios ángeles la contemplaban con curiosidad. Sabía a ciencia cierta cómo reaccionaría la población humana.
—¿No puedes hacer eso aterrador que haces siempre y obligarlos a mantener las distancias? —A pesar de lo que acababa de decir, sabía que no era la reacción del público general lo que le preocupaba.
Su padre… No. No pensaría en Jeffrey. Aquella noche no.
Mientras se obligaba a desterrar todo pensamiento sobre el hombre que la había repudiado cuando apenas tenía dieciocho años, Rafael sobrevoló el Hudson y descendió de una manera tan rápida y brusca que Elena no pudo contener un chillido. El arcángel de Nueva York volaba de manera increíble: pasó a ras del agua, tan cerca que podría haber deslizado los dedos sobre la superficie gélida de haberlo deseado, antes de ascender casi en vertical.
Se estaba exhibiendo.
Para ella.
Elena sonrió, encantada.
Descendió para reunirse con él a menor altitud. Las ráfagas de viento nocturno agitaban los mechones de ébano sobre su rostro, como si no pudiesen resistir la tentación de tocarlo.
No serviría de nada
.
—¿El qué? —Fascinada por la belleza brutal de aquel hombre, de aquel arcángel al que se atrevía a considerar su amante, había olvidado lo que le había preguntado.
Que los ahuyentara… No eres de esas mujeres que llevan bien los encierros
.
—Mierda. Tienes razón. —Se encogió cuando los músculos de su hombro empezaron a contraerse a modo de ominosa advertencia—. Creo que tendré que bajar dentro de poco. —Su cuerpo había resultado dañado durante la lucha con Lijuan. No mucho, y las heridas ya habían sanado, pero el período obligado de descanso le había hecho perder gran parte de la masa muscular que había desarrollado antes de la batalla… La batalla que había convertido Pekín en un cráter en el que solo se oía el silencioso grito de los muertos.
Casi hemos llegado a casa
.
Elena se concentró en avanzar en línea recta y se dio cuenta de que él había cambiado de posición para permitir que ella cabalgara su estela, lo que significaba que ya no debía realizar mucho esfuerzo para mantenerse en lo alto. El orgullo le hizo fruncir el ceño, pero también sintió una profunda calidez al saber que era alguien importante para Rafael. Más que importante.
Y un momento después vio la enorme mansión del arcángel, situada en la cima de una colina al otro lado del río. Aunque las tierras limitaban por detrás con el Hudson, el lugar quedaba protegido de las miradas curiosas por una gruesa franja de árboles. De cualquier forma, ellos llegarían desde lo alto, y desde allí el edificio parecía una joya incrustada en la aterciopelada oscuridad. Había un cálido resplandor dorado en todas las ventanas, un resplandor que se transformaba en pulsos de color cuando los rayos de luz incidían sobre las sencillas líneas de las vidrieras situadas a un lado del edificio. Los rosales no resultaban visibles desde aquel ángulo, pero Elena sabía que estaban allí, con brillantes y exuberantes hojas que resaltaban contra el elegante color blanco de la casa, y cientos de capullos preparados para abrirse en una profusión de colores en cuanto la temperatura se suavizara un poco.
Siguió el descenso de Rafael cuando este aterrizó en el patio. La luz que atravesaba las vidrieras transformó las alas del arcángel en un calidoscopio de azules salvajes, verdes cristalinos y rojos rubí.
Podrías haber aterrizado en una de las terrazas
, le dijo, demasiado concentrada en asegurarse un buen descenso para pronunciar las palabras en voz alta.
Rafael no lo negó, pero esperó a que se reuniera con él en el suelo para explicarse:
—Podría haberlo hecho. —Mientras ella plegaba las alas, apoyó las manos con delicadeza en la curva de su cuello para poder acariciarle la parte interna del ala derecha—. Pero en ese caso, tus labios no habrían estado tan cerca de los míos.