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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La espada oscura (46 page)

BOOK: La espada oscura
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Dorsk 80 dejó escapar un siseo ahogado apenas vio a Dorsk 81. —Tendría que habérmelo imaginado —dijo.

La mirada de la versión más joven fue primero al clon más anciano, y luego se posó en Dorsk 81.

—¿Por qué has vuelto? —preguntó Dorsk 82.

Kaell 116 movió una mano para indicarles que se sentaran. Durante la interrupción, un ayudante entró trayendo unos refrescos. Todos los aceptaron con caras de gratitud y tomaron unos sorbos, dando las gracias mediante un asentimiento de cabeza. Pero Dorsk 81 ignoró el vaso cubierto de gotitas de condensación que le habían puesto delante.

—Kyp Durron y yo acabamos de volver de los Sistemas del Núcleo —dijo, hablando despacio y articulando cada palabra con mucho cuidado. —No debisteis ir allí —dijo Dorsk 80. Dorsk 81 miró a su predecesor y apuntó a Dorsk 80 con un dedo. —Guarda silencio y escucha. Esto es importante. El clon más anciano, visiblemente ofendido, fulminó a Dorsk 81 con la mirada.

—Kyp y yo nos encontramos con toda una flota imperial reunida y preparada para ponerse en marcha —siguió diciendo Dorsk 81—. Nos infiltramos en una de sus reuniones y nos enteramos de sus planes. El Imperio ha vuelto bajo el mando de la almirante Daala. Atacarán a la Nueva República en cuestión de días. Hasta ahora nadie lo sospechaba, y Khomm... —Dorsk 81 extendió los brazos para indicar el mundo en el que se hallaban— se encuentra justo en la periferia de los Sistemas del Núcleo. El Imperio podría atacar aquí. Debéis prepararos. Activad vuestras defensas. Estableced planes de emergencia.

Kaell 116 se inclinó sobre la mesa y apoyó los codos en aquella superficie que parecía salpicada de granitos de sal.

—Khomm siempre ha permanecido neutral en estos conflictos galácticos, y nunca hemos tenido problemas. No veo por qué en este caso tiene que haber ninguna diferencia.

—No es necesario que lo vea —dijo Dorsk 81—. Escúcheme. La almirante Daala tiene intención de atacar allí donde menos se la espere, y sabe que Kyp y yo oímos cómo exponía sus planes. Todo este mundo corre un gran peligro.

—Sí..., bueno. —Kaell 116 se puso en pie con una vaga sonrisa de despedida en los labios—. Bien, entonces ya veremos qué se puede hacer. Gracias por habernos informado de todo esto.

—No pueden correr el riesgo de seguir manteniendo esta actitud de complacencia —dijo Dorsk 81, que estaba empezando a impacientarse—. He hecho y visto cosas que no pueden ni imaginar. Le estoy diciendo que el peligro es muy grande, y tiene que creerme.

Dorsk 80 se puso en pie para rebatir sus palabras.

—Nos dejaste. Hace muchas eras nuestros predecesores determinaron que nuestra sociedad era el modelo perfecto, pero tú estabas convencido de saber más que nuestros antepasados. Has olvidado nuestras costumbres y las has sustituido por tu independencia. ¿Por qué deberíamos escucharte? Tú no nos has escuchado. En todas tus huidas, ¿dónde está la voz de la sabiduría? Nunca conseguirás hacer nada más importante que lo que podías haber hecho aquí.

Dorsk 81 se volvió hacia él. Estaba claro que su predecesor daba por sentado que sus reproches destruirían la compostura del clon más joven..., pero Dorsk 81 sólo podía sentir compasión y pena ante la terrible limitación de los puntos de vista del Dorsk más anciano.

—Te equivocas —le dijo con voz gélida—, y tu ceguera hará que nunca llegues a ver lo equivocado que estás.

Dorsk 82 fue hacia él, y por unos momentos pareció como si el clon más joven realmente pudiera llegar a creer en una parte de la advertencia de Dorsk 81.

