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Authors: Michael Ende

La Historia Interminable (19 page)

BOOK: La Historia Interminable
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—¿Por quién me tomas, hijito? ¿Por amigo tuyo? ¡Ten cuidado! Sólo estoy pasando el tiempo contigo. Y ahora ni siquiera te puedes marchar ya. Te he retenido aprovechando tu esperanza. Pero, mientras hablo, la Nada cerca por todos lados la Ciudad de los Espectros y pronto no habrá ya salida. Entonces estarás perdido. Si me escuchas, será que te has decidido ya. Pero todavía puedes huir.

El gesto cruel de la boca de Gmork se acentuó. Atreyu titubeó una décima de segundo y luego susurró:

—¡Dime el secreto! ¿Qué seré allí?

Otra vez tardó Gmork mucho tiempo en responder. Su respiración era ahora ronca y estertorosa. Sin embargo, de pronto se incorporó, de forma que quedó apoyado en las zarpas delanteras y Atreyú tuvo que mirarlo. Sólo entonces se dio cuenta de todo su tamaño y todo su horror. Cuando el hombre-lobo habló de nuevo, su voz sonó áspera.

—¿Has visto la Nada, hijito?

—Sí, muchas veces.

—¿Qué te parece?

—Como si uno estuviera ciego.

—Bueno… pues cuando entráis en ella se apodera de vosotros, quiero decir la Nada. Sois como una enfermedad contagiosa que hace ciegos a los hombres, de forma que no pueden distinguir ya entre apariencia y realidad. ¿Sabéis cómo os llaman allí?

—No —susurró Atreyu.

—¡Mentiras! —ladró Gmork.

Atreyu sacudió la cabeza. Sus labios se habían quedado exangües.

—¿Cómo puede ser eso?

Gmork se ensañó al ver el espanto de Atreyu. La conversación lo animaba visiblemente. Tras una pequeña pausa siguió diciendo:

—¿Me preguntas qué serás allí? ¿Y qué eres aquí? ¿Qué sois los seres de Fantasia? ¡Sueños, invenciones del reino de la poesía, personajes de una Historia Interminable! ¿Crees que eres real, hijito? Bueno, aquí, en tu mundo, lo eres. Pero, si atraviesas la Nada, no existirás ya. Habrás quedado desfigurado. Estarás en otro mundo. Allí no tenéis ningún parecido con vosotros mismos. Lleváis la ilusión y la ofuscación al mundo de los hombres. ¿Sabes, hijito, lo que pasará con todos los habitantes de la Ciudad de los Espectros que han saltado a la Nada?

—No —tartamudeó Atreyu.

—Se convertirán en desvaríos de la mente humana, imágenes del miedo cuando, en realidad, no hay nada que temer, deseos de cosas que enferman a los hombres, imágenes de la desesperación donde no hay razón para desesperar…

—¿Todos seremos así? —preguntó Atreyu espantado.

—No —replicó Gmork—, hay muchas clases de locura y ofuscación; según lo que sois aquí, hermosos o feos, tontos o listos, seréis allí mentiras hermosas o feas, tontas o inteligentes.

—Y yo —quiso saber Atreyu—, ¿qué seré yo?

Gmork sonrió irónicamente.

—Eso no te lo digo, hijito. Ya lo verás. O, mejor, no lo verás, porque ya no serás tú.

Atreyu calló, mirando al hombre-lobo con ojos muy abiertos.

Gmork continuó:

—Por eso los seres humanos odian y temen a Fantasia y a todo lo que procede de aquí. La quieren aniquilar. Y no saben que, precisamente así, aumentarán la oleada de mentiras que cae ininterrumpidamente en su mundo… esa corriente de seres desfigurados que tienen que llevar allí una existencia ficticia de cadáveres vivientes y envenenan el alma de los hombres con su olor a podrido. Los hombres no lo saben. ¿No es gracioso?

—¿Y no hay nadie —preguntó Atreyu en voz baja— que no nos odie ni nos tema?

—Yo, al menos, no conozco a nadie —dijo Gmork—, y tampoco es de extrañar, porque vosotros mismos tenéis que resignaros allí a hacer creer a los hombres que Fantasia no existe.

—¿Que no existe Fantasia? —repitió Atreyu desconcertado.

—Claro, hijito —respondió Gmork—, eso es precisamente lo más importante. ¿No puedes imaginártelo? Sólo si creen que no existe Fantasia no se les ocurrirá visitaros. Y de eso depende todo, porque únicamente cuando no os conocen en vuestro verdadero aspecto puede hacerse con ellos cualquier cosa.

—Hacer con ellos… ¿qué?

