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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La espada oscura (21 page)

BOOK: La espada oscura
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Pellaeon estaba sentado delante de Daala en la sala privada anexa al puente. El vicealmirante tomaba lentos sorbos de un refresco, haciendo obvios esfuerzos para no dejarse seducir por aquellas comodidades y no sucumbir a la tentación de la charla cortés. Daala se lo agradecía. Se quitó sus guantes negros, alisó su llameante cabellera y juntó las manos sobre la mesa. Después se inclinó hacia adelante para poder mirarle a los ojos.

—Vicealmirante Pellaeon, le ruego que me crea cuando le digo que no tengo ninguna intención de amotinarme contra los legítimos herederos del Imperio —dijo Daala—. No quiero convertirme en una gran líder del estilo de su Gran Almirante Thrawn. He leído muchos informes sobre sus hazañas, y no sólo no puedo sustituirle sino que me molesta enormemente cualquier intento de compararme con él. Somos personas distintas con distintos objetivos a corto plazo..., pero creo que sus esperanzas a largo plazo son las mismas que las mías.

—¿Y cuáles son esas esperanzas, almirante? —preguntó Pellaeon, como si quisiera creerla, como si necesitara creerla..., pero se sintiera obligado a formular la pregunta.

Daala asintió con una lenta inclinación de cabeza.

—Todavía amo el ideal del Imperio. La galaxia era un lugar mucho más ordenado, y no padecía el caos de ilegalidad que se ha adueñado de ella durante los últimos tiempos. Los ciudadanos sabían con toda claridad cuál era su lugar. El Emperador les dio un destino. Los rebeldes han destruido eso, y no nos han proporcionado nada con lo que llenar el vacío. Hablan, intentan convencer y fingen gobernar, pero aún no han mostrado ninguna auténtica capacidad de liderazgo. ¿Es ésta la única alternativa para aquellos de nosotros que servimos al Emperador? No lo creo.

»Por otra parte, cuando pienso en todo el daño que esa pandilla de fanfarrones que se han nombrado a sí mismos señores de la guerra ha causado a nuestras fuerzas de combate, sólo puedo sentir desprecio hacia ellos. Sí, el Imperio ha sufrido muchas derrotas durante los últimos ocho años, pero no deberíamos permitir que esas pérdidas nos convencieran de que el Imperio ya no cuenta con una fuerza de combate realmente significativa. Eso es absurdo. Si formamos una flota con todas las naves disponibles, nuestro poderío militar resultaría como mínimo comparable al de la flota improvisada que los rebeldes han logrado reunir.

Pellaeon asintió, y volvió a tomar un cauteloso sorbo de su refresco.

—Pero esos niños que sólo saben pelear entre ellos han causado tantos daños al Imperio como la Alianza Rebelde —siguió diciendo Daala—. Si colaborasen y decidieran elegir un líder entre ellos, entonces podríamos empezar a devolver los golpes.

—Estoy totalmente de acuerdo con usted, almirante —dijo Pellaeon—. Pero ¿cómo lograrlo? Esas tácticas suyas basadas en el uso de la fuerza tal vez hayan pillado desprevenidos a Harrsk y Teradoc, pero los demás no cederán con tanta facilidad.

Daala deslizó las yemas de los dedos sobre el borde de su vaso, y Pellaeon la observó en silencio y vio cómo volvía la mirada hacia la ventanilla para contemplar aquel vacío negro desprovisto de estrellas.

—No he pensado ni por un instante que Teradoc o Harrsk se hayan rendido. Están planeando cómo destruirme..., y ahora también quieren destruirle a usted porque ha venido hasta aquí para mantener esta conversación conmigo. No, hay que obligarles a enfrentarse con la realidad.

El rostro de Daala adquirió una expresión melancólica mientras daba la espalda a la ventanilla y clavaba la mirada en la pared y en su pasado.

—Fui adiestrada en la academia militar imperial de Carida. Era una mujer, y por eso no se me permitió ir progresando junto con mis compañeros de clase a pesar de que poseía las mismas capacidades que ellos..., si es que no más grandes.

»Destaqué en todos los ejercicios de la academia. Siempre ocupaba los primeros puestos de mi clase, y sin embargo los que estaban por debajo de mí seguían siendo ascendidos y me rebasaban. Se me asignaban deberes insignificantes, y me vi obligada a hacer trabajos más propios de una criada que de un soldado. Mientras que aquellos a los que había aplastado en los combates simulados iban ascendiendo hasta mandar sus propias naves, yo me convertí en una operaria de ordenadores, y después pasé a ser supervisora de cantina y tuve que encargarme de preparar las raciones para su envío a las flotas de Destructores Estelares.

»Soporté todo eso —dijo, tabaleando con los dedos sobre la mesa—porque era un soldado imperial y porque se nos enseña a obedecer las órdenes..., pero aun así tenía la firme convicción de que si permitía que mis estúpidos y miopes superiores ignoraran las cosas que podía llegar a hacer estaría faltando a mis deberes para con el Imperio. El Emperador nunca pudo soportar ni a las mujeres ni a las especies no humanas, y ésa es una de las pocas cosas en las que siempre estuve en desacuerdo con él.

