La fórmula Stradivarius (28 page)

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Authors: I. Biggi

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: La fórmula Stradivarius
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—¿Qué me dice sobre la capacidad para predecir el futuro, las curaciones milagrosas, incluso la suerte de las batallas?

—El sentido de la Cábala es más profundo y global que todo eso —repuso el rabino—. Lo más interesante de la Cábala, lo que ésta nos enseña, es la armonía, el equilibrio con la naturaleza, el Orden en el Universo. Ciertamente hay fórmulas empleadas en la Cábala en determinadas ceremonias. Algunos charlatanes han pervertido la Cábala usándola como si fuera una vulgar magia para los crédulos, al igual que hacen los adivinos y echadores de cartas que se anuncian en los periódicos. Pero lo principal está en el interior de cada uno, en su relación con el resto del Universo. Esas enseñanzas son las que los
mekulin
, o cabalistas como dice usted, tratan de trasmitir a los profanos.

—Veo que no niega los poderes sobrenaturales —apuntó el inspector.

—Lo que digo es que esos supuestos poderes no son relevantes —repuso Menasés sin caer en la trampa.

—Me da la impresión de que ha simplificado mucho —dijo meditativo el inspector—. En todo caso me ha bastado para hacerme una idea de su complejidad.

—Es necesaria más de una vida para entender por entero la Cábala.

—Lo creo. Cambiando de tema, dígame una cosa —preguntó Herrero frunciendo las cejas y sonriendo—. ¿Qué pretendía hacer prendiendo fuego a un instrumento de madera?

—Impedir que caiga en malas manos —contestó Menasés sin pensárselo—. Un solo instrumento que falte y la cadena se romperá.

—Lo único que casi consigue es terminar en comisaría. Gracias a Dios, su propietario no deseaba poner una denuncia, aunque el director del Teatro Real quería mandarlo a usted a galeras.

—Hubiese merecido la pena.

—No sé —repuso Herrero, rascándose la barbilla—. El caso es que ha costado convencer a aquel hombre de que olvidara el incidente. Fíjese, con la descripción que nos daba: ¿cómo íbamos a localizarlo? Un anciano desprovisto de pelo, todo vestido de negro y con un sombrero de ala ancha. Esto es Madrid. ¿Cómo esperaba que lo encontráramos?

—Gracias, inspector.

—Olvídelo. Sólo quiero que me prometa que no volverá a cometer una locura semejante.

—No puedo —contestó el rabino, mirando directamente a los ojos del policía—. Ha investigado sobre mí. Sabe lo que he hecho a lo largo de mi vida. No puedo prometérselo. Lo siento.

—Bueno. La verdad es que esperaba algo así. Por cierto, antes de que se me olvide, tengo noticias para usted. Tenía razón con lo de el Mesías, pero para confirmarlo he tenido que pedir un favor especial. Por lo que se ve, es una información altamente confidencial, así que no sé si querrá contarme cómo lo supo. Lo mismo que lo del violín de Tsaldharis, también tenía usted razón.

—Ya se lo dije. Llevo años siguiendo la pista a esos instrumentos.

—Sí, claro. Pero resulta demasiado vago. Creo que tendrá que especificar un poco más. Pero eso no es todo. He mirado el resto de los nombres de la lista. El primer instrumento debería haber sido fabricado en 1690, ¿no? Usted tenía varios candidatos. Si no recuerdo mal son el Ayleford, el Toscano y el Bingham. Puede tachar los dos últimos. Robaron hace casi un año el Ayleford y no ha vuelto a aparecer.

—¿Así que el violonchelo Ayleford es Rubén o Ianuarius? Hubiese apostado por el Toscano. En fin, el caso es que ya les falta uno menos.

—Dos menos. Hace unos días han robado en Lisboa, en el Museo de la Música, el Chevillard. Aún no se ha difundido la noticia porque la policía portuguesa quiere tratar de encontrarlo antes de que se sepa. Unos tipos malos, con unos antecedentes como para llenar un libro, aparecieron muertos en una ciudad al norte de Portugal. El asesino o asesinos eran profesionales. Parece bastante probable que estuvieran tratando de vender el violín y los mataran.

—Eso quiere decir que el Greville y el Burmester no son Zabulón, alias October —dijo el rabino consultando el papel arrugado que guardaba.

—He estado preguntando por los hombres que usted me dijo —comentó Herrero—. Según la Interpol están todos muertos desde hace bastantes años.

—Ya se lo había dicho —contestó Menasés, mientras se metía el papel doblado en el bolsillo interior del abrigo.

—Sí, es verdad que me lo dijo —repuso el inspector, agitando la mano como para quitar importancia al asunto—. Por si acaso consulté mis propias fuentes: Oswald Dönitz, el matemático y musicólogo, murió en Marbella hace dos años, protegido por las autoridades españolas, de lo que no me siento orgulloso, de un derrame cerebral tras permanecer mucho tiempo como un vegetal a consecuencia del Alzheimer que padecía.

—No puedo decir que lo lamente.

