Read La hija de la casa Baenre Online
Authors: Elaine Cunningham
La anarquía estaba muy bien, y era necesaria para efectuar un cambio radical en la sociedad de Menzoberranzan, pero alguien tendría que devolver el orden a la ciudad. Shakti se sentía muy segura de su habilidad para la administración, pero también se daba cuenta de que no existía una única persona, una única facción, con fuerza suficiente para recuperar el control. Su familia controlaba gran parte del suministro de alimentos a la ciudad y aquello era una herramienta poderosa; pero ella necesitaría también aliados y vínculos fuertes en el mundo situado fuera de la ciudad, ¿quién mejor para proporcionar ambas cosas que un poderoso capitán de comerciantes que también era un hechicero?
Y respecto a eso, ¿quién mejor para arrebatar Menzoberranzan de las manos de Lloth que Vhaeraun, el dios drow de los ladrones?
La mujer asintió. En algún momento, no muy lejano, haría una visita a ese Nisstyre.
C
ada día en Arach-Tinilith terminaba en la capilla de la Academia, en una sesión de plegarias y alabanzas a la diosa de los drows. Aunque los ritos adoptaban muchas formas, resultaban siempre acontecimientos misteriosos e impresionantes. La capilla en sí misma inspiraba asombro, tallada como estaba de una única masa de roca negra. Círculos de asientos rodeaban una plataforma central, cada hilera más alta que la anterior de modo que todos pudieran contemplar el negro altar. Ocho vigas curvas reforzaban la sala circular y se unían en lo alto de la abovedada estancia, convirtiéndose en parte de una enorme escultura de una araña con la cabeza de una hermosa hembra drow: una de las representaciones más populares de la Reina Araña. Fuegos fatuos perfilaban la gigantesca figura y proyectaban sombras sobre los oscuros rostros del suelo.
Todo Arach-Tinilith estaba reunido allí, desde la dama matrona a la más humilde de las sacerdotisas novicias, y los rítmicos cánticos de cientos de voces de elfas oscuras resonaban por toda la estancia y su elevada cúpula. Y de todas las voces que se alzaban, tal vez la más ferviente pertenecía a Shakti Hunzrin, que llevaba guardados entre los pliegues de su túnica papeles que destruirían a su odiada rival.
Los cánticos aumentaron en velocidad y fuerza a medida que se aproximaba el momento para el ritual oscuro. Una de las alumnas más antiguas se aproximó despacio al altar, sosteniendo ante ella una bandeja de plata; en aquella bandeja reposaba un corazón drow, en el que palpitaba aún la vida recién arrebatada. Era el corazón de un varón, lo que por lo general se consideraba un sacrificio menor, pero aquella noche el ritual tenía un poder especial. Aquella noche el sacrificio satisfacía uno de los requisitos más brutales de Lloth.
La devoción a la Reina Araña lo era todo y desbancaba a cualquier lealtad personal. Lloth se sentía especialmente ofendida por la posibilidad de que una de sus sacerdotisas pudiera encariñarse demasiado con un varón inferior, de modo que de vez en cuando, se ordenaba a una sacerdotisa que asesinara a su amante, a una matrona que sacrificara al patrón de su casa, a una madre que ofreciera al que había engendrado a sus hijos. Sabiendo esto, los drows habían aprendido a ser reacios a ofrecer y recibir afecto; el castigo era demasiado cruel. Pero mientras la joven sacerdotisa se aproximaba al altar, la dura expresión de su rostro y la sangre que manchaba sus delicadas manos demostraban que había estado a la altura de la tarea.
La joven alzó en alto la bandeja, y la atronadora plegaria se convirtió en una única y aguda nota, y con voces tan obsesivas y agudas como flautas elfas, las hembras drows empezaron a entonar el canto ritual de convocatoria. La matrona Triel Baenre se adelantó, vestida con el sombrío color negro de una gran sacerdotisa y su voz, aumentada mágicamente para igualar la potencia de las cantoras allí reunidas, entonó una plegaria con voz grave en extraño contrapunto a la canción.
Aquella noche la canción y la salmodia eran sobre todo una formalidad, ya que Lloth pocas veces hablaba ahora excepto a sus sacerdotisas más poderosas. Se murmuraba en Menzoberranzan que la pérdida de tantas sacerdotisas durante la guerra y la lucha por obtener una posición había reducido el poder incluso de la diosa. En épocas pasadas —antes de la Época de Tumultos, antes de la desastrosa guerra—, ceremonias como aquélla se veían a menudo recompensadas con alguna manifestación de la aprobación de la diosa: un nuevo hechizo, la creación de un objeto mágico, de un veloz torrente de arañas, incluso la aparición de uno de los esbirros de la Reina Araña. En alguna rara ocasión, aparecía incluso el avatar de la misma Lloth ante sus fieles. Pero parecía como si aquellos tiempos hubieran desaparecido.
De improviso el fuego fatuo se extinguió, sumiendo la sala en una oscuridad total. La canción y el cántico callaron, y todos los ojos se clavaron con atemorizada fascinación en el tenue resplandor que iba apareciendo en el centro de la capilla.