—No sabemos cómo crear defensas —dijo—. Pero tú has tenido esa experiencia, tú has sido adiestrado en esas cosas... —Los ojos amarillos de Dorsk 82 relucían—. Quizá podrías quedarte aquí y ayudarnos a establecer nuestras defensas. Entonces estarías aquí para defendernos si realmente tienes razón. Si te equivocas... Bueno, aun así podrías quedarte aquí y cumplir con tus antiguos deberes en la instalación de clonaje..., hasta que la amenaza haya pasado.

El rostro del clon más joven contenía todo un océano de esperanza. Dorsk 81 oyó la súplica y pensó en su hermoso y apacible mundo natal, y en los años que había pasado formando parte de la gigantesca máquina que funcionaba con perfecta fluidez, sin preocupaciones y sin temer ninguna amenaza. ¿Cómo podía dejar abandonado a su destino a aquel lugar? Pero ¿y si las palabras de Dorsk 82 no eran más que una estratagema, un ardid inspirado por la desesperación para conseguir que Dorsk 81 se quedara en Khomm y todo pudiera volver a ser normal?

—No —dijo, y se levantó. Sus dedos rozaron la forma cilíndrica de la espada de luz que había guardado en el bolsillo de su mono de mecánico—. Soy un Caballero Jedi, y tengo un trabajo muy importante que hacer.

—Y nosotros debemos volver a la instalación de clonaje —dijo Dorsk 80 en un tono bastante hosco—. Sabemos cuál es nuestro sitio..., y además también tenemos un trabajo muy importante que hacer.

Dorsk 81 no respondió, y se limitó a volver a su nave para reunirse con Kyp Durron. Mientras partían en su lanzadera, Dorsk 81 contempló los neblinosos panoramas de Khomm con una vaga aprensión y tuvo la inexplicable premonición de que nunca más volvería a ver su mundo natal...

Mientras el combate y la confusión interrumpían tan bruscamente la reunión de los imperiales, la almirante Daala y el vicealmirante Pellaeon corrieron hacia el turboascensor más próximo e iniciaron un veloz descenso que fue alejándolos de la multitud enloquecida. Daala respiraba muy deprisa, y el aire frío silbaba al pasar por entre sus dientes apretados. No podía creerlo.

—¡Espías Jedi! Y en el mismísimo centro de nuestra base... Lo oyeron todo.

Pellaeon asintió.

—Tendremos que hacer una revaluación de nuestras normas de seguridad.

Daala meneó la cabeza, y su llameante cabellera color cobre onduló a su alrededor.

—Más tarde. De momento debemos reconsiderar nuestros planes... —empezó a decir, y un instante después una sonrisa se abrió paso a través de su furia al ocurrírsele una nueva táctica.

El turboascensor se detuvo en un nivel inferior, y el coronel Cronus fue hacia ellos. Cronus parecía muy preocupado.

—Han escapado, almirante —dijo— Los androides defensivos del perímetro dispararon contra ellos y les causaron daños menores, pero aun así su nave consiguió dar el salto al hiperespacio.

Daala asintió mientras contemplaba en silencio al robusto y no muy alto coronel. Cronus pareció sorprenderse al ver que la almirante no ordenaba su ejecución inmediata.

—¿Han seguido su trayectoria? —preguntó.

—No del todo, almirante, pero fijamos su vector y creemos que sólo hay un lugar de los alrededores al que puedan haber ido: un planeta llamado Khomm que se encuentra en la periferia de los Sistemas del Núcleo.

Daala deslizó la yema de un dedo a lo largo de sus labios.

—¿Es habitable?

—Sí —dijo Cronus—, aunque no tiene nada de particular. Sus habitantes se mantuvieron neutrales durante nuestros conflictos anteriores con los rebeldes, pero hicimos una comparación entre la apariencia física del espía Jedi alienígena y la de los nativos. Si un Caballero Jedi ha surgido de Khomm, entonces ese planeta tiene que ser algo más que un mundo neutral.

Los músculos del pecho y los brazos de Cronus tensaron las costuras de su ceñido uniforme.

