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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La espada oscura (31 page)

BOOK: La espada oscura
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Calista se volvió hacia él y le miró con una mezcla de enfado y frustración.

—No te preocupes por mí. Luke. Tal vez no pueda tener todo lo que quiero, pero voy a hacer cuanto pueda. No me he rendido.

—Me alegra oírlo —replicó Luke—. Y ahí abajo es el próximo sitio en el que debemos intentarlo... —Señaló las masas de glaciares salpicados de aberturas blancas que se extendían por debajo del veloz vuelo de su yate espacial—. Aquí es donde aprendí a luchar de verdad. Había pilotado mi ala—X contra la primera Estrella de la Muerte, pero fue aquí, durante la batalla de Hoth, donde aprendí a ser un auténtico guerrero. Dejé atrás los restos de la Base Eco para ir en busca de Yoda —siguió diciendo, sonriendo melancólicamente ante todos aquellos recuerdos—, y una de las primeras cosas que me dijo Yoda fue que las guerras no hacen grande a una persona.

—Tu Maestro Yoda era muy sabio —dijo Calista—. Pero a veces tienes que luchar. A veces es todo o nada... Ésa es la única manera de vencer. —Tragó saliva—. Por eso hice mi sacrificio en el Ojo de Palpatine.

—Esperemos que nunca tengas que volver a enfrentarte a esa elección entre todo o nada —dijo Luke.

Calista se obligó a sonreír.

—Preferiría no tener que hacerlo.

Después fue descendiendo bajo la claridad del atardecer, dirigiendo el yate espacial hacia el lugar donde pequeños fragmentos de hielo ardían con potentes destellos bajo el cielo blanquecino. Calista oscureció los visores para reducir la intensidad de la luz.

—No sé qué tal estará la Base Eco —dijo Luke—. Sufrió bastantes daños durante la batalla, y lleva años abandonada. No esperes encontrarte un alojamiento de gran lujo como en la cantera Mulako.

Calista recorrió los campos de nieve con la mirada.

—Por lo menos no habrá insectos ni murciélagos —comentó, v un instante después se irguió bruscamente en su asiento—. Eh, ¿qué está haciendo ahí esa nave?

Cuando estuvieron un poco más cerca de la hilera de promontorios rocosos, Luke pudo ver un casco ennegrecido en el centro de una estrella de hollín grasiento y restos medio fundidos esparcidos sobre la nieve.

—No puede ser un aparato que se estrellara durante la batalla —dijo—. Ya han pasado nueve años desde entonces, y esa nave no lleva tanto tiempo aquí. —Clavó la mirada en los restos quemados y desplegó sus sentidos de la Fuerza—. No capto ninguna presencia viva. Es reciente, pero no demasiado.

Calista posó su nave cerca de los restos y de las puertas blindadas ocultas que protegían la entrada de la Base Eco en el hielo sólido, y llevó a cabo una doble comprobación de sus sensores.

—Sí, todo el metal está frío: temperatura ambiente. Como mínimo lleva unos cuantos días ahí, y quizá tanto como un par de semanas.

Luke abrió el compartimiento de los uniformes y sacó de él los dos monos provistos de sistemas de aislamiento colgados junto a un par de trajes ambientales para el vacío espacial. Se pusieron los uniformes, activaron los calentadores corporales y se colocaron los guantes. Luke se colgó la espada de luz del cinturón y entregó la segunda empuñadura negra a Calista.

—Toma —lijo—. Será mejor que cojas tu espada de luz.

—No quiero hacerlo —respondió Calista, desviando la mirada.

—Pero deberías hacerlo de todas maneras —insistió Luke—. Siempre tienes la opción de no usarla.

Calista, que tenía los labios muy pálidos y apretados, aceptó la espada de luz, y siguió negándose a devolverle la mirada mientras la tomaba.

Salieron del yate y empezaron a avanzar bajo el terrible frío de Hoth. Cerraron la compuerta, pero no activaron los sellos de bloqueo porque así podrían volver a entrar sin perder ni un instante en el caso de que necesitaran hacerlo. Calista se estremeció mientras caminaba junto a Luke. —Hace mucho frío —dijo.

Luke enarcó las cejas, y sintió que la escarcha ya empezaba a acumularse sobre la piel de sus mejillas.

—¿Tienes frío? —replicó—. Pues son las horas más cálidas del día.

Calista cogió un trozo de metal medio fundido del suelo, lo hizo girar entre sus manos enguantadas y acabó dejándolo caer. Su aliento se convertía en ondulaciones de vapor blanco nada más salir de su boca.

—¿Crees que se estrellaron? —preguntó—. No veo ningún cuerpo.

Luke meneó la cabeza. El aire helado entraba en sus fosas nasales con una mordedura tan afilada como la de una navaja de afeitar.

—No. Fíjate en las señales del suelo —dijo—. La nave descendió sin ningún problema, y luego estalló en el suelo. No hay surcos en la nieve, ¿ves? Si hubiera bajado desde una órbita planetaria, habría una larga estela de nieve removida.

Volvió la mirada hacia las masas de nieve que camuflaban la entrada a la Base Eco.