—Todo lo que se quiere. Se tiene poder sobre ellos. Y nada da un poder mayor sobre los hombres que las mentiras. Porque esos hombres, hijito, viven de ideas. Y éstas se pueden dirigir. Ese poder es el único que cuenta. Por eso yo también he estado al lado del poder y lo he servido, para poder participar de él… aunque de una forma distinta que tú y tus iguales.

—¡Yo no quiero participar de él! —balbuceó Atreyu.

—Calma, pequeño necio —gruñó el hombre-lobo—. En cuanto te llegue el turno de saltar a la Nada, serás también un servidor del poder, desfigurado y sin voluntad. Quién sabe para qué les servirás. Quizá, con tu ayuda, harán que los hombres compren lo que no necesitan, odien lo que no conocen, crean lo que los hace sumisos o duden de lo que podría salvarlos. Con vosotros, pequeños fantasios, se harán grandes negocios en el mundo de los hombres, se declararán guerras, se fundarán imperios mundiales…

Gmork contempló al muchacho un rato con los ojos semicerrados, y luego añadió:

—También hay una multitud de pobres zoquetes, los cuales, naturalmente, se consideran a sí mismos muy inteligentes y creen estar al servicio de la verdad, que nada hacen con más celo que intentar disuadir hasta a los niños de que existe Fantasia. Quizá tú les seas útil precisamente a ellos.

Atreyu conservó la cabeza baja.

Ahora sabía por qué no venían ya seres humanos a Fantasia y por qué no vendrían nunca para dar nuevos nombres a la Emperatriz Infantil. Cuanto más se extendiera la aniquilación de Fantasia, tanto mayor sería el raudal de mentiras en el mundo de los hombres y, precisamente por ello, cada segundo disminuía la posibilidad de que viniera aún un ser humano. Era un círculo vicioso del que no había escapatoria. Atreyu lo sabía ahora.

Y había otro que lo sabía también: Bastián Baltasar Bux. Comprendía ahora que no sólo Fantasia estaba enferma, sino también el mundo de los seres humanos. Una cosa tenía que ver con la otra. En realidad, siempre lo había sentido así, sin poder explicarse por qué. Nunca había querido aceptar que la vida fuera tan gris e indiferente, tan sin secretos ni maravillas como pretendían las personas que decían: ¡la vida es así!

Pero ahora sabía también que tenía que ir a Fantasia para sanar otra vez a ambos mundos.

Y el que ningún hombre conociera el camino se debía precisamente a las mentiras e ideas falsas que llegaban a su mundo como consecuencia de la destrucción de Fantasia, dejándolo a uno ciego.

Con espanto y vergüenza, Bastián pensó en sus propias mentiras. Las historias inventadas que contaba no eran mentiras. Eran otra cosa. Pero en algunas ocasiones había mentido de forma totalmente consciente y deliberada… A veces por miedo, a veces para conseguir algo que quería tener sin falta, a veces también sólo para darse importancia. ¿Qué criaturas de Fantasia había aniquilado, desfigurado y maltratado con ello? Intentó imaginarse cómo podía haber sido antes su verdadera figura… pero no pudo. Quizá, precisamente, porque había mentido.

En cualquier caso, una cosa era segura: también él había contribuido a que las cosas fueran tan mal en Fantasia. Y quería hacer algo por arreglarlas. Le debía eso a Atreyu, que estaba dispuesto a cualquier cosa sólo para buscarlo. No podía ni quería defraudarlo. ¡Tenía que encontrar el camino!

El reloj de la torre dio las ocho.

El hombre-lobo había observado atentamente a Atreyu.

—Ahora ya sabes cómo puedes ir al mundo de los hombres —dijo—. ¿Sigues queriéndolo, hijito?

Atreyu negó con la cabeza.

—No quiero convertirme en mentira —murmuró.

—Te convertirás, quieras o no —respondió Gmork, casi alegremente.

—¿Y tú? —preguntó Atreyu—. ¿Por qué estás aquí?

—Tenía una misión —dijo Gmork de mala gana.

—¿Tú también?

Atreyu miró al hombre-lobo con atención y casi con simpatía:

—¿Y la has cumplido?

