La gaviota (6 page)

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Authors: Antón Chéjov

Tags: #Clásico, #Drama, #Teatro

BOOK: La gaviota
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(Trigorin escribe en su cuadernito.)

A
RKÁDINA
.— ¿Qué escribes?

T
RIGORIN
.— Esta mañana he oído una expresión bonita: «Virginal pinar…». Me será útil.
(Se estira.)
Así pues, ¿nos vamos? Otra vez vagones, estaciones, cantinas, chuletas, conversaciones…

S
HAMRÁIEV
.—
(Entra.)
Con profunda pena, tengo el honor de comunicarles que el coche está preparado. Es hora ya, muy respetable señora de dirigirse a la estación; el tren llega a las dos y cinco. Así pues, Irina Nikoláievna, hágame esa merced, no se olvide de preguntar dónde se encuentra ahora el actor Súzdaltsev, si vive, si goza de buena salud. En otro tiempo, bebimos juntos, en más de una ocasión… En
El asalto del correo
era inimitable… Recuerdo que entonces, en Elisavetgrado, actuaba con él el trágico Izrnáilov, también una gran personalidad… No tenga prisa, mi muy respetable señora, aún puede esperar cinco minutos. Una vez, en un melodrama, hacían de conspiradores, y cuando, de pronto, les echaron el guante, había que decir: «Hemos caído en la trampa» pero Izmáilov dijo: «Hemos caído en la tampra»…
(Ríe a carcajadas.)
¡Tampra!…

(Mientras él habla, Yákov se ocupa de las maletas; una doncella trae a Arkádina el sombrero, el guardapolvo de viaje, la sombrilla y los guantes; todos ayudan a Arkádina a prepararse. Por la puerta de la izquierda se asoma el Cocinero, quien unos instantes después avanza indeciso. Entra Polina Andréievna, luego entran Sorin y Medvedenko.)

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.—
(Con una cestita.)
Aquí tiene usted ciruelas para el viaje… Son muy dulces. Quizá le apetezca golosinear un poco…

A
RKÁDINA
.— Es usted muy buena, Polina Andréievna.

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.— ¡Adiós, querida mía! Si algo no hemos hecho bien, perdónenos.
(Llora.)

A
RKÁDINA
.—
(Abrazándola.)
Todo ha estado bien, muy bien. Sólo que no se ha de llorar.

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.— ¡El tiempo nuestro se va!

A
RKÁDINA
.— ¡Qué le vamos a hacer!

S
ORIN
.—
(Llevando abrigo con esclavina; con sombrero y bastón; entra por la puerta de la izquierda y atraviesa la escena.)
Hermana, ya es hora; no sea que, al final, lleguemos tarde. Voy a tomar asiento.
(Sale.)

M
EDVEDENKO
.— Yo iré andando hasta la estación… a despedirles. Me daré prisa…
(Sale.)

A
RKÁDINA
.— Hasta la vista, queridos… Si tenemos vida y salud, el próximo verano volveremos a vernos…
(La doncella, Yákov y el cocinero le besan la mano.)
No os olvidéis de mí.
(Da un rublo al cocinero.)
Aquí tenéis un rublo para los tres.

C
OCINERO
.— ¡Mil gracias, señora! ¡Qué tenga feliz viaje! ¡Quedamos muy reconocidos!

S
HAMRÁIEV
.— ¡Nos haría felices si nos mandara una cartita! ¡Adiós, Boris Alexéievich!

A
RKÁDINA
.— ¿Dónde está Konstantín? Decidle que parto. Hay que despedirse. Bueno, no guardéis mal recuerdo de nosotros.
(A Yákov.)
He dado un rublo al cocinero. Es para los tres.

(Todos salen por la derecha. La escena queda vacía. Detrás de la escena, ruido, tal como suele producirse en las despedidas. La doncella vuelve para tomar de la mesa la cestita con las ciruelas y sale de nuevo.)

T
RIGORIN
.—
(Regresando.)
Se me ha olvidado el bastón. Me parece que lo he dejado en la terraza.
(Avanza y junto a la puerta de la izquierda se encuentra con Nina, que entra.)
¿Es usted? Partimos…

N
INA
.— Presentía que volveríamos a vernos.
(Agitada.)
Boris Alexéievich, he tomado una decisión irrevocable, la suerte está echada: me dedicaré al teatro. Mañana ya no estaré aquí, me voy del lado de mi padre, lo abandono todo, empezaré una nueva vida… Partiré, como usted… hacia Moscú. Allí nos veremos.

T
RIGORIN
.—
(Mirando en torno.)
Alójese en el Bazar Eslavo… Hágamelo saber en seguida… Calle de Molchánovka, casa de Grojolski… He de darme prisa…
(Pausa.)

N
INA
.— Todavía otro minuto…

T
RIGORIN
.—
(A media voz.)
Es usted tan hermosa… ¡Oh, qué felicidad pensar que pronto nos veremos!
(Nina apoya la cabeza sobre el pecho de Trigorin.)
Otra vez veré estos ojos maravillosos, esta tierna sonrisa de indescriptible belleza… estos dulces rasgos, expresión de angelical pureza… Querida mía…
(Un largo beso.)

