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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La espada encantada (23 page)

BOOK: La espada encantada
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—No, debes comer —insistió Ellemir, siguiendo el hilo de sus pensamientos. Le llevaría tiempo acostumbrarse a eso. Bien, no le quedaba más remedio, se dijo.

Ella se sentó en el borde de la cama y le dijo:

—Trabajar con la matriz desgasta mucho, debes recuperar las fuerzas o sufrirás una sobrecarga. Sabía que no querrías comer, así que te he traído sopa y cosas así, fáciles de tragar. Sé cómo te sientes, pero tienes que intentarlo, Andrew.

Y luego esgrimió el único argumento que podría haberlo convencido.

—Damon no puede comunicarse con Calista. Cuando esté dentro de las cuevas de Corresanti, tal vez no pueda hallarla en la oscuridad, es un espantoso laberinto de tenebrosos corredores. Estuve allí una vez, y me contaron que un hombre vagó por las cuevas hasta que logró salir meses después, ciego y con el pelo blanco de miedo. Así que debes estar listo en el momento en que él te necesite, para guiarlo hasta Calista. Y para eso debes conservar las fuerzas.

A desgana, pero convencido por el argumento, Andrew levantó la cuchara. La sopa era de carne con largos tallarines, muy fuerte y buena. También había pan de nueces y jalea. En cuanto la probó, advirtió que tenía mucha hambre, y comió todo lo que había en la bandeja.

—¿Cómo está tu padre? —preguntó por cortesía.

Ella soltó una risita.

—Tendrías que haber visto la comida que se zampó hace más o menos una hora, contándome entre bocado y bocado cuántos hombres-gato había matado...

—Yo lo vi —dijo Andrew con seriedad—. Estuve
ahí
. ¡Son terribles!

Se estremeció, sabiendo que parte de lo que había creído un sueño había sido el vagabundeo de su mente entre aldeas destruidas por la sombra del Gran Gato. Se comió la última corteza de pan. Al instante, volviendo la mente hacia adentro, hacia la piedra estelar y el contacto con Damon, los vio acercándose a las cuevas, la ladera despejada ante ellos...

Esta vez le resultó más fácil pasar al supramundo, y, como la última luz del día invernal se esfumaba, descubrió que podía ver mejor bajo el tenue resplandor azul de lo que Calista había llamado la «supraluz».
¿Azul?
, pensó. ¿Se debía a que las piedras eran azules y de alguna manera difundían la luz a través de su mente? Miró hacia abajo y observó su cuerpo que yacía en la cama, y a Ellemir, que tras haber colocado la bandeja en el suelo se arrodilló a su lado para controlarle el pulso tal como había hecho con Damon.

Advirtió fugazmente que en el supramundo ya no llevaba las pesadas prendas de piel y cuero que había tomado prestadas del criado de Ellemir, sino la delgada túnica y pantalones de nylon gris que vestía en el cuartel general terráqueo, con el estrecho collar de gemas al cuello, ocho piedras una por cada planeta en el que había prestado servicios.

El maldito frío de este planeta. Oh, demonios, esto es el supramundo. Si Calista puede andar por aquí con su camisón desgarrado, sin congelarse, ¿qué problema hay?
Advirtió que se había desplazado a gran distancia de Ellemir y que estaba lejos de Armida, en una extensa planicie gris con distantes montañas, alzándose como espejismos, a lo lejos.
Ahora bien, ¿hacia dónde quedan las cuevas de Corresanti?
, se preguntó, tratando de orientarse en medio de esas grises lejanías, como si en alas del pensamiento recorriera todas las distancias intermedias.

Descubrió que aún tenía entre los dedos la piedra estelar, o mejor dicho, el equivalente a ella en el supranumdo. La piedra centelleaba aquí como un fuego artificial, emitiendo brillantes chispazos ígneos. Se preguntó si le conduciría directamente hasta Calista. Sí, se movía, y ahora ya podía distinguir las montañas con claridad, y una gran oscuridad parecía emanar de ellas. ¿Era detrás de esa oscuridad donde Damon había visto al Gran Gato? ¿Era ese ser quien retenía a Calista cautiva bajo el poder de la gran piedra matriz ilegal?