—Quizá buscaron refugio ahí. —Señaló las torretas de los cañones desintegradores que se alzaban a cada lado de las puertas blindadas—. Vamos a echar un vistazo..., pero iremos con mucho cuidado.

El viento empezó a soplar con más fuerza, agitándose alrededor de las rocas en fugaces
Torbellino
s que lanzaban cristales de hielo al aire y golpeaban los montículos de nieve. La entrada a la caverna de hielo estaba rodeada de rocas, aunque la mayor parte del espacio de la Base Eco había sido abierto en la nieve y el hielo acumulados a lo largo de los siglos.

Cuando se aproximaron a las puertas blindadas, los dos emplazamientos de los cañones desintegradores que flanqueaban la entrada como dos centinelas inmóviles y silenciosos cobraron vida de repente. Las torretas giraron y los largos y letales cañones buscaron un blanco..., y lo encontraron.

—¡Cuidado! —gritó Calista, y empujó a Luke para apartarlo de la línea de fuego.

Luke se lanzó hacia un lado, utilizando sus poderes Jedi para impulsarse todavía más lejos. Calista rodó sobre sí misma, chocando con el suelo en el mismo instante en que los emplazamientos disparaban su primera andanada desintegradora. Chorros de vapor brotaron del cráter que apareció en el hielo.

Luke echó a correr hacia ella, pero Calista volvió a rodar sobre sí misma y se apartó velozmente hasta salir del radio de alcance de los cañones. Las torretas giraron, centrando sus miras en Luke y volviendo a disparar. Luke saltó hacia arriba. Los haces desintegradores fallaron su objetivo, y acabaron haciendo estallar una de las rocas congeladas.

Cuando el cañón desintegrador disparó por tercera vez, Luke alzó su espada de luz y desvió el haz en una reacción increíblemente rápida, oponiendo la hoja de energía al rayo desintegrador. La tremenda potencia del cañón desintegrador hizo que Luke se tambaleara, y sólo la fuerza de su mano sintética le permitió soportar el impacto.

—Deben de estar utilizando detectores de movimiento, Luke. ¡Nos van siguiendo a medida que nos movemos! —gritó Calista—. Voy a echar a correr y atraeré su fuego. Utiliza tus poderes Jedi para avanzar lo más deprisa posible y destruye las dos armas.

—¡No! —gritó Luke—. Es demasiado...

Pero Calista ya había entrado en acción. Luke sabía que ésa era su manera de hacer las cosas: Calista tomaba una decisión, y luego actuaba sin tomar en consideración los riesgos y sin perder el tiempo tratando de dar con ideas alternativas. Para bien o para mal, Calista ya estaba corriendo en un veloz zigzag por encima de la nieve. Los dos emplazamientos de los cañones desintegradores giraron y centraron sus miras en ella.

Luke se lanzó hacia adelante hasta que estuvo justo enfrente del cañón. Trepó por la torre sosteniendo la espada de luz con una mano y dejó caer la hoja resplandeciente, separando el cañón del arma. Después se dejó caer sobre la nieve y corrió hacia la segunda torreta en el mismo instante en que el emplazamiento dañado abría fuego. Con el cañón desaparecido y el extremo sellado por una masa de metal fundido, la andanada hizo pedazos toda la torreta.

La segunda arma ya había centrado sus miras en Calista. La joven se apartó en una rápida finta, y se dejó caer sobre la nieve medio segundo antes de que el haz desintegrador cayera sobre el glaciar con una explosión lo suficientemente potente para lanzar por los aires a Calista.

Luke no podía perder ni un solo instante trepando por la torreta del segundo cañón desintegrador. Lo que hizo fue utilizar su espada de luz para abrirse paso a través del emplazamiento, atacándolo como si fuese el tronco de un árbol gigante. Fue atravesando las planchas blindadas con una feroz serie de mandobles, y un cuadrado humeante de duracero se desprendió y cayó sobre el hielo. Luke metió la hoja verde amarillenta dentro del hueco y cortó los conductos de energía y las conexiones internas del ordenador, atravesando el corazón del arma con su espada de luz. El ominoso cañón giró en un vacilante arco por encima de su cabeza, buscando otro blanco, y acabó quedándose inmóvil.

Miró hacia arriba y vio que las armas habían sido manipuladas: habían instalado sensores unidos a los sistemas de puntería automática, y después los habían conectado a unos detectores de movimiento. Luke fue corriendo hacia Calista para ayudarla a levantarse, preguntándose por qué alguien podía tomarse tantas molestias en aquel mundo vacío.

—Buen trabajo —dijo Calista mientras se quitaban la nieve el uno al otro—. Formamos un equipo incluso sin mis poderes Jedi.

La masa metálica de las puertas blindadas se rajó por el centro con un sordo rechinar, como si se resistiera a abrirse, y los dos paneles empezaron a separarse. Una lluvia de carámbanos se desprendió de ellos, y trozos de nieve cayeron ruidosamente al suelo. Unas figuras aparecieron, siluetas de sombras inmóviles en el hueco de las puertas parcialmente abiertas.

