La divina comedia (25 page)

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Authors: Dante Alighieri

Tags: #clásicos

BOOK: La divina comedia
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Y como la avaricia a cualquier bien

apagó nuestro amor, y nuestras obras

se perdieron, nos tiene la Justicia

de pies y manos presos y amarrados:

y cuanto le complazca al justo Sir

inmóviles, tumbados estaremos».

Me había arrodillado y quise hablarle;

mas cuanto comencé, y él se dio cuenta,

de mi respeto, sólo al escucharle,

«¿Por qué te inclinas —dijo— de ese modo?»

y le dije: «Por vuestra dignidad

estar de pie me impide mi conciencia.»

«¡Endereza las piernas y levanta,

hermano! —respondió—, no te equivoques:

de un poder mismo todos somos siervos.

Y si aquel santo evangélico texto

que dice necque nubent, entendiste,

comprenderás por qué hablo de este modo

Ahora vete, no quiero que te pares

más, pues turbas mi llanto con tu estancia,

con el cual se madura lo que has dicho.

Tan sólo una sobrina, Alagia, tengo,

buena de suyo, si es que nuestra casa

no la haya hecho a su ejemplo malvada;

y ésta tan sólo de allí me ha quedado.»

CANTO XX

Contra un mejor querer otro no lucha;

y contra mi placer, por complacerle,

saqué del agua la esponja aún sedienta.

Eché a andar y mi guía echó a andar por los

lugares libres, siguiendo la roca,

cual pegados de un muro a las almenas;

pues la gente que vierte gota a gota

por los ojos el mal que el mundo llena,

al borde se acercaba demasiado.

¡Maldita seas tú, oh antigua loba,

que más que el resto de las bestias matas,

a causa de tus hambres desmedidas!

¡Oh, cielo, que se cree que cuando gira

puede cambiar las leyes de aquí abajo!,

¿cuándo vendrá quien a ésta le haga huir?

A paso lento y corto caminábamos,

atento yo a las sombras, que sentía

llorar piadosamente y lamentarse

y por ventura oí. «¡Dulce María!»

clamar así en el llanto ante nosotros,

como hace una mujer que esté pariendo;

y que seguía— «Fuiste tú tan pobre

cuanto se puede ver por el cobijo

donte tu santa carga depusiste.»

Oí seguidamente: «Oh buen Fabricio,

antes virtud quisiste en la pobreza,

que gran riqueza poseer vicioso.»

Estas palabras tanto me placían,

que avancé un poco más por conocer

a aquel que parecía proferirlas.

Aquel hablaba aún del generoso

trato de Nicolás con las doncellas

para guardar su juventud honesta.

«Oh espíritu que tanto bien proclamas,

dime quién fuiste —dije y por qué sólo

repites estas dignas alabanzas.

No quedarán tus palabras sin premio,

si vuelvo a completar la corta senda,

de aquella vida que al término vuela.»

Y aquél: «Te lo diré, no porque espere

consuelo en ello, sino porque tanta

gracia en ti luce aun antes de estar muerto.

Yo fui raíz de aquella mala planta

que la tierra cristiana ha ensombrecido,

tal que buen fruto rara vez se coge.

Mas si Duay y Gante, Lila y Brujas

pudieran, su venganza encontrarían;

yo la suplico a aquel que todo juzga.

Hugo Capeto fui llamado abajo;

de mí nacieron Felipes y Luises

por quien Francia regida fue de nuevo.

De un carnicero de París fui hijo:

al extinguirse ya los viejos reyes,

salvo el que en paños grises envolvieron,

me encontré entre las manos con las riendas

del gobierno, y con tanto poderío

adquirido, y con tantos partidarios,

que a la corona viuda promovida

fue la cabeza de mi hijo, el cual

hizo nacer los consagrados huesos.

Mientras que la gran dote de Provenza

no quitó la vergüenza de mi estirpe,

valía poco, pero mal no hacía.

Allí empezó con fuerza y con mentira

su rapiña; mas luego, por enmienda,

Ponthieu tomó, Gascuña y Normandía.

Carlos a Italia vino y, por enmienda,

víctima hizo a Corradino; y luego

a Tomás, por enmienda, empujó al cielo.

Un tiempo veo, no muy lejos de ese,

en que saldrá de Francia aún otro Carlos,

para que sepan más de él y los suyos.

Sale sin armas, con la lanza sólo

con la que judas contendió, y la clava

en Florencia, y el vientre le desgarra.

