La decisión más difícil (6 page)

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Authors: Jodi Picoult

Tags: #Drama

BOOK: La decisión más difícil
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Red pone un plato enfrente de mí cuando empiezo a hablar.

—Una mujer —digo— no es diferente de un fuego.

Paulie lanza los papeles y resopla.

—Ya está, el Tao del capitán Fitzgerald.

Le ignoro.

—El fuego es una cosa hermosa, ¿no? Algo de lo que no puedes quitar los ojos cuando está ardiendo. Si lo puedes mantener contenido, generará luz y calor para ti. Sólo cuando se descontrola tienes que ir a la ofensiva.

—Lo que el capitán está tratando de decirte —dice Paulie— es que necesitas mantener a tu chica alejada de los vientos. Oye, Red, ¿tienes parmesano?

Nos sentamos para mi segunda cena, lo que a menudo significa que el timbre sonará en los próximos cinco minutos. La lucha contra el fuego es como la Ley de Murphy: cuando menos puedes hacerle frente a una crisis es cuando surge una.

—Oye, Fitz, ¿te acuerdas del último chico muerto que se quedó atrancado? —pregunta Paulie—. Hace tiempo, cuando éramos voluntarios…

Dios, sí. Un tío que pesaba por lo menos 200 kilos, que había muerto de un fallo cardíaco en su cama. Alguien de la funeraria llamó al departamento de bomberos, porque no podían bajar el cuerpo por la escalera.

—Sogas y poleas —recuerdo en voz alta.

—Y se suponía que lo quemarían, pero era tan grande… —Paulie sonríe abiertamente—. Juro por Dios, como que mi madre está en el cielo, que lo tuvieron que llevar a un veterinario.

Caesar levanta la mirada hacia él.

—¿Para qué?

—¿Cómo crees que se deshacen de un caballo muerto, Einstein?

Al sumar dos y dos, los ojos de Caesar se abren, inmensos.

—No jodas —dice, y cuando lo piensa de nuevo, aleja el plato de la pasta a la boloñesa de Red.

—¿A quién crees que pedirán que limpie la chimenea de la escuela de medicina? —dice Red.

—Los pobres bastardos del OSHA
[3]
—contesta Paulie.

—Diez dólares a que llaman aquí diciendo que es nuestro trabajo.

—No habrá ninguna llamada —digo—, porque no quedará nada que limpiar. Ese fuego estaba ardiendo a demasiada temperatura.

—Bueno, por lo menos sabemos que éste no era un incendio provocado —murmura Paulie.

Durante el mes pasado tuvimos un brote de fuegos causados intencionadamente. Siempre puedes darte cuenta: habrá indicios, salpicones de líquido inflamable, múltiples puntos de origen, humo que se quema negro o una concentración inusual de fuego en un solo lugar. Quienquiera que lo haya hecho es inteligente; además, en muchas estructuras han puesto los combustibles debajo de la escalera, para impedir que accedamos a las llamas. El fuego de los incendios provocados hace que sea más probable que se colapsen las estructuras a tu alrededor mientras estás adentro combatiéndolo.

Caesar resopla.

—Tal vez lo era. Tal vez el tío gordo era en realidad un suicida incendiario. Gateó hasta la chimenea y se prendió fuego a sí mismo.

—Tal vez sólo estaba desesperado por perder peso —agrega Paulie, y los demás se parten de risa.

—Ya basta —digo.

—Oh, Fitz, tienes que admitir que es muy gracioso…

—No para los padres de ese tío. No para su familia.

Se produce un silencio incómodo en cuanto los demás comprenden lo que he dicho. Finalmente, Paulie, que me conoce desde hace más tiempo, habla.

—¿Pasa algo con Kate otra vez, Fitz?

Siempre está sucediendo algo con mi hija mayor; el problema es que nunca parece terminar. Me levanto de la mesa y dejo el plato en la pica.

—Subiré al tejado.

