Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
Mientras contemplaba las siluetas angelicales recortadas contra el horizonte, ya libre de la lluvia, pensó en lo que había ocurrido aquel día. ¿Qué habría sentido ella si Marguerite se levantara de pronto de su tumba convertida en una persona de carne y hueso?
Dolor. Necesidad. Culpabilidad. Amor. Furia.
Era una mezcla de emociones tan tumultuosa que para tratar de controlarse tuvo que soltar un profundo suspiro. Y luego otro. Y otro. Hasta que por fin logró serenarse. Todo lo ocurrido aquella noche guardaba relación con su arcángel, no con ella, se dijo.
Rafael
.
El arcángel se había dado una ducha rápida y luego había ido a hablar con el ángel que estaba al mando de la ciudad. Elena había intentado impedir que se marchara, consciente del horror que había sentido cuando la maldad de Lijuan se extendió por las venas de Rafael como si fuera un ente vivo y palpitante. Pero al igual que ella era una cazadora, él era un arcángel.
Puedo verte, cazadora del Gremio
.
Elena sonrió y apretó los dedos contra el cristal. Contempló a los ángeles que entraban y salían de aquel rascacielos ultramoderno de balcones asimétricos que casi parecía flotar en el aire. Tardó menos de un segundo en localizarlo. Menos de una fracción de segundo. Era el más fuerte y atractivo de todos ellos, con una magnífica envergadura de alas.
¿
Las alas son proporcionales al tamaño del cuerpo
?
Vio un brillo plateado en las plumas de Rafael cuando quedaron iluminadas por las luces de un cartel publicitario luminoso. El paisaje nocturno japonés era una maravilla de la tecnología.
Ya sabes lo que dicen sobre los ángeles y sus alas
.
Elena se echó a reír, y fue un regalo dulce e inesperado.
¿
En serio? Ven aquí y demuéstramelo
.
En lugar de aterrizar, Rafael descendió y se alejó lo suficiente para que ella pudiera verlo (y admirarlo) antes de cambiar de dirección para dejarse caer en la terraza de la suite. Elena salió para reunirse con él y sacudió la cabeza.
—Presumido… —Antes de que pudiera decir nada, lo rodeó con los brazos y apretó los labios contra su cuello. Necesitaba sentir la vida, los latidos de su corazón.
Rafael le agarró las caderas con las manos.
—Mataré a cualquiera que te vea así.
Elena le mordió la mandíbula cuando él la empujó hacia el interior de la suite. En el instante en que Rafael estiró el brazo hacia atrás para cerrar las puertas, ella saltó hacia arriba para enrollarle las piernas en la cintura y dejó que la toalla cayera al suelo.
—Las ventanas —murmuró contra su cuello antes de dejar un reguero de besos en su columna.
Rafael la acarreó sin esfuerzo hasta la zona donde estaba el interruptor que volvía opacas las ventanas y estiró el brazo para pulsarlo. Elena percibió su pulso acelerado y la calidez de su piel bajo los labios. En aquel instante, el arcángel deslizó las manos por el dorso de sus muslos y agarró sus nalgas de un modo posesivo. Cuando se volvió para inmovilizarla contra la pared, ella extendió las alas a los lados de manera instintiva y se aferró a sus hombros.
La boca del arcángel estaba sobre la suya antes de que pudiera coger aliento. Rafael cubrió con la mano su pecho desnudo. Ella trató de controlar el beso, pero él se mostraba tan salvaje que tuvo que rendirse… a su boca, a su beso, a la mano que había introducido entre ambos y que acariciaba aquella zona húmeda y cálida de su cuerpo. Sus dedos se movían de una forma tan firme y exigente que Elena acabó arqueando la espalda.
El arcángel apartó la mano demasiado pronto, y Elena habría protestado si él no hubiera reclamado sus labios para darle otro beso apasionado. Jadeó cuando Rafael liberó su boca durante un segundo y gimió cuando le mordió el labio inferior con la fuerza suficiente para causarle un hormigueo. Acto seguido, regresó al interior de su boca y comenzó una nueva guerra de lenguas.
Un instante más tarde, Elena sintió que su miembro presionaba la entrada de su cuerpo.
Con una única y poderosa embestida, Rafael se hundió en ella hasta el fondo.
Elena gritó y arqueó la espalda mientras le clavaba las uñas en los costados. El placer provocó un cortocircuito en su interior, y sus músculos internos se contrajeron una y otra vez. Si había albergado alguna esperanza de poder pensar de manera racional, dicha esperanza escapó por la ventana cuando él inclinó la cabeza y le mordió el cuello. Y fue un mordisco fuerte, uno que le dejaría su marca.
Después de aquello, solo hubo caricias, sabores y la fricción íntima de la piel contra la piel.
E
lena estaba tumbada encima de Rafael con una sonrisa bobalicona en la cara.
—Vaya… —murmuró contra la cálida curva de su cuello—. Eso ha sido…
El arcángel deslizó los dedos por su espalda y por la sensible curva interna de sus alas.
