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Authors: Oscar García Pelayo

Tags: #Ensayo, #Biografía

La fabulosa historia de los pelayos (29 page)

BOOK: La fabulosa historia de los pelayos
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No se puede negar que las partidas respiran un aire de virtualidad algo distanciada, pero a la hora de cobrar las ganancias mediante cheques enviados desde sitios como Los Ángeles o Chicago, esto es absolutamente en crudo. Es posible que en algún momento de la lectura del presente libro se advierta que aflora esa exagerada tensión que se produce en momentos tan claves como es el apostar con un full en la mano sospechando que el de Wellington pueda tener un póquer de dieces, pero les aseguro que lo que sí se nota es ese momento de tensión que asoma cuando de manera certificada el cartero te endilga uno de aquellos talones procedente de lejanas tierras.

El caso es que entre cheque y cheque, y algún que otro viaje a Tánger o San Petersburgo, de pronto una noche cenando con unos amigos, Jimena y su marido Joaquín nos insistían:

—Pero de verdad que no me puedo explicar cómo todavía nadie os ha propuesto escribir un libro —nos decía Jimena.

—La verdad es que alguna vez se ha comentado algo de eso, pero nunca demasiado en serio. Es decir, nunca con dinero de por medio —le contestó mi padre.

—Tal vez pueda hacer algo por ese libro —nos animó.

A los pocos días recibimos una llamada de una editorial para proponernos un trabajo al respecto.

Nos cuidamos mucho de no trajearnos demasiado y acudimos a esa cita. Allí estaban Rosa y Alberto, que con una sorprendente naturalidad nos hicieron sentir como si ése fuese nuestro negocio de toda la vida. Pasados muchos minutos hablando de lo divino y de lo humano que suele ser todo, empezamos a adentrarnos en el tema.

—A nosotros nos interesa mucho vuestra historia, pero no sólo en la parte correspondiente a la técnica y el sistema de juego, sino también en la vital —comentó Rosa.

—Eso parece interesante, pero de lo que realmente estamos seguros es de ser capaces de desarrollar lo primero, ya que por ejemplo ahora estoy trabajando en un nuevo sistema informático sobre el póquer para enviárselo a Juan Carlos, el campeón del mundo que se encuentra en Las Vegas —le contestó mi padre.

Ciertamente se hace difícil pensar que de golpe y porrazo te vas a ventilar doscientas páginas así como así, y no es mala idea aliviarse de alguna manera. —Yo creo que vosotros podéis hacerlo. Por supuesto siempre dentro de una propuesta estrictamente profesional que debe ir acompañada de un contrato —apuntó Alberto.

—El dinero no es lo que realmente buscamos. Lo que queremos es mostrar convenientemente nuestra obra y tener la posibilidad de desarrollar otras posteriores —le contesté con rapidez y poca soltura.

Alberto debió de pensar en ese mismo instante que menudo peligro tenían aquellos dos tipos que se había buscado. Pero la verdad es que mi padre y yo nos dimos cuenta enseguida de que estábamos diciendo demasiadas tonterías, al menos para una primera cita, por lo que unos y otros empezamos a desparramar refiriéndonos de nuevo a la humanidad de muchos y a la excelsa divinidad de unos pocos literatos, que debían ser a partir de entonces guías espirituales de nuestra futura obra. Concluimos que los sistemas científicos, sobre los que también estuvimos hablando apasionadamente, deberían adjuntarse al final del libro a modo de anexos técnicos, que el lector habitual no tendría ninguna obligación de leer. Incluso sería casi aconsejable que no lo hicieran («va a ser algo duro de tragar», decía mi padre). Bromeamos sobre la posibilidad de crear un premio al lector que fuese capaz de tragarse los tres en el mismo día. El resto, lo dejamos todo abierto para una segunda cita que se produjo justo después del verano.

Para entonces nos dimos cuenta de que sorprendentemente nos encontrábamos inmersos en un entorno que no era nada habitual cuando se habla de creación y cultura; todo estaba repleto de buen rollo y de dinero. Pero lo que no teníamos tan claro es que por ese camino fuésemos a tener un libro. Por eso se decidió trasladar ese buenísimo ambiente al ámbito tanto telefónico como al de los correos electrónicos, para así asentar un plan de trabajo que nos diese algo de esperanza de poder llegar a tiempo a las fechas propuestas para el lanzamiento del libro. Por fin habíamos llegado a la meta de circunscribir el grueso de nuestro entorno de trabajo al siempre cómodo terreno de lo virtual, y como mucho de lo telefónico que permitía numerosas fantasías y evasiones.

