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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La Espada de Disformidad (20 page)

BOOK: La Espada de Disformidad
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—Hola, hermana —dijo.

Fue entonces cuando apareció Arleth Vann, gritando el nombre del Dios de la Sangre al saltar hacia la espalda de Yasmir. Más rápidas que el rayo, las espadas cortas del asesino lanzaron estocadas a la garganta y los brazos de la mujer, pero Yasmir giró con extraordinaria rapidez, como si fuera agua que fluyera en torno a las estocadas, y apuñaló al asesino una, dos, tres veces. La larga trenza se agitó como un látigo y rozó una mejilla de Malus.

Sin pensarlo, el noble aferró la gruesa cuerda de cabello y el hechizo se rompió. Su odio ardió como un alto horno y tiró de ella con toda su fuerza al tiempo que giraba y clavaba una rodilla en tierra. Yasmir cayó, chocó contra Malus, pasó por encima de él y se precipitó de cabeza en los hirvientes fluidos del caldero de Khaine.

Tz'arkan se retorció y gritó de furia, arañó el interior de las costillas de Malus, que lanzó un involuntario grito de dolor al tiempo que enseñaba los dientes en una mueca de triunfo. Arleth Vann se dejó caer contra un costado de la plataforma, con una mano apretada contra el pecho. De la comisura de la boca le caía un hilo de sangre.

—Se ha cumplido la voluntad de Khaine —jadeó el asesino.

El camino hacia el sanctasanctórum estaba despejado, y Malus sabía que ahora la velocidad era de la máxima importancia. Tyran y sus compañeros de ritual estarían casi agotados por el esfuerzo que requería la ceremonia. Se enfrentaría con Urial ahora, y reclamaría la
Espada de Disformidad
para sí.

Con un aullido de sed de sangre, saltó por encima de Arleth Vann y corrió escalera arriba con la espada preparada.

En la entrada apareció una sombra justo cuando llegó a ella. Sintió que una conmoción gélida lo atravesaba cuando su medio hermano Urial, recubierto por una brillante armadura negra, cruzó el portal. Sus ojos de color latón relumbraban de triunfo y tenía los finos labios tensos en una sonrisa salvaje.

Malus intentó alzar la espada, pero el cuerpo se negaba a obedecerle. Se tambaleó ligeramente, aún sin equilibrio, pero algo lo mantuvo en pie.

El noble bajó los ojos hacia la hoja de oscuro acero destellante que se le hundía en el pecho. Un fino hilo de sangre corría por la superficie de la
Espada de Disformidad
y llenaba las runas grabadas en ella.

—¿Buscas esto? —preguntó Urial, y clavó la espada más profundamente en el pecho de Malus.

12. Nacida del caldero

Malus sintió que el corazón se le encogía de dolor cuando la larga espada pasaba entre sus costillas. Un espasmo le contrajo el pecho y lanzó un grito ahogado, tosió y escupió sangre. La sepulcral risa de Urial resonó en sus oídos.

—¡Gloria a Khaine, el más grande de los Dioses! —gritó el medio hermano de Malus, con el pálido semblante iluminado por una expresión de triunfo—. En verdad que es un regalo encontrarte aquí en el momento de mi ascenso. —El antiguo acólito se acercó más a él, arrastrando ligeramente el deforme pie izquierdo por el pulimentado mármol. Llevaba apretado contra el peto el atrofiado brazo derecho cuya deformidad quedaba oculta bajo el acero negro. La cara flaca y aquilina de Urial estaba iluminada por una sonrisa salvaje, y su espeso cabello blanco caía, suelto, en torno a los hombros. Parecía un príncipe brujo de las leyendas antiguas que radiaba gélida crueldad e implacable poder.