Tierras no, mas pecados y deshonra,

para él adquirirá, tanto más graves,

cuanto más leve el daño le parezca.

A otro, que sale preso de una nave,

a su hija vender regateando

veo cual los corsarios las esclavas.

¡Oh avaricia! ¿qué más hacer puedes,

si de mi sangre así te has adueñado,

que no se cuida de su propia carne?

Por remediar lo hecho y lo futuro,

veo en Anagi entrar la flor de lis,

y en su vicario hacer cautivo a Cristo.

Le veo nuevamente escarnecido;

hiel y vinagre renovar le veo,

y entre vivos ladrones darle muerte.

Veo al nuevo Pilatos tan cruel,

que no le sacia esto, y sin decreto

lleva las velas avaras al Templo.

¿Cuándo podré alegrarme, Señor mío,

mirando la venganza que, escondida,

hace dulce el secreto de tu ira?

Lo que decía de la única esposa

del Espíritu Santo, y que te hizo

volverte a mí para que te explicara,

la letanía es de nuestras preces

mientras el día dura; y cuando marcha

es un contrario son el que entonarnos.

A Pigmalión recordarnos entonces,

a quien traidor, ladrón y parricida

hizo su desmedido afán de oro;

y del avaro Midas la miseria,

que siguió a su pedir desmesurado,

que será bueno reírla por siempre;

al loco Acán después nos referimos,

cómo robó el botín, tal que la ira

de Josué parece que aún le muerda.

A Safira acusamos y al marido;

de Eliodoro las coces alabamos;

y gira en todo el monte por su infamia.

Polinestor que mató a Polidoro;

y para terminar se grita: "Craso

di, ¿cómo sabe el oro, pues lo sabes?"

Así habla en alto el uno, en bajo el otro;

según la fuerza que nos espolea

a andar a paso lento o más ligero:

Mas proclamando la virtud diurna

no era el único; sólo que aquí cerca

la voz no levantaba ningún otro.»

Nos habíamos ya ido de su lado,

procurando avanzar en el camino

lo que nuestros recursos permitían,

cuando escuché, como si algo se hundiera,

temblar el monte, y me asaltó tal frío

como le asalta a aquel que va a la muerte.

De cierto no tembló tan fuerte Delos,

antes de que Latona hiciera el nido,

para alumbrar del cielo los dos ojos.

Luego un clamor se oyó por todas partes

tal, que el maestro se volvió hacia mí

«Mientras te guíe —dijo— no te asustes.»

Gloria in excelsis todos deo

decían, por lo que escuché, de cerca,

y pude comprender lo que gritaban.

Suspendidos e inmóviles estábamos,

igual que los pastores al oírlo,

hasta que terminó el temblor y el canto.

Luego seguimos nuestra santa ruta,

viendo yacer las sombras por la tierra,

vueltas de nuevo al llanto acostumbrado.

Con tanta guerra nunca la ignorancia

de conocer me hizo deseoso,

si es que no se equivoca mi memoria,

cuanta creí tener, pensando, entonces;

ni a preguntar osaba por la prisa,

ni comprendía nada por mí mismo:

y marchaba asustado y pensativo.

CANTO XXI

Esa sed natural que no se aplaca

sino con aquel agua que la joven

samaritana pidió como gracia,

me apenaba, y punzábarne la prisa

por la difícil senda tras mi guía

doliéndome con la justa venganza.

Y he aquí que, como escribe Lucas

que a dos en el camino vino Cristo,

salido de la boca del sepulcro,

apareció una sombra detrás de nosotros,

al pie mirando la turba yacente;

y antes de percatamos de él, nos dijo:

«Oh hermanos míos, Dios os de la paz».

Nos volvimos de súbito, y Virgilio

le devolvió el saludo que se debe.

Dijo después: «En la corte beata,

en paz te ponga aquel veraz concilio,

que en el exilio eterno me relega.»

«¡Cómo! —nos dijo, caminando aprisa—:

¿si sombras sois que aquí Dios no destina,

quién os ha hecho subir por su escalera?»

Y mi doctor: «Si miras las señales

que éste lleva, y que un ángel ha marcado

verás que puede irse con los buenos.

Mas como la que hila día y noche

no le había acabado aún la husada

que Cloto impone y a todos apresta,

su alma, que es hermana de las nuestras,

subiendo no podía venir sola,

porque no puede ver como nosotros.

Y me sacaron de la gran garganta

infernal, para guiarle, y guiarele

hasta donde mi escuela pueda hacerlo.