Daala avanzó por el pasillo con Pellaeon y Cronus flanqueándola, y guardó silencio mientras las posibilidades desfilaban velozmente por su cerebro.

—He aprendido la lección de que mi estrategia debe ser flexible —dijo por fin—. Antes fracasé, pero ahora adaptaré nuestros planes sin perder ni un instante. Nuestra flota está preparada para partir, ¿no? —preguntó, y sus ojos fueron de Cronus a Pellaeon.

—En su mayor parte sí, almirante —dijo Pellaeon—. Lo que falta por hacer durante los próximos días es básicamente secundario: repartir los puestos entre el personal, tareas de inventario, ocuparse de los suministros y...

Daala interrumpió al vicealmirante con un barrido lateral de la mano.

—Esos espías Jedi me oyeron decir que planeábamos lanzar el ataque dentro de unos días, pero en vez de eso entraremos en acción inmediatamente. Coronel Cronus, ¿tiene la lista de objetivos preferenciales para su flota de navíos de la clase Victoria?

—Sí, almirante.

—Ponga al planeta Khomm en el primer lugar de la lista. Reúna a sus fuerzas, y parta ahora mismo.

Cronus le sonrió.

—Sí, almirante.

—Recuerde que las órdenes son atacar deprisa y frecuentemente en muchos sistemas distintos —dijo secamente Daala—. Cause los máximos daños posibles, pero no olvide que su meta principal es crear confusión, no obtener victorias. Los rebeldes dispersarán su flota para dar con usted..., mientras nosotros nos aproximamos al objetivo principal. —Daala giró sobre sus talones—. En cuanto a usted, vicealmirante Pellaeon...

—¿Sí, almirante?

—Llevará su flota de Destructores Estelares de la clase Imperial a Yavin 4 siguiendo un rumbo directo y procederá a la destrucción total del objetivo. Yo les seguiré con el Martillo de la Noche y llevaré conmigo las fuerzas suficientes para ocupar la base rebelde de forma permanente. —Sus luminosos ojos verdes se clavaron en sus dos subordinados—. Quiero que la flota parta dentro de una hora.

Pellaeon y Cronus fueron corriendo a sus puestos de mando respectivos. Cuando faltaban dos minutos para que terminara la hora que les había dado de plazo, la flota imperial de Daala fue puesta en movimiento como un gigantesco monstruo babeante al que se hubiera dejado repentinamente libre para que se lanzara sobre la Nueva República.

Los navíos de la clase Victoria se dispersaron por las rutas orbitales de Khomm como proyectiles carmesíes, con todas sus baterías turboláser dirigidas hacia las ciudades que se extendían debajo de ellos.

El coronel Cronus estaba sentado en el sillón de mando del 13X, la antigua nave del vicealmirante Pellaeon, e iba dando órdenes a los artilleros de su flota.

—Elijan los satélites de comunicación y observaciones como primeros blancos.

Las palabras apenas acababan de salir de su boca cuando un diluvio purificador de haces turboláser ya estaba surcando la negrura del espacio, aniquilando los puntos plateados de los satélites colocados en órbita y dejando grandes nubes de restos centelleantes detrás de ellos.

—Ahora están ciegos, y ni siquiera han tenido tiempo de enterarse de lo que ocurre —dijo Cronus.

Se recostó en su sillón y juntó las manos, empujando con los dedos para ejecutar su interminable ritual de ejercicios isométricos que oponían un músculo a otro para fortalecer su cuerpo incluso mientras permanecía sentado y contemplaba la masacre de Khomm.

Cronus usó el canal de comunicaciones abierto para dirigirse a todas las naves.

—Escojan blancos indiscriminadamente en la metrópolis que estamos sobrevolando —ordenó—. Éste es nuestro primer objetivo, así que vamos a convertir nuestro ataque en algo memorable. Lancen los escuadrones de bombarderos TIE, y que no pierdan el tiempo.