—Espero que el libro pueda interesarle a cualquier persona relacionada con el juego —opinaba mi padre.

—Pero lo que de verdad va a tener tirón es para ese tipo de gente a la que le gustan los libros de acción y los viajes de aventuras —intentaba sumar, asumiendo cierto desliz poético, algo impropio en mí hasta ese momento.

—No hay que olvidar que es un producto perfecto para las grandes superficies y los aeropuertos —añadía inteligentemente Rosa por el teléfono, poniendo las cosas en su sitio.

—Dios proveerá —acababa apuntando Alberto, claro está, también por teléfono.

Quién sabe cómo y dónde acabará esta excitante aventura que de nuevo se abre en el horizonte de los Pelayos. Y quién sabe si además se llegará a realizar esa película que tantos amigos predicen, si se le conseguirá dar forma a ese gran reto que quedó pendiente con algún casino de Las Vegas, o el Taj Mahal de Atlantic City, para plantear una especie de combate concertado y televisado, o si por fin se terminará de organizar un reportaje especial que una productora mantiene, desde hace casi un año, que sería de mucho interés para el gran público.

Pero pase lo que pase, por fortuna parece que aún queda recorrido. Cierto es que las cosas han cambiado muchísimo desde los principios. Ya no existe flotilla, ni secretos, ni siquiera enemigo visible al que batir. Ahora las cosas vienen más concertadas, más integradas en el cuerpo social e incluso en el de la policía. Además, gozamos de cierta fama popular y, sobre todo, de un mayor conocimiento del negocio, que permite que las nuevas aventuras sean ya de otra manera.

La flotilla se fue disolviendo básicamente por una sola palabra: compromiso. El estado continuo de libertad a la larga es doloroso, y la falta de compromiso a medio y largo plazo puede llegar a ser desconcertante. A lo largo del camino, la realidad se fue imponiendo a la realidad, pero esta última estaba en estado crudo y difícil de masticar. La necesidad de someterse a ciertas reglas fue apareciendo en el alma de muchos que parecían querer escuchar a sus consortes cuando insinuaban: «Digo yo que no nos habremos casado por afán de aventuras, ¿no?».

En poco tiempo, muchos de nosotros entendimos perfectamente algunas cuestiones, como lo rentable que puede llegar a ser vivir en sociedad apoyándose en diversos convenios y pactos, el lenguaje de las palabras dichas habiéndolas pensado muy mucho, el significado definitivo de las corbatas o aquel pensamiento estratégico que es siempre tan integrador.

También es cierto que en casi todos los casos han ido apareciendo, gracias a un proceso de nuevo mestizaje fruto de la unión entre crupieres y profesionales del juego, unas estupendas parejas que han acabado por otorgar bastante más equilibrio que incluso el que proporciona una de ases. Con el apoyo de éstas se ha ido creando un nuevo estatus muy enriquecedor, aunque bastante diferente a todo lo que era «hoy estar aquí y mañana Dios sabe dónde», y en función de ellas se ha ido madurando y creciendo juntos, asistiéndose en cada paso y acudiendo ante cualquier traspié al arte del «después te lo explico» si así hiciese falta.

En cambio, mi padre, que entre muchas otras cosas además de haber sido director y productor de música, cine, y televisión, apoderado de toreros, viajero empedernido o periodista en distintos medios de comunicación, por fin ha conseguido llegar a ser lo que siempre quiso: nada de ninguna cosa y un poco de casi todo.

Pertrechado con el batín que le ha sido fiel compañero durante al menos los últimos veinte años, se sienta todos los días frente al ordenador, haciendo gala de una juventud que los demás ya no tenemos en demasía y por allí pasan sus nietos y sobrinos-nietos, a los que recibe siempre con gran alegría y alborozo, contesta que sí a casi cualquier cosa que se le pregunta, sigue viajando y viajando (¡islas Feroes!), juega con mi hermano Pablito, le enseña cosas de la vida y de las cartas a mis hermanos Óscar y Guzmán, escribe este libro y realiza montones de cosas más, al mismo tiempo que se las ve con temibles jugadores de póquer de aquí y de allá.

