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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La espada encantada (17 page)

BOOK: La espada encantada
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Andrew se quedó quieto, con los ojos cerrados, hasta que el mareo cedió un poco.
Está tratando de ayudarme.
Las sensaciones físicas eran como los nocivos efectos colaterales de alguna droga, una náusea que ni siquiera era lo bastante definida como para que el vómito la aliviara, una sensación de hormigueo en las vísceras, y extraños centelleos de luz en el interior de los ojos. Bien, eso no lo mataría, había sufrido resacas peores.

—Estoy bien —manifestó, y captó la mirada sorprendida y agradecida de Damon.

—En realidad, es un buen signo que te sientas mal a esta altura. Significa que de veras estamos logrando algo. ¿Listo para intentarlo de nuevo?

Andrew asintió y, sin pedir indicaciones, trató de concentrarse en el pulso y el latido del interior de la matriz. Esta vez le resultó más fácil. Advirtió que no le era necesario mirar la piedra; podía sentir las pulsaciones mediante el tacto. No, la sensación no era física exactamente; trató de identificar de dónde procedía y volvió a perderla. ¿Acaso importaba de dónde procedía? Lo importante era abrirse a ella. Volvió a captarla (
¿Una parte de mi cerebro que nunca he puesto en funcionamiento?
) y sintió con cuánta rapidez la respiración volvía a sincronizarse con la pulsación invisible. Al cabo de un rato breve y lento, durante el cual se sintió como si estuviera buscando en la oscuridad un ritmo elusivo, el latido de su corazón se acompasó.

Luchó en la oscuridad durante lo que le pareció un tiempo larguísimo, intentando dominar los ritmos cruzados que a veces parecían estar dentro y a veces fuera de él. En cuanto lograba dominar un ritmo de la múltiple orquesta de percusión y someterlo a una armonía general, otro conseguía escaparse y empezaba una rebelde estructura contrapuntística; entonces debía detenerse y analizarlos y, de algún modo, con delicadeza, tratar de localizar el sitio de su cuerpo donde vibraba el ritmo ajeno y sintonizarlo con la armonía. Al cabo de mucho, mucho rato, advirtió que todos los latidos pulsaban al unísono; otros ritmos se aquietaron, balanceándose de arriba abajo corno si los acunara un enorme corazón batiente, meciéndose en un mar incesante y sin mareas.

Su cuerpo y su cerebro, la sangre que latía, el movimiento incesante de las células en los músculos, el lento pulso dentro de los órganos sexuales, todos al unísono...
Como si estuviera dentro de la gema, fluyendo con todas esas lucecitas...

Andrew
... un delicadísimo susurro, parte del ritmo principal.

¿Calista?
No era una pregunta. No necesitaba respuesta.
Como si a ambos nos acunara, una enorme oscuridad que se meciera. Sí, también eso ocurrirá. Acunados como gemelos en una matriz única.
En ese momento no tenía pensamientos conscientes, y yacía mucho más abajo del nivel de pensamiento donde había sólo una especie de conciencia desenfocada. Con un pequeño nivel de pensamiento fragmentario, se preguntó si en esto consistía estar sintonizado con la mente de otro. Sin ser consciente de la respuesta, supo que sí, que estaba en estrecho contacto con la mente de Calista. Por un instante percibió también a Ellemir, y sin haberlo deseado, una idea se enredó en su mente, un fogonazo de perturbadora intimidad, como si en esta pulsante oscuridad yaciera desnudo, despojado como nunca, enredado en una intimidad que era como el rítmico vaivén del sexo. Era consciente de ambas mujeres, y todo parecía completamente natural, una parte de la realidad que no provocaba sorpresa ni incomodidad. Entonces avanzó un poco más y advirtió de nuevo que su cuerpo estaba allí, frío y empapado de sudor. En ese momento se dio cuenta de que Damon estaba muy cerca, una intimidad perturbadora, no demasiado bien recibido porque interfería en su intensa proximidad emocional con Calista. No deseaba la cercanía de Damon: no era lo mismo, su textura era diferente y de algún modo perturbadora. Por un instante se debatió y se oyó jadear, y fue como si el corazón que tenía entre las manos se agitara y latiera con fuerza. Después, sin previo aviso, se produjo un breve fogonazo de luz, y una fusión. (Por un instante vislumbró el rostro de Damon y le pareció, en una imagen aterradora, que se miraba en un espejo; un suave roce, un apretón y un resplandor.) Después, de forma brusca y sin transición, fue plenamente consciente de su cuerpo una vez más, y Calista desaparecía.

Andrew estaba tendido en la silla, y todavía se sentía mareado. Pero la náusea aguda había cedido. Damon estaba arrodillado a su lado, mirándolo a los ojos con preocupación y ansiedad.

—Andrew, ¿estás bien?

—Estoy... bien —logró decir, sintiendo una incomodidad posterior—. ¿Qué demonios...?

Ellemir —de repente advirtió que la joven le había cogido una mano, y Damon la otra— le pellizcó suavemente los dedos.

—No llegué a ver a Calista —explicó—, pero por un momento ella estuvo
allí
. Andrew, perdóname por haber dudado de ti.