—He sido brusco.
—Pues sí. —Le acarició con la nariz antes de lamerle la sal de la piel—. Ha sido perfecto. —El hecho de que la hubiese embestido con toda la furia de sus emociones… Con una sonrisa más amplia, Elena le acarició la musculatura del pecho—. ¿Cuándo te quitaste la ropa?
—¿Mmm?
Su voz sonaba tan perezosa que ella no pudo contener una carcajada.
—Oye… —Le dio unas palmaditas en el pecho—. No te duermas.
Yo soy el arcángel. Soy yo quien da las órdenes
.
La risa se transformó en una mueca de sorpresa. Su arcángel tenía sentido del humor, pero hasta hacía poco, siempre que decía aquello lo decía en serio. Elena situó la mano sobre su corazón para percibir los latidos firmes y fuertes, que aún no se habían calmado. Debería tener sueño, pero lo único que deseaba era acariciarlo, besarlo, sentirlo cálido y vivo bajo sus manos.
—¿Qué ocurrió, Rafael?
Él comprendió sin necesidad de más explicaciones.
—Fue un golpe letal. Keir no habría podido curarme, ni siquiera aunque hubiera estado a mi lado en el instante en que lo recibí.
Aquellas palabras enfriaron las brasas de la pasión.
—¿Tan poderosa es Lijuan?
Sí
.
—Pero su poder ha cambiado desde nuestro último enfrentamiento. Ahora contiene una muerte total, incluso para los inmortales —añadió en voz alta.
—Te dio en las alas y en los hombros antes de golpearte en el pecho.
—Creo que ese golpe lateral habría matado a un ángel más joven y débil. —Cerró los dedos sobre la nuca de Elena y le dio un pequeño apretón—. Yo soy lo bastante antiguo y fuerte, así que necesitaba darme en la cabeza o en el corazón.
—Por Dios, Rafael… —Pensar en su muerte le provocaba pánico—. No puedo perderte. —Había perdido a dos hermanas, a su madre, y en lo fundamental, también a su padre. Si perdía a Rafael, no lo soportaría.
—Sigo con vida, Elena. —Palabras sosegadas pronunciadas mientras la estrechaba—. Gracias a ti.
Ella levantó la cabeza de golpe.
—¿Qué?
—Mi madre dijo que incluso mi sangre lleva tu marca. —Estiró el brazo y recorrió el contorno de su oreja con un dedo.
—Creí que eso era una especie de insulto.
—No. —Rafael recordó el día que conoció a Elena, cuando empezó a sentir el impacto del vínculo que había entre ellos—. Lijuan me dijo que tú me harías «un poco mortal», y que, con eso, me matarías.
La culpabilidad se dibujó en el rostro de Elena.
—Es cierto que te he vuelto más débil, Rafael. Te curas más despacio…
Él presionó un dedo contra sus labios.
—Debería haber tenido en cuenta la fuente. Todo procede de Lijuan.
—No te entiendo. —Arrugó el entrecejo—. ¿Me estás diciendo que ella tergiversó la verdad de algún modo? ¿Que intentó engañarte desde el principio?
—No creo que ella lo viera de esa manera. —Deslizó la mano hasta la curva de su cuello y frotó con el pulgar la zona del pulso… la marca que le había dejado en el cuello.
Elena se arqueó para disfrutar el contacto.
—Creo que, a su manera, extraña y espeluznante, le caes bien, Rafael.
—Si continúas con los halagos se me subirán a la cabeza, cazadora del Gremio.
—Alguien debe intentar bajarte un poco los humos.
—Lijuan se ha concentrado en la muerte —le dijo. La risa de Elena se le había grabado en la piel, como una especie de firma—. Los mortales están muy vivos, aprovechan cada momento. —Los humanos no podían permitirse el lujo de desperdiciar años o décadas. Sus vidas comenzaban y terminaban en un abrir y cerrar de ojos.
Elena abrió los ojos de par en par. El anillo plateado del iris no se apreciaba con aquella luz, pero Rafael sabía que estaba allí. Una muestra de lo mucho que la inmortalidad se había introducido ya en sus células.
—El cambio que se ha producido en ti —dijo ella—, sea cual sea, ¿te ha otorgado la capacidad de resistir su poder?
—No solo de resistirlo, sino también de neutralizarlo. —Y aquello le proporcionaba una increíble ventaja contra el más poderoso miembro del Grupo; después de su madre, claro. Siempre que consiguiera mantenerse a salvo el tiempo suficiente para recuperarse de un golpe, Lijuan no podría matarlo.
Elena soltó un silbido.
—Ella lo sabía. Sabía que eso podía ocurrir.
Rafael no estaba tan seguro.
—Creo que lo había considerado, pero también creo que me contó la verdad. Ella tuvo una vez un amante humano que estuvo a punto de convertirla en mortal.
—Y decidió matarlo porque ponía en peligro su poder —concluyó Elena—. Ese hombre la asustaba.