Todos nosotros tenemos nuestros hobbies —Caesar tiene a sus chicas, Paulie su gaita, a Red le gusta cocinar y yo, yo tengo mi telescopio. Lo monté años atrás en el tejado del parque de bomberos, desde donde puedo tener la mejor vista del cielo nocturno.

Si no fuera bombero, sería astrónomo. Es demasiada matemática para mi cerebro, lo sé, pero siempre me atrajo seguir la trayectoria de las estrellas. En una noche absolutamente oscura pueden verse entre mil y mil quinientas estrellas, y hay millones más que no han sido descubiertas aún. Es muy fácil pensar que el mundo gira a tu alrededor, pero todo lo que hay que hacer es mirar hacia arriba, al cielo, para darse cuenta de que eso no es así en absoluto.

El nombre real de Anna es Andrómeda. Lo dice en su partida de nacimiento, para ser franco con Dios. La constelación por la que se llama así representa la historia de una princesa que fue atada a una piedra a modo de sacrificio, en honor de un monstruo marino —como castigo para su madre, Casiopea, que presumió de su belleza ante Poseidón—. Perseo, que pasaba por allí, se enamoró de Andrómeda y la salvó. En el cielo está representada con los brazos extendidos y las manos encadenadas.

A mi modo de ver, la historia tiene un final feliz. ¿Quién no querría eso para una niña?

Cuando Kate nació, solía imaginar lo hermosa que estaría el día de su boda. Luego le diagnosticaron LAP y, en cambio, la imagino caminando a través de un escenario para ir a recoger el diploma de la escuela. Cuando tuvo una recaída, todo eso se fue por la ventana: me la figuraba en su fiesta de cumpleaños número cinco. Actualmente no tengo expectativas, y de esa manera ella las supera todas.

Kate morirá. Me ha tomado mucho tiempo ser capaz de decirlo. Todos moriremos, si lo piensas bien, pero no se supone que sea así. Kate debería ser quien se despidiera de mí.

Casi parece una estafa que después de todos estos años desafiando las probabilidades, no sea la leucemia la que la mate. El doctor Chance nos dijo hace mucho tiempo que ésta es la forma en la que habitualmente funciona: el cuerpo del paciente se agobia por toda la lucha. Poco a poco, algunas partes comienzan a renunciar. En el caso de Kate son sus riñones.

Vuelvo con mi telescopio al bucle de Barnard y al M42
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, brillando en la espada de Orión. Las estrellas son fuegos que arden durante miles de años. Algunos de ellos arden lenta y prolongadamente, como las enanas rojas. Otras, las gigantes azules, queman su combustible tan rápidamente que brillan a través de grandes distancias y son fáciles de ver. Cuando empiezan a quedarse sin combustible, queman helio, aumentan su temperatura aún más y explotan para convertirse en una supernova. Las supernovas son más brillantes que las galaxias más brillantes. Mueren, pero todos las ven irse.

Antes, después de comer, ayudé a Sara en la limpieza de la cocina.

—¿Crees que le pasa algo a Anna? —pregunté, guardando el ketchup en la nevera.

—¿Por qué se quitó el colgante?

—No —me encogí de hombros—, lo digo en general.

—Comparado con los riñones de Kate y la sociopatía de Jesse, diría que lo está haciendo bastante bien.

—Quería que la cena terminara antes de haber empezado.

Sara se volvió a la pica.

—¿Qué crees que es?

—Mummm… ¿un chico?

Sara me miró.

—No sale con nadie.

«Gracias a Dios».

—Tal vez alguna de sus amigas ha dicho algo que la ha molestado.

¿Por qué Sara me estaba preguntando a mí? ¿Qué diablos sabía yo sobre los cambios de humor de las chicas de trece años?

Sara se secó las manos con una toalla y se volvió hacia el lavavajillas.

—Tal vez sólo sea una adolescente.

