La fabulosa historia de los pelayos (25 page)

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Authors: Oscar García Pelayo

Tags: #Ensayo, #Biografía

BOOK: La fabulosa historia de los pelayos
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Así que con esa sofisticada estrategia acabamos decidiendo que debíamos diversificar todo lo que pudiéramos el estudio de la mayoría de las ruletas de los distintos casinos que considerábamos más propicios para nuestros intereses. Se analizó y se acabó jugando en lugares tan míticos como el Caesar’s Palace, el Flamingo, el Mirage, el Tropicana o el Metro Goldwyn Mayer Grand, que actualmente es el casino y el hotel más grande del mundo. También acudimos a algunos otros menos populares como el Harra’s, el Treasure Island, el Montecarlo, el Excalibur o el Luxor. De todo ello, así como de los complicados horarios de trabajo con sus especificaciones y controles de personal, existe un abultadísimo cuaderno que atestigua que llegamos a tener perfectamente estudiadas y controladas hasta cincuenta ruletas distribuidas entre todos esos establecimientos.

Si nos atenemos a estas explicaciones, se podrá pensar que operar en Las Vegas resultaba especialmente complicado debido a los distintos elementos que se han descrito. Pero existía otro asunto que hacía de esta empresa algo todavía más inseguro; se trataba de una cuestión de índole matemática. En Estados Unidos, a diferencia de Europa, las ruletas no tienen treinta y siete números a los que puedes apostar, sino treinta y ocho. Es decir, que además de tener del 0 al 36, poseen uno más que aparece marcado como el doble cero (00). El problema aparece cuando te pagan un premio, ya que tanto en Europa como en América te pagan igual: treinta y seis fichas cuando se coge un pleno. De esta manera, mientras que la desventaja matemática contra la que se juega en Europa es de un 2,7 por ciento sobre el dinero apostado, en Estados Unidos lo es casi del doble, es decir del 5,26 por ciento. La dificultad surgía de manera obvia. Nos veíamos obligados a encontrar ruletas que tuvieran una desigualdad entre sus números mucho más grande para poder vencer la enorme ventaja con que contaba el casino. Dicho de forma más castiza, era necesario que en Las Vegas encontrásemos máquinas bastante más «rotas» de lo que estábamos acostumbrados a ver para que mereciese la pena jugar en ellas.

Ésta es la razón por la que nos vimos obligados a estudiar muchísimas más unidades de lo habitual y hacer una criba para tener más posibilidades de encontrar alguna de esas ruletas soñadas. En definitiva, nuestro sistema es bastante más frágil en los casinos que cuentan con la modalidad del doble cero, ya que es más difícil encontrar máquinas con el grado necesario de imperfección.

Aunque tardamos un poco, acabamos llevando una vida acorde con los hábitos y horarios del lugar, y de las primeras emociones que aún hoy siguen agitándose en nuestras memorias pasamos a un ambiente de rutina laboral muy ordenada y bastante agradable, aunque no por ello menos incisiva. Mientras esperábamos con paciencia a comprobar si nuestro trabajo desembocaba en buenos resultados, comenzamos a descubrir tanto personajes como costumbres que sin duda eran poco habituales para nuestra mentalidad europea.

Uno de los aspectos más llamativos dentro del ámbito del juego era el hecho de que en Las Vegas la mayor parte de los negocios, incluyendo los casinos, abren veinticuatro horas sobre veinticuatro. Es posible hacer la compra a las cuatro de la madrugada, darte una buena sesión de gimnasio a las cinco y cenar a las seis, para si te quedas con hambre desayunar a las siete, que ya sí que es hora. Esto mismo es posible aplicarlo al juego y, por lo tanto, es muy fácil ver a las nueve de la mañana a clientes que apuestan en la ruleta, las máquinas o en el black jack (a lo after hours) mezclados con turistas insomnes o señoras que vienen de las compras con las bolsas en la mano para jugarse los restos.

En general, el nivel de juego de los clientes es bastante malo y, si te fijas con atención, puedes observar de un solo vistazo a masas ingentes de jugadores sin ningún criterio a la hora de apostar sea cual sea el juego, empezando por el hecho de que todo el mundo prefiere la ruleta de doble cero cuando en casi todos los casinos de Nevada siempre existe algún ejemplar de un solo cero. Al final no es de extrañar que el juego más popular sean las máquinas de frutitas, que no son demasiado complicadas de entender y que además cuentan con sus generosos Jack Pot, que en algún caso otorgan premios de hasta treinta y seis millones de dólares. De todas estas características que suelen ostentar los jugadores del lugar saben muchísimo los casinos, y prueba de ello son algunos «matices» que se observan en el diseño de sus establecimientos.