ACTO CUARTO

(Entre los actos tercero y cuarto transcurren dos años.)

Uno de los salones de la casa de Sorin transformado por Konstantín Trepliov en gabinete de trabajo. A la derecha y a la izquierda, puertas, que conducen a habitaciones interiores. Enfrente, una puerta vidriera que da a la terraza. Además del mobiliario habitual de un salón, hay una mesa de escribir en un ángulo, a la derecha; junto a la puerta de la izquierda, un diván; hay un armario con libros, y libros en los alféizares de las ventanas y en las sillas. Anochece. Arde una lámpara con pantalla. Penumbra. Se oye el ruido de los árboles y el silbido del viento en las chimeneas. El guarda revela su presencia haciendo resonar el chuzo. Entran Medvedenko y Masha.

M
ASHA
.—
(Llamando.)
¡Konstantín Gavrílovich!
(Mirando a su alrededor.)
No hay nadie. El viejo no hace más que preguntar a cada momento dónde está Kostia, dónde está Kostia… No puede vivir sin él…

M
EDVEDENKO
.— Tiene miedo a la soledad.
(Escuchando con atención.)
¡Qué tiempo más horrible! Ya es el segundo día.

M
ASHA
.—
(Da un poco más de mecha a la luz.)
En el lago se forman olas enormes.

M
EDVEDENKO
.— El jardín está oscuro. Haría falta mandar que desmonten ese teatro del jardín. Ahí está, desnudo, horrible, como un esqueleto, y el viento hace batir el telón. Ayer, al pasar cerca de allí, de noche, me pareció que alguien estaba dentro, llorando.

M
ASHA
.— Vaya, hombre…
(Pausa.)

M
EDVEDENKO
.— Vámonos a casa, Masha.

M
ASHA
.—
(Mueve negativamente la cabeza.)
Pasaré la noche aquí.

M
EDVEDENKO
.—
(Suplicante.)
Masha, ¡vámonos! A lo mejor nuestro pequeñín tiene hambre.

M
ASHA
.— ¡Bah! Matriona le dará de comer.
(Pausa.)

M
EDVEDENKO
.— Me da pena. Es ya la tercera noche que no ve a su madre.

M
ASHA
.— Qué latoso te has vuelto. Antes, por lo menos, a veces filosofabas; pero ahora siempre me vienes con la misma canción: el pequeño, a casa, el pequeño, a casa, y no hay modo de sacar de ti otra cosa.

M
EDVEDENKO
.— Vamos, Masha.

M
ASHA
.— Vete tú.

M
EDVEDENKO
.— Tu padre no me dará el caballo.

M
ASHA
.— Te lo dará. Pídeselo y te lo dará.

M
EDVEDENKO
.— Está bien, se lo pediré. ¿Así pues, volverás mañana?

M
ASHA
.—
(Olisquea rapé.)
Bueno, mañana. Qué pesado.

(Entran Trepliov y Polina Andréievna; Trepliov trae almohadas y una manta; Polina Andréievna, unas sábanas; lo ponen todo sobre el diván; luego, Trepliov va a sentarse a su mesa de escribir.)

M
ASHA
.— ¿Por qué traen esto aquí, mamá?

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.— Piotr Nikoláievich ha pedido que le preparemos la cama en el gabinete de Kostia.

M
ASHA
.— Déjeme, la haré yo…
(Prepara la cama.)

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.—
(Suspirando.)
Los viejos son como los niños…
(Se acerca a la mesa de escribir y, apoyándose de codos en ella, mira un manuscrito; pausa.)

M
EDVEDENKO
.— Así pues, me voy. Adiós, Masha.
(Besa la mano a su mujer.)
Adiós, mamá.
(Se dispone a besar la mano a su suegra.)

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.—
(Molesta.)
¡Deja! Que Dios te guarde.
(Trepliov le tiende la mano sin decir palabra; Medvedenko sale.)

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.—
(Mirando el manuscrito.)
Nadie pensaba ni se habría imaginado que usted, Kostia, iba a convertirse en un verdadero escritor. Y ya ve, a Dios gracias, las revistas han comenzado a enviarle dinero.
(Le pasa la mano por los cabellos.)
Y también se ha vuelto hermoso… ¡Querido Kostia, mi buen Kostia, sea más amable con mi pequeña Masha!…

M
ASHA
.—
(Preparando la cama.)
Déjele, mamá.

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.—
(A Trepliov.)
Es tan buenecita.
(Pausa.)
Una mujer, Kostia, sólo necesita una cosa: que la miren con ternura. Lo sé por mí misma.
(Trepliov se levanta de la mesa y se va sin decir nada.)

M
ASHA
.— Le ha molestado. ¡Qué necesidad tenía de insistir!

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.— Me das pena, Másheñka.

M
ASHA
.— ¡La falta que me hace!

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.— Por ti tengo el corazón dolorido. Lo veo todo, ¿sabes?, todo lo comprendo.