He tratado de recordar cómo era Kate cuando tenía trece años, pero todo lo que pude recordar fue su recaída y el trasplante de células que tuvo. La vida cotidiana de Kate acabó de alguna manera en segundo plano, ensombrecida por las veces en que había estado enferma.

—Tengo que llevar a Kate a diálisis mañana —dijo Sara—. ¿Cuándo volverás a casa?

—A eso de las ocho. Pero estoy de guardia, y no me sorprendería que nuestro incendiario atacara de nuevo.

—Brian —preguntó—, ¿cómo te parece que está Kate?

«Mejor que Anna», pensé, pero no era eso lo que me estaba preguntando. Quería que comparase la película amarilla en la piel de Kate en relación a cómo la tenía ayer; quería que leyera en la forma en que apoyaba sus codos en la mesa, demasiado cansada para sostener el cuerpo erguido.

—Kate está fantástica —mentí, porque eso es lo que hacemos el uno por el otro.

—No olvides darle las buenas noches antes de irte —dijo Sara y fue a coger las píldoras que Kate toma a la hora de dormir.

Esta noche está todo tranquilo. Las semanas tienen ritmos propios, y toda la locura del turno del viernes o sábado a la noche contrasta con un domingo o lunes aburrido. Y puedo decir aún más: ésta será una de esas noches en las que me echo en la litera y realmente puedo dormir.

—Papi. —La escotilla del tejado se abre y Anna sale gateando—. Red me dijo que estabas aquí arriba.

Inmediatamente me congelo. Son las diez en punto de la noche.

—¿Qué sucede?

—Nada. Sólo… quería venir.

Cuando los niños eran pequeños, Sara solía venir de visita con ellos. Jugaban en los huecos alrededor de los grandes motores apagados; se quedaban dormidos arriba en mi litera. A veces, en los días más cálidos de verano, Sara traía una vieja manta y la extendíamos aquí en el tejado, nos acostábamos con los niños entre nosotros y mirábamos la noche en todo su esplendor.

—¿Mamá sabe que estás aquí?

—Me ha traído ella. —Anna cruza el techo de puntillas. Nunca le gustaron mucho las alturas y sólo hay un borde de varios centímetros alrededor del cemento. Entornando los ojos, se inclina hacia el telescopio.

—¿Qué ves?

—Vega —le digo. Miro bien a Anna, algo que no he hecho en algún tiempo. Ya no es tan plana como una tabla; tiene curvas incipientes. Incluso sus gestos, como meterse el pelo detrás de la oreja, esforzarse al mirar por el telescopio, tienen una clase de gracia asociada a las mujeres maduras.

—¿Hay algo de lo que quieras hablar?

Sus dientes se enganchan en el labio de abajo y se mira las zapatillas de deporte.

—Tal vez, tú podrías contarme algo a mí —sugiere Anna.

Entonces la siento en mi regazo y señalo las estrellas. Le digo que Vega es parte de Lira, la lira que pertenecía a Orfeo. No soy del tipo que sabe historias, pero recuerdo las que tienen que ver con las constelaciones. Le hablo del hijo del dios Sol, cuya música encantaba a los animales y ablandaba las piedras. Un hombre que amaba a su esposa, Eurídice, tanto que no dejó que la Muerte se la llevara.

Cuando termino, yacemos acostados de espaldas, boca arriba.

—¿Me puedo quedar aquí contigo? —pregunta Anna.

La beso en la cabeza.

—Claro que sí.

—Papi —susurra Anna, cuando había dado por sentado que se había quedado dormida—, ¿funcionó?

Tardo un momento en entender que está hablando de Orfeo y Eurídice.

—No —admito.

Suelta un suspiro.

—Lo imaginaba —dice.

M
ARTES

Mi vela arde por los dos extremos

No durará toda la noche

Pero ay, adversarios míos, y ay, amigos míos,

¡da una luz adorable!