Mas, si lo sabes, dime, ¿por qué tales

sacudidas dio el monte, y por qué a una

parecieron gritar hasta su base.?»

Así dio, preguntando, en todo el blanco

de mi deseo, y con las esperanzas

aquella sed sentí más satisfecha.

Y aquel dijo: «No hay cosa que sin orden

pase en la santidad de la montaña,

o que suceda fuera de costumbre.

De toda alteración esto está libre:

uno que el cielo dio y que en él recibe

puede ser la razón, y no otra causa.

Porque la lluvia, el granizo, la nieve,

el rocío y la escarcha más arriba

no caen de la escalera de tres gradas;

nubes espesas no hay ni enrarecidas,

ni rayos, ni la hija de Taumente,

que abajo cambia a menudo de sitio;

no sigue el viento seco más arriba

que la más alta de las escaleras,

donde se sienta el vicario de Pedro.

Acaso tiemble abajo, poco o mucho,

mas por mucho que el viento allá se esconda,

no sé cómo, aquí arriba nunca tiembla.

Tiembla cuando algún alma ya limpiada

se siente, y se levanta o se encamina

para subir; y tal grito la sigue.

Da prueba ese deseo de estar limpia,

que, libre ya para mudar de sitio,

toma al alma y la empuja con deseo.

Antes lo quiso, y lo impidió el talento

pues contra ese deseo, la Justicia,

como fue en el pecar, pone al castigo.

Y yo que en estas penas he yacido

más de quinientos años, sólo ahora

anhelo libremente un mejor solio:

por eso el terremoto y los piadosos

espíritus oisteis, alabando

a aquel Señor, que pronto los reclame.»

Así nos dijo; y tal como disfruta

más del beber quien tiene sed más grande,

no podría explicar mi gran contento.

Y el sabio guía: «Ya comprendo ahora

la red que os prende y cómo deslazarla,

y por qué hay regocijos y temblores.

Ahora quién fuiste plázcate contarme,

y por qué tantos siglos has yacido

aquí, muéstramelo con tus palabras.»

«En la edad que el buen Tito, con la ayuda

del sumo rey, vengó los agujeros

de aquella sangre por Judas vendida,

con el nombre que más dura y más honra

vivía yo» —repuso aquel espíritu—

ya bastante famoso, mas sin fe.

Tan grande fue lo dulce de mi canto,

que, tolosano, a Roma me trajeron,

y merecí con mirto honrar mis sienes.

Por Estacio aún la gente me conoce:

canté de Tebas y del gran Aquiles;

mas quedó en el camino la segunda.

Semilla de mi ardor fueron las ascuas,

que me quemaron, de la llama santa

en que han sido encendidos más de miles;

de la Eneida te hablo, la cual madre

me fue, y me fue nodriza en la poesía:

sin ella no valdría ni un adarme.

Y por haber vivido cuando allí

vivió Virgilio, un sol consentiría

más del debido aún antes de marcharme.»

Se volvió a mí Virgilio a estas palabras

con rostro que, callando, dijo: «Calla»;

mas la virtud no puede cuanto quiere,

que risa y llanto siguen tan de cerca

la pasión que genera a cada uno,

que al querer menos sigue en los sinceros.

Así que sonreí como al secreto;

y se calló la sombra, y me miró

los ojos que revelan más el alma;

y: «así tanto trabajo en bien acabe

—dijo— ¿por qué hace un rato tu semblante

me ha mostrado un relámpago de risa?»

Ahora estaba cogido por dos partes

una me hace callar, la otra me pide

que hable; y yo suspiro y me comprende

mi maestro, y «No tengas ningún miedo

de hablar —me dice—; háblale y revela

lo que con tanto afán ha preguntado»

Por lo que yo: «Quizás te maravilles

de por qué me reí, oh antiguo espíritu,

pero aún quedarás más admirado.

Este que arriba guía mi mirada,

es el mismo Virgilio, en quien las fuerzas

tomaste de cantar dioses y héroes.

Si de otra causa pareció mi risa,

olvídala por falsa, y sólo vino

de las palabras que le prodigaste.»

Para abrazar los pies ya se inclinaba

a mi doctor, más él le dijo: «Hermano,

no lo hagas, porque somos los dos sombras.»

Y él alzando: «Ahora puedes comprender

la cantidad de amor en que me enciendes,

cuando olvido que somos cosas vanas,

y trato como sólidas las sombras.»

CANTO XXII

Ya el ángel se quedó tras de nosotros,

aquel que al sexto círculo nos trajo,

una señal quitando de mi frente;

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