—El Gran Almirante Thrawn era un alienígena —dijo Pellaeon.

—Sí —dijo Daala—, y según los registros que he examinado, el Emperador exilió al Gran Almirante a los Territorios Desconocidos a pesar de que Thrawn era uno de los mejores comandantes militares de la flota.

Pellaeon asintió.

—La entiendo muy bien. Casi enloquecí de alegría cuando Thrawn volvió y por fin encontré un comandante al que podía seguir con una auténtica esperanza de obtener la victoria, en vez de padecer una interminable sucesión de derrotas.

Se acabó su refresco y dejó el vaso vacío sobre la mesa. No pidió otro. —Bien, ¿y qué hizo? —preguntó después—. ¿Cómo consiguió su rango de almirante?

—Me creé una falsa identidad —respondió Daala—. Empecé a desarrollar simulaciones remotas en las redes de ordenadores de Carida. Derroté una y otra vez a los mejores oponentes. Algunas de mis tácticas eran realmente revolucionarias, ya que consistían en variaciones sobre las maniobras espaciales y rutinas de combate en condiciones de gravedad cero desarrolladas por el mismísimo general
Dodonna
. Todas las naves de la Armada imperial recibieron copias de mis batallas para que las estudiaran. La guerra espacial cambió debido a los grandes saltos intuitivos que yo había llevado a cabo..., todo ello bajo un nombre falso, por supuesto.

»Mis habilidades acabaron atrayendo la atención del Gran Moff Tarkin, quien vino a Carida para poder conocer al misterioso individuo que había desarrollado unas tácticas tan innovadoras. Tarkin necesitó varios meses y dos descodificadores del mercado negro para sacarme del escondite que me había fabricado en las redes. Cuando supo que era una mujer quedó asombrado, y después quedó todavía más asombrado al ver que era una simple cabo que trabajaba en las cocinas.

»Los oficiales de Carida se escandalizaron, y se sintieron terriblemente avergonzados cuando resultó que su gran estrella de las tácticas espaciales era una mujer a la que habían enterrado en las cocinas... Pero cuando Tarkin supo que no sólo no pensaban recompensarme por mi excepcional intuición, sino que los oficiales de Carida pretendían enviarme a una remota estación meteorológica en el casquete polar del sur, me transfirió a su séquito personal, me ascendió a almirante y me sacó de Carida.

Daala sonrió, deleitándose con un recuerdo que llevaba bastante tiempo sin permitirse evocar.

—En una ocasión oí cómo un joven teniente murmuraba que yo había conseguido mi rango únicamente porque me acostaba con Tarkin. —Daala suspiró—. ¿Por qué cada vez que una mujer competente es recompensada siempre hay quien da por sentado que se la recompensa única y exclusivamente porque se está acostando con un hombre?

Pellaeon no respondió, y Daala tampoco esperaba que lo hiciera.

—Tarkin arrestó al teniente —siguió diciendo Daala— y lo metió dentro de un traje ambiental con un suministro de un día de aire, y lo lanzó al espacio en una órbita baja. Los dos hicimos los cálculos necesarios, y estimamos que el teniente recorrería unas veinte órbitas antes de que descendiera lo suficiente para consumirse en la atmósfera. Ninguno de los dos sabía si acabaría muriendo incinerado, o si se le acabaría el aire antes. Cualquiera de esas dos circunstancias sería un castigo excelente, y supondría un terrible ejemplo para las dotaciones de Moff Tarkin. Que dejara conectado el sistema de comunicaciones del teniente resultó particularmente efectivo, pues eso permitió que durante un día entero todo el personal de a bordo pudiera oír sus palabras por el intercomunicador de la nave mientras suplicaba, maldecía, gritaba...

Daala terminó su refresco y dejó el vaso vacío al lado del de Pellaeon.

—Después de aquello, nadie sugirió jamás que hubiera recibido mi rango únicamente porque Tarkin fuese mi amante.

Pellaeon palideció, pero no hizo ningún comentario.

—Pero me estoy apartando del tema principal —dijo Daala—. Usted v yo deberíamos adoptar alguna clase de decisión conjunta y volver antes de que nuestras respectivas flotas se impacienten demasiado.

—Estoy de acuerdo, almirante. ¿Qué objetivos desea alcanzar?

—Quiero unificar el Imperio —se limitó a decir Daala—. Quiero que alguien maneje el timón en calidad de líder..., pero no pretendo ser yo. No me he hecho ninguna estúpida ilusión de alcanzar la gloria política, créame. Sólo quiero tener la ocasión de causar el mayor daño posible a los rebeldes.

—Bien, ¿y por qué no convocamos un consejo de pacificación? —preguntó Pellaeon—. Quizá podríamos reunir a los señores de la guerra, hacer que se sentaran a la misma mesa y hablaran... Aunque se nieguen a unirse bajo el mando de un solo líder, quizá podrían acordar una estrategia común. Cada uno de ellos podría atacar distintos objetivos en la Nueva República, utilizando sus propias tácticas y métodos para poner de rodillas a los rebeldes. Después podríamos recuperar esos territorios que siempre han sido legítimamente nuestros.