Andrew se estremeció, tratando de no pensar en el Gran Gato. O mejor dicho, procurando transformarlo mentalmente en el enorme gato inofensivo que sonreía y sostenía divertidas conversaciones, el gato de Cheschire de los cuentos infantiles de la Tierra. O en el Gato con Botas.
Es tan sólo un personaje de cuento de hadas, se dijo, y maldito sea si permito que me ponga nervioso.
Sabía por instinto que ésa era la mejor manera de protegerse del poder del Gran Gato.
Gato con Botas
, recordó.
Espero que Damon no vuelva a toparse con él...

Como si el pensar en Damon le hubiera orientado, descubrió que estaba de pie (aunque no tocaba del todo el suelo) en una gran ladera, junto a una gran entrada. Un poco por debajo de él, Damon y sus dos hombres, con las espadas desenvainadas, se aproximaban lentamente a la boca de la caverna. Trató de hacer señas para que Damon lo viera, y entonces volvió a producirse esa curiosa
fusión
, y una vez más se encontró viendo a través de los ojos de Damon...

...Casi sin respirar, avanzando de la manera más silenciosa posible.
Como lo hacíamos el año pasado, durante las campañas...
Contempló a los grandes gatos indolentes, despatarrados a la entrada de la cueva, dormitando en sus puestos, seguros de que el Poder al que servían los protegería.

Pero seguían siendo gatos, y sus grandes orejas peludas se alzaron de repente al percibir el suave crujido de las botas que se deslizaban sobre la hierba. Se pusieron en pie al instante, con las espadas en guardia. Damon descubrió que saltaba hacia adelante, espada en ristre, para atacar al más cercano con una profunda estocada. La hoja curva del gato describió una media luna ante el cuerpo del hombre, desviando la estocada, y Damon vio que el centelleo del acero le rozaba el costado.

Después, se halló mirándose la muñeca mientras su brazo se alzaba, y sintió que la hoja le temblaba en la mano mientras el otro daba en tierra. Percibió el siseo de la espada junto a la oreja mientras la blandía describiendo un círculo y le daba a un hombro peludo. La espada del hombre-gato se alzó para parar el golpe, Damon saltó hacia atrás y vio la punta de la hoja, como una hoz, rasgar el aire a pocos centímetros de sus ojos. Los fuertes golpes circulares de la espada curva parecían torpes y, sin embargo, Dom Esteban parecía tener dificultades para encontrar un punto débil en esa defensa circular. Eduin y Rannan se batían allí cerca... oyó el entrechocar de las espadas detrás de él. Observó que su brazo describía una finta. Sabía que era una finta porque no había movido los pies. El arma curva como una garra cayó; la espada de Dom Esteban cambió de rumbo, alzándose, y penetró profundamente entre las dos orejas peludas.

Retiró la espada del cráneo ensangrentado con un experto tirón y corrió hacia donde se hallaba Rannan, con la camisa desgarrada y empapada en sangre, a punto de caer bajo los golpes de otra espada curva. El acero de Damon cayó una y otra vez sobre la cabeza de la criatura. Esquivó un golpe mortal a la altura de la cintura que lo hubiera hecho pedazos, sintió que su propia espada descargaba otro golpe, que una vez más creyó dirigido a la cabeza del gato, pero que bruscamente terminó a la altura de las rodillas, merced a un repentino giro de su propia muñeca. Volvió a mover el brazo y cuando la criatura cayó hacia adelante, clavó la punta en la garganta. Eduin y Rannan estaban de pie por encima del último guardia y una vez más sintió, por un instante, el extraño arrebato de ira que pertenecía, en realidad, a Dom Esteban...