Andrew se sintió extrañamente incómodo. Sabía con certeza que no se había movido de la silla, que no había tocado nada más que las puntas de los dedos de Ellemir, que Damon no lo había ni rozado, pero tenía la definida sensación de que algo profundo y casi sexual había tenido lugar entre ellos, incluyendo a Calista, que ni siquiera estaba allí.

—¿Cuánto de lo que sentí fue real? —preguntó.

Damon se encogió de hombros.

—Define los términos. ¿Qué es
real
? Todo y nada. Oh, las imágenes —suspiró, captando al parecer la base de la incomodidad de Andrew—. Eso. Déjame explicarlo de esta manera. Cuando el cerebro, o la mente, sufren una experiencia que se aparta de cualquier otra que haya experimentado, la analiza en términos de cosas que le son familiares. Perdí contacto por unos pocos segundos... pero supongo que sentiste emociones fuertes.

—Sí —reconoció Andrew, de manera casi inaudible.

—Fue una emoción nueva, y tu mente la asoció de forma automática con otra experiencia, igualmente fuerte pero familiar, que resultó ser sexual. Yo imagino algo identificable con caminar sobre una cuerda tensa sin caerme, y encontrar después algo a lo que aferrarme. Pero —hizo una súbita mueca— mucha gente piensa en imágenes sexuales, de modo que no te preocupes. Estoy habituado a ello y también lo están todas las personas capaces de entablar un vínculo directo. Todo el mundo tiene un conjunto propio de imágenes, muy pronto las reconocerás como si se tratara de voces.

—Yo oigo voces de diferentes tonos —explicó Ellemir en un murmullo—, que de pronto establecen una armonía absoluta y empiezan a cantar como si se tratara de un enorme coro.

Damon se inclinó hacia ella y le rozó la mejilla con los labios.

—¿Así que eso era la música que recibí? —susurró.

Andrew recordó que también él, en lo profundo de su mente,

había oído algo así como voces lejanas que se aunaban. Los conceptos musicales, pensó irónicamente, eran menos reveladores y más seguros que las imágenes sexuales. Miró con recelo a Ellemir, sondeando sus propios sentimientos, y descubrió que tenía dos niveles de sentimiento simultáneos. En un nivel compartía con Ellemir una intimidad como si hubiera sido su amante durante largo tiempo, una comprensiva buena voluntad, un sentimiento de simpatía y protección. En otro nivel, más evidente todavía, era perfectamente consciente de que la muchacha era desconocida para él, que sólo le había tocado la punta de los dedos, y que no tenía intención de hacer otra cosa con ella. Eso lo confundía.

¿Cómo puedo compartir esta aceptación casi sexual de ella, y al mismo tiempo no sentir por ella ningún interés sexual, como persona? Tal vez Damon está en lo cierto y sólo estoy visualizando sensaciones desconocidas en términos más familiares. Porque he sentido esa misma clase de profunda intimidad y aceptación con respecto a Damon, y eso si que me resulta perturbador.
Todo aquel asunto le provocaba dolor de cabeza.

—Yo tampoco vi a Calista —dijo Damon—, no logré establecer contacto con ella, pero pude sentir que Carr sí lo había conseguido. —Suspiró a causa del agotamiento físico, pero su expresión era serena.

Pero el interludio de paz fue breve. Damon sabía que, hasta el momento, Calista estaba bien y a salvo. Si alguien le hacía daño ahora, Andrew lo sabría. ¿Pero por cuánto tiempo seguiría a salvo? Si sus captores tenían idea de que Calista se había puesto en contacto con alguien del mundo tangible, con alguien que podía conducir el rescate... bien, sólo había una manera obvia de impedir que eso ocurriera. Andrew no podría comunicarse con la joven si estaba muerta. Eso era tan simple y tan obvio que a Damon se le formó un nudo en la garganta, y sintió pánico. Si ellos advertían de alguna manera lo que estaba ocurriendo, si tenían la más mínima noción de que se estaba organizando un rescate, tal vez Calista no viviera lo suficiente como para ver de nuevo la luz del día.

¿Por qué la habían mantenido con vida hasta ahora? Una vez más Damon se recordó que no debía juzgar a los hombres-gato con parámetros humanos.
En realidad no sabemos nada de sus motivaciones.

Se incorporó, tambaleándose al hacerlo, sabiendo que después de un trabajo telepático tan intenso necesitaba comida, sueño y descanso. La noche había quedado atrás. La necesidad de apresurarse lo dominó. Se apoyó en algo para evitar caer, y miró a Andrew y a Ellemir.
Ahora que las cosas han iniciado su curso, debemos movernos junto con ellas, pensó. Si voy a actuar como Celadora, mi responsabilidad es impedir que ellos se asusten. Estoy a cargo de todo, y debo cuidarlos.

—Todos necesitamos comida —dijo—, y descanso. Y no podemos hacer nada hasta que sepamos hasta qué punto es grave la herida de Dom Esteban. Ahora todo depende de eso.