M
ASHA
.— Estupideces. El amor sin esperanza sólo se da en las novelas. Tonterías. Lo único que hace falta es no abandonarse y no pasarse el tiempo esperando no se sabe qué, esperando que la mar se aparte… Si el amor anida en el corazón, hay que echarlo fuera. Verá, han prometido trasladar a mi marido a otra provincia. Cuando estemos allí, lo olvidaré todo… lo arrancaré del corazón de raíz.
(Se oyen las notas de un vals melancólico; llegan del interior, a través de dos habitaciones.)

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.— Kostia está tocando. Esto significa que se siente triste.

M
ASHA
.—
(Da dos o tres vueltas de vals en silencio.)
Lo importante, mamá, es no tenerle ante los ojos. Que concedan el traslado a mi Semión y allí, créame usted, en un mes olvidaré. Todo esto son pequeñeces.

(Se abre la puerta de la izquierda; Dorn y Medvedenko empujan el sillón en que está sentado Sorin.)

M
EDVEDENKO
.— En casa tengo ahora seis personas. Y la harina está a setenta kopeks el pud.

D
ORN
.— Y arréglatelas como quieras.

M
EDVEDENKO
.— Usted puede reír, usted tiene la bolsa bien repleta.

D
ORN
.— ¿La bolsa repleta? En treinta años de ejercicio, amigo mío, años intranquilos, durante los cuales no he tenido míos ni los días ni las noches, logré reunir tan sólo dos mil rublos y me los he gastado no hace mucho en el extranjero. No tengo nada.

M
ASHA
.—
(A su marido.)
¿No te has ido?

M
EDVEDENKO
.—
(Como si fuera culpable.)
¿Qué quieres que haga? ¡No me dan el caballo!

M
ASHA
.—
(Con amargo despecho, a media voz.)
¡Ojalá mis ojos no te vieran!

(Detienen el sillón en la mitad izquierda de la estancia; Polina Andréievna, Masha y Dorn se sientan cerca de él. Medvedenko, entristecido, se aparta.)

D
ORN
.— ¡Cuántos cambios hay aquí! De un salón han hecho un gabinete.

M
ASHA
.— A Konstantín Gavrílovich le resulta más cómodo trabajar aquí. Puede salir al jardín a meditar cuando quiere.
(Se oyen los golpes del guarda.)

S
ORIN
.— ¿Dónde está mi hermana?

D
ORN
.— Ha ido a la estación, a esperar a Trigorin. Pronto estará de vuelta.

S
ORIN
.— Si usted ha creído necesario hacer venir aquí a mi hermana, es que estoy enfermo de gravedad.
(Después de unos momentos de silencio.)
Bonita historia, estoy gravemente enfermo y no me dan ninguna medicina.

D
ORN
.— ¿Y qué quiere usted? ¿Gotas de valeriana? ¿Soda? ¿Quina?

S
ORIN
.— Vaya, otra vez filosofías. ¡Oh, qué castigo!
(Señalando el diván con la cabeza.)
¿Lo han preparado para mí?

P
OLINA
A
NDRÉIEVNA
.— Para usted, Piotr Nikoláievich.

S
ORIN
.— Gracias.

D
ORN
.—
(Canturreando.)
«Flota la luna por los cielos nocturnos…»

S
ORIN
.— Verán, quiero dar a Kostia un tema para una novelita, que deberá titularse «El hombre que ha querido»,
L’homme qui a volulu
. En otro tiempo, cuando joven, quería hacerme literato, y no lo hice; quería hablar con elegancia y siempre he hablado de manera espantosa
(Parodiándose:)
«y eso, eso es, así pues y así no»…, a veces, me he puesto a resumir, resumir… hasta quedar bañado en sudor; quería casarme y no me he casado; quería vivir siempre en la ciudad, y ya ven, acabo mi vida en el campo, eso es.

D
ORN
.— Quería llegar a ser consejero de Estado y ha llegado a serlo.

S
ORIN
.—
(Riéndose.)
Esto no lo buscaba. Vino por sí mismo.

D
ORN
.— Manifestar descontento de la vida a los sesenta y dos años, reconózcalo usted, no es generoso.

S
ORIN
.— ¡Qué tozudo! ¡Pero comprenda que se tienen ganas de vivir!

D
ORN
.— Esto es poco serio. Según las leyes de la naturaleza, toda vida ha de tener un fin.

S
ORIN
.— Usted razona como un hombre ahíto. Usted va harto y por esto es indiferente a la vida, a usted todo le da lo mismo. Pero también a usted le causará pavor morir.

D
ORN
.— El miedo a la muerte es un miedo animal… Hay que vencerlo. Conscientemente, sólo temen la muerte los que creen en la vida eterna y se asustan de sus pecados. Pero usted, en primer lugar no es creyente; en segundo lugar, ¿qué pecados le atribulan? Ha prestado sus servicios en el Departamento de Justicia durante veinticinco años, y eso es todo.

S
ORIN
.—
(Riéndose.)
Veintiocho…

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