Sacudió la cabeza. Se sentía algo mareado, como si estuviera borracho. ¿Qué estaba haciendo? Abrió los ojos y envainó la espada, advirtiendo mientras lo hacía que le dolían los músculos de la base del pulgar y de la muñeca, unos músculos que ni siquiera sabía que tenía. Tambaleándose un poco, volvió la espalda a las pilas de pieles ensangrentadas que yacían en el suelo, y se dirigió hacia la entrada de la cueva, indicándoles a Eduin y Rannan, mediante gestos, que le siguieran.

Mientras avanzaba, distinguió una extraña forma masculina ante él, ataviada con vestiduras grises, livianas y poco familiares. Transcurrió un momento antes de reconocer a Andrew Carr... y cuando Damon advirtió quién era, Andrew se encontró otra vez en su propia mente, a unos pocos metros de distancia de Damon, instándole a que lo siguiera.

A Andrew le extrañó poder ver a Damon cuando éste no se hallaba en el supramundo, pero después de todo, él había visto a Calista «allí abajo». Avanzó en dirección a la entrada de la caverna. Era una gran cámara oscura y, por un momento, aún bajo la luz del supramundo, la supraluz, le resultó difícil ver. Damon cruzaba ya el umbral y hacía gestos impacientes para que los guardias lo siguieran, ya que ambos hombres parecían hacer esfuerzos por romper una barrera invisible para Andrew... y al parecer también invisible para Damon.

Por un momento, el darkovano pareció perplejo (y ni entonces ni más tarde supo Andrew si Damon había hablado en voz alta o si lo que había oído eran sus pensamientos), y después dijo:

—Oh, por supuesto. Hay una barrera de primer nivel en la entrada, lo que significa que nadie puede entrar si no lleva una matriz, salvo en el caso que el operador lo permita.

Por supuesto. Eso era precisamente lo que haría el Gran Gato. Pero también podría significar un punto a su favor. No podía estar en todas partes al mismo tiempo, ni siquiera con una matriz. Y si tenían suerte, el enemigo tal vez no lo supiera todavía.

Lentamente, Damon avanzó a través de la cámara de altos techos abovedados que era la entrada a las cuevas. Oyó que el agua goteaba en alguna parte, pero sólo alcanzó a divisar la escasa luz del sol procedente de la entrada, que desaparecía a medida que uno se internaba allí. El frío terror de la oscuridad cayó sobre él y vacío, recordando:
Cuando vine aquí de joven, había antorchas y luces, podíamos ver los pasillos y las paredes.
Después vio, al parecer emergiendo de la pared misma, la espectral figura de Andrew, que parecía resplandecer con una desvaída luz azul, y entre las manos llevaba una gran antorcha azul, centelleante.
La matriz, por supuesto. ¡Alertará al gato? Si debo ir al supramundo para hallar el camino, ¿verá mi piedra estelar?

Ahora creyó oír un sonido siseante, un zumbido, como el de una gigantesca colmena de abejas. En las tenebrosas cámaras de la memoria, lo reconoció: una poderosa matriz, sin aislante.

Un frío espasmo de miedo le estrujó el corazón con un resultado parecido al dolor físico.
¡Esa criatura-gato debe de estar loca! ¡O está loca o tiene más poder que cualquier hombre o Celadora! ¡Haría falta un círculo de por lo menos cuatro mentes para controlar una pantalla matriz de esas dimensiones!

Nunca aparecían de ese tamaño en la naturaleza. Las habían construido artificialmente, en la época dorada de la tecnología de las piedras estelares. ¿Habría encontrado ésta, una monstruosidad, o acaso la habría fabricado?
¿Cómo, en nombre de los nueve infiernos de Zandru, lograba manejarla? ¡Yo no la tocaría ni por un segundo!
, pensó Damon.