—Es muy apropiado que seas el primero en morir —dijo Urial, casi susurrando—. Después de todo lo que tú y esa puta de Eldire me habéis hecho, esto será realmente dulce. —Sonrió y flexionó la mano sana sobre la empuñadura de la
Espada de Disformidad
—. Voy a abrirte desde la entrepierna al mentón y dejaré que te desangres sobre estos escalones. Luego ordenaré a las brujas de Khaine que te traigan de vuelta, y te miraré a los ojos mientras te devoro el hígado. —La sonrisa se ensanchó hasta transformarse en una mueca de burla—. Cuando me haya comido tu espíritu, Darkblade, dejarás de existir. Me apoderaré de tu fuerza, de la poca que tengas, y lo que quede se perderá en el abismo para siempre.

Con un solo movimiento grácil, Urial arrancó la
Espada de Disformidad
del torso de Malus. Una ola de dolor se propagó como hielo por el cuerpo del noble, tan fuerte que lo dejó sin aliento. Se balanceaba, aún de pie, y de la boca abierta le caía un hilo de sangre. Luego, las rodillas cedieron, cayó de espaldas y se deslizó, laxo, escalera abajo. Su espada, aferrada en una presa de muerte, raspó y tintineó al ser arrastrada con él.

Malus se detuvo en la base de la plataforma mientras su corazón, que latía trabajosamente, enviaba olas de dolor que le recorrían el pecho. Tz'arkan se removió, y por un breve instante desapareció el terrible dolor.

—Estoy aquí, Malus —susurró el demonio—. Pídemelo, y te curaré. La herida es profunda y morirás a menos que yo intervenga.

Era difícil pensar, y aún más difícil respirar.

—No es... posible —jadeó Malus, en las comisuras de cuya boca se acumulaba espuma sanguinolenta—. La profecía...

Urial miró a los ancianos del templo y alzó la espada manchada de sangre mientras saboreaba sus gritos de consternación. Detrás de él apareció una lenta procesión de fanáticos de blanco ropón, entumecidos y exhaustos a causa del esfuerzo realizado. Tyran encabezaba la marcha, con el
draich
desenvainado a un lado. Miró a la multitud de ancianos y les dedicó la serena sonrisa de un verdugo.

—¡El Tiempo de Sangre se avecina! —proclamó el jefe de los fanáticos—. ¡Llorad por el fin de vuestro mundo, perros infieles! La verdad de Khaine destella en el filo de la espada del Azote. ¡Postraos a sus pies e implorad su perdón!

—Sí. Implorad una muerte limpia que lave vuestros pecados —le siseó Urial a la conmocionada multitud. Agitó la
Espada de Disformidad
hacia ellos como si fuera un tizón encendido—. Cuando el caldero me devolvió con vida, supisteis que había sido bendecido por el Señor del Asesinato. ¡Conocíais las profecías antiguas, y sin embargo os negasteis a creer en las señales que teníais ante vuestros propios ojos porque yo era un tullido —escupió—, un ser deforme y retorcido, indigno de blandir una daga, más aún esta espada sagrada! —Urial bajó lentamente otro escalón. Tenía la cara contraída por una cólera asesina y los ojos le brillaban de salvaje regocijo.

—¡Yo os digo que estas extremidades contrahechas eran una advertencia que revelaba vuestra ceguera y falta de fe! ¡Escogisteis la mentira placentera antes que la severa verdad de la voluntad de Khaine, y cosecharéis el amargo fruto de vuestra falta de fe! —El Portador de la Espada lanzó una carcajada sedienta de sangre—. Yo he reclamado la espada, y pronto tomaré a mi magnífica novia. Entonces el mundo arderá..., ¡ah, cómo arderá!..., y nos elevaremos sobre una ola de sangre tan alta como las estrellas mismas. —Urial apuntó a los ancianos del templo con la
Espada de Disformidad
—. Pero esas glorias no son para los de vuestra clase. ¡Las brujas de Khaine os traerán de vuelta y alimentaremos a los cuervos con vuestras entrañas!

—¡Silencio, hereje! —tronó la voz del Gran Verdugo.