¡Ah!, y por supuesto en situaciones difíciles siempre acude al muy sabio, difícil de poner en práctica y cuasi místico arte de la liberación personal, todo ello centrándose plenamente en la única actividad que al día de hoy sigue interesándole practicar: Vivir… Bueno… disculpen el lapsus, quería decir: Jugar.

ANEXOS TÉCNICOS
I. SISTEMA DE RULETA

Lo que aquí sigue es sólo aplicable a ruletas con defectos físicos que llamaremos tendencias. No hay un sistema posible con base únicamente matemática: no funcionan las martingalas de ningún tipo como esperar una serie larga de rojas para luego jugar a negras, ningún sistema basado en ir aumentando o disminuyendo la cantidad de apuesta funciona. Tampoco funciona el sistema descrito en el libro Trece contra la banca basado solamente en cálculos matemáticos. Los únicos sistemas que funcionan han de tener una base física, como el que desarrollaremos, o el que calcula la distancia que la bola va a recorrer una vez que ha sido lanzada por el crupier (balística) con la dificultad de tener que jugar las fichas después de esta acción y antes del «no va más» que queda a discreción del casino. Es importante quedarse con la idea de que el único sistema que funciona es el que se pone en práctica sobre una mesa que tenga un cierto defecto físico, una tendencia.

Para detectar una posible tendencia en una ruleta, al no poder disponer de ellas para hacer mediciones físicas, tenemos que recurrir al análisis estadístico de su comportamiento y aquí sí hay que utilizar las matemáticas.

Es necesario investigar si una ruleta tiene un comportamiento que se sale del esperado en una máquina perfecta y para ello hay que conocer cómo funcionaría a la perfección. Para ello creé el concepto del «positivo» que es la cantidad de veces que un número sale por encima de su expectativa. Si en 36 tiradas un número sale una vez, no hará ni positivo ni negativo. Si sale dos veces tendremos un positivo (+1), si tres, dos positivos (+2), etc. Si no sale ninguna nos encontramos con un negativo (–1). Todo esto es referido a la cuenta del dinero que se apuesta no de su auténtica probabilidad que, es realmente salir una vez de cada 37 tiradas.

¿Cuántos son los positivos que puede llegar a tener un número en una cierta cantidad de tiradas en una ruleta absolutamente perfecta? O lo que es lo mismo, y aquí viene la pregunta clave para el juego y para tantas cosas: ¿Cuáles son los límites de la suerte?

Construí un programa de ordenador que emulaba una ruleta absolutamente aleatoria, es decir, sin ninguna tendencia, y simulé millones de tiradas. Deduje que necesitaría cuanto menos 2.000 pruebas diferentes por cada segmento de números de bolas tiradas, y estos, siempre aumentaban de 100 en 100. Por ejemplo, para el segmento de 1.000 bolas tuve que realizar dos millones de muestras y así, en cada nuevo bloque, había que volver a efectuar tantas pruebas como diese la multiplicación de dicho bloque por los dos mil experimentos necesarios. Veamos:

Analicemos el cuadro con cuatro cantidades diferentes de bolas tiradas.

Si solamente hemos tomado un muestreo de 300 tiradas podemos ver que lo normal es que la suma de positivos (es decir las veces que han salido de más aquellos números que lo han hecho por encima de la media establecida de una vez de cada 36 tiradas) es de alrededor de +37. Démosle otra vuelta al asunto. Si se han tirado 300 bolas cada número tiene que haber salido 300/36 = 8,33 para no ir perdiendo. Eso quiere decir que los que hayan salido 8 veces van perdiendo un poco y los que lo hayan hecho 9 van ganando algo. Si un número ha salido 14 veces está claro que llevará 14 – 8,33 = 5,67 que expresaremos abreviadamente como +5. Supongamos que esto mismo les ha ocurrido a otros seis números que sumaran un total de 5,67+5,67+5,67+5,67+5,67+5,67+5,67 = 39,69. Como ningún otro número ha salido por encima de las ocho veces diremos que los positivos totales de esa mesa en 300 bolas son +39. Podemos decir que la mesa está algo por encima de la media aleatoria (+37) pero lejos del límite blando que se sitúa en +46.

¿Qué es el límite blando? Hasta lo máximo que han llegado el 95% de las 2.000 pruebas. Sólo el 5% de las veces se ha pasado de esa cantidad de positivos, luego podemos afirmar que es difícil pasar el límite blando pues esto sólo ocurre ese 5% de las veces por pura suerte en una ruleta aleatoria y sin ninguna tendencia.

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