Una vez más vislumbró la figura de Andrew, que le hacía señas en el resplandor azul. A la luz de su piedra estelar observó enormes columnas cristalinas, grandes monumentos de piedra que iban del suelo al techo. En todas partes reinaba esa oscura humedad, el sonido del agua al caer y el aterrador zumbido de la matriz. Damon pensó que sólo con el sonido podía encontrar el camino. Pero eso sería más tarde. Ahora tenía que hallar a Calista y sacarla de allí antes de que esa criatura-gato se enterara de su llegada y enviara a algún esbirro a cortarle la cabeza.

Al final de la caverna, dos pasadizos se abrían hacia la oscuridad, con tenues resplandores al fondo. Se detuvo un momento, indeciso, antes de vislumbrar a lo lejos, en el pasillo de la izquierda, la forma de Andrew Carr. Siguió la tenue figura espectral y, tras tropezar dos veces en el suelo rocoso (por supuesto, en el supramundo Andrew no tropezaba), se concentró en su propia piedra estelar, cálida, pesada y desnuda contra su garganta, para averiguar qué era aquella bola de luz frente a él. Era dura y resbaladiza, y Damon sospechó que su poder estaba atenuado por la enorme matriz que se hallaba tan cerca, pero se las arregló para concentrar el poder suficiente para producir una luz tenue.
Maldición. ¿Cómo podré combatir si tengo que llevar una antorcha en la otra mano?

La figura de Andrew había desaparecido otra vez, mucho más adelante.
Sí, está bien. Debe encontrar a Calista. Decirle que la ayuda está en camino
, razonó Damon.

En la sombra, más allá de la tenue luz embrujada, algo se movió, y una voz habló en la maullante lengua de los hombres-gato. La voz se convirtió de repente en un ladrido. Damon vio que una hoja curva centelleaba fuera del círculo de luz. El zumbido en su cabeza se tornó enloquecedor, casi doloroso. Desenvainó la espada, la levantó, pero le pareció sostener un peso muerto en la mano.
Dom Esteban
... buscó frenéticamente el contacto, pero no había nada, sólo ese zumbido, ese sonido que aturdía, ese
dolor
.

La hoja curva silbó sobre él. De alguna manera logró que el objeto inerte y metálico que tenía en la mano se interpusiera en el camino de la estocada, como una barrera de acero. El miedo le ahogó mientras se obligaba a adoptar una postura defensiva, automática, sin atreverse a aventurar un ataque. ¡Estaba solo, combatiendo con su propia y escasa pericia!

¡La barrera de la entrada de la caverna! ¡Dom Esteban no podía cruzarla!
¡Estoy muerto!
, pensó.

En un segundo recordó años de tediosas lecciones. Siempre había sido el peor espadachín de su grupo, el único torpe para las artes de la guerra. El cobarde. Enloquecido de terror, sintiendo que su espada se movía como si atravesara melaza, paró los hábiles golpes circulares. Estaba condenado. No podía defenderse apropiadamente contra hombres que luchaban con el mismo estilo en el que él había sido entrenado. ¿Cómo podría entonces defenderse contra estos maestros de una técnica que le resultaba desconocida por completo? Retrocedió frenéticamente, vislumbrando por el rabillo del ojo que un segundo guardia corría a unirse al primero, y que dentro de un momento debería enfrentarse con dos... si es que sobrevivía hasta entonces. Vio la terrible hoja en forma de hoz que giraba en un golpe que él jamás podría parar, a pesar de saber de qué manera lo habría bloqueado Esteban.

La hoja cayó tal como él había imaginado y, con un salvaje escalofrío de alivio, descubrió el punto débil de la posición del hombre-gato, y en el mismo instante lanzó la espada contra él. El segundo guardia llegó justo en el momento en que Damon, jadeante, liberaba la espada. Se volvió para enfrentarse a él, y de golpe supo qué táctica seguiría Esteban para atacar a éste. Mientras concebía la idea, extendió el brazo y la espada curva describió el giro habitual. Damon se lanzó en una estocada larga, atravesando la garganta peluda mientras la hoja del contrario intentaba retroceder y golpeaba la espada de Esteban en un vano intento de cubrirse.

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