La multitud de ancianos se apartó a ambos lados para dejar pasar al temible maestre del templo, que entró en la capilla y subió a la plataforma para detenerse junto al hirviente caldero. La cara del Gran Verdugo era una máscara de temible y justa cólera, y de la hoja con runas grabadas de su hacha goteaba sangre fresca. Llevaba en el puño derecho las cabezas de los fanáticos muertos en el exterior del templo, y el kheitan recubierto de oro estaba manchado de oscuras salpicaduras de sangre. Era la imagen de un héroe vengador ungido con sangre sagrada, y la furiosa mirada que posó sobre Urial detuvo en seco al Portador de la Espada.

—Eres una abominación, Urial de Hag Graef —proclamó el maestre del templo—. ¡Tú afirmas que el caldero te devolvió como un regalo de Khaine, pero yo digo que el Señor del Asesinato te perdonó la vida para poner a prueba nuestras creencias, no para darles cumplimiento! —El Gran Verdugo recorrió con los ojos a los ancianos reunidos en los que clavó, por turno, una severa mirada—. La voluntad del Dios de Manos Ensangrentadas está clara para los fieles: ¡Malekith es el Azote elegido, el que conducirá a los fieles a la gloria! —Arrojó las cabezas cortadas dentro del caldero y alzó el hacha hacia Urial—. Eres un mentiroso y un falso profeta —declaró—. Has profanado el sanctasanctórum y puesto las manos sobre la espada sagrada del Azote. —El maestre del templo bajó de la plataforma y ascendió por la escalera con el hacha cogida a dos manos—. ¡Yo te condeno y repudio, y es mi jubiloso deber matarte en nombre del Dios de la Sangre!

Para sorpresa de Malus, Urial sonrió y negó con la cabeza.

—El primero que morirá por esta espada será mi medio hermano. Tú no eres digno de sangrar sobre mis botas; eres un fraude.

—¡Matad al blasfemo! —gritó Tyran, y dos fanáticos que respondieron al potente rugido cargaron escalera abajo y pasaron junto a Urial blandiendo sus mortíferas armas. El Gran Verdugo los recibió con un aullido de justa furia y, con el hacha girando, avanzó hacia Urial.

Los fanáticos a la carga fueron los primeros en llegar hasta el Gran Verdugo, con las espadas destellando como rayos. El maestre del templo calculó el avance de ambos y, con una destreza nacida de incontables batallas, cambió de postura y dio un paso a un lado para enfrentarse, arma con arma, con el de la izquierda. La espada del fanático se partió al chocar con el hacha hechizada del maestre, y el Gran Verdugo respondió con un velocísimo golpe de retorno que cercenó el torso del oponente con un tajo oblicuo, justo por debajo de las costillas. El movimiento repentino que hizo a continuación para esquivar la acometida del fanático de la derecha bastó para que no lo matara, pero no para ponerlo completamente fuera del alcance de la larga hoja. Malos sintió el calor de las gotas de la sangre del viejo druchii que lo salpicaron cuando la espada del fanático le abrió un profundo tajo en un costado.

Un torrente de sangre y visceras cayó por los escalones en torno a los pies del maestre del templo cuando las dos mitades del fanático que acababa de matar vaciaban su contenido sobre la escalera.

—¡Sangre y almas para Khaine! —gritó el Gran Verdugo, que pivotó grácilmente para hacer frente a la carga del fanático que quedaba. El viejo druchii paró un diestro tajo dirigido hacia uno de sus muslos y respondió con un golpe de revés lanzado hacia la cabeza del fanático, pero el guerrero se agachó ágilmente y la hoja pasó por encima de él. El fanático rotó a gran velocidad y penetró la guardia del maestre del templo para dirigir un tajo hacia el vientre del Gran Verdugo; sin embargo, el viejo druchii cedió terreno y paró el golpe con el largo mango del hacha. El espadachín resbaló ligeramente en la espesa sangre que cubría los escalones, pero con agilidad sobrenatural detuvo el movimiento y saltó atrás para tener espacio donde blandir la espada a dos manos y descargar un golpe descendente sobre la pierna derecha del Gran Verdugo. La larga espada abrió un profundo tajo en el muslo del maestre del templo, pero al igual que un viejo jabalí canoso, el Gran Verdugo bramó de cólera y redobló el ataque. Tras girar ligeramente para que la espada quedara atrapada en la herida, el viejo druchii acometió con el hacha sujeta con una sola mano y cercenó el brazo derecho del fanático justo por encima del codo.