Allí donde había estado el altar un momento antes, se hallaba una enorme y horrenda criatura. Su cuerpo informe parecía un montón de cera derretida y los enormes ojos bulbosos brillaban con una siniestra luz roja mientras contemplaba colérica a los allí reunidos.
Una mezcla de júbilo y temor se apoderó de las seguidoras de Lloth. Era una
yochlol
, una criatura de los planos inferiores y doncella de la Reina Araña. Para bien o para mal, la aparición de la
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indicaba que los ojos de la diosa estaban puestos en ellas.
—Anarquía.
La voz de la criatura era débil y etérea, un simple vestigio de sonido, y sin embargo todos los oídos de la sala oyeron aquella palabra de advertencia.
El cuerpo del ser cambió y fluyó, y un apéndice con aspecto de brazo salió disparado en dirección a la sacerdotisa estudiante y tiró la bandeja de plata que sostenía en sus brazos aún alzados. El corazón sacrificado voló por la habitación y fue a aterrizar en el regazo de una sacerdotisa anciana. En aquel completo silencio, el sonido de la bandeja al chocar contra el suelo de piedra fue un resonante presagio de muerte.
La
yochlol
se escurrió al frente y arrebató el corazón del regazo ensangrentado de la anciana drow, luego sostuvo el sacrificio en alto.
—Otra vida eliminada —siseó la criatura—. ¿Creéis que esta carnicería complace a Lloth?
Triel Baenre se adelantó y se dejó caer en una respetuosa reverencia.
—Durante incontables siglos, ésta ha sido la costumbre de los drows, por orden de Lloth. Muéstranos dónde nos hemos equivocado.
—Demasiada sangre mancha las calles de Menzoberranzan —anunció la
yochlol
en su sobrenatural susurro—. Quedan demasiados pocos drows, y sin embargo os matáis entre vosotros sin pensar en las consecuencias. En vuestras egoístas ambiciones, lo habéis puesto todo en peligro. Por decreto de Lloth, esta pugna entre casas debe finalizar. Igualmente, también la lucha por obtener poder personal dentro de cada casa debe cesar. Hasta que Lloth ordene lo contrario, deberá existir paz entre sus seguidores. Esta noche, en la hora de la Muerte Negra de Narbondel, las veinte casas más poderosas que quedan se reunirán en Qu'ellarz'orl.
La criatura las nombró una tras otra, desde la casa Baenre hasta la casa Vandree.
—En este orden os ha colocado la palabra de Lloth, y así permaneceréis hasta que la diosa os libere de esta paz forzada. Cualquier casa que no haya solucionado sus asuntos y elegido una matrona cuando llegue la hora señalada será destruida —amonestó el ser—. Marchad ahora, cada una a su propia casa, y llevad con vosotras la palabra de Lloth.
Otro estremecimiento recorrió la figura de la
yochlol
y la doncella se fundió en un borboteante charco. Una columna de vapor se elevó de la hirviente masa para convertirse en una multitud de arañas espectrales que flotó hacia lo alto, en dirección a la imagen de Lloth que rodeaba la capilla con su pétreo abrazo.
Las sacerdotisas drows permanecieron allí sentadas, aturdidas y silenciosas. ¡Lloth, la Señora del Caos, instaba a la paz! ¡Nadie estaba seguro de cómo tomar aquello!
—Ya lo habéis oído —de nuevo la matrona Triel rompió el silencio—. En la hora señalada nos encontraremos en la casa Baenre.
Expresiones ceñudas recibieron aquel anuncio. La
yochlol
había decretado que la reunión tuviera lugar en Qu'ellarz'orl. Aquél, el sector más prestigioso de Menzoberranzan, tomaba su nombre de la diminuta cueva que servía de sala de reuniones al consejo regente. Todas las mujeres de la sala aspiraban a sentarse en esa sala y la mayoría de ellas comprendían que esa reunión podría, de una manera realista, ser su única oportunidad para hacerlo. Sin embargo, nadie osó objetar la orden de la dama matrona; según la palabra de Lloth, Triel Baenre seguía siendo matrona de la primera casa. Existían también consideraciones de índole práctica, pues en todo Qu'ellarz'orl, sólo la enorme capilla Baenre era lo bastante grande para alojar una reunión de aquella envergadura.
Así pues, las drows se escabulleron en la oscuridad. Mientras cada una corría a la fortaleza familiar, ella meditó el mejor modo de sacar provecho de los nuevos acontecimientos. La extraña y antinatural paz finalizaría a su debido tiempo y mucho podía hacerse a fin de prepararse para ese jubiloso día.
Una figura solitaria se hallaba al pie de Narbondel, la columna de piedra natural que sostenía la enorme caverna y marcaba el paso del tiempo. Gomph Baenre, el archimago de Menzoberranzan, aguardaba y observaba mientras el calor mágico del núcleo del pilar descendía hasta su punto más bajo. Pronto sería medianoche —la Muerte Negra de Narbondel— y él lanzaría el poderoso hechizo que iniciaba de nuevo todo el proceso.