—Sí. —Rafael observó las expresiones que iban apareciendo en el rostro de su cazadora. Cuánta pasión albergaba aquel corazón mortal, cuánta hambre de vida—. Ven aquí, Elena.
Ella se agachó hasta que su cabello creó una cámara privada alrededor de sus rostros.
—Te preocupa albergar las semillas de la locura en tu interior —un susurro ronco lleno de pasión—, pero tú nunca serás como ella. Nunca. —Porque Rafael había elegido el amor cuando parecía la peor opción posible.
La mirada del arcángel era un lago frío de montaña, el núcleo gélido de una piedra preciosa.
—Es posible que hayamos desatado el horror, Elena.
Ella sabía que ya no hablaban de Lijuan.
—Si la hubiéramos matado a sangre fría mientras dormía o mientras estaba débil, no seríamos mejores que cualquier otro monstruo.
—En ese caso, esperaremos.
T
res días después, Rafael contempló el semicírculo formado por el Grupo y se concentró en la mirada resplandeciente de Michaela. Fuera cual fuese la naturaleza de la relación que la arcángel mantenía con el segundo de Astaad, parecía hacerla feliz… por el momento, al menos. Flanqueando su sensual belleza se encontraban Charisemnon y el propio Astaad.
Elijah ocupaba el sitio que había a la izquierda de Rafael, y junto al arcángel de Sudamérica se encontraba Favashi. Neha se había acomodado con regia elegancia junto a ella, con Titus al otro lado. Y también estaba Lijuan… a la derecha de Rafael. Era la primera reunión oficial del Grupo a la que asistía la arcángel de China en más de un año.
Elena le había preguntado si se le pedirían explicaciones a Lijuan por el intento de asesinato de Caliane, y se había quedado atónita cuando le contestó que no había habido crimen alguno, puesto que la durmiente seguía con vida. Así era el despiadado mundo de los inmortales más poderosos.
Habló Favashi con su tono sereno habitual.
—Se ha producido un cambio en la estructura de poder del mundo.
Michaela, ataviada con un corsé que recordaba de tiempos remotos, unos pantalones negros tan ceñidos como una segunda piel y unas botas que le llegaban hasta los muslos, cruzó las piernas antes de hablar.
—Favi, la reina de los eufemismos, como siempre. —Por una vez se dirigió a un arcángel sin rastro de malicia en su voz.
Los labios de Favashi se curvaron en una pequeña sonrisa. Su vestido, una prenda de color verde claro que le llegaba a los tobillos y dejaba sus brazos al descubierto, le recordaba a Rafael los que llevaban las doncellas de Amanat.
—¿No te preocupa ese cambio?
—La madre de Rafael es poderosa —señaló Michaela—. Tan poderosa que lo más probable es que prefiera que no la molesten con insignificantes y rutinarios asuntos políticos. —Clavó la mirada en Lijuan—. Eso es lo que esperábamos de ti.
Lijuan, cuyo cuerpo no era tan sólido como debería, no se dignó responder. En lugar de eso, se concentró en Rafael.
—Deberías haberla matado —murmuró. Tenía la piel tan tensa sobre los huesos que casi se adivinaba el color blanco de la estructura esquelética—. Ya es demasiado tarde.
Rafael recordó la decisión que ella le había instado a tomar cuando conoció a Elena y consideró lo que habría podido ocurrir si le hubiera hecho caso.
—Ya no eres la arcángel más poderosa del mundo. Y eso parece haberte nublado el juicio.
Aquellos ojos espectrales irradiaban un brillante color negro.
—Siempre me has caído bien, Rafael. —Aquellas palabras fueron como una caricia contra su mejilla, a pesar de que ella ni siquiera había alzado la mano.
Rafael pasó por alto aquella tácita invitación y miró a Astaad.
—Tú no has hablado.
—¿Qué más se puede decir? —Astaad extendió las alas en un gesto elegante y los anillos de oro de sus manos emitieron destellos—. Al parecer, por el momento Caliane no desea más de lo que tiene.
—¿Estamos seguros de eso? —La pregunta de Neha tuvo un matiz sibilante—. Corren rumores muy extraños sobre tu corte, Astaad.
Rafael, que estaba mirando al arcángel, vislumbró una efímera llama de furia en sus ojos un segundo antes de que esbozara una sonrisa lánguida.
—Siempre hay rumores. Ten cuidado con lo que crees.
El hombro de Lijuan rozó el de Rafael… y este tuvo la sensación de haber sido tocado por una ilusión sólida.
—¿Crees que Astaad sigue los pasos de Uram? —Había hablado en voz baja, solo para sus oídos.
Rafael no lo había considerado. Pero si Astaad continuaba comportándose de forma errática, entonces la culpa no era del despertar de Caliane.
—Si los sigue, es un estúpido. —Permitir que la toxina aumentara en el organismo hasta que provocara la locura era una apuesta que nadie había ganado jamás.
Me interpuse en tu camino
, le dijo a Lijuan.
Intenté matarte
. En sus palabras había una pregunta implícita.