El fanático lanzó un agudo grito de dolor mientras la sangre manaba a borbotones por el muñón, pero con la mano izquierda arrancó la espada de la pierna del maestre del templo y situó la larga arma en posición defensiva cuando el Gran Verdugo se lanzó hacia él. Las gotas de sangre se dispersaron como lluvia cuando el viejo druchii descargó una andanada de golpes contra la débil guardia del fanático. Al tercer golpe tintineante, el hacha con runas grabadas partió el
draich
justo por encima de la empuñadura y la curva hoja se clavó en la cara del fanático. Ebrio de dolor y matanza, el Gran Verdugo arrancó el hacha y se volvió hacia Urial. Mientras reía como un demente, pasó la lengua por el filo de la hoja manchada de sangre.

—¡La sangre de los guerreros que uno mata es dulce —proclamó—, pero la cobardía es amarga! Huelo cómo tu sangre se transforma en vinagre, Urial. ¡El verdadero Azote de Khaine no se acobardaría ni dejaría que otros lucharan en su lugar!

Los ancianos del templo gritaron su acuerdo y los fanáticos respondieron con gritos enloquecidos cuando ambos bandos se lanzaron el uno contra el otro. Figuras ataviadas con ropones rodearon la plataforma como una marea negra y subieron por la escalera junto con su maestre, mientras los fanáticos de blanco ropón estremecían el aire con aullidos sedientos de sangre y corrían a hacerles frente. Las espadas hendían el aire y chocaban, y por la negra escalera corrió más sangre al trabarse la batalla.

En medio de la carnicería, Malus sintió que unas manos fuertes lo aferraban e intentaban levantarlo. Con un alarido de dolor y mientras tosía y escupía sangre, el noble intentó zafarse de la presa invisible, y al recobrar la serenidad se encontró mirando la cara manchada de sangre de Arleth Vann.

—¡Suéltame! —gritó con voz ronca—. ¡Suelta! Tienes que llegar hasta el Gran Verdugo. Cuando Urial fracase, debes coger la espada y traérmela.

El antiguo asesino negó con la cabeza.

—No hay esperanza —dijo con voz átona—. Urial tiene la
Espada de Disformidad
. Ni siquiera el maestre del templo puede prevalecer contra él.

—Pero tú sí puedes —susurró Tz'arkan dentro de la cabeza de Malus—, con mi ayuda. ¡Acéptala, Malus! ¡Rápido, antes de que sea demasiado tarde!

El noble negó con la cabeza, furioso.

—¡No necesito tu maldita ayuda! —jadeó. Se le aflojaron las rodillas y cayó contra Arleth Vann, que se esforzaba por mantenerlo erguido. El dolor de su vientre desmentía las desafiantes palabras que acababa de pronunciar. Sentía los pulmones pesados, como si tuviera una carga enorme sobre ellos, y un frío entumecedor se le propagaba por el pecho. Resoplando de frustración, intentó volver a erguirse y ver a Urial entre la furiosa refriega de la escalera.

Urial y el Gran Verdugo se acometían el uno al otro como semidioses, a menos de cinco metros de distancia, y de las armas brujas saltaban lluvias de ardientes chispas al chocar una y otra vez en un torbellino de toscos golpes brutales. El maestre del templo acometía implacablemente a Urial, pero el antiguo acólito blandía la
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con una sola mano y paraba con facilidad los golpes a dos manos del Gran Verdugo. A pesar de esto, el Portador de la Espada estaba cediendo terreno, retrocediendo lentamente hacia el interior del sanctasanctórum, paso a paso. Malus habría interpretado eso como una buena señal de no haber sido por la malévola sonrisa que había en el flaco rostro de Urial.

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