E
DNA
S
T.
V
INCENT
M
ILLAY

Unas cuantas cosas sobre los cardos

A
NNA

Solía hacer como si ésta fuera una familia de paso en mi camino hacia la verdadera. Tampoco es una exageración desmedida, en realidad. Está Kate, la viva imagen de mi padre, y Jesse, la viva imagen de mi madre, y estoy yo, una colección de genes recesivos que salieron de la nada. En la cafetería del hospital, comiendo patatas fritas y gelatina Jell-O, ojeo alrededor, de mesa en mesa, pensando que mis verdaderos padres pueden estar a una bandeja de distancia. Sollozarían de pura alegría por haberme encontrado, me llevarían rápidamente a nuestro castillo en Mónaco o Rumania y me darían una criada que olería a hojas frescas, y mi propio perro de montaña bernés y una línea telefónica privada. La cuestión es que la primera persona a la que llamaría para alardear de mi nueva fortuna sería Kate.

Las sesiones de diálisis de Kate son tres veces por semana y duran dos horas. Tiene un catéter tipo Mahurkar que se ve exactamente como solía verse su catéter endovenoso central y sobresale del mismo lugar en su pecho. Está conectado con una máquina que hace el trabajo que sus riñones no están haciendo. La sangre de Kate (bueno, es mi sangre si hablamos con propiedad) sale de su cuerpo a través de una aguja, se limpia y luego vuelve a su cuerpo a través de una segunda aguja. Dice que no duele. Como mucho, sólo es aburrido. Kate generalmente se trae un libro o su reproductor de CD y los auriculares. A veces jugamos. «Ve a recepción y dime cuál es el primer chico guapo que encuentras» me manda Kate, o «espía al conserje mientras navega por Internet y mira las fotos de mujeres desnudas que está bajando». Cuando está en la cama, soy sus ojos y sus oídos.

Hoy está leyendo la revista
Allure
. Me pregunto si se da cuenta de que a cada modelo que se encuentra con un escote en V, se toca el esternón, en el mismo lugar en el que tiene un catéter y la otra no.

—Bueno —anuncia mi madre de la nada—, esto es interesante. —Agita un folleto que ha sacado de la pizarra informativa que está fuera de la habitación de Kate, «Tú y tu nuevo riñón»—. ¿Sabíais que no te quitan el viejo riñón? Sólo trasplantan el nuevo dentro de ti y lo conectan.

—Eso me da un poco de yuyu —dice Kate—. Imaginaos al médico que te abre y ve que tienes tres en lugar de dos.

—Creo que el objetivo de un trasplante es que el médico no tenga que abrirte en un buen tiempo —replica mi madre. Ese riñón hipotético del que hablan reside en este momento en mi propio cuerpo.

Yo también he leído ese folleto.

La donación de riñón se considera una cirugía relativamente poco arriesgada, pero si me preguntan, el autor debe de haber estado comparándola con operaciones como el trasplante cardiopulmonar o la extracción de un tumor cerebral. En mi opinión, una cirugía segura es aquella en la que vas a la consulta del médico, estás despierto todo el tiempo y el procedimiento termina en cinco minutos, como cuando te sacan una verruga o te meten el torno en una caries. Por otro lado, cuando donas un riñón, te pasas la noche anterior a la operación ayunando y tomando laxantes. Te ponen anestesia, entre cuyos riesgos se incluyen apoplejía, ataque cardíaco y problemas pulmonares. La cirugía de cuatro horas tampoco es una caminata por el parque, tienes una posibilidad entre tres mil de morir en la mesa de operaciones. Si no, eres hospitalizado entre cuatro y siete días, aunque tardas entre cuatro y seis semanas en recuperarte del todo. Y eso ni siquiera incluye los efectos a largo plazo: un aumento de la posibilidad de hipertensión, riesgo de complicaciones en el embarazo, la recomendación de abstenerse de realizar actividades que puedan dañar el único riñón que te queda.

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