Los ojos del vicealmirante habían empezado a brillar de excitación mientras las ideas iban surgiendo de su mente.

Daala asintió.

—Es una sugerencia excepcionalmente buena, vicealmirante, y muy similar a mis ideas. Usted quizá se encuentre en mejor situación que yo para enviar esas invitaciones, aunque haré todo lo que pueda. Sin embargo —añadió, yendo hacia una caja fuerte dotada de cerradura cibernética instalada junto a su escritorio personal—, y por si eso no da resultado, quiero que se lleve esto.

Abrió la caja fuerte y sacó de ella una membrana respiratoria del tamaño de la palma de su mano, que entregó a Pellaeon. —¿Para qué me da esto? —preguntó Pellaeon.

—Espero que nunca necesite llegar a utilizarla —replicó Daala—. Pero si todo lo demás falla, entonces sabrá qué ha de hacer con ella.

Capítulo 19

La baliza de Tsoss transmitía su ciega señal a la sopa llameante de estrellas y gases que se extendía por el corazón del núcleo. La estación automatizada había sido construida por androides y cuadrillas suicidas en un planetoide azotado por la interminable marea de tormentas radiactivas y estallidos solares que barrían la región. Ninguna criatura viva había visitado Tsoss en quince años, y el flujo ionizado había hecho que la mayoría de los androides de mantenimiento se averiasen hacía ya mucho tiempo.

La almirante Daala pensó que Tsoss era el sitio ideal para celebrar una reunión de señores de la guerra imperiales.

La estación—faro consistía en un gran cuadrado pegado al suelo, una ciudadela de muros bastante bajos que tenían más de un metro de grosor para impedir el paso de la radiación. Antes de introducir su Destructor Estelar en aquella región tan hostil, Daala había enviado una lanzadera de asalto de la clase Gamma tripulada por androides de construcción que aterrizaron en la superficie del planetoide e iniciaron los trabajos de reparación de mayor envergadura, siguiendo la programación y las especificaciones desarrolladas personalmente por Daala.

Cuando los androides de construcción hubieron terminado los trabajos más urgentes e instalado generadores de escudos de radiación de alta eficiencia, Daala llevó el
Tormenta de Fuego
al interior de aquel sistema temible en el que los gases calientes se arremolinaron alrededor de ellos y las ondas expansivas surgidas de las tormentas estelares llenaron de estática sus sensores. A Daala le recordó su escondite en la Nebulosa del Caldero, cuando se había visto aislada del Imperio con sólo una flota lamentablemente pequeña para atacar a los rebeldes. Ah, si los imperiales consiguieran unir sus recursos...

En cuanto su nave estuvo en órbita alrededor del faro de Tsoss. Daala envió un grupo de soldados de las tropas de asalto a la superficie para que completaran los preparativos, y decidió ir con ellos a fin de supervisar sus esfuerzos. Escogió uno de los almacenes principales de la estación para celebrar la reunión pacificadora. Los androides de construcción ya habían llevado a cabo cambios estructurales altamente significativos en el recinto, que carecía de ventanales y no tenía más salidas que una sola puerta equipada con una gruesa cerradura blindada.

Sería el lugar perfecto.

Grupos de soldados de las tropas de asalto se llevaron el equipo inservible y los suministros olvidados que habían sido utilizados para construir el faro. La maquinaria era muy vieja, y estaba impregnada de peligrosas radiaciones secundarias. Los soldados de las tropas de asalto envueltos en sus armaduras arrojaron todo aquello a la superficie rocosa.

Daala permanecía inmóvil en su uniforme gris oliva, con su cabellera color rojo cobre cayendo sobre sus hombros y las manos enguantadas de negro unidas detrás de la espalda mientras lo supervisaba todo. Intentaba producir una impresión intimidatoria y compasiva al mismo tiempo..., aunque la parte de la compasión le resultaba bastante difícil.

Observó a los antiguos soldados de Harrsk y vio que algunos seguían estando algo inquietos ante lo que percibían como su amotinamiento, aunque la inmensa mayoría se habían convertido a la causa de Daala. Todos eran soldados imperiales adiestrados para seguir a su líder, y a Daala no le sorprendió demasiado descubrir que la mayoría de sus tropas habían despreciado a Harrsk y habían aplaudido en secreto las acciones de Daala. Todos aquellos hombres habían aprendido a respetar el ideal del Imperio, y Daala les ofrecía un regreso a aquello: Harrsk sólo les prometía la continuación de la guerra civil.

Los navíos de la clase Victoria de Pellaeon llegaron un día después de que Daala hubiera completado los preparativos. Mientras los soldados de las tropas de asalto escoltaban al vicealmirante ante su presencia, Daala sintió que se le formaba un gélido nudo de terror en la base del estómago. Si Pellaeon no había logrado llevar a cabo su misión, entonces todo estaría perdido..., pero la leve sonrisa que vio en su delgado rostro y el brillo de sus ojos enseguida le revelaron que Pellaeon no había fracasado.

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