Cuando entras en un gran casino de cualquier parte de la ciudad, se hace especialmente difícil conseguir salir de él. Una vez que te sitúas dentro del marasmo de máquinas de azar y demás juegos que se le ofrecen al cliente, es posible apreciar que la disposición de dichas máquinas o mesas de juego nunca se planifica en sectores diferenciados o en cuadrículas como el plano urbanístico de la ciudad, sino que todo está dispuesto en un complicado estilo laberíntico que hace imposible descubrir dónde se encuentra el principio ni el fin de nada, por lo que todos los juegos se hallan mezclados de manera que si te aburres con alguno de ellos, enseguida te «des de bruces» con cualquier otro. Nunca verás reloj alguno ni nada que pueda dar pistas del tiempo que llevas dentro del recinto, la caja donde debes cambiar el dinero sólo la ves al principio porque todo está dispuesto para que al final te cueste un gran esfuerzo volver a dar con ella. De las puertas de entrada o salida tres cuartas partes de lo mismo, y si existe algún tipo de escaleras mecánicas o plataformas deslizantes, siempre estarán en la dirección de fuera para dentro, pero no busques las que deberían sacarte del casino, porque no las encontrarás. Si a todo esto le sumamos aspectos inverosímiles como el hecho de que las habitaciones de los lujosísimos hoteles de la ciudad sean las únicas de esa categoría que haya visto en mi vida que no estén equipadas con minibar, o sea que si quieres beber algo toca bajar al casino, se hace patente que en general la mayor parte de los jugadores que pululan por los distintos locales de juego de la ciudad no andan muy duchos en el arte de la apuesta inteligente, ni se les da demasiadas facilidades para practicarla.

Sin embargo, también existe una pequeña élite de personajes que, muy a la chita callando, elaboran su juego, intentando que ni los casinos ni el resto de los jugadores se den demasiada cuenta de ello. Y es que no podía ser de otra manera: Las Vegas es el paraíso de los jugadores profesionales.

Los más numerosos y también populares son los jugadores de póquer —lo que podría denominarse juego nacional—, pero también existe otra raza autóctona en los juegos de apuestas de caballos, fútbol americano y demás deportes que interesan por allí. Aunque ya más de los años cincuenta y sesenta, existe otro mito de jugador profesional en la figura del contador de cartas en el black jack, que ya fue popularizado en la famosísima película Rain Man. Por supuesto, también descubrimos orientales que intentaban cogerle las secuencias adecuadas a algunas máquinas de azar, si bien sobre esta cuestión tenemos poca información como para saber si puede considerarse un sistema veraz. Pero lo que ciertamente nos parecía extraño era que jamás vimos a nadie que tuviese la mínima idea de cómo acercarse al juego de la ruleta. Verdad es que éste no está demasiado imbricado en el espíritu americano, pero el caso es que nos sentíamos en el punto álgido de nuestra carrera: nosotros cuatro como únicos representantes del juego profesional en la disciplina de la ruleta y en el núcleo más importante del mundo dentro del sector de los casinos.

Quizá el momento en que más advertimos que habíamos llegado al cenit de nuestra carrera fue cuando mi padre, por supuesto lleno de guasa e ironía, comentó al pie de una de las encrucijadas más emblemáticas de la ciudad:

—Algún día tendrán que cambiar el nombre de esta zona y conseguiremos que la llamen «Pelayo’s Corner».

Pero en realidad estábamos empezando la aventura y lo que de verdad nos preocupaba a todos era que los apartamentos donde nos alojábamos fueran rebautizados en breve como Tieso’s Inn. Así que una vez iniciada la estrategia descrita anteriormente y procesadas unas cuantas jornadas de toma de números, empezamos a ver con mucho alivio y mayor alegría que algunas ruletas despuntaban en la dirección que esperábamos. Es cierto que no tantas como estábamos acostumbrados, y además se adivinaba un tipo de ventaja menor con la que solíamos jugar, pero hicimos las cuentas y comenzamos a sentirnos tranquilos, dado que veíamos que en Las Vegas podíamos llegar a hacer negocio. Como el que mete el pie en el agua fría, empezamos a jugar en alguna mesa para sentir el vértigo de trabajar en lugares desmesurados como son esos casinos, y de a poco, empezamos a ganar algún dinero.

En medio de todo esto, entablamos relación con gente de la ciudad que nos dieron ese calor que te ayuda a sentir que no eres un turista, sino que de alguna manera estás viviendo allí. Ellos fueron los que nos transmitieron las claves necesarias para entender desde dentro los hábitos de los ciudadanos en general y de los trabajadores de los casinos en particular. El primero en aparecer fue Ever, un gran amigo peruano de la zona de Cuzco que estaba a punto de conseguir la nacionalidad estadounidense. Él mismo trabajaba en un casino llamado Río, así como su hermana Mili y la madre de ambos, que trabajaban en el Montecarlo. También contactamos con Toto Zara, un músico de origen navarro que tocaba todas las noches en el Mirage y que nos presentó a su hermano Marino, que estaba muy relacionado con diversos negocios en algún casino como el Hilton o el Caesar’s Palace.