Contempló como la lluvia de llamas láser caía a través de la atmósfera y las nubes de cazas ligeros brotaban de las cubiertas de los hangares. Cronus observó la frenética actividad de la destrucción. Según los viejos informes de inteligencia, Khomm apenas tenía unas cuantas defensas y eran más simbólicas que efectivas. Cronus dudaba de que los habitantes se acordaran de cómo usarlas. Cuando su flota hubiera acabado, desearían haber hecho las cosas de otra manera.

—Rápido y sin problemas —murmuró.

Un cosquilleo de cansancio provocado por sus ejercicios empezó a recorrer los músculos de sus brazos, pero Cronus siguió ejerciendo más presión hasta convertir la molestia en dolor.

Después de haber estado contemplando la batalla durante media hora, envió un nuevo mensaje a las otras naves.

—Terminen lo más deprisa posible —dijo—. Tenemos un montón de objetivos más en la lista.

Un Dorsk 82 bastante inquieto salió de la instalación de clonaje cuando terminó el turno de la tarde, como hacía siempre, mientras Dorsk 80 se quedaba allí para aportar una hora extra de trabajo, compensando así la pérdida de Dorsk 81..., como hacía siempre. La predictibilidad era tranquilizadora y reconfortante. En Khomm esas dos palabras regían las vidas de todos.

Pero el clon más joven seguía oyendo resonar dentro de su mente las palabras de Dorsk 81. Aquel repentino cambio en las posibilidades sacaba a la luz ideas en las que nunca había pensado. ¿Y si, en contra de toda la historia anterior, el Imperio decidía atacar su pacífico planeta? «Pero ¿por qué? —sintió deseos de preguntar Dorsk 82—. ¿Qué iban a obtener con ello?»

Sabía que aquella cuestión sería meticulosamente examinada y resuelta por Kaell 116 y los líderes políticos. Era su trabajo. No tenían ninguna otra tarea aparte la de tomar ese tipo de decisiones. El joven Dorsk 82 confiaba en el sistema de Khomm. Había funcionado a la perfección durante siglos, y en aquellos momentos Dorsk 82 no tenía ningún motivo para dudar de él.

Un instante después ríos de fuego surgieron del neblinoso cielo blanquecino, incendiando los edificios idénticos y dibujando dedos destructores a través de la parrilla perfecta de la organizada ciudad de los clones. Los bombarderos TIE rugieron en las alturas, desfilando a una velocidad increíble que llenó de terror a los peatones. Las naves dejaron caer explosivos protónicos que aniquilaron bloques enteros con un solo estallido. Las llamas salieron disparadas hacia el cielo cuando los depósitos de combustible y los materiales inflamables de las edificaciones más antiguas empezaron a arder.

Escuadrones de cazas TIE bajaron aullando del cielo, disparando sus cañones láser y haciendo pasadas mortíferas sobre los aterrorizados alienígenas, que salían huyendo de sus edificios pero no sabían adónde ir.

Dorsk 82 buscó refugio en un angosto callejón entre dos grandes edificios. Un instante después el joven clon pensó que no era una decisión muy sabia, teniendo en cuenta todas las imponentes estructuras que se estaban derrumbando a su alrededor. Su mente estaba paralizada por el horror y el aturdimiento. ¡Dorsk 81 no se había equivocado! Khomm no tenía ni planes ni defensas..., ni posibilidades de sobrevivir al ataque.

Una bomba protónica estalló por encima de los edificios como el barrido de una mano gigantesca que derribó sus muros. Dorsk 82 se pegó al suelo, esperando que la avalancha lo aplastara en un momento..., pero las losas que habían formado las paredes cayeron unas encima de otras y formaron una milagrosa especie de tienda sobre él. El polvo de roca y los fragmentos de piedra desmenuzada se hundieron en su lisa piel. Dorsk 82 supuso que tenía un par de huesos rotos —una experiencia nueva para él en su tranquila y predecible vida—, pero se acurrucó en la inesperada oscuridad y esperó mientras el caos aullante seguía a su alrededor durante lo que pareció una eternidad, aunque Dorsk 82 sabía que debió de durar menos de una hora.

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