—Me lo imagino. Sobre los otros tres no he logrado saber nada. De todas formas, Friedrich Hielscher, si sigue vivo, sería demasiado mayor para estar detrás de todo esto, ¿no le parece? Yo lo descarto.

—Puede que tenga usted razón, Pablo —repuso tras meditar el rabino—. Lo que nos deja sólo dos sospechosos: Friedrich Schäuble, el físico, y Martin Eichhorts, historiador y teólogo.

—No necesariamente. ¿No me dijo que la sección estaba compuesta por más científicos? ¿Y ha pensado en la posibilidad de que uno de ellos confiase el secreto a alguien más joven de su confianza?

—Lo he pensado. Muchas veces. Pero creo que es uno de ellos el que está al frente de la operación. No se fiarían de nadie.

—Menasés, ¿por qué no me cuenta toda la historia desde el principio?

—El principio —dijo ensoñadoramente el rabino—. Le contaré cómo llegué yo a enterarme de la existencia de la operación Bifrost. Como ya le dije, los aliados, después de destruir el Tercer Reich, el tercer imperio tras los de Carlomagno y Guillermo I, incautaron toda la documentación de los nazis. Aquello que les interesaba se lo quedaron y el resto se lo dieron a los Archivos Yad Vashem de Israel. ¿Se acuerda? Vale, éstos nos entregaron copias de estos expedientes al Centro de Documentación Judía, creado por Simon Wiesenthal, por si, gracias a ellos, podíamos atrapar a algún nazi fugado.

»De esta manera llegó a mis manos una requemada carpeta de cartón en cuya portada se podía leer Operación Bifrost, nombre que los antiguos escandinavos daban al arco iris, al que consideraban un puente para unir el reino de los dioses con el nuestro.

»Así que tenía en mi poder la documentación de una operación integrada en el Proyecto Asgard, del que ya estábamos al corriente, pues conocíamos los estudios sobre el Grial, el Arca de la Alianza, los atlantes y demás, que estaban llevando a cabo los nazis. Pero ¿qué era la Operación Bifrost? Estaba claro que una nueva forma de dar con el mundo de los dioses pero ¿en qué consistía? La documentación era escasa y fragmentaria. Resultaba prácticamente imposible sacar algo en claro.

»Encontré una autorización para llevar a cabo unas excavaciones a las afueras de la ciudad italiana de Cremona, pero en la que no se detallaba los motivos. También tenía una lista con los doce nombres de los meses en latín adjuntos a unos años, en orden ascendente. Con esto poco se podía hacer y lo aparqué en favor de otras investigaciones más adelantadas. Sin embargo, siempre que tenía que interrogar a algún antiguo prisionero de guerra que hubiese estado preso en la Italia de Mussolini, le preguntaba si sabía algo de unas excavaciones a las afueras de Cremona. Un par de veces tuve suerte, en parte, pues encontré a antiguos presos que trabajaron en ellas, pero sólo supieron decirme que buscaban entre los antiguos osarios un libro. ¿Cuál? No lo sabían.

»Un día, por fin, la suerte me sonrió. Un maquis detenido por el ejército fascista recordaba bien las excavaciones, en las que había trabajado. Este combatiente había oído hablar a los nazis desplazados allí de cierto objeto al que llamaban Heimdallr. Según este prisionero, las excavaciones terminaron el día que encontraron una estropeada Biblia enterrada entre los huesos. En el interior de esta Biblia, que los nazis se apresuraron a llevarse, el prisionero que la había encontrado pudo leer un nombre: Antonius S. No volvieron a ver a los nazis y los carceleros les ordenaron volver a enterrar las montañas de huesos profanados. A mí me sonaba Heimdallr. No tardé en comprobarlo: era el dios que protegía la entrada al Bifrost para que nadie entrara sin haberlo merecido. Era la llave al reino de los dioses.

»Ya sabía qué buscaban los nazis en Italia, pero seguía sin saber por qué lo buscaban ¿Quién era Antonius S.? Esta nueva incógnita tardó meses en despejarse. Un antiguo compañero de barracón, con el que solía quedar de vez en cuando para hablar, me apuntó la posibilidad de que el propietario de la Biblia fuera Antonius Stradivarius. Según mi amigo, Stradivarius había sido enterrado en una iglesia de Cremona y, cuando derribaron la iglesia, sacaron todos los esqueletos y los sepultaron en una fosa común a las afueras de la ciudad. Pero ¿por qué iban los nazis a buscar la Biblia de un antiguo
luthier
, por mucho que hubiese sido el mejor artesano de todos los tiempos? Por el barniz, me dijo. Yo no entendía de qué me hablaba: ¿el barniz? Me contó la leyenda que afirma que Stradivarius había sido enterrado con su Biblia, en la que estaba escrita la fórmula secreta de la composición de su barniz, gracias a la cual la calidad de sus violines no había podido ser superada aún. ¿Era Heimdallr la fórmula del barniz? Sin duda podía ser muy valiosa, pero ¿qué tenía que ver con el reino de los dioses? ¿Lo aburro, inspector?