Aprendimos a pensar como ellos y, sobre todo, como los directivos de los casinos con los que habitualmente se relacionaban. Descubrimos con cierta alegría que existían numerosos gerentes (algunos muy reputados en la ciudad) que eran latinos y que trabajaban muy cerca de esa comunidad con la que nos permitíamos soñar que alguna vez acabaríamos negociando algún acuerdo. Al mismo tiempo, no dudamos en visitar otro tipo de ambientes, como eran las tiendas de libros de profesionales o la universidad de la ciudad. Como ya nos había descrito mi padre, en aquellas pudimos comprobar que si había algún centro de la inteligencia jugativa mundial, ése era Las Vegas. Cientos y cientos de libros aparecían ante nuestros ojos, así como numerosas anécdotas de aquellos libreros que tenían perfectamente asumido el callo que da pasar tu vida entablando relación con un espécimen tan peculiar como son los jugadores profesionales. Obviamente ellos también lo eran, y aquellas librerías constituían una especie de capricho de unas personas que sin duda amaban el juego inteligente. Una vez más, comprobamos que sobre la ruleta no se había escrito nada demasiado serio, ya que no existía allí una cultura de profesionalidad alrededor de aquel juego, pero sí conseguimos dar con un libro algo perdido de unos universitarios de la zona de Chicago, que apuntaban buenas maneras en la dirección de nuestro sistema. Lo de ellos estaba muy verde, pero nos parecía encomiable que a tantos kilómetros de distancia y sin relación alguna se pudiera haber producido una sinergia tan exacta.

Y hablando de universidades, la de Las Vegas era muy peculiar, pues aparte de ser más o menos como cualquier otra de aquel país, tenía diversas líneas de estudio donde se desmenuzaban aspectos incógnitos del mundo del juego. Existían clases de empresariales, de marketing, de economía e incluso de ciencias políticas imbricadas con ese mundo. Prueba de ello es un magnífico manual que compramos escrito por un catedrático de matemáticas donde se aunaban profundos conocimientos tanto de estadística como de práctica en el juego, con técnica empresarial aplicada para quien quisiera abrir un negocio que a priori parece tan lucrativo como son los casinos.

A medida que íbamos ampliando conocimientos en distintas disciplinas relacionadas con aquel negocio, fuimos comprendiendo que aquello era bastante más abarcable de lo que en la distancia podía parecer, y decidimos que había llegado el momento de empezar a jugar en serio en los casinos que teníamos preparados. Aunque el sistema seguía siendo igual, los resultados se mostraron bastante desiguales, debido a que la información con que contábamos no era suficiente para estar seguros de la bondad de las ruletas, pero la media mostraba a las claras que merecía la pena. En el camino, nuestra obsesión era que no nos descubriesen aplicando nuestro sistema, ya que ingenuamente pensábamos que si en algún casino detectaban lo que hacíamos, podían correr la voz e inutilizarnos en todos los demás. No tardamos en darnos cuenta de que eso era una tontería, pues los casinos americanos están demasiados acostumbrados a enfrentarse a jugadores profesionales como para hacer de nuestro caso algo especial, y además porque existe una fuerte competitividad entre ellos que dificulta que se transmita ninguna información sea positiva o negativa. El caso es que jugamos en prácticamente todos los casinos que anteriormente he enumerado y en algunos aguantaron el tirón hasta el último momento. Mientras, otros nos sorprendieron cambiando las ruletas, quizá por nuestro acoso o quizá por rutina. En ningún caso tuvimos algún tipo de altercado o aviso por parte de nadie, y jugar allí fue un placer desde el punto de vista del jugador que no quiere que se fijen demasiado en él.

En Las Vegas no existen prácticamente límites a la hora de apostar, ya que cuentan con mesas donde puedes jugar alegremente un millón de dólares al pleno, o por el contrario, otra donde el mínimo son dos dólares. Nosotros optamos por las mesas más humildes, puesto que pudimos comprobar que el anonimato se acaba en el momento que pretendes jugar algo fuerte. Existe un curioso sistema de fidelización en todos los casinos de aquella ciudad, que te devuelve en regalos y atenciones un porcentaje del dinero que te has jugado y, por supuesto, mientras más fuerte juegas, más atentos están a tu juego. Y es que además de ser un sistema competitivo para evitar que los clientes opten por cruzar la calle y elegir entre unos cuatro o cinco casinos diferentes, es también un sistema de control donde, a la hora de darte regalos, aprovechan para ficharte, estudiarte y seguir a partir de ese momento tus pasos dentro del casino. Pero no todo lo que captamos de este sistema nos trajo un aroma policial ya que, gracias a nuestro incombustible ritmo de juego, en una ocasión conseguimos que un casino nos regalase dos carísimas entradas para asistir a un combate de boxeo en el que Mike Tyson desarboló por rotundo KO a un tal Seldon en el tiempo récord de un minuto trece segundos. No podemos negar que aquello nos impresionó muchísimo, y desde luego tomamos buena nota del evento para estar preparados y así evitar que los casinos de la ciudad practicaran con nosotros lo que aquel animal de Tyson le hizo a aquel pobre diablo.

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