—No —gruñó Gmork—; si no, desde luego, no estaría encadenado. Las cosas no fueron demasiado mal al principio, hasta que llegué a esta ciudad. La Princesa Tenebrosa, que reinaba aquí, me recibió con todos los honores. Me invitó a su palacio, me trató magníficamente y habló conmigo y se portó en todo como si estuviera de mi parte. Bueno, las criaturas del País de la Gentuza me eran naturalmente bastante simpáticas y me sentía, por así decirlo, como en mi casa. Y la Princesa Tenebrosa, a su estilo; era una mujer muy hermosa… al menos para mi gusto. Me acariciaba y rascaba, y yo me dejaba hacer, porque era muy agradable. Nadie me había acariciado ni rascado así. En pocas palabras, perdí la cabeza y empecé a hablar demasiado, y ella hizo como si me admirase de qué manera hasta que, finalmente, le dije cuál era mi misión. Seguramente me narcotizó, porque por lo general tengo el sueño ligero. Y cuando me desperté estaba cargado de cadenas. La Princesa Tenebrosa estaba ante mí y me dijo: «Has olvidado, Gmork, que también yo soy una de las criaturas de Fantasia. Y si luchas contra Fantasia luchas contra mí. Por lo tanto, eres mi enemigo, pero yo he sido más lista. Esa cadena sólo la puedo abrir yo. Sin embargo, ahora me iré a la Nada con mis sirvientes y no volveré jamás.» Y dando media vuelta, se fue. Pero no todos siguieron su ejemplo. Sólo cuando la Nada se acercó cada vez más y más, los habitantes de la ciudad se sintieron atraídos con tanta fuerza que no pudieron resistir. Y precisamente hoy, si no me equivoco, han cedido también los últimos. Pero tú, hijito, has caído en la misma trampa: me has escuchado demasiado tiempo. En este momento, la Nada se ha cerrado en torno a la ciudad como un dogal, estás atrapado y no puedes huir ya.

—Entonces moriremos juntos —dijo Atreyu.

—Eso, desde luego —respondió Gmork—, pero de forma muy distinta, pequeño necio. Porque yo moriré antes de que la Nada llegue aquí, pero tú serás tragado por ella. Es una gran diferencia. La historia de quien muere antes termina, pero la tuya continuará sin fin, en calidad de mentira.

—¿Por qué eres tan malo? —preguntó Atreyu.

—Vosotros teníais un mundo —respondió sombríamente Gmork—, pero yo no.

—¿Cuál era tu misión?

Gmork, que hasta entonces había permanecido aún erguido, se dejó resbalar hasta el suelo. Sus fuerzas se acababan visiblemente. Su ronca voz sonaba otra vez jadeante.

—Aquellos a quienes sirvo y que decidieron la aniquilación de Fantasia vieron su plan en peligro… Supieron que la Emperatriz Infantil había enviado a un emisario, a un gran héroe, y parecía que él podría lograr aún llevar a una criatura humana a Fantasia… Era absolutamente necesario matarlo antes… Para eso me enviaron a mí, porque había viajado mucho por Fantasia… Encontré enseguida su rastro… Lo seguí día y noche… Le di poco a poco alcance… A través del País de los Azafranios… Muamaz, el templo de la selva… El Bosque de Haule… El Pantano de la Tristeza… Las Montañas Muertas… Y entonces, en el Abismo Profundo, junto a la red de Ygrámul… perdí su rastro… como si se hubiera volatilizado… Seguí buscando, en algún sitio debía estar… pero nunca más encontré sus huellas… Y así llegué finalmente hasta aquí… No lo he logrado… Pero él tampoco, porque ¡Fantasia se hunde! Su nombre, por cierto, era Atreyu.

Gmork levantó la cabeza. El muchacho había dado un paso atrás y se había erguido.

—Soy yo —dijo—. Yo soy Atreyu.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo extenuado del hombre-lobo. El estremecimiento se repitió, haciéndose más intenso. Entonces de la garganta de Gmork brotó un sonido. que parecía una tos jadeante, se hizo cada vez más fuerte y áspero y se convirtió en un aullido que retumbó en todas las paredes. ¡El hombre-lobo se reía!

Era el sonido más espantoso que Atreyu había oído nunca y jamás volverá a oír nada parecido.

Luego el sonido cesó súbitamente. Gmork había muerto.

Atreyu se quedó largo rato inmóvil. Finalmente se acercó al hombre-lobo muerto —él mismo no sabía por qué—, se inclinó sobre su cabeza y acarició con la mano su piel velluda y negra. Y en ese mismo instante, más rápidos que el pensamiento, los dientes de Gmork se cerraron, mordiendo la pierna de Atreyu. Hasta más allá de la muerte, la maldad de Gmork era inmensa.

Desesperado, Atreyu intentó abrir la presa. Fue en vano. Los enormes dientes se hundían en su carne, como sujetos con tornillos de acero. Atreyu se dejó caer junto al cadáver del hombre-lobo, sobre el suelo sucio.

Paso a paso, irresistible y silenciosa, la Nada iba penetrando por todas partes, a través de los altos muros negros que rodeaban la ciudad.

X

El Vuelo a la Torre de Marfil

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