8

Cuando Damon bajó al Gran Salón al día siguiente, halló a Eduin merodeando ante las puertas, con el rostro pálido y demacrado. Ante la pregunta de Damon asintió brevemente.

—Caradoc está bastante bien, lord Damon. Pero lord Istvan...

Eso dio a Damon toda la información que necesitaba. Esteban Lanart se había despertado... y no podía moverse. De modo que así estaban las cosas. Damon sintió un ataque de náusea, como si estuviera en arenas movedizas. ¿Y ahora qué?
¿Ahora qué?

Así pues, todo dependía de él. Advirtió, mordiendo con fuerza, que en realidad ya lo sabía. Desde aquel momento de premonición (
Lo verás más pronto de lo que crees, y no será nada bueno para ti
) había sabido que al final la tarea quedaría en sus manos. Todavía no sabía de qué manera, pero al menos sí sabía que no podría dejar la carga en los hombros más fuertes de su pariente.

—¿Él lo sabe, Eduin?

La cara de halcón de Eduin se transformó en una mueca de compasión.

—¿Crees que necesita que alguien se lo diga? Sí. Lo sabe.

Y si no lo supiera, lo sabría en el mismo instante en que me viera.

Damon empezó a empujar las puertas para entrar, pero Eduin lo cogió del brazo.

—¿No puedes hacer con su herida lo que hiciste por Caradoc, lord Damon?

Compasivamente, Damon sacudió la cabeza.

—No puedo hacer milagros. Detener una hemorragia no es nada. Una vez hecho eso, Caradoc sanará por sí mismo. Yo no curé nada, sólo logré lo que la herida de Caradoc hubiera hecho por sí misma si alguien hubiera intervenido a tiempo. Pero la médula espinal está seccionada... no hay poder de este mundo que pueda repararla.

Eduin cerró los ojos por un instante.

—Eso temía —dijo—. ¡Lord Damon! ¿Hay noticias de lady Calista?

—Sabemos que por el momento está bien y a salvo —dijo Damon—. Pero hay que apresurarse. De modo que debo ver a Dom Esteban de inmediato, y hacer planes.

Abrió la puerta. Ellemir estaba arrodillada junto al lecho de su padre; los otros heridos habían sido trasladados al cuarto de Guardias, salvo Caradoc, que yacía cubierto de mantas en el otro extremo del Salón, y que parecía dormir profundamente. Esteban Lanart estaba acostado, y su pesado cuerpo estaba inmovilizado por bolsas de arena que impedían cualquier desplazamiento. Ellemir le daba de comer, de manera bastante inexperta, con una cuchara de niño. Era un hombre alto, grueso, de rostro sonrojado, con los fuertes rasgos aquilinos de su clan, largas patillas y cejas que ya encanecían, pero con una barba que todavía se conservaba brillantemente roja. Se le veía furioso y un poco ridículo con papilla en la barba; sus ojos feroces se movieron hasta captar a Damon.

—Buenos días, pariente —saludó Damon.

—¡Buenos días, dices! ¡Cuando estoy aquí tirado como un árbol abatido por el rayo y mi hija... mi hija...! —Alzó furioso un puño, golpeó la cuchara, volcó un poco más de papilla y ladró—: ¡Llévate esa porquería de aquí! ¡No es el estómago lo que tengo paralizado, muchacha! —Se dio cuenta de la tristeza de la joven y movió torpemente la mano para palmearle el hombro—. Lo siento,
chiya
. Tengo motivos para estar de mal humor. ¡Pero tráeme algo decente de comer, no esa papilla para bebés!

Ellemir alzó los ojos, impotente, hacia la curadora que permanecía allí; la mujer se encogió de hombros.

—Dale lo que te pide, Ellemir —dijo Damon—, siempre que no tenga fiebre.

La muchacha se incorporó y salió, y Damon se acercó hasta el lecho. No acababa de asimilar que Dom Esteban no volvería a levantarse nunca más de esa cama. Ese rostro duro no debía yacer sobre la almohada, ese cuerpo poderoso tenía que incorporarse y moverse con su marcialidad habitual.

—No te preguntaré cómo te encuentras, pariente —dijo Damon—, pero ¿sientes mucho dolor ahora?

—Casi nada, por extraño que parezca —respondió el herido—. Una herida tan pequeña... ¡y me deja inmóvil! Casi un rasguño. Y sin embargo... —Apretó los dientes y se mordió el labio—. Me han dicho que nunca volveré a andar. —Los ojos grises buscaron los de Damon, tan implorantes que el joven se sintió incómodo—. ¿Es cierto? ¿O esa mujer es tan tonta como parece?

Damon agachó la cabeza y no respondió. Al cabo de un momento, el anciano movió la cabeza con resignación.

—La desgracia se ceba en nuestra familia. Coryn murió antes de los quince años, y Calista, Calista... de modo que debo solicitar la ayuda de un extraño; humildemente, como corresponde a un lisiado. No hay nadie de mi sangre que pueda ayudarme.

Damon se arrodilló junto al anciano.

—Que los dioses no permitan que recurras a extraños —declaró con energía—. Yo reclamo ese derecho... padre político.

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