Luke se envaró y se volvió hacia ellas con la espada de luz firmemente empuñada en su mano. Calista también empuñaba su arma, pero no la había conectado. Luke esperó para ver qué iban a hacer sus misteriosos enemigos.

—¡Bueno, no se queden ahí! —gritó secamente una voz humana—. Entren de una vez... ¡Deprisa, antes de que vuelvan esas criaturas!

Un hombre de ojos negros cuyo rostro mostraba las manchas oscuras de una barba incipiente salió por la entrada, sosteniendo un rifle desintegrador en las manos. Junto a él apareció un felino alienígena, una esbelta y peluda criatura con mechones de pelaje brotando de su mentón y colmillos sobresaliendo por debajo de unos delgados labios negros. Luke la reconoció: era un cathar. El felino alienígena también iba armado con un rifle desintegrador y olisqueó el frío aire del exterior, tenso y preparado para luchar. Pero los recién llegados no dirigieron sus desintegradores hacia Luke o Calista, sino que parecían estar intentando localizar alguna amenaza invisible oculta entre las nieves.

Otro humano se había quedado dentro del túnel principal. Era alto y de hombros muy anchos, y estaba haciéndoles señas para que se dieran prisa. Luke recorrió con la mirada la superficie de Hoth, tan árida y aparentemente desprovista de vida, y sintió una repentina punzada de inquietud. Cogió del brazo a Calista y entró corriendo con ella en el refugio del túnel.

Sólo cinco de ellos habían sobrevivido.

—Parecía una forma fácil de ganar unos cuantos créditos, ya que estaba buscando una nueva ocupación —dijo Burrk, un ex soldado de las tropas de asalto que había desertado durante la confusión que siguió a la batalla de Endor y que desde aquel entonces había vivido por su cuenta, sobreviviendo gracias a negocios sucios y actividades ilegales—. Conocí a estos dos cathars, Nodon y Nonak, y formamos un buen equipo.

Los dos felinos alienígenas gruñeron y mostraron los dientes mientras contemplaban a Luke y Calista con los ojos entrecerrados. Parecían idénticos, salvo por ligeras variaciones en el color del pelaje.

—Son de la misma camada —siguió explicando Burrk—, y eran grandes cazadores... Bueno, por lo menos dijeron que lo eran.

Los cathars volvieron a gruñir y sacaron las garras retráctiles de sus manos. Burrk ni siquiera pareció darse cuenta de ello. Se frotó el asomo de barba que le cubría el mentón. Sus ojos estaban hundidos en las cuencas y oscurecidos por el peso de una tensión incesante, como si alguien le hubiera golpeado repetidamente y pudiera volver en cualquier momento. Su grupo sólo había logrado poner en funcionamiento una media docena de paneles luminosos, y ni una sola unidad calefactora.

—El mercado negro paga precios enormes por las pieles de wampa, ya saben... —dijo.

Una chispa de orgullo y osadía apareció por fin en sus ojos. Luke percibió el profundo terror que flotaba a su alrededor en aquella sala de reuniones carente de calefacción, pero el flaco ex soldado de las tropas de asalto se fue animando un poco a medida que continuaba hablando.

—Los hermanos cathars y yo decidimos organizar esta expedición de caza mayor. A cambio de unos buenos honorarios, traeríamos cazadores a Hoth para que persiguieran y cazaran «las presas más grandes que se pueden encontrar en toda la galaxia»... Quizá exagerábamos un poquito, claro, pero eso no le importaba a los ricos barones—administradores, como él.

Burrk señaló con un gesto de la mano al hombre alto y musculoso de rasgos que parecían tallados a golpes de cincel, la sonrisa muy blanca y los ojos impasibles de mirada endurecida.

—Me llamo Drom Guldi, y soy barón—administrador de las minas de gelatina de Kelrodo—Ai —dijo el hombre musculoso, presentándose a sí mismo. Todo su cuerpo pareció hincharse de orgullo, seguro de que todo el mundo había oído hablar de él—. Somos famosos por nuestras esculturas de agua —añadió—, y éste es mi ayudante. —Señaló a un hombre de cabellos rubio grisáceos que tenía la piel cubierta de pequeñas arrugas, como si toda su capa superficial hubiera sucumbido a la ofensiva de un millar de grietas de presión, y que parecía estar bastante nervioso—. Se llama Sinidic.

Burrk, el ex soldado de las tropas de asalto, siguió con su historia mientras dirigía una inclinación de cabeza al rico cazador, como si no tuviera más remedio que admirarle y eso no le gustara demasiado.

—Teníamos cuatro clientes en este viaje, y Drom Guldi era el único que sabía cazar.

—Acabé con diez de esos wampas cuando atacaron —dijo el barón—administrador—, aunque no pudimos volver para llevarnos las pieles. —Apretó los dientes, y sus mejillas bronceadas enrojecieron—. Los otros monstruos seguían viniendo, y tuvimos que retirarnos.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Calista—. ¿Cómo consiguieron colocarse en una situación tan vulnerable?

Burrk clavó la mirada en sus dedos mientras los unía y separaba nerviosamente.

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