Aunque no había nadie por allí para verlo y envidiarlo, el porte altivo de Gomph sugería que era muy consciente de la impresionante imagen que daba. La magnífica capa del archimago, una reluciente
piwafwi
cuyos innumerables bolsillos contenían más magia que todo Sorcere, descansaba orgullosa sobre sus hombros, adornados con broches cubiertos de joyas que mantenían la capa en su lugar. El archimago tocó uno de ellos, un zafiro del tamaño de un puño que contenía la magia necesaria para hechizar el reloj de la ciudad.
Gomph sabía que resultaba llamativo incluso sin los atavíos del poder. Alto y apuesto, tan en forma y juvenil de aspecto como cualquier alumno de la escuela de lucha, podía atraer tanto miradas de admiración como de temor y respeto. Y se le temía en gran medida, pues en todo Menzoberranzan no había un hechicero tan poderoso como él. Aquella hora oscura le pertenecía por completo, y la conjuración del hechizo era una celebración diaria y privada de su propio poder.
El hechicero empezó a meditar, a reunir sus pensamientos en preparación para el conjuro, pero entonces, por el rabillo del ojo, observó la presencia de un disco flotante que descendía por la amplia avenida en dirección a él. Detrás de él marchaba no la acostumbrada escolta armada, sino un grupo de sacerdotisas vestidas con sus túnicas correspondientes.
Gomph frunció el entrecejo al reconocer a la matrona de Barrison Del'Armgo, la segunda casa más poderosa de la ciudad. ¿Qué podría estar haciendo a aquellas horas, desplazándose con tanta ceremonia?
Su perplejidad aumentó al detectar otro disco flotante que se acercaba desde el elegante Narbondellyn. Justo detrás marchaban varias literas transportadas por esclavos, y a continuación aparecieron más sacerdotisas, algunas montadas en lagartos, otras a pie. Pasaron en tropel por su lado, casi todas las sacerdotisas de la ciudad, dirigiéndose con silenciosa determinación hacia la fortaleza Baenre.
La cólera, desbocada y feroz, ardió en el corazón del hechicero. Era evidente que se había convocado una importante reunión, y a él no lo habían incluido, o informado siquiera. Algo trascendental ocurría, y él debía averiguar qué era.
Sujetó con fuerza la insignia de su casa que colgaba de su cuello y pronunció las palabras que lo transportarían con la velocidad de un pensamiento al baluarte Baenre. Ante su total asombro, nada sucedió. El poderoso hechicero de Menzoberranzan se quedó solo en el centro del oscuro patio, con el acceso prohibido a su hogar familiar.
Puesto que no podía hacer otra cosa, Gomph se volvió hacia el frío pilar de piedra y empezó a recitar las palabras del conjuro.
Triel Baenre estaba sentada en el centro de la capilla Baenre, inspeccionando los oscuros rostros que tenía ante ella. Aunque aquélla era su fortaleza, su reino, se sentía incómoda ante la tarea que tenía delante y no estaba segura de cómo iniciar la reunión.
Para bien o para mal, la decisión le fue arrebatada. Una menuda y arrugada hembra drow se dirigió con paso audaz hacia el trono Baenre. Las otras sacerdotisas retrocedieron para dejarle sitio, e incluso Triel se puso en pie y ofreció el asiento de honor a la recién llegada.
Pues la anciana drow era Hesken-P'aj, la matrona de la casa Symrywin y la sacerdotisa más poderosa de todo Menzoberranzan. Aunque su casa había sido simplemente la número dieciocho durante innumerables siglos, la matrona poseía un poder que todos conocían y respetaban. A Hesken-P'aj a menudo la llamaban «los ojos de Lloth», y en las raras ocasiones en que abandonaba su casa se la trataba con el mayor de los respetos.
Pero la matrona desestimó con un gesto de la mano la oferta que Triel le hacía del trono.
—He venido a hablar no a gobernar —dijo, impaciente, y la anciana se volvió hacia las sacerdotisas allí reunidas, deseosa de comunicar lo que tenía decir y marcharse.
—Lloth envía su felicitación a cada una de las nuevas matronas. Que gobiernen mucho tiempo y bien, y restauren la fe de Lloth a su antiguo poder. Ya habéis oído que no debe haber más guerra en Menzoberranzan. La ciudad debe recuperarse. Ninguna sacerdotisa matará a otra, y todos los niños drow sanos deberán ser criados, incluso los varones. Hasta que Lloth indique lo contrario, el consejo regente impondrá estas leyes.
A continuación, la anciana drow nombró a las ocho matronas que debían mandar en la ciudad.
—Ocupaos de gobernar bien —las exhortó—, pues la paz de Lloth es temporal y se rompe con facilidad. Sabed que aquellos que rompan la paz para su propio beneficio serán destruidos. Aquellos que extiendan el reinado de Lloth serán recompensados. Eso es todo lo que tengo que decir. —Con estas palabras, la matrona se tornó tan insustancial como una neblina y desapareció de la vista.