—En absoluto —repuso Herrero, que jugueteaba con su sombrero—. Imagino que la Biblia en cuestión tiene alguna relación con los violines robados.

—Así es, aunque yo en ese momento no tenía la menor idea. Investigué la vida de Antonius Stradivarius para ver si hallaba alguna pista y tuve suerte. Verá, Stradivarius había entrado en la profesión como aprendiz del mejor
luthier
que había entonces, Niccolò Amati, y permaneció a su lado aun después de que su fama ganara a la del maestro. Pero, de pronto, un día se estableció por su cuenta. Y no sólo eso, sino que se compró una casa de tres pisos con taller y secadero, algo sin duda muy difícil para un hombre casado y con hijos sin un respaldo económico fuerte. Además, empezó a hacer la competencia a su mentor, algo que éste no podía consentir. Sin embargo, Amati no pudo hacer nada contra su ex alumno, ¿por qué?

—¿Porque había encontrado un patrocinador poderoso que le ofreció protección y dinero con el que independizarse? —sugirió Herrero.

—Exacto, don Pablo. Eso mismo pensé yo. ¿Y quién era ese poderoso desconocido y cuál era el motivo por el que se había convertido en mecenas de Stradivarius?

Herrero aguardó a que el rabino continuara con el relato.

—Entiendo que no lo ha podido averiguar… —dijo cuando resultó evidente que Menasés no iba a hablar.

—No, no he logrado averiguarlo —admitió con un suspiro el anciano—. Aunque creo que no es lo más importante en este momento.

—Usted piensa que, fuera quien fuese, proporcionó a Stradivarius la clave para acceder al Bifrost, clave que éste escondió de alguna manera en esos doce instrumentos, ¿no es así?

—En efecto. Stradivarius comenzó a trabajar muy joven, como todos los aprendices. Sería prácticamente un analfabeto. Alguien le tuvo que instruir sobre la clave.

—Menasés, no se ofenda, pero usted es cabalista, algo que como ha reconocido, tiene un fuerte componente esotérico. Quizá para usted todo esto tenga algún sentido, pero vivimos en la era de la razón. Ya no se quema a las brujas, simplemente se las relega a los anuncios por palabras o a las consultas televisivas a altas horas de la madrugada.

—Le entiendo, inspector —contestó el rabino asintiendo—. Sé que usted ve paralelismos entre mi especialidad y la idea nazi. Los dos buscamos, de formas diferentes, alcanzar a un Dios que consideramos propio. Tratamos de encontrar la fórmula para establecer contacto con una entidad superior que se muestra inalcanzable, de la que nos separamos al principio de los tiempos por nuestros pecados. Pero nosotros lo hacemos mediante el estudio, con el fin de alcanzar la gracia para toda la Humanidad. Ellos lo hacen desde la perversidad, para eliminar a las demás razas, a las que consideran inferiores.

Herrero mantuvo un pensativo silencio mientras se rascaba el mentón.

—¿Cómo relacionó usted todo esto con los instrumentos? —preguntó al cabo.

—En la lista de los meses en latín con las fechas adjuntas, venían los nombres en alemán de dos instrumentos requisados a músicos judíos durante la guerra, que fueron devueltos a las familias de sus propietarios al finalizar el conflicto. Los comparé con los fabricados por Stradivarius y las fechas, y coincidían. También encontré una correlación muy antigua, en la documentación nazi, entre los nombres en latín y los que posteriormente les había dado Stradivarius. No me costó esfuerzo darme cuenta de que coincidían con los nombres de las doce tribus de Israel, los hijos de Jacob, aquel que, como ya sabe, soñó con la escalera al Cielo, el Bifrost.

»Sin saber cuál era la clave, ya tenía más o menos cuáles eran las intenciones de los nazis, así que hice una lista con todos los instrumentos fabricados por Stradivarius en los años que venían en la documentación y fui estudiándolos uno a uno, hasta acortar la lista. Como ya ha visto usted, algunos han sido comprados, otros robados y los hay que han sido suplantados. Todos coinciden.

—Y algunos otros que no coinciden también han desaparecido. No lo olvide.

—No me lo estoy inventando, inspector.

—Póngase en mi lugar —dijo el policía sin retirar la mirada—. ¿Usted qué pensaría?

—¿Que estoy hablando con un loco?

—Lo ha dicho usted, no yo —señaló Herrero encogiéndose de hombros.

—Por eso traté de quemar el Piatti. Usted se resiste a creerme. Yo le ofrezco credibilidad, la historia no, ¿me equivoco? Pero, mientras, el tiempo se agota y no les quedan más que dos instrumentos por conseguir.

—¿A qué se refiere con eso de que el tiempo se agota?

—Verá —contestó el rabino cogiendo aire—. Este año el solsticio de invierno será el día veintidós de diciembre. A lo largo de la historia todas las culturas han celebrado este día mágico en el que la naturaleza renace. La mitología germana no ha sido una excepción y como sabe los nazis se apoyaron en ella para sus planes.

—¿Quiere decir con eso que para entonces deben estar en posesión de los doce instrumentos?

—Así es. Y, como verá